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Capitulo 12

   Tras aquella primera noche en casa de Maximiliano, Felipe se hizo la promesa de visitar seguido a su pequeño enamorado. El príncipe se había vuelto más responsable con sus deberes, la Reina lo había notado, pues todos los documentos que le encargaba estudiar, los terminaba antes del anochecer.

   Sin embargo, aunque fuese una buena noticia que Felipe estuviese tomando en serio su puesto como príncipe, el muchacho había intensificado su negación hacia el compromiso con Lady Margaret. La Reina no hacía de ello una discusión, era una obligación de Felipe el casarse con quien ella ordenase, pero la actitud de negación ante el cariño de Margaret era cada vez más notorio, sin llegar a ser malo con ella.

   Los días se volvieron semanas y las semanas meses, y la Reina notaba que su hijo estaba, por alguna razón, más centrado en sus deberes. Pero esos días en los que la Reina veía como su hijo se iba a dormir temprano, en realidad Felipe se preparaba para la huida nocturna hacia el pueblo, algo que nadie se imaginaba y que nadie sospechaba.

   Cada noche en casa de la pequeña familia Bellamont, hacía que Felipe se sintiese en un verdadero hogar. Emely le trataba como un amigo, la niña era dulce y sabía cocinar muy bien, y qué decir de Maximiliano, quien había demostrado ser el ángel que Felipe tanto había deseado tener. Max se había ganado el cariño del príncipe con su sola personalidad y Felipe no podía creer que ese dulce muchacho se hubiese vuelto tan importante en tan poco tiempo.

   Pasado quizás un mes, ya los Bellamont sentían a Felipe y a Zacarías como parte de la familia. Un par de muchachos que les visitaban por las noches usualmente para charlar y conocerse. Emely no podía sentirse más feliz de tener más personas en casa, pues desde que sus padres habían fallecido, la casa se sentía sola y a ello se habían acostumbrado.

   Por otro lado, Maximiliano adoraba cuando Felipe le visitaba, le gustaba leerle algún cuento o contarle sobre su vida, le gustaba que el príncipe fuese tan atento y romántico. Hasta estar en silencio, los dos, abrazados, era suficiente para sentirse enamorado.

   Felipe había descubierto lo feliz que podía ser con la persona correcta, lo lindo que era conocer a alguien tan bien hasta el punto de saber sus gustos y disgustos. Los sentimientos que Max le daba, eran el mejor regalo de cada noche; la inocencia del muchacho, sus gestos, sus expresiones, eran cosas que nunca aburrirían al futuro Rey. Felipe se había enamorado del sonrojo del niño, de su nariz roja, de su ceño fruncido y de sus diarias sonrisas.

   Entonces, aquel enamoramiento, llevaba a Felipe hasta el punto de preguntarse cómo sería tener un hijo con Maximiliano. Cómo sería ser padres, estar juntos cuidando de alguien, que ese alguien tuviese la sangre de los dos. Maximiliano era bueno con los niños, y Felipe se enternecía con el simple hecho de verle reír con los hijos de sus vecinos.

   Esas noches donde Felipe se sumía en sus pensamientos, en medio del silencio, Maximiliano se dedicaba a admirarle con una sonrisa ligera en sus labios. El doncel no podía creer que su tan anhelado sueño se estuviese volviendo realidad. Nunca imaginó que la sonrisa del frío príncipe fuese tan hermosa; nunca imaginó que el misterioso azabache tuviese tan poca experiencia en el amor y que al mismo tiempo, supiese cómo sonrojarlo con un par de palabras.

   Entre más pasaban los días y el romance se hacía más vivo, Maximiliano demostraba ser un chico tierno sin afanes de ser recompensado y Felipe hacía notar que no le molestaba ensuciarse las manos. Fue así que uno de los tantos días del largo invierno, Felipe le compró a Max una cadena con una pequeña rosa como dije.


—Mi lucero, esa estrella que no me canso de ver— Felipe había llamado a Max a las caballerizas de la casa del menor y con esas palabras le dio la bienvenida al pequeño lugar que estaba adornado con flores.


   Maximiliano se vio maravillado con el adornado de establo, pero al ver a Felipe en medio de aquella belleza, no pudo evitar sonrojarse. A paso lento, el azabache se acercó a él y tomó su mano para besarla. Max pronto sintió como los nervios abordaban su cuerpo hasta hacerle temblar.


