El susurro de Tomás
¡Hola! Aquí os traigo una nueva historia. Espero que les guste. Este capítulo va dedicado a todos mis lectores fieles y aquellos nuevos lectores que deciden acompañarme en cada uno de mis relatos.
EL SUSURRO DE TOMÁS.
Tomás estaba castigado. La profesora lo había pescado durmiendo en clases. El chico se había aburrido tanto que le fue imposible no dormirse en su banco, había cruzado sus brazos sobre la madera garabateada con tinta de lapicera, su cabeza reposaba sobre sus extremidades y sus ojos le pesaban. ¿Quién no se aburriría tras escuchar cuarenta minutos de ardía historia de la conquista? Tomás no pudo resistir al llamado del sueño. Al verlo babear sobre su banco, la profesora se molestó y castigó al muchacho haciendo que limpie todo el curso luego de las clases aburridas. ¡Qué fastidio!
Tomás sacudía los borradores para quitarles el polvo de tiza acumulado, qué castigo más estúpido, ni cuando molestaba al pecoso de la clase lo castigaban así, eso también lo enfureció, el mocoso enano se había marchado a su casa sin los molestos detalles proporcionados por Tomás. El chico golpeaba con fuerza los borradores, el polvo blanco se esparcía en una nube gigante, al inhalar aire le fue inevitable ahogarse con la tiza. Tocía bruscamente buscando liberar sus pulmones del polvo, cuando se estabilizó posó sus manos en sus rodillas, curvando su espalda, recuperando el aire.
─ Tomás- escuchó en un susurro.
Él no le dio importancia, tal vez era el viento, nada importante. Estaba concentrado en terminar, ya eran las seis de la tarde, pronto estaría oscuro y debía volver a casa caminando solo. Dejó los borradores dentro de una gaveta, luego agarro la escoba que le había dejado el conserje. El salón de clases estaba en completo silencio, salvo por el rasqueteo de las cerdas de la escoba limpiando el piso.
─ Tomás- volvió a escuchar, está vez la voz se tornó tosca y grave.
El chico levantó la mirada registrando a su alrededor, efectivamente estaba solo, no le dio importancia y siguió barriendo.
─ Sé que me escuchas, Tomás- susurró la voz.
El sonido de unos pasos hizo que su pulso se acelerará. Pack pack, resonaba contra las paredes azules, Tomás apretó con fuerza el palo de la escoba, empezó a respirar por la boca haciendo que su pulso se acelerará aun más.
─ ¿Te gusta molestar a los chicos, Tomás? –la voz habló nuevamente. Los pasos se volvieron intensos.
Sus manos le temblaban, había comenzado a sudar de manera inconsciente, mordía su labio inferior para resistir el impulso de gritar. ¿Qué era esa cosa? ¿Cómo sabía su nombre? Con la escoba pegada al cuerpo presenció como las luces empezaban a parpadear, justo en ese momento un escalofrío le cubrió el cuerpo haciendo que retrocediera dos pasos.
─ Tomás... A mí también me molestaba un chico en la escuela, Tomás- seguía susurrando la voz- No es bonito. Sabes que está mal...
─ ¡Vete! –gritó Tomás con fuerza, mientras sujetaba la escoba a modo de defensa