Capitulo 10
A oscuras y con un caliente cuerpo sobre el suyo, Maximiliano se vio inmovilizado y acallado por una fuerza desconocida. Su voz había quedado encerrada en su garganta y sus piernas entre las sábanas, sin poder ayudarle a luchar. Maximiliano quiso pensar que aquello era una muy mala broma, pero muy en el fondo sabía de quién podría tratarse, sabía que tenía la mala suerte de repetir esa situación.
—Te extrañé tanto, Maxi— Susurró una masculina voz en su oído, mostrando en la oscuridad una ladina sonrisa. El misterioso muchacho no tardó en acercarse al rostro aterrado del doncel en busca de sentir su respiración—. Espero que nadie me haya quitado el puesto, pequeño; tu virginidad es un trofeo, ¿sabes?
Maximiliano, con el ceño fruncido y queriendo apartar la mirada, forcejeó nuevamente contra el chico que tenía sobre su cuerpo, aquel muchacho de cabellos dorados y sonrisa siniestra que en algún momento fue su amigo. Anyelo Zonrei, un joven trabajador y de clase media, había vuelto del extranjero y al parecer no había olvidado la promesa que había hecho antes de abandonar el publo: "Ser el primero en obtener la virginidad de Maximiliano Bellamont".
Recordar aquellas palabras, solo aumentaban las ansias de Max por escapar de aquel joven. Quería por lo menos liberar sus manos y hacer algo para quitarse el peso de encima, necesitaba agarrar algo para defenderse, podía sentir como el pánico se calaba por sus huesos y le descontrolaba la respiración.
Emely dormía en su alcoba, tranquila y sin saber que Maximiliano vivía un momento de horror, por lo que era improbable que por casualidad se cruzara por su habitación y le sacara de aquel problema. Sin embargo, el doncel no quería rendirse, pero sus muñecas dolían y respirar se le dificultaba, cosa que Anyelo no tardó en notar, cosa que le animó a seguir.
—Quisiera escucharte decir mi nombre, después de todo, será lo que dirás a partir de esta noche— y ante esa petición, Anyelo mostró una sonrisa inocente mientras destapaba la boca del menor, que era Maximiliano—. Noche tras noche, no harás más que pedirme que siga, que te vuelva loco— rio el rubio de brillantes ojos, pensando que aquello podría seducir a Maximiliano.
El doncel se sintió aterrado por aquel comentario, podía sentir como la adrenalina corría por sus venas en busca de mover su cuerpo en escape, pero no tenía fuerzas suficientes para quitarse a Anyelo de encima, pero si la tranquilidad necesaria para distraerlo. Por ello, pensó en calmarse, en armar una conversación con Anyelo, sin dar indicios de que quizá ya no era el muchacho inocente y puro de 16 años que se había quedado en Escious.
—Anyelo, ¿Te quitarías de encima, por favor?— Max habló con serenidad, intentando da runa sonrisa, pero demasiado nervioso como para mirar fijamente al rubio mayor—. Ya ha pasado tiempo desde que nos vimos...— Comentó, expresando un tono casi neutral, tal vez adolorido, pero nada que a Anyelo no le gustara. La voz de Max había cambiado, y Anyelo lo había notado.
—Es lindo escucharte hablar— Anyelo no tardó en halagar a Max, en acariciar su rostro y apreciar con mayor detalle los ojos risueños del muchacho. Mirarle simplemente avivaba los deseos que se había guardado por años, todos con Maximiliano sin ropa alguna—, pero no te puedo soltar.— Finalizó con una sonrisa, y reforzó el agarre en las muñecas ajenas.
—Deja de jugar conmigo, no me parece divertido— Demandó esta vez el doncel, haciendo un vago intento de focejeo mientras su voz sonaba claramente molesta. Por un momento, se sintió con las fuerzas para soltarse y no dudó en moverse tal cual gusano para que el contrario le soltara.
—Uy— Anyelo rio enternecido por la acción del menor, sabiendo que no sería fácil escapar de su fuerza—. Mi dulce niño cree que puede intimidarme con esa carita— murmuró con picardía y burla, acercándose entonces a los labios ajenos—. Eres tal lindo, que no haces más que avivar las ganas que tengo de devorarte.
Entonces Max se vio inmovilizado, su corazón se aceleró y no dudó en desviar su rostro del ajeno, porque no se dejaría besar con tal faciidad, no cuando ya otros labios eran dueños de su amor. Sin tardar, el doncel volvió a orcejear, viendo por el rabillo de su ojo como el mayor sonreía, burlón.
