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Capitulo 14

   Felipe se vio intrigado y tras quitarle las riendas a Blu, asintió a Margaret. Zacarías, terminando igual de cerrar la caballeriza de su yegua, dejó a los contrarios a solas luego de despedirse de ellos.


—¿Qué necesitas, Margaret?— El azabache cuestionó con frío semblante, dejando a un lado las riendas de su caballo—. Es muy tarde, ¿Cuál es la razón de tu desvelo?— Felipe no podía evitar sentirse preocupado por la chica que una vez fue su mejor amiga, pero tratarla con tal formalidad se había vuelto costumbre.

—Ya no quiero hacer esto— la joven rio con tristeza y por un instante bajó la mirada para volver a alzarla—. Sé que ya no me ves como antes y probablemente no volveremos a ser como antes— ella le miraba con nostalgia, y Felipe no se veía inmutado—. Desde que la Reina arregló nuestro compromiso, nuestra amistad se vio perdida, y es algo que en realidad lamento mucho.


   Hubo un momento de silencio, instante en el que Felipe suspiró y desvió su mirada para evitar sentirse mal por Margaret. Nunca hubiese imaginado que su mejor amiga le quería más de lo que esperaba, era algo que le había tomado por sorpresa.


—No me gusta la relación tan indiferente que tenemos— continuó—. A pesar de que te amo, necesito mucho más a mi mejor amigo, así no tengas el mismo sentimiento hacia a mí— Margaret, evitando que las lágrimas saliesen de sus ojos, peinó un mechón de cabello hacia atrás—. Y por ello, por ese cariño que te tengo, quiero que seas feliz con alguien que comparta tus sentimientos.


   Felipe no terminaba de entender por qué Margaret había llegado a decirle todo aquello, y le dolía verla así, porque le recordaba a la niña que en adolescencia fue una de sus confidentes.


—A lo que quiero llegar es que...— la chica tomó aire profundamente—, sé qué haces a estas horas en la caballerizas, sé de donde vienes— Felipe se vio mucho más inexpresivo, casi intimidante, sintiéndose amenazado—. Te vi con ese muchacho el día del baile, y vi cuando salió del castillo, y he visto cuando sales en la noche a la misma hora solo para ir al pueblo. Sé que estás enamorado de ese dulce muchacho, que él se había ganado tu corazón— la muchacha sonrió ligero ante la neutralidad de Felipe, queriendo calmar su temor—. Por ello, por nuestra vieja amistad y por el cariño que ahora te tengo, quiero terminar con este compromiso.


   Felipe entonces alzó una de sus cejas, impresionado por aquel instante tan inesperado, sin palabras para expresar su confusión y emoción. El azabache no cambió su semblante, pero Margaret pudo notar como su ceño se suavizaba y sonrió leve al darse cuenta de que estaba haciendo lo correcto. El príncipe quiso hablar pues, pero en cuanto abrió la boca, Margaret le interrumpió.


—Quiero que volvamos a ser amigos, a comenzar de cero— la pelirroja, con sus ojos cristalizados, ofreció su mano en son de paz—. Y si hay algo en que pueda ayudar, prometo que lo haré con tal de verte feliz.


   El de ojos azules suspiró nuevamente y tras pensarlo un poco, aceptó la mano de la chica. Un apretón de manos fuerte, como en los viejos tiempos cuando hacían un plan. Sin embargo, lo que Margaret no esperaba era que Felipe la halara a su cuerpo para abrazarla, cosa que el príncipe hizo como forma de agradecimiento.

   En ese momento, la pelirroja sintió alivio en su cuerpo, porque sabía que estaba haciendo lo correcto, no solo por Felipe, sino por ella, por dejar ir a un amor no correspondido. Había tomado una buena decisión, porque ese corazón no le pertenecía.


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—No comenzaron nada bien— se burló Emely al ver a su primo y a su hermano sentados en la mesa—. Eres muy sobreprotector, pero lo de hoy fue casi una lucha de titanes. Fue intenso— la chica servía la comida con tranquilidad dirigiéndose a Esteban, viendo luego como Max asentía a su comentario.

—Tu no tienes derecho a reprocharme, sigues siendo una niña para entenderlo— Esteban mantuvo sus brazos cruzados y mirada desviada, a lo que Emely volvió a reírse de su infantil actitud. Con ellos, el castaño podía estar más tranquilo.

—Sigo siendo una niña, pero probablemente sé un poco más que tu acerca de estos temas— comentó la menor luego de haber golpeado a su primo en la cabeza, un golpe amigable con una sonrisa pícara.