—Hoy, que estás tan lindo como siempre, considero que es un día especial— comentó con una ligera sonrisa, aún sin soltar la mano del rubio que le miraba curioso—. Pues hoy mi corazón ha decidido hacerte la pregunta que por semanas estuve pensando seriamente— Max tragó saliva en seco—. Gracias a ti he vivido un romance mágico, pero quisiera hacerlo oficial, que quede claro que te pertenezco— Felipe hablaba con soltura, y Max no podía entender cómo el mayor podía estar tan tranquilo—. ¿Quisieras ser mi pareja?


   Y Maximiliano mordió sus labios antes de bajar la mirada, Felipe se acercó más en espera de una respuesta. Su corazón no le dejaba razonar, ya las palabras no podían salir de su boca, no hasta que Max contestara a su pregunta. Entonces el rubio asintió mientras mantenía su rostro escondido entre sus manos, y Felipe entendió que había hecho llorar a su doncel.

   El tiempo era relativo para una pareja que disfrutaba tanto uno del otro. Fue en lo que el invierno acababa que Maximiliano cayó nuevamente en los juegos de Felipe, en sus caricias, en algo más que besos. Había mantenido a Felipe en abstinencia y era momento de darle una recompensa, y el príncipe no iba a desaprovechar para volver a conocer el cuerpo del doncel.

   Lo que no era de esperarse era que Max iniciara con los besos, con quitarle la ropa. Felipe se vio maravillado, extasiado, sobre todo cuando Max hacía tales cosas con vergüenza en el rostro, apenado, tan tímido que le temblaban las manos. Esos pequeños gestos volvían loco al azabache que no dudaba en atacar.

   Max había seguido las palabras de su hermana, que le proponía ser más atrevido con su novio, y Felipe se sintió agradecido de haber visto aquella face del doncel.


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   Siendo un día soleado en Escious, Maximiliano disfrutaba del relajante sol en su patio trasero mientras jugaba con un par de niños. Tales críos eran los hijos de sus vecinos, y como trabajo opcional, les cuidaba con gusto cada que necesitaban.

   En lo que Max acomodaba algo de merienda en una pequeña mesa, el niño menor construía un gran castillo de bloques y cubos con mucho esmero, sacando la lengua para mantener su pulso firme al poner cada bloque. Max no tardó en ayudarle, y el niño se vio agradecido con el muchacho que conocía desde que era un bebé.

   Sin embargo, en cuanto el castillo era más alto y el niño veía como su trabajo casi acababa, una ráfaga de viento empujó los bloques contra el pequeño que quería poner el último cubo en la punta. Max se apresuró a mover al pequeño para que ningún bloque le golpeara, pero al ver al niño, éste miraba con tristeza su trabajo destruido.


—Mi...Mi castillo...— murmuró con pesar el niño de a penas 6 años. Dejó caer el cubo de su mano y sus ojos no tardaron en cristalizarse. Max pudo ver como al pequeño se le pintaban las mejillas de rojo, aguantando las ganas de llorar.

—Alex— su hermano mayor no tardó en nombrarle, sonando aquello como un regaño—. No vayas a llorar, ya sabes que los niños no lloran— le recordó las palabras que su padre siempre le decía. Alex, el niño menor, no tardó en encogerse y bajar la mirada.


   Maximiliano suspiró ante el regaño de Mateo y atrajo al pequeño Alex a sus brazos para que las ganas de llorar desaparecieran. Max sabía lo sensible que podía ser un niño a esa edad, solían ser muy influenciados, y lo que menos deseaba era que comentarios machistas llenaran su mente.


—No vuelvas a hacer ese comentario, Mateo, por favor— Max sugirió con tranquilidad, pero viéndose ligeramente serio con el niño mayor y el niño se sintió regañado—. Vamos a hacer de nuevo el castillo, y esta vez quedará mucho mejor, ¿Qué te parece Alex?— Se dirigió al susodicho y Alex, aferrándose a su camisa, asintió tímido.

—Usted mima mucho a mi hermano, joven Max— refunfuñó Mateo al cruzar sus brazos—. ¿Qué tiene de malo que le diga lo que papá dice?

—Recuerda que tu también fuiste un niño, Mateo, y sigues siendo un niño— Max miró con cariño al niño que tenía su ceño fruncido, posiblemente celoso—. ¿En algún momento te regañé porque llorabas? Es algo normal, no hay que sentir pena por ello— Mateo se quedó callado—. Aparte, ¿No te gustaba también que te abrazara cuando te caías del árbol?— rio ligero el doncel.


