Capitulo 11
Maximiliano, centrado en los brillantes ojos azules del príncipe, pensaba seriamente sobre la inesperada propuesta que le había hecho. De su boca no salía palabra alguna, pero en su mente solo rondaba la posible historia de dejar su querido hogar, sus cosas y su vida normal, solo por un capricho de un príncipe que apenas conocía, un muchacho que no sabía si iba a jugar con su frágil corazón.
Sin embargo, tras llegar a una mental conclusión, Max dejó de acariciar el rostro del mayor y bajó la mirada, fijándose esta vez en la cadena sencilla que llevaba el azabache. Felipe esperaba ansioso la respuesta y Max, tras soltar un largo suspiro, aclaró su garganta para hablar con claridad, ignorando el gesto cariñoso del príncipe que le quitaba el dolor en su lastimada mejilla.
—Realmente es muy gentil de tu parte, Felipe— comenzó con serenidad el joven—. Agradezco el gesto, pero ahora no puedo darte una respuesta— sonrió ligero y Felipe se vio un tanto impresionado—. Usted, joven príncipe, tiene mi corazón entre sus manos— habló con formalidad—. Y que usted me quiera, es algo que nunca imaginé, es una de las mejores cosas que me ha pasado.
Ante la pausa de la voz del menor, Felipe se limitó a prestar atención, porque la seguridad con la que Max le hablaba, el hecho de que repentinamente le tratara con formalidad, le dejaba intrigado.
—Por ello, quiero que nuestra historia, si llegamos a hacerla, tenga un verdadero romance— rio leve ante su propia opinión—. Quiero decir, quisiera conocerte mejor— volvió a hablar con mayor confianza, dejando la formalidad—. Quiero que me conozcas y quiero conocerte, que te enamores de mi, de mi forma de ser, de los pequeños detalles. Y así quiero hacer contigo, mirar más allá del príncipe de Erini— y tras ello, Max volvió su mano al rostro ajeno y Felipe se dejó acariciar—. Lamento ser tan exigente— rio apenado.
Felipe, por otro lado, frotó su mejilla en la pequeña mano de Max. Su primer capricho no sería cumplido, pero por alguna razón se sentía agradecido por la respuesta tan sincera y dulce del doncel del que se había enamorado. Pero a pesar de ello, el sentimiento de preocupación no podía desaparecer de su corazón, porque el simple hecho de dejar a Max solo, le alteraba; saber que su inocencia y pureza podrían estar en peligro, le resultaban una pesadilla.
El príncipe veía en Maximiliano a una criatura que deseaba proteger, pero al mismo tiempo sabía que el doncel era más fuerte de lo que aparentaba. Era como una rosa, engañaba con su fragancia y belleza exquisita, y tenía la potencia para defender con sus espinas ante aquellos que quisieran arrancarla. Maximiliano era un ser extraordinario para los ojos azules del mayor, un ser puro en un mundo cruel.
—Mi pequeño príncipe— Halagó Felipe con su seductora y dulce voz, siendo aquello suficiene para que las mejillas del menor se enrojecieran—, en tan poco tiempo, has logrado sorprenderme y por ese hecho, no sabes cuanto se acelera mi corazón por ti.
Y en realidad, Felipe si se vio impresionado ante la negación de Maximiliano. Olvidando lo que su corazón tanto anhelaba, Felipe pensó como Zacarías; la realeza era buscada por beneficios y gracias a ello el príncipe había aprendido a desconfiar, a dejar los sentimientos a un lado, a verle el lado malo al ser humano. Había crecido sin un padre, y por ello veía usualmente a Duques y Reyes viudos que venían al castillo a desposar a su madre, y ella siempre se negaba. La reina había sido su maestra a la hora de desconfiar, a la hora de volverle una marioneta, hasta que encontró a Max.
—Me parece una idea estupenda— murmuró finalmente el mayor, sonando feliz tras haber escuchado las sinceras y románticas palabras que Max—. Será un gusto conocerle, joven Bellamont— Y con tal seductora formalidad, Felipe se acercó a los labios ajenos en busca de un beso, algo breve y tierno que Max no tardó en corresponder—. Pero tengo una petición entonces...— comentó a penas terminó el beso y el menor le miró curioso—, vendré a verte más seguido.
—¡Pe-Pero es peligroso para ti!— Max se aferró a la camisa de su contrario, repitiendo las palabras con las que había regañado a Felipe—. No tienes que arriesgarte por mi de esa forma, hallaremos otra forma de vernos, pero alguien podría hacerte algo si te reconocen— la serenidad había desaparecido de la voz del doncel, dándole paso a los nervios—. Que te fugues puede traerte problema, la Reina puede molestarse contigo, te pueden secuestrar o algo, ¿Te imaginas? ¡No, que miedo!