Fue así que, mientras intentaba huir, un fuerte golpe en su mejilla le dejó adolorido y embobado. Max pudo sentir como sus oídos zumbaban y pronto sintió el sabor metálico de la sangre en su boca, pues se había mordido el interior de la mejilla gracias al golpe. Una delgada hilera de sangre igual salió de su nariz, y Max apenas estaba entrando en cuenta de lo mucho que dolía.
—No vine para jugar, Maxi.— Murmuró el rubio mayor, esta vez sin sonrisa alguna, sin un ápice de picardía; simple seriedad y firmeza para cumplir lo que pensaba en ese momento, para marcar y poseer el cuerpo del doncel.
Maximiliano tragó en seco, respiró profundo evitando que las lágrimas saliesen de sus ojos, y miró con rabia al extranjero. Ayenlo sonrió sinietsro y, acercándose al rostro del doncel, sacó un rollo de cinta de su cinturón, cortó un pedazo con su boca y lo acomodó sobre la boca de Max antes de que empezara a gritar..
—Por los momentos, quisiera marcarte primero— comentó aún sosteniendo las manos del menor—. Luego me dirás lo mucho que necesitas de mi, y gritarás mi nombre como tanto he deseado.
Aprovechando la inmovilidad del menor y notando lo cansado que se veía, Anyelo besó los labios del doncel sobre la cinta, viendo como Max nuevamente intentaba moverse en busca de escapar. Pronto, el rubio extranjero deslizó sus besos por el cuello del menor, probó la piel y mordió en algunos lugares, cosa que a Max le hacían sentir desagradable.
Max sabía que debía salir de esa situación, necesitaba despertar de esa pesadilla, y el único rayo de luz que cruzaba por su mente, era Felipe, su tan anhelado príncipe y primer amor de joven. Pronto las ganas de llorar volvieron, porque eran otras manos que le tocaban con lujuria y él no sabía qué hacer.
—Voy a disfrutar el tomarte y que nadie pueda hacer nada para impedirlo— y con esa frase, Anyelo rompió la camisa de Max con una mano, la desgarró por completo y volvió a su tarea de dejar marcas en la piel blanca.
Sin embargo, mientras Maximiliano forcejeaba y Anyelo avanzaba las marcas en su sensible piel, la luz de la luna le mostró al extranjero algo que no le gustó en lo absoluto. La tersa piel del menor, estaba marcada por otros labios y posiblemente tocada por otras manos. Pensar en ello, fue una punzada en su pecho.
—Esto...— Se detuvo en seco, mostrando un frío semblante ante la mirada desviada de Max mientras le tocaba con su mano desocupada—. Estas marcas no fueron hechas por mí, pequeño travieso— concluyó con neutralidad el extranjero.
Y entonces Max, aprovechando la distracción, liberó sus manos con al fuerza que le fue permitida y terminó por caer de la cama, dejando atrás las sábanas que tanto le molestaban. No tardó en ponerse de pie y sin quitar su mirada de Anyelo, tomó lo primero que sus manos tocaron: un libro muy pesado, algo que no podría cargar por mucho tiempo
Anyelo se bajó de la cama con pesadez, notablemente molesto e intimidante. Caminó luego hacia Max, viendo como el menor retrocedía e imaginó que pronto le volvería a tener entre sus manos. Pero Maximiliano entró en pánico, su voz se vio encerrada en su garganta y lanzó el libro de sus manos hacia su atacante. Anyelo fue golpeado en la cabeza y dicho golpe le hizo caer al suelo mientras se sobaba la parte lastimada.
Max se sintió por un momento a salvo, quiso suspirar aliviado, pero aún su voz estaba atorada y al querer caminar, sus piernas se enredaron entre sí, haciéndole caer. Su respiración se aceleró, el doncel podía sentir como su cuerpo empezaba a apagarse, pero fue en ese instante de debilidad, que unas manos le tomaron por detrás para ayudarle a ponerse de pie.
El doncel supuso que nuevamente había caído en un sueño, por lo que al verse casi de pie, empujó a la persona que le estaba ayudando, pensando quizá en que era alguien más que quería hacerle daño. La oscuridad no e dejaba ver bien, pero sabía que dos siluetas más se habían metido a su habitación.
—Tranquilo, Maximiliano, soy yo...— y tras escuchar esa conocida voz varonil y ciertamente suave al nombrarle, el susodicho se quedó inmóvil. Con lentitud alzó su mirada, temiendo que fuese otra broma de su mente, pero todo era muy real.