   Mateo se sonrojó y Max no tardó en atraerle a sus brazos igual para abrazarle. Mateo tenía 12 años, debía darle un buen ejemplo a Alex, pero Max pensaba que a veces los padres no daban los consejos correctos para ello.


—Cuando vayas a regañar a Alex, recuerda cuando jugabas aquí conmigo— le murmuró al oído y Mateo le miró curioso—. Trátale como yo te traté, y verás que será mejor verle sonreír que llorar— y terminó por acariciarle el cabello a ambos niños.


   Fue luego de probar las galletas y tomar jugo que, mientras Max reía con los niños, los menores vieron como alguien mu conocido se acercaba al jardín. El muchacho de ojos azules les sonrió con cariño y ellos siguieron riendo, sabiendo que el príncipe había llegado de sorpresa a visitar a Max quien no prestó atención a lo que los niños miraban.

   Felipe a penas dio un par de pasos y al agacharse, tapó con rapidez los ojos de Maximiliano, quién se vio petrificado y dejó de reírse al instante. Entonces los niños rieron, pero Max seguía asustado por no saber quién había llegado a hacerle tan mala broma y no tardó en tocar con cuidado aquella grandes manos suaves que no hacían presión en su rostro.


—Vamos a tener una linda tarde, principito— murmuró de repente a su oído y en cuanto Max se volvió a la misteriosa voz, Felipe besó su mejilla para darle nueva calma.


   En cuanto Felipe rio ante el miedo de Max, Alex corrió a abrazar al príncipe y en medio de aquello, el mayor recibió un beso del doncel igual en su mejilla. Alex era tímido pero le gustaban los abrazos de las personas que quería, mientras que Mateo, haciendo el intento de ser serio, respetaba mucho al príncipe como para tomarse tal confianza con él. De todos modos, Felipe le despeinó el cabello como saludo.


—Tengo que cuidarlos— comentó Max al ver como Alex volvía a sus brazos. No podría dejar solos a los pequeños por ir a pasear con su novio. Felipe se veía enternecido con ver como el doncel se manejaba con tanta facilidad entre los niños.


   Todos se pusieron en pie, Max cargando a un somnoliento Alex y Mateo tomando una galleta extra. Entonces Felipe pronto rodeó la cintura de su doncel para besarle de nuevo la mejilla, luego miró a los niños.


—Pequeños, ¿Quieren ir a un picnic?— Se dirigió a los menores con tranquilidad. Todos le miraron con impresión, incluyendo a Maximiliano, pues no esperaban una invitación grupal. Mateo se quedó sin palabras y Alex asintió sincero—. Vamos, como dije, hoy la pasaremos bien— repitió con serenidad el azabache y tomando la mano del doncel, les sacó del patio.


   A unos pasos, Bobby y Púas estaban escondidos en espera de ellos. Max estuvo a punto de negarse, pero al ver el ánimo de los niños, tragó en seco mientras rezaba porque los padres de los menores volviesen tarde. Al estar al lado de cada caballo y aprovechando la distracción de los niños, Felipe le robó un beso a Max y éste no tardó en sonrojarse.

   Maximiliano agitó su cabeza y se montó a Bobby, con Alex en frente bien agarrado de las riendas tuvo miedo y no tardó en volverse para aferrarse a su torso. Felipe igual ayudó a Mateo a montarse en el caballo y luego de haber agarrado las riendas, sintió como Mateo se aferraba a sus caderas para no caerse del alto animal.


—Sosténganse y disfruten de la vista— comentó el azabache y agitó las riendas. Con picardía y dulzura le dedicó una mirada a Max antes de que el caballo empezara a galopar con rapidez y el menor, mordiendo su labio, le siguió.


   Viéndose en un sendero limpio y rodeado de árboles coloridos, Max estaba maravillado con el paseo al igual que los niños, pero seguía intrigado por saber a dónde le estaba guiando Felipe. Pero lo que más le impresionaba, era el hecho de ver al príncipe a plena luz del día.

   Sin embargo, en cuanto Felipe se detuvo y todos se bajaron de sus caballos, Maximiliano se vio embelesado con la visa que tenía frente a sus ojos: Un extenso y verde campo adornado con flores blancas y amarillas, un enorme manzano subiendo una pequeña cuesta, un río lejano, un par de niños correteando en el lugar con mariposas y un príncipe que le ofrecía su mano.

