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Capitulo 2


   En cuanto los pájaros empezaron con su hermoso cantar, supuse que la mañana había llegado y yo no había dormido lo suficiente. No tenía sueño, pero tampoco quería abrir los ojos, así tal vez volvería a conciliar el sueño y tendría un día más enérgico.

   La luz, sin embargo, empezó a molestar mis ojos y busqué con necesidad una de mis almohadas para evitar tal fastidio, pero simplemente el sueño ya había desaparecido por completo y no me quedó de otra que abrir los ojos para verme entre las cómodas sábanas de mi cama.

   Sin afanes de levantarme, empecé a jugar con un par de mechones de mi cabello, estaba un poco largo después de todo. Mi cabello, desde hacía unos años, había empezado a tomar una tonalidad más oscura en las raíces, haciendo de mi cabello una combinación entre el rubio, el castaño y el negro grisáceo. Emely me había comentado que me favorecía, pero eso no me importaba mucho.

   Estaba pensando en mi cabello, en su rareza, jugando con los lisos mechones, cuando sentí que alguien picaba mi espalda en busca de despertarme. Emely era la única que sabía de mis cosquillas en la espalda, así que no pude fingir estar dormido cuando sus dedos picaron sucesivamente en el centro de mi espalda. No pude evitar reír y ella sonrió en cuando me volví a verle, rendido.


—¡Es hora de desayunar! ¡Rápido! Hoy tendremos un día muy ocupado.— Me agitó Emely mientras hablaba y al finalizar saltó a abrazarme, envolviéndome como si fuese un koala, un lindo oso. Ella estaba extremadamente feliz, entusiasmada, y eso me animaba mucho a mi también.


   Sonreí ante su infantil emoción y halé un par de sus largos cabellos rubios. Sutilmente la alejé de mí para sentarme en la cama y frotarme los ojos, el frío pronto pegó contra mi rostro y recorrió mi cuerpo. Recordé entonces que en la noche iría a un baile, una velada especial, y quise al instante volver a enrollarme entre las sábanas para dormir, dormir por horas y horas infinitas. Emely nuevamente empezó a hacerme cosquillas, no pude resistirme a las carcajadas que subieron por mi garganta y termine fuera de la cama.

   No fue hasta ese momento que percibí el delicioso olor del huevo frito y el pan tostado, el café mañanero y el jugo de manzana que me esperaba en el comedor de la casa. Quedé impresionado, pues raras veces mi hermana se levantaba primero que yo a hacer el desayuno.


   En la tarde.


—¡Colócatelo!— Emely, por quinta vez, me ordenaba que me probara otro disfraz de su gran galería de trajes. No sabía de dónde había conseguido tantos trajes, pero me había obligado a ponérmelos hasta conseguir el adecuado. Ella estaba emocionada y yo muerto de vergüenza.

—Me da pena...— Murmuré para mi mismo. Esta vez tenía puesto un traje de camarero, uno de esos de chaleco negro con cola y camisa blanca abotonada. Esto me era demasiado embarazoso. Quise negarme a salir, pero antes Emely tocó la puerta con desesperación para que saliese.


   Suspiré para mí mismo e hice de mis manos unos puños, abrí la puerta y salí cabizbajo. Mi rostro ardía al sentir la mirada analizadora de Emely, ella me hizo un gesto con la mano para que me enderezara, se veía seria y veía cada detalle del traje. Luego hizo otro gesto para que diese la vuelta, hice lo que me pidió para terminar viendo su gesto de desaprobación.


—Te ves muy apetecible...— comentó ella con seriedad, pero eso solo causó que mi rostro se enrojeciera más—, pero no es la idea que te vean tan vulnerable, hermanito.— Finalizó para ponerse en pie y buscar entre el sin fin de disfraces, otro traje que le gustara. Quizá el traje lo debía elegir yo, pero no sabía nada de cómo vestir para ir a una gala real, y por algún motivo Emely si sabía.


   Así, entre cambios de ropa y varios comentarios por parte de mi hermana, transcurrió la tarde. Ya casi llegaba la hora de irme, eso marcaba el reloj de la sala, y los nervios empezaron a recorrer mi cuerpo. Mesero, marinero, guardaespaldas, cada traje diferente y ninguno le gustaba a Emely. Un par de trajes más era lo que estaba dispuesto a probarme, pero fue entonces que Emely se puso en pie para detallarme de cerca, alzó mis brazos, peinó mi cabello y terminó por sonreír. Finalmente había conseguido el traje perfecto, ese que, según ella, me hacía ver tierno y sensual, el traje que resaltaba mis ojos y que hacía que mis brazos de poca musculatura se viesen bien.


—¡Te ves lindo! Irás como un príncipe comestible, sensual, atrayente y misterioso. Nadie podrá resistirse a un bombón como tú.— Gritaba de emoción mi hermana mientras daba pequeño saltos a mi alrededor. Su actitud risueña e infantil me causaba gracia, pero estaba tranquilo de por fin tener el traje adecuado.

—¿Por qué te alegra tanto?— Pregunté entonces en voz baja, pues la negatividad había vuelto a mi mente, las posibilidades y las consecuencias. Ella se detuvo y ladeó la cabeza, suspiró preparada para darme una buena explicación.