Atrapándole entre sus brazos, Felipe estaba allí a mitad de la noche, evitando que se desplomara al suelo, llegando en el momento indicado. El doncel pensó en que se había vuelto loco, en que todo era una ilusión, pero Felipe en realidad estaba allí y ahora le acomodaba su gran chaqueta para cubrirle el cuerpo, ahora le guardaba a sus espaldas mientras evitaba que Anyelo le mirase.
—Vaya, vaya...— Anyelo se burló sin gracia al ponerse de pie, peinando sus cabellos hacia atrás en busca de mayor comodidad—, otro que llegó a la reunión— esta vez soltó una carcajada bastante finjida, pero de inmediato volvió su ceño neutral —. Será mejor que te alejes de él por las buenas.— Sonó intimidante, y Felipe pudo notar como Max se aferraba a su torsó en busca de que no se alejara.
Pero la mirada de Felipe era una clara señal de peligro; su ceño inmutable y quijada alzada, le hacían ver como un hombre valiente y sin miedo alguno, un hombre que no tardó en acomdoar sus mangas en preparación a una pelea. Zacarías, que estaba frente a Felipe, ya se encontraba en posición de batalla, su trabajo incluía proteger al príncipe, y se suponía que no debía dejarle pelear.
Sin embargo, antes de que Anyelo pudiese dar siquiera un paso, un sonido metálico resonó en la oscura habitación y Anyelo cayó al suelo por segunda vez, en esta ocasión por completo inconsciente. Zacarías se vio intrigado y miró a Felipe, quien tan solo alzó una ceja por la sorpresa del golpe.
La luz fue encendida entonces y una chica de rubios cabellos fue descubierta, una joven casi de la estatura de Maximiliano y con varios aspectos similares al susodicho. Ella sostenía una sartén de cocina, su ceño estaba fruncido y solo miraba al muchacho que yacía en el suelo sin movimiento alguno.
—Esta vez si tengo el tamaño para pegarle a este bastardo— comentó la muchacha con rabia, y luego cruzó sus brazos al hacer un ligero mohín con sus labios. Tras asegurarse de que Anyelo no despertaría en un rato, alzó su mirada al par de desconocidos que estaban allí también.
Felipe bufó ligero y volvió su vista a Max, quien evitaba mirarle y se cubría mejor con su chaqueta. Luego miró a Zacarías con el ceño fruncido, como si él fuese el culpable de la situación. Zacarías rodó los ojos hastiado y volvió su mirada a la rubia chica que les miraba con intriga.
—Ahora, jóvenes— comenzó ella al apuntarlos con el sartén, ignorando el hecho de que parecían conocer a su hermano mayor—¿Ustedes quienes son?— Preguntó con seriedad, sin bajar la guardia.
Por un momento se mantuvo el silencio...
—¿Qué hacen aquí?— Resonó la voz temblorosa de Maximiliano, y el joven no pensó que su voz saldría tan adolorida. Con mayor afán se aferró a la chaqueta que Felipe le había dado y cerró los ojos para evitar mirar al azabache.
El silencio reinó nuevamente, Emely bajó la sartén y suspiró con cansancio, imaginando quiénes eran esos guapos jóvenes de buen vestir. La chica notó entonces como las orejas de su hermano se enrojecían, como su nariz tomaba un suave color rojizo, luego se fijó en el azabache, en la mirada llena de preocupación que le dedicaba a su hermano.
Emely sabía que su hermano estaba en un momento de plena debilidad y sabía que el muchacho de cabellos negros era el chico del que había estado enamorado por tanto tiempo.
—Jovencita...— Zacarías sonó ligeramente su garganta antes de hablar, y dio un paso en dirección a Emely para sacarla de sus pensamientos, para disipar la mirada calculadora que tenía. Era necesario salir de la habitación.
—Claro— Emely relajó su postura, cansada por haberse despertado en medio de la noche—. Vamos a la cocina.— Invitó, y en cuanto fue a tomar un brazo de Anyelo para arrastraro, Zacarías cargó al incosciente extranjero sobre su hombro para sacarle del cuarto.
Zacarías y Emely salieron de la alcoba sin pensarlo mucho, directo a la cocina.
—¿Es malo que haya venido?— Preguntó Felipe con cierta desilusión. Su voz sonó grave y la caricia en la mejilla del menor, no hizo más que molestarlo, porque notó de inmediato el dolor que le había causado al doncel.
