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Capitulo 16

   Las rápidas gotas de agua y la brisa que movía las débiles flores, eran los únicos sonidos que se presentaban en el lugar. Felipe, tras oír tal confesión, soltó con lentitud las manos de Maximiliano y el menor, sintiéndose peor, se encogió en su lugar, pensando en qué más decir para que el príncipe le perdonara. Las palabras de la Reina retumbaban en sus oídos.


—Perdóname— sollozó con la mirada desviada, se veía incapaz de ver la decepción que de seuro se presentaba en los ojos azules del mayor—. Yo... Yo no... No era mi intención que esto pasara.


   Aunque el sueño de Maximiliano era tener hijos con Felipe algún día, no esperaba que el saber que estaba en cinta le fuese tan aterrador. Sentía que Felipe le odiaría gracias a lo que su madre había profetizado, sentía que tendría que alejarse para no perjudicarle, sentía que aquel bebé quizá no era la buena noticia que quería tener.


—Maximiliano— Le nombró con calma Felipe, quebrando el silencio que se había plantado entre ellos. No quería ver al menor tan nervioso y deprimido.

—No te pediré nada— se apresuró a soltar, pero por fin alzó la mirada y miró con firmeza a Felipe, aún con lágrimas corriendo por sus rosadas mejillas—. Te juro que me alejaré de ti, tal vez hasta me vaya del pueblo si es necesario. Te olvidarás de mi, no seré más un problema para ti.


   Y con aquellas serias palabras, Felipe se sintió por un momento sin aliento. Maximiliano no tardó en desviar su mirada y con su manga secó su rostro, pues no esperaba respuesta de Felipe. Sin embargo, en cuanto se vio con afanes de irse de allí, sintió como las grandes manos del príncipe acunaban su rostro y sin poder evitarlo, miró fijamente los ojos azules del susodicho, una mirada que le analizaba y que no parecía molesta en lo absoluto.

   Entonces Felipe se aproximó a robar sus labios, Maximiliano se vio impresionado y no tardó en forcejear con su contrario. Pero la necesidad de ese beso eran mayores, y la fuerza del doncel era mínima cuando caía ante la tentación de los labios del príncipe. El corresponder aquel dulce beso provocó que el menor volviese a sentir ganas de llorar.


—No quiero que te vayas— murmuró Felipe en cuanto finalizó el beso, pero permaneciendo cerca del rostro del menor—. No estoy molesto, ni preocupado, solo me has dejado sin palabras, porque esa noticia no es nada malo.


   Maximiliano se vio confundido y no tardó en fruncir su ceño ligeramente, pero no se alejó del príncipe que le miraba con cariño. De su boca no pudo salir palabra, porque no entendía a lo que Felipe se refería.


—Sé que me amas— Felipe comentó con alegría, y Maximiliano suavizó su ceño—. Eres la estrella fugaz que quiero atesorar por siempre, porque eres maravilloso y no has hecho nada más que ganarte este frío corazón. Deja de llorar.


   Felipe pronto volvió a besar los labios ajenos, esta vez con mayor lentitud y suavidad, siendo un beso apasionado y profundo al que Maximiliano no pudo resistirse. Las ágiles manos del azabache llegaron pues a la cintura contraria y el doncel, dejándose hacer, terminó acomodado sobre el regazo del mayor, estando sus piernas rodeando el torso del príncipe.

   La lluvia seguía cayendo y las ropas de ambos no tardó en pegarse a sus cuerpos. Felipe mordió el labio inferior de Max, lo saboreó y volvó a apoderarse de su boca mientras su manos se deslizaban entre la ropa del menor para apegarlo más a su cuerpo. Maximiliano entonces acomodó sus manos sobre los hombros del azabache y éste, posesivo, bajó un par de besos succionadores a su cuello.


—Es la mejor noticia que me ha dado, joven Maximiliano Bellamont— comentó seductor el azabache, volviendo a los labios contrarios en busca de una nueva tentación—. La mejor noticia que he recibido en mi vida luego de ti.


   Y antes de que el menor comentara algo, las manos ajenas se deslizaron hacia su vientre para subir hasta su pecho. Su elegante chaqueta pronto se vio en el suelo, Felipe se la había quitado con facilidad. El príncipe se veía sin control alguno de sus instintos, algo dentro de sí le llevaba a la locura que estaba por hacer y Maximiliano, con un intenso ardor quemando su interior, se derretía en manos ajenas.