—Maximiliano, a tus 21 años de edad, eres el chico más inocente y buena gente que conozco. Me emociona saber que tu enamoramiento puede funcionar, me emociona ver como tus ojitos brillan al nombrarte a Felipe, me emociona verte sonrojado porque sé que tendrás tu propio cuento de amor. Eres demasiado tierno y mereces un chico sobreprotector. Eres un doncel, mereces un romance así de bonito.— Dijo ella con cierta ilusión, no pude evitar quedarme sin habla y sin aire—. Sin embargo, si ese imbécil te llega a lastimar, no me importará que sea el príncipe o quién sea para darle un golpe. Nadie lastima a mi hermanito.— Concluyó con una carcajada la castaña antes de cruzar sus brazos.

—Eres la mujer más importante para mí, eres mi hermanita.— Sonreí con nostalgia, recordando que a pesar de todos los obstáculos nunca me permití dejarla sola, y ahora estaba feliz de estar a su lado—. Te agradezco por todo lo que has hecho por mí.— Terminé por abrazarla y agarré su rostro para darle un beso en la frente. Ambos reímos


   En cuanto las risas cesaron, Emely bufó antes de mandarme a tomar una ducha. Luego de la ducha y de tener el traje de príncipe puesto, ella se encargó de que me viese bien: me peinó y me perfumó. Me comentó que parecía un verdadero príncipe, cosa que me causó gracia. En cuanto mi corbata estuvo bien arreglada, miré el reloj, la hora de irme se acercaba. Con ello, llegaron también las malas posibilidades: ¿Qué tal que me sienta mal? ¿Qué haría si alguien me echaba algo al traje? ¿Y si el Príncipe Felipe me echa de la velada? ¿Y si realmente me veía ridículo? Era bueno para pensar lo peor.

   Pero Emely me hizo pensar por un momento, un instante, que quizá esta sería una noche especial, una noche inolvidable, la noche perfecta. Ella era positiva y me contagiaba.


—¡Hey, Tontito! Se te olvida algo muy importante.— Mi hermana corrió al verme sobre el caballo. En sus manos traía un hermoso antifaz azul marino con detalles dorados, similares al traje, y me lo entregó. Con cuidado me lo puse y ella asintió con emoción, regalándome una sonrisa que me llenó de alegría y confianza.


   Tras un suspiro, llevé un mechón de mi cabello atrás de la oreja y agarré la riendas de cuero negro para agitarlas, así comenzaría el galope de Bobby por el sendero que llevaba a la calle principal del pueblo. De allí, miré el castillo y el caballo no tardó en empezar nuevamente su camino, igual de entusiasmado que yo, acelerando sus pasos a cada segundo.


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   Estaba frente a un gran espejo, sobre una butaca, con el cuerpo erguido y un trío de muchachas a mi alrededor acomodando el traje que usaría para la velada. Mi madre me veía fijamente desde la cama, que estaba a mis espaldas, con su semblante neutral y viendo cada detalle del vestuario para que se viese real. Por otro lado, yo me limitaba a asentir a cada pregunta que las bucamas me daban, eran perfectas en lo que hacían, así que no veía en qué preocuparme.

   Mi mente, ese era otro cuento. Fuera de todo a mi alrededor, en mi mente solo podía vislumbrar al chico doncel de lacios cabellos castaños y grandes ojos avellanas. Reí ligero, sin que nadie lo notase, al pensar en lo problemática que estaba siendo mi curiosidad. De entre el sin fin de donceles que existían en la realeza, ninguno se comparaba con el chico que había visto en el pueblo, ninguno tenía una mirada tan inocente, tan atrayente, ninguno se igualaba o le llegaba a los talones.

   Sin embargo, me preocupaba el hecho de que fuese algo pasajero, me preocupaba pensar en que lastimaría a ese chico. Zacarías ya me había advertido de las posibilidades, pero por primera vez sentí que debía hacer algo al respecto con ese chico que tanto llamó mi atención. No sé si eran sus ojos, su rostro, su sonrisa, pero algo en él me gustaba en demasía. Lo único de lo que estaba seguro era que lo vería en la noche, reconocería sus ojos y que mi destino sería reescrito.

   Maximiliano Bellamont.

   Lo quería tener frente a mi, tocar su mano, oír su voz. Su nombre me era tentador, algo que en mi mente se dibujaba como algo valioso que debía ser cuidado. No podía esperar más por conocerle.


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   Hola, galletitas bellas.

   ¿Qué les pareció este capitulo 2? Adoro a Maxi y estoy segura de que ustedes lo amaran mucho más mientras continúen con la lectura.

   Espero saber sus opiniones, teorías y saber con quién se identifican. Doy lo mejor de mi en esta historia, sé que valdrá la pena.

   De multimedia una imagen de Max, semejanza del personaje. Sin embargo, pueden imaginarlo como deseen. Por cierto, galletitas, hay un pequeño pero cálido grupo de Facebook dedicado para la charla de todas estas historias y algunos juegos. Si están interesados, pueden pedir link.

   Mil besos.

   Bye~

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