   La tarde había pasado tan tranquilamente entre el sonido de las aves y las risas de los niños que relajaban a la pareja. Felipe reposaba sin su tediosa chaqueta sobre el regazo de su doncel y éste, mientras vigilaba a los hermanos jugando alegres en el césped, le acariciaba el cabello de forma inconsciente al azabache.


—No tengo palabras para describirte con exactitud— Felipe pensó en voz alta, llamando la atención del menor. Con delicadeza alzó su mano y acarició la mejilla ajena —. No sabes el desastre que haces en mi cada vez que sonríes. Mi mente queda en blanco cuando provoco ese hermoso color rosa en tus mejillas. Saber que te puedo poner nervioso, es un poder que me encanta. ¿Cómo haces para tenerme ante tus pies? ¿Para que te diga todo esto? ¿Qué me hiciste, Maximiliano? Hasta cuando te enojas, cuando frunces tu ceño aparentando que estás molesto conmigo, cuando me dices que soy un idiota, eres la persona que más amo en el mundo.


   Max miraba fijamente a Felipe, sus pupilas se dilataron y su rostro no tardó en pintarse, no podía creer lo que estaba escuchando. Entonces una leve carcajada salió de los labios del azabache, por al parecer haría llorar de nuevo a su pequeño lucero.


—Te amo, Maximiliano Bellamont, te amo más que mi vida— le confesó con sinceridad, esa sinceridad que su corazón gritaba cada día que pasaba, cada día donde se levantaba y recordaba la sonrisa del doncel.


   Y sin previo aviso, ambas manos del príncipe se posaron en las mejillas de Max y el doncel no tardó en ser atraído a labios contrarios. Con dulzura, Felipe besó los labios del menor y Maximiliano, viéndose sorprendido, correspondió con gusto aquel beso lleno de tantos sentimientos. Felipe había olvidado que era un príncipe, que tenía deberes y órdenes que seguir, y Maximiliano pensó en que era especial para Felipe, sus inseguridades desaparecían de a poco.


—Te amo mucho más, Felipe Benwern— confesó alegre el menor, separando sus labios apenas un centímetro de los contrarios—. Tanto que daría mi vida por verte feliz— murmuró, antes de besar a su pareja con timidez. Las manos de ambos no tardaron en entrelazarse.


   Pronto la noche se vio y Felipe volvió al pueblo junto a Max y los niños. Tras dejar a los niños con sus padres, que por suerte habían llegado tarde, volvieron a casa del doncel. Allí, Emely preparaba la cena mientras Zacarías, que había llegado hacía un par de horas, caminaba impaciente por la sala.

   Al verle entrar y tras saludar a Max, Zacarías haló al príncipe algo lejos de los demás para regañarle. Felipe estaba preparado, porque esa salida había sido algo de improviso y así no quisiera, Zacarías le cubriría ante los ojos de todos.


—Hasta Margaret quería hablar contigo— Reclamó con seriedad el castaño, manteniendo sus brazos cruzados—. La Reina está empezando a sospechar, Felipe. Ella sabe que su hijo no puede ser tan responsable de repente, en cualquier momento nos va a descubrir.

—Lo quiero llevar al castillo, Zacarías— Felipe saltó con otra cuestión, ignorando por completo el regaño de su mejor amigo. Zacarías bufó en busca de calmar sus humos y peinó sus cabellos hacia atrás como señal de cansancio.


   Felipe no dejaría la idea de llevarse a Max al castillo, y sabía las consecuencias que ello traía, pero cada día ese deseo crecía y si tenía que enfrentar a su madre, haría frente y se haría responsable como era de esperarse de un futuro Rey. Zacarías estuvo por dar otro sermón, pero ambos se volvieron a la puerta en cuanto esta fue abierta.

   Tras ella apareció un muchacho de serio semblante, sus cabellos eran castaños cobre y sus ojos oscuros y misteriosos como una noche estrellada. Al verse dentro de la casa y dejar una gran mochila en el suelo, el recién llegado se vio intrigado por el par de jóvenes bien vestidos que estaban allí, pero su vista fue centrada en el joven de ojos grises que con igual intriga le miraba.

   ¿Quién era ese muchacho y por qué había despertado la curiosidad en Zacarías?


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   ¿Muy pronto para actualizar de nuevo? Creo que esta edición fue de las más largas y detalladas que he hecho, y me siento muy bien con ella.

   Espero que les haya gustado, galletitas, y recuerden que espero sus comentarios y teorías. ¿Qué opinan del príncipe? ¿Aún creen que es un capricho? ¿Cómo creen que serán estos dos como padres?

   Mil besos. Les amo :3

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