—No te arrespientas de algo tan maravilloso como esto— le pidió Felipe con cariño, rozando sus labios y notando como el doncel se veía casi sin aliento—. Así que no llores por ello; llora cuando sea de alegría— le sonrió ligero.


   Maximiliano se vio más vulnerable y Felipe se vio hipnotizado en cuando el menor le dedicó una de sus pequeñas sonrisas tímidas. Tras ello, una nueva ronda de besos fue iniciada, y Max se veía sin habla, no entendía qué estaba ocurriendo con su cuerpo.


—Tener un hijo contigo, es lo mejor que podría pasarme— el de ojos azules volvió a sonreír y Maximiliano, casi tapando su boca, sintió como sus ojos se cristalizaban nuevamente—, Maximiliano, tengamos muchos hijos juntos— pidió con cariño y cierta ilusión. Sin embargo, el menor bajó la mirada aún con culpabilidad y Felipe no dudó en tomar el rostro ajeno entre sus manos para que le mirara—. No permitiré que nadie más te haga sentir inseguro, porque eres el lucero que anima todas mis mañanas, el por qué de mis sonrisas, la estrella que querré mirar por siempre y prometo que no dejaré que alguien te lastime de nuevo.

—F-Felipe— el doncel no tardó en sollozar, apenado y con el corazón acelerado—. T-Te amo, Felipe— murmuró mientras pasaba sus manos por sus ojos para disipar aquellas traviesas lágrimas que no le dejaban enfocar la mirada.


   Felipe sonrió enternecido y apretó un poco más a Maximiliano contra su torso. Se sentía como un peligroso depredador a punto de devorar a un vulnerable cervatillo, un cervatillo que no le tenía miedo. Entonces el doncel se recostó contra su hombro y Felipe, acariciando su espalda, le transmitió calma.


—Yo te amo más que a mi vida, Maximiliano— y volviendo a fijar sus ojos azules en los ojos miel del menor, se acercó a robar nuevamene sus labios. Los besos bajo la lluvia eran adictivos y románticos.


   Y a medida que los besos avanzaban, las manos del príncipe igual en el cuerpo del doncel. En cada roce, cada caricia, cada beso, Maximiliano suspiraba el nombre ajeno y Felipe, deleitándose, desabrochaba los botones de la camisa contraria, queriendo ver y tocar más el cuerpo mojado del menor, todo con la banda sonora compuesta por la lluvia y la brisa.

   Sin embargo, por más que Maximiliano se dejara llevar, Felipe sabía que el doncel no estaba cómodo en aquel lugar y que posiblemente pescarían un resfriado gracias a la lluvia que había empapado sus ropas. Entonces el príncipe detuvo sus besos, Maximiliano se aferró a sus brazos y tras acomodar la chaqueta del menor sobre sus hombros, el azabache se puso en pie con el doncel entre sus brazos, para dirigirse a su caballo.

   Montando a Maximiliano en su yegua y amarrando a Bobby a las riendas de ésta, el príncipe se montó a Blu. Tras él, Maximiliano le rodeó la cintura con fuerza y la lluvia se intensificó, Felipe pronto agitó sus riendas y los caballos empezaron su rápido trote al mismo ritmo, adentrándose a las profundidades del bosque.

   Maximiliano se veía maravillado con el bosque en medio de la lluvia, por las flores siendo regadas y los animales viéndose resguardados en los troncos, pero a pesar de la hermosa vista, el menor no tenía remota idea de hacia dónde se dirigía Felipe, no sabía cómo volver, no sabía nada acerca del oscuro bosque.

   Felipe, por otro lado, se sentía feliz y eso lo demostraba al acelerar el trote de su yegua. Pronto se vieron cerca de una gran cabaña, Maximiliano se vio intrigado y Felipe detuvo a los caballos frente a la vivienda que parecía muy acogedora.


—¿Qué es este lugar?— Maximiliano veía con gran asombro la cabaña. No era tan grande, pero era muy linda, pintada de color chocolate y siendo casi invisible dentro del bosque de colores oscuros—. Es hermoso— comentó y se fijó pues en como Felipe bajaba del caballo.

—Bienvenido a mi lugar secreto— comentó Felipe con tranquilidad y no tardó en tomar a Maximiliano entre sus brazos, acomodándole en su pecho para que el menor le rodeara la cintura con sus piernas—. En medio de este inhóspito bosque, nadie pensaría que había algo tan hermoso como una cabaña.


