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El Susurro de Tomás. Segunda parte.


EL SUSURRO DE TOMÁS- PARTE 2.

Tomás pasó la noche sin dormir, seguía pensando en los acontecimientos ocurridos esa tarde. Él era malo, lo sabía, pero no era justificativo para las sensaciones que todavía le recorrían la piel. Ya que no pudo pegar el ojo, Tomás se dedicó a meditar, no era normal eso que le había ocurrido, se había convencido de que no podía haber sido una pesadilla, fue muy lívida para serlo, tampoco podía ser una venganza, los niñatos de la escuela no eran tan astutos como para hacerlo mojar sus pantalones a plena luz del día.

Tomás no quería regresar a la escuela, por eso se escabulló dos días. No es que fuera un cobarde, ¿quién le teme a una vocecita? Se repetía constantemente que solo evitaba hacer el ridículo, y nadie se burlaba de él. Los humanos solemos tener miedo a lo desconocido, solemos evitarlo a toda costa, pues aquello que no podemos explicar suele significar una cosa, peligro.

Al tercer día, Tomás no pudo salirse con la suya. La mañana del tres de agosto, justo a las nueve de la mañana, cuando la brisa de invierno amenazaba con helar las finas hojas de los árboles, el teléfono de la casa sonó, habían llamado a su madre desde el colegio para avisarle que su hijo no estaba yendo a clases. La señora se molestó, puesto que en su entendimiento su hijo no faltaba nunca. Tomás podía ser un bully problemático, pero poseía asistencia casi perfecta en la escuela. A las dos de la tarde, la madre de Tomás agarró su abrigo y se dignó a acompañar a su hijo a la escuela. Personalmente lo dejó dentro de aquel establecimiento educativo. Las paredes eran tan altas que los estudiantes se sentían pequeños y encerrados como ratas de laboratorio, siempre se percibía un aroma a desinfectante barato y tiza blanca de pizarra, la pintura no ayudaba a aumentar el ánimo puesto que se descascaraba con solo pasar tu mano por encima. Una vez dentro del aula, el chico se sentó en un banco solitario ubicado en el fondo. Él no quería estar ahí, hubiese dado lo que sea por saltar por la ventana, en su interior temía volver a escuchar la voz. ¿Qué hubiesen dicho los demás si supieran como lloraba como una niña? Solo habían sido unos ruidos insignificantes, debía ser un hombre no un marica.

Para ahuyentar sus absurdos pensamientos, dedicó su tiempo a rallar el pupitre con un lápiz negro. La profesora le llamó la atención un par de veces, sin embargo, a Tomás le importó poco y nada. Cuando se convenció que nada ocurriría destinado a morir de aburrimiento, levantó la mano para ir al baño. Caminó por aquellos estrechos pasillos recubiertos por baldosas gastadas, y entró al baño de hombres. Orinó con total tranquilidad, se dispuso a lavar sus manos y escuchó una puerta cerrarse ¿en qué momento había ingresado una persona al baño? Tomás siguió observando como el jabón de sus manos se disolvía con el contacto del agua. Escuchó unos pasos que le resultaron familiar, pasos pesados como si la suela del zapato estuviese gastada y llena de clavos. Él mojó su cara, luego la secó con su remera blanca, levantó la vista observándose en el espejo. Detrás de él, apoyado en la pared había un hombre, el cuerpo de aquel sujeto estaba enfundado en telas sombrías, Tomás lo observó a través del reflejo, su corazón palpitaba con apuro y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Él giró su cabeza dándose cuenta de que aquel hombre no estaba, arrugó la frente con desconcierto, volvió a mirar al espejo divisando nuevamente al hombre. ¿Cómo era posible? Pensó.

Hola, Tomás- escuchó en un susurro- Te extrañé, Tomás.

El chico se paralizó, su cuerpo empezó a temblar mientras sentía los latidos de su corazón cada vez más lejos de su cavidad torácica. No quería moverse por temor a lo que pudiese ocurrir, por lo que siguió en su lugar mirando fijo al espejo. Las luces parpadearon un par de veces.

¿Te escondías de mí, Tomás? - el hombre comenzó a dar pasos lentos en dirección de Tomás.

─ ¡No te acerques! –gritó el chico aferrándose al lavado.

Tomás, soy el karma- susurró aquel hombre mientras seguía acercándose- ¿Recuerdas al chico que tiraste por las escaleras? Yo te vi hacerlo, Tomás.