Felipe notó de inmediato como Max empezaba a hiperventilarse, como se movía nervioso entre sus brazos, como decía tonterías en voz baja gracias a la incertidumbre. Así que queriendo evitar que el chico cayera en un estado de pánico, Felipe le tomó con rapidez del mentón para robar nuevamente sus labios.
Maximiliano sintió pronto como sus piernas temblaban, pero al sentir los brazos del azabache alrededor de su cintura, sintió que podría desvanecerse en cualquier segundo. Felipe tenía una técnica imprescindible para callarle, para dejarle en un estado de trance, y esa técnica eran sus sorpresivos besos fogosos y toques sutiles.
En medio de aquel movimiento, Felipe sintió entonces como Max le rodeaba con cuidado el cuello y con ello supuso que ya le había calmado. En un par de pasos, haciendo retroceder a Max, ambos terminaron tumbados en la cama y Felipe aprovechó para acomodar al menor sobre su cuerpo.
—Vendré de noche— Comentó el azabache al finalizar aquel beso, apreciando en ese momento las hermosas mejillas sonrojadas del doncel que le miraba apenado—. Nadie prestará atención en mi huida, terminaré mis deberes antes y así tendré toda la noche para estar contigo. Usted, joven, vale la pena.
Con esa simple frase, Maximiliano se vio cautivado, pero eso no evitó que frunciera su ceño. El doncel no podía creer que unas simples palabras le hicieran enamorar tan rápidamente, y al fijarse que estaba sentado en las caderas del príncipe, sus nervios aumentaron hasta el punto de querer cubrirse el rostro. Felipe se burlaba de él y de su gran don para sonrojarse.
—Eres demasiado lindo— Cuestionó Felipe, pasando con sutileza una de sus manos por el rostro apenado de Max hasta llegar a su oreja, donde peinó sus cabellos—. Eres una criatura hermosa, tierna, un chico maravilloso, podría hacer una lista de virtudes con solo mirarte un par de minutos.
—Cá-Cállate— Maximiliano quiso verse molesto, pero sus manos temblaban sobre el pecho contrario. Su regaño fue visto con dulzura, porque su rostro no podía verse más enrojecido, y labios no podían verse más tentadores.
Una ligera pelea se desató entonces, donde Felipe quería que Max le mirase y éste se negaba a volver a caer ante sus encantos. Pero cuando por fin Felipe estuvo a centímetros de los labios ajenos, la puerta de la alcoba se abrió y tras ella, Emely les miraba con atención y picardía, y Zacarías no tardó en asomarse igual de curioso.
—Oh hermanito— la joven chica cruzó sus brazos, aparentando indignación en medio de una carcajada—, no imaginé que fueses tan atrevido y menos con el príncipe— terminó por burlarse, y no aguantó la risa que caló por su garganta al ver como su hermano se ahogaba en nervios y vergüenza.
Zacarías evitó soltar carcajada alguna, porque ver a Felipe tan encaprichado con alguien como Maximiliano, era extraño. Felipe no era de caprichos, pero Zacarías nunca imaginó que su primer capricho fuese un chico de pueblo, un doncel que al parecer era su punto de concentración. El mayordomo no sabía qué pensar al respecto mientras veía como Felipe se sentaba con Max sobre su regazo y se dedicaba a peinar los cabellos del menor, ignorándoles por completo.
Zacarías ahora podía apreciar a un Felipe enamorado, sobreprotector y ciertamente intimidante, tal vez posesivo. Las teorías eran miles, pero Zacarías haría lo posible por mantener a Felipe en sus cabales, por mantener al príncipe en sus cinco sentidos.
—Bien, bien, me calmo— Emely, de a poco, dejaba de reírse. Ya había avergonzado lo suficiente a su hermano mayor frente al príncipe, eso le era satisfactorio.
—Felipe, debemos irnos en unos minutos— informó Zacarías al ver la hora en el reloj viejo de la pared. Había sonado como un padre hablándole a su pequeño hijo que no quería dejar de jugar. Felipe bufó ante la orden de ida y Max sintió como el mayor se aferraba a él en un abrazo.
—Majestades—interrumpió Emely con una sonrisa, siendo tranquila—. Su recorrido hasta aquí debió ser largo, ¿Qué tal si descansan aquí esta noche?— Max miró con ilusión a su hermana, sin decir nada—. En la mañana podrán irse ya descansados y pueden guardar sus caballos en el establo de atrás.
—No creo que sea conveniente— Zacarías pensó en voz alta, pero se veía pensativo ante la idea de quedarse en aquella casa tan hogareña. Entonces Emely le miró curiosa.
—Con todo respeto, Joven, ¿Vinieron hasta aquí para estar una hora?— formuló la chica incrédula—. Suena algo ilógico, en realidad.
Y ante la incógnita, Zacarías miró a la chica con una ceja alzada y luego miró a Felipe. Entre amigos intercambiaron miradas, Emely y Max se vieron confundidos ante las intensas miradas entre los mayores, pues era como si hablaran sin que ellos se dieran cuenta.