   Maximiliano sonrió y sin hacer más preguntas, besó los labios del azabache mientras le rodeaba el cuello. Felipe se vio dichoso y tras hacerle una señal a su yegua, entró a la cabaña. Blu y Bobby galoparon hacia unas caballerizas bien techadas y allí se quedaron a descanzar, teniendo comida y agua para un rato.

   Dentro de la vivienda, Maximiliano se soltó con cuidado de Felipe hasta sentir el piso bajo sus pies. Sin embargo, se mantuvo cerca del príncipe, besándole y riendo por las ligeras cosquillas que el mayor le hacía. El príncipe, aprovechando, se fue deshaciendo de la chaqueta y la camisa de botones del menor y éste, sintiendo pronto su torso frío, se apegó a su contrario en busca de calor.

   No tardaron en verse en la habitación, Felipe se había quitado igual la chaqueta y su camisa, y contra la cama se dedicaba a besar cada parte del torso del doncel, el cual se aferraba a las blancas sábanas y reía ligero cuando los besos le provocaban cosquillas.


—No vuelvas a decir que te alejarás de mi— pidió en un murmuro Felipe, y Maximiliano le miró con los ojos brillantes, enternecido y culpable por haber hecho sentir mal al muchacho que tanto le quería—, por favor.

—Per-Perdona— murmuró igual con pena el menor, sus mejillas estaban rojas y por un momento se vio entristecido—. No fue mi intención que nada de esto pasara...— comentó con voz calmada, y Felipe se vio cautivado por la inocencia que aún se reflejaba en el contrario.

—Maximiliano...— le nombró y rápidamente se posicionó sobre él, cerca de su rostro. El susodicho le miró curioso—. Si supieras todo lo que puedes hacer con tu mirada, creo que entenderías el por qué me encantas— la confusión se apoderó del doncel—. Puedes dominarme y creo que ni siquiera te has dado cuenta.


   Y al caer en cuenta, las mejillas de Maximiliano se enrojecieron más que antes, su corazón se aceleró y no tardó en tapar su rostro para evitar que Felipe le viese así. El mayor rio ligero entonces y besó las manos del menor para que éste le dejara besar sus labios. Ambos se sentían ansiosos y la alegría de estar con el otro era algo inigualable.

   Sin embargo, algo era diferente, o era lo que sentía Maximiliano. De repente su cuerpo se había calentado, su deseo por Felipe había aumentado y sabía que el azabache podía sentir lo mismo que él. Los truenos y la lluvia acompañaron el momento en el que Felipe tuvo la dicha de recorrer el cuerpo desnudo del doncel.

   El tiempo era lento para ellos, era eterno y mágico. Estando solos, nada era imposible. Felipe entonces no dudó en atacar finalmente a su presa y ésta no tuvo miedo de ser la comida del gran depredador. Ambos se vieron sumidos en el amor y placer del momento, no dudaron en besarse y tocarse, en memorizar cada detalle ajeno, en afinar sus sentidos para nunca olvidar ese instante.

   Las miradas hablaban por si solas, los toques eran tan delicados que quemaban, los sonidos eran extasiantes. Y Felipe pensó un segundo en lo aburrida que sería su existencia si Maximiliano nunca hubiese aparecido en su vida, y Maximiliano estaba seguro de que nunca se hubiese enamorado si Felipe no hubiese visitado el pueblo.

   En cuanto se vieron cayendo ante el sueño, Felipe se deleitó viendo a Maximiliano acurrucado contra su pecho. El príncipe no dejaba de agradecer a los cielos la oportunidad de amar que le habían dado, la oportunidad de conocer a Maximiliano, la oportunidad de enamorarse a tal magnitud, la oportunidad de formar una familia con la persona que más amaba.

   Entonces, pensando en lo feliz que podría ser su vida, un vago recuerdo de su padre volvió a su mente para darle mayores ánimos. "Un buen Rey tiene que saber cómo amar de forma correcta, y tienes que aprender a equilibrar la belleza del amor con el razonamiento para ser el Rey que merezca reinar".


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   ¡Hola Galletitas!

   ¡Aprecien! Se viene una bendición. ¿Qué creen que será? ¿Niño o niña? Esto me emociona, es mi primera historia M-Preg, y veo que les está gustando.

   Mil besos y gracias por leer.

   ¡Les amo!

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