Tomás no lo soportó más, salió corriendo chocando con la puerta para luego salir al pasillo. Sus pies se movían a ritmo constante alejándolo del baño, seguía escuchando una voz que repetía su nombre una y otra vez. Tomás, vuelve, Tomás. Abrió la puerta de su aula, todos los ojos se posaron en él, observando de manera curiosa el comportamiento del chico ordinario que causaba problemas. Sin embargo, nadie le prestó atención, no se la merecía. Tambaleando, Tomás se sentó en su lugar, su pierna derecha se movía de arriba abajo, sus dientes atraparon su labio inferior ejerciendo presión en este, un líquido salado se esparcía por su espalda delatando los sentimientos que deseaba ocultar.

─ Tomás- escuchó un susurró, pero nadie se inmutó por lo que dedujo que solo él podía apreciarlo- El maricón de Tomás.

El chico tomó su cabeza con las manos y mordió con más fuerza su labio, este último ante la presión comenzó a sangrar. Las gotitas de sangre mancharon las hojas de la carpeta de Tomás, el blanco atravesado por líneas verticales se convirtió en un mar escarlata que era observado por el bully.

Tomás.

─ ¡Agh! ¡Cállate de una puta vez! –gritó poniéndose de pie.

─ ¿Puede tomar asiento, Tomás? Interrumpes la clase- dijo la profesora.

─ ¡Vallase a la mierda! ¡Estoy harto de oír mi nombre!

Las luces del aula parpadeaban, al mismo tiempo, en la mente de Tomás, todos a su alrededor comenzaron a reírse de él. Cada uno de sus compañeros mostraba los dientes y le apuntaban con un dedo, pero claro que eso solo era percibido por Tomás, en realidad sus compañeros lo miraban con los ojos abiertos y asustados se alejaban del muchacho.

─ ¡Dejen de reírse de mí! –gritó Tomás.

─ Nadie se ríe de ti, Tomás. Tienes que calmarte- la profesora posó una mano en el hombro del chico.

─ ¡Qué no diga mi nombre! ¿Es usted idiota?

Con esto dicho, el joven salió corriendo del aula, los pasos le persiguieron siguiéndole de cerca, las risas se seguían escuchando a pesar de estar a una distancia prudente de sus compañeros. Respiraba con dificultad y sentía como las lágrimas le rozaban la piel. Siguió corriendo hasta llegar a la azotea de la escuela, Tomás había llamado la atención de muchas personas que lo siguieron hasta aquel lugar, muchos le habían intentado detener, pero él los ignoró inconscientemente, solo podía concentrarse en los estímulos que la voz le proporcionaba.

Tomás se paró en el borde de la cornisa. La brisa acariciaba su piel, levantó la cabeza sintiendo el calor del sol, soltó el aire que contenían sus pulmones y una pequeña nube de aire frío salió de sus labios. Puso las manos dentro de los bolsillos de su campera despendida. Sí así acabaría al menos estaría en paz.

─ ¡No lo hagas! –gritó un profesor. Pero Tomás no deseaba saltar, solo quería paz.

Hazlo, Tomás- una voz chillona resonó en sus oídos haciendo que girara su cuerpo. El vacío quedó a sus espaldas.

Era ella, la niña que él solía molestar atrozmente. La misma que había encerrado en el baño ciento de veces, quién era perfecta para empujar pues con un solo pechón caía al suelo, aquella que se marchaba a casa con la camisa escrita con felpon desvelando la frase "Soy una prostituta", esa niña que cansada de Tomás se tiró del octavo piso del edificio donde vivía. Los ojos negros lo miraban acusándolo de sus fechorías. Él ya se había olvidado del cabello dorado que aquella niña poseía, él mismo lo había cortado dos veces para no pensar en lo bonito que se le veía. Los ojos del muchacho de tornaron rojos por el líquido salino que trataba de contener, pero de igual manera siguieron paso a su destino.

Eres cobarde, Tomás- la voz siguió torturándolo.

Al menos veinte personas estaban en la azotea observando aquel patético espectáculo. Algunos no podían ocultar su alegría, no todos los días puedes ver al chico que te patea el culo llorar como un niño por su mami. Otros (la mayoría adultos) estaban preocupados porque Tomás no saltará.

Me hiciste daño, Tomás- la niña muerta le habló- No quería morir, tú me mataste.

¿Podía ser cierto? Él no la aventó del edificio. El cuerpo del chico se estremecía con cada lágrima que salía de sus ojos. El mundo no necesitaba a un ser despreciable como él.

─ Lo siento, Raquel- pronunció Tomás echando la cabeza hacia atrás impulsando su cuerpo al vacío.


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