Felipe detalló el hermoso rostro de Max para ver como su mejilla se veía enrojecida, para fijarse en su nariz con rastro de sangre y en su labios inferior roto. El príncipe tensó su quijada ante el ligero quejido que había salido de la boca del menor.
—Nunca hubiese imaginado que algo así volvería a pasar, y menos que tu me encontrarías en estas condiciones tan deprorables...— murmuró Max, sin ser capaz de mirar al azabache que buscaba su mirada. El doncel no quería ser tocado, se sentía sucio y terriblemente inútil.
—En realidad..., tenía inmensos deseos de verte— confesó el príncipe, entendiendo por un instante que Max no se sentía por completo confiado. Por ello sacó un flor que llevaba en su pecho, una magnolia, y se la entregó al doncel—, pero ahora quisiera saber quién es ese muchacho y cómo es eso de que "algo así volvería a pasar".
Max apenas la miró, se sintió enternecido y no dudó en recibirla entre sus temblorosas manos; para él, el significado de las magnolias era una muestra de cariño. Pero la pregunta de Felipe le hizo sentir regañado y como un niño.
—Puede ser peligroso que estés por aquí...—ignoró la incógnita del mayor, queriendo regañarle de vuelta por tal aventura a la que se había lanzado—. ¿Qué tal si alguien te lastimaba? ¿O te reconocían y te hacían algo?
—Creo que es mucho más peligroso dejar una ventana abierta durante la noche— contraatacó Felipe con razones, y dio un paso al frente hasta quedar un poco más cerca del doncel—. Aún no respondes a mis preguntas, Maximiliano.
El susodicho se sintió sonrojado por la cercanía, podía sentir el calor ajeno en medio de la noche fría. Se mantuvo callado por un momento en busca de las palabras adecuadas.
—Fue un amigo mío— Murmuró el de ojos avellana, sabiendo que Felipe estaba molesto—, hace años se fue a estudiar a Munem, una ciudad de Arcia, y prometió que volvería para...— pausó entonces, y Felipe supuso de qué hablaba—. No supuse que volvería en realidad.
—Él en algún momento se ha sobrepasado contigo...— El azabache temía hacer tal interrogativa, pero necesitaba saber la verdad—. Él fue tu...
—Él quiso hacerlo conmigo, me quiso obligar...— se apresuró a interrumpir—. Me negué, dándole la excusa de que era menor de edad y que podría ser un problema, pero en realidad era porque no podía imaginarme nada con él...
Felipe notó como Max se encogió en su lugar y dio un paso atrás antes de seguir...
—..., porque a esa edad, yo me lo imaginaba todo contigo—comentó con timidez, sin poder alzar su mirada—. Por suerte, no logró hacerme nada.
Felipe se vio enternecido, su molestia desapareció inmediatamente y pudo sentir como sus mejillas se calentaban debido al sonrojo. Entonces carraspeó su garganta y al ver como Max alzaba por fin su mirada, le tomó con cariño en un beso. Maximiliano se vio impresionado, su cuerpo tembló sin fuerzas y sus mejillas igual se pintaron de carmesí. Pronto Felipe rodeó sus caderas, le sostuvo para evitar que cayera e intensificó el beso a lo que Max correspodía.
Al finalizar con un leve roce de labios, Felipe pudo detallar a Maximiliano. La herida en su labio ya no se notaba tanto, pues sus labios en general se habían enrojecido; su piel ya no estaba tan pálida y el moretón en su mejilla ya no se notaba tanto; sus ojos brillaban con inocencia y Felipe podía jurar que el chico en cualquier momento se dormiría entre sus brazos.
—Sigo creyendo que esto es un sueño...— Maximiliano rio ligero, somnoliento y recostó su cabeza contra el pecho ajeno. Allí podía escuchar el acelerado corazón de Felipe y eso le relajaba
—Me preocupa tu seguridad, Max— Murmuró el azabache entonces, mientras le acariciaba el cabello— No sé por qué pero quisiera tenerte conmigo todos los días, quisiera vivir contigo para que nunca te vuelva a pasar nada malo— Y con esa repentina confesión, Max sintió como si aquello fuese una propuesta de matrimonio—. ¿Qué te parece?
Los nervios le invadieron, su corazón se aceleró y miró a Felipe en lo que le acariciaba la mejilla. Felipe esperaba que Max le afirmara.
---Continuará---
Volviendo a ustedes, galletitas, en busca de teorías.
Tras 84 años, vengo con una actualización que espero que le guste. Mil gracias a aquellos que seguirán leyendo y lamento mucho la tardanza.
Besos. Los amo.
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