—Está bien— confirmaron al unísono, y tanto Maximiliano como Emely se vieron impresionados por la concordancia de sus afirmaciones, pero no tardó en verse la alegría en los hermanos de rubias cabelleras.
—¡Viva!— Emely chilló, volviendo a emocionarse—. Joven Felipe, puedo indicarle otra habitación— comentó con una risilla la menor, notando de inmediato como Max se abrazaba al susodicho para que se quedara allí—. Pero mejor dejo que mi hermano le atienda— rio por último y luego miró a Zacarías—. Joven Zacarías, déjeme mostrarle su habitación.
Zacarías alzó una de sus cejas y Emely le sonrió ampliamente. Ante ello, ambos salieron de la habitación y cerraron la puerta como se acostumbraba. Por fin Felipe y Max se vieron solos y Felipe no tardó en atacar los labios del menor, y éste no tardó en corresponder mientras se dejaba caer en la cama.
Emely, por otro lado, abrió una de las puerta de la casa y allí, ante los ojos grises de Zacarías, se mostró una alcoba bien arreglada y con un perfume exquisito. Emely entró, se mostró nostálgica, y luego se viró hacia el mayordomo que se veía intrigado por el sinfín de libros ue había en la habitación.
—Aquí se quedara esta noche— informó con serenidad. —. Lamento si está desordenada, hace tiempo que no se usa, pero es fresca y podrá dormir a gusto— la chica se vio nerviosa, porque pensaba que la habitación estaba mal acomodada, cuando era todo lo contrario.
—¿Quién dormía aquí? Si puedo saber— Zacarías se vio curioso, su vista se paseaba por cada libro de la alcoba, leyendo los títulos y notando lo bien cuidados que estaban las carátulas.
—Un primo— contestó la menor—. Él se fue a estudiar fuera de Escious hace algunos años y esta era su habitación— Zacarías asintió, agradecido con la información—. Espero que pase buena noche, Joven Zacarías.
—Gracias, igualmente, señorita Emely— contestó con educación el mayor y la chica se vio sonrojada por el trato hacia ella. Emely, con una sonrisa, salió de la alcoba y cerró la puerta tras ella.
Zacarías al verse solo, suspiró cansado. Viendo aún cada libro, terminó sentándose en la cama al tomar uno de los tantos que habían allí. Había escogido un libro al parecer de fantasía, le miró con impresión y leyó algunas hojas. El aroma exótico de la alcoba le acunaba y mientras leía, el mayordomo cayó ante el sueño rápidamente.
Mientras Zacarías se rendía ante el cansancio, Maximiliano se mantenía hecho un ovillo entre las sábanas gracias a la vergüenza que su hermana le había hecho pasar. Felipe, acostado a su lado sin ser mirado, besaba las manos y la frente del menor en lo que se acomodaba para abrazarle. El príncipe había apagado la luz y murmuraba una historia para devolverle el sueño al doncel.
—No hagas eso— la voz del rubio sonó baja y somnolienta, sus piernas empezaron a estirarse y el chico no tardó en acomodarse entre los brazos ajenos—. Tus manos, deja de acariciar mi cabeza o no podré escuchar la historia— bufó, porque Felipe era un buen cuenta-cuentos mientras le acariciaba la cabeza.
—¿Por qué?— Felipe le miró con curiosidad, aún deslizando su mano desde la coronilla hasta el cuello de Max. El príncipe se había asegura de que el menor estuviese arropado y tan cómodo que no aguantaría el quedarse dormido.
—Me da sueño— murmuró con su entrecejo fruncido, y Felipe se vio enternecido—. Si me duermo, no podré seguir escuchando lo que me dices— bufó, pero inconscientemente se acurrucaba entre los brazos del príncipe y éste, sabiendo que era el vencedor, sonrió ligero.
—No veo nada malo en ello— comentó el mayor en lo que depositaba un suave beso en la frente contraria—. Es tarde, debes dormir, Max— le murmuró al oído y el doncel pudo sentir como su piel se erizaba ante la fragancia del azabache.
En lo que terminaba de contar la historia y se dedicaba a detallar al Maximiliano dormido, Felipe no lograba entender por qué se había enamorado tanto de ese doncel, o por qué estaba haciendo tales locuras por él. Pero estaba seguro de que eso le llevaría a muchas pruebas y el príncipe haría lo posible porque el amor entre él y Max, fuese verdadero.
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Otra semana inicia y he aquí otra edición terminada. Espero que disfruten de esta tierna historia de amor donde el príncipe vive su primer ¿Capricho?
¿Alguna teoría o romance que quieran agregar? Recuerden que son bienvenidas a unirse al grupo Oficial de Facebook para mayor información de las historias. Allí podremos compartir teorías y conversar con otras galletitas que igual aman estas historias.
Espero que les haya gustado este Capitulo.
Mil besos. Les amo.
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