—Oigan, chicos, no peleen— Max ya había tomado un bocado de comida y se mantenía calmado ante la situación pues la comida estaba deliciosa—. No tiene sentido que discutan por quién sabe más de qué.

—Tu no hables— esta vez Esteban le señaló con su tenedor y Max dejó de masticar para mirar al castaño—. Ese príncipe o lo que sea, me cae mal. Es un perfecto idiota— y al finalizar su comentario, el mayor quiso probar la comida pero Maximiliano se aproximó a golpearle igual en la cabeza—. ¡Oye! ¡Respeta a tus mayores!

—No lo conoces como para hablar así de él— regañó Max al tomar un sorbo de jugo—. Ya soy mayor, puedo sobrevivir a algo tan simple como enamorarme o que me rompan el corazón— Max pausó un momento y se apoyó en su mano, recibiendo la mirada de sus familiares—. Pero Felipe es diferente..., y a ti todos te caen mal— concluyó el doncel al sacarle la lengua a su primo y continuar con su comida.

—Eres un soñador, Maximiliano, un niño ilusionado— Esteban probó la comida y sonrió ligero, pero pronto volvió a mirar con seriedad a su primo—. Max, él puede estar jugando contigo. Tienes que cuidarte.

—Me arriesgaré a amarlo— comentó el menor con cierta alegría y nostalgia—, porque él está arriesgándose a lo mismo por mi. Él tiene más que perder que yo y aun así...— el chico se ganó la mirada fría de Esteban y la dulce sonrisa de Emely al guardar silencio.


   Entonces, en ese momento, Max y Emely se miraron con complicidad, Max disimuló para seguir comiendo pero Esteban había visto aquel raro gesto entre los hermanos, por lo que les miró con intriga. Tras unos segundos en silencio, el mayor suspiró en busca de calmarse y volvió su mirada al doncel.


—Cuánto tiempo— demandó saber al dejar el tenedor dentro del plato y Max tembló en su silla.

—Meses...— contestó con timidez el doncel y notó como Emely, bajo la mesa, pateaba al castaño.

—Ya veo— se limitó a decir, casi sintiéndose aliviado—. Ya dejemos ese tema. Tengo hambre y ustedes, par de niños, no me dejan disfrutar de la comida— bufó ligero Esteban al volver a tomar el tenedor, los hermanos sonrieron al ver como su primo sonreía mientras comía.


  Emely se vio alegre al notar cuan le gustaba a Esteban su comida. Maximiliano no podía molestarse con Esteban, le era casi imposible, porque era como su hermano mayor y era normal que quisiese protegerle y evitarle cualquier daño, aquello hasta tierno le parecía.

   Por otro lado, Esteban no solo estaba preocupado por el bienestar de su querido primo, sino por el hecho de que quizá había conseguido a su "Destinado". Según libros antiguos, los donceles, al momento de nacer, las estrellas le otorgaban una pareja eterna con la que serían infinitamente felices. Se decía que un corazón era dividido en dos y que una de esas mitades pertenecía al doncel y la otra a alguna persona del mundo.

   En algún momento de sus vidas, se volverían a juntar y cumplirían con las profecías designadas a los donceles. Y aunque Esteban estuviese feliz por la alegría de Max, no estaba seguro de si Felipe era el destinado del menor, porque eran opuestos; Felipe era reservado y atrevido, valiente y misterioso, se mostraba como una persona intimidante, pero en cuanto Maximiliano le presentó como su novio, el azabache sonrió, algo tenue, pero lo había notado.

   Entonces, mientras pensaba en el tema del romance y de los lazos del destino, Esteban pensó en Zacarías. El castaño de repente apareció en su cabeza, con su fría y misteriosa expresión, con su mirada grisácea y llena de tristeza, llenándole de curiosidad y cierta irritación, una combinación que desconocía.


—Y...— Emely igual había empezado a comer y quería hablar—, dejando a Felipe a un lado, ¿Qué te pareció Zacarías?— la chica tomó un bocado, lo saboreó y sonrió pícara ante la confundida mirada de su primo.

—¿El otro niño bonito?— Esteban quiso parecer indiferente, y Emely asintió—. Normal, otro idiota igual al primero— respondió sin mucha emoción, mintiendo, porque ese chico no había sido tan normal como hubiese deseado.


  Max bufó ligero pero se viró a mirar a su hermana, compartiendo una nueva mirada cómplice. Esteban era escritor, era un muchacho que sabía ocultar sus emociones y pasarlas al papel, pero había que recordar que Maximiliano, siendo el original creador de cuentos, era igual de bueno para captar las mentiras.

   Pasada la cena y yendo cada quien a su habitación, Maximiliano se vio sin un ápice de sueño. El doncel se removía en la cama, tenía calor y presentía que se iba a enfermar, aquello le preocupaba. Al día siguiente tendría una cita muy importante con Felipe, y tenía miedo de hacerle saber lo que por semanas le había angustiado.

   Las horas pasaban, el doncel se veía ansioso y sin sueño. Siendo madrugada, Maximiliano se decidió a buscar algo para comer, y estando en la cocina, se sentó en el comedor junto a un frasco de galletas de vainilla que había comprado, su ansiedad le llevó a acabar con el frasco. Sin embargo, la alegría de haber comido pronto acabó, pues el doncel fue atacado por las ganas de vomitar y no dudó en correr al baño de su habitación.

   Tras verse con el estómago vacío y limpiarse la cara con abundante agua fría, Maximiliano evitó sollozar frente al espejo antes de volver a la cama. No logró conciliar el sueño en toda la noche y ahora el sol se asomaba por su ventana, el menor no dudó en cerrar las cortinas para enrollarse en las cobijas.

   Siendo cada vez más tarde, Emely y Esteban, preocupados, tocaron la puerta de la alcoba de Maximiliano, sin obtener respuesta ni sonido alguno.


—Maxi, tienes que comer, se está haciendo tarde— Esteban estaba pegado a la puerta, esperando alguna respuesta, pero todo lo que recibía era silencio—. Tienes que salir, habla con nosotros.

—Hice tu favorito, hermanito— Emely igual intentaba animar al susodicho, pero hablar de comida solo empeoraba los ánimos del doncel—. Abre la puerta, puedes comer en la cama.

—N-No quiero...— a penas se escuchó un murmuró al otro lado de la puerta, cosa que alarmó a los familiares de Max. La voz del menor estaba quebrada.


   Esteban finalmente logró abrir la puerta y al ver a Max en la cama, sus miradas de preocupación no tardaron en recorrerle. El castaño deslizó la sábana fuera del cuerpo de Max, y allí pudo notar que el doncel estaba pálido y se veía sin pizca de energía. Emely entonces se acercó a tocar la frente de su hermano, tenía un poco de fiebre, pero sabía que eso no era lo único malo con Maximiliano.


—Max, una ducha te hará bien— sugirió Esteban al querer levantar a su primo, pero éste se negó bruscamente, zafándose del agarre—. Vamos, el agua se llevara el malestar.

—Por favor...—a penas sollozó—, déjenme solo— pidió con la misma voz apagada y antes de recibir respuesta, se enrolló en las sábanas.


   Emely alejó entonces a Esteban de la cama, estuvo por hablar pero analizando a su hermano, notó que estaba pasando por algo más que un malestar. El doncel al parecer sufría de algo emocional, algo que le preocupaba y ellos no podrían ayudarle. Sin moverse, los familiares notaron pues un par de lágrimas recorrer la nariz del menor hasta caer en la almohada.

   Ante esa vulnerable persona, Emely solo pensó en llamar a Felipe y decirle la situación de Max, decirle que no iría a la cita, así tal vez el príncipe iría a la casa a ver cómo estaba Max. Pero antes de que Emely saliera de la habitación para hacer dicho llamado, Maximiliano habló.


—Felipe...— nombró con tristeza—. No le vayan a decir nada, no vayan a llamarle— pidió con poca fuerza—. Estaré bien, solo...—pausó un momento y terminó de cubrir su cabeza con la sábana—. Solo déjenme solo.


   Esteban entonces frunció su ceño, pensó que quizá aquella agonía de su primo era culpa del príncipe, pero antes de que pudiese protestar, Emely le sacó de la habitación y cerraron la puerta tal y como Maximiliano había pedido. Debían darle un respiro, porque si Felipe llegaba, probablemente Max fingiría que todo estaba bien.

   Por otro lado, era extraño que Maximiliano se enfermara, no era época y no tenía tanta fiebre como para estar tan débil, las enfermedades no atacaban de tal modo al doncel. Sin embargo, más allá de una enfermedad, Emely pensaba en algo más profundo y Esteban, aunque quisiese negarlo, pensaba en lo mismo.

   Tal vez, solo tal vez, Maximiliano estaba en cinta.


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   ¡Hola Galletitas!

   Este es el momento en el que tienen que comentar qué tan satisfechos quedaron con el Capitulo.

   ¡Comienza la cuenta regresiva! Tengan sus dulces a un lado y prepárense para lo que viene.

   Recuerden que si votan, me alegran; si comentan, me enamoran. Jajaja De todos modos les amo.

   ¡Un beso enorme para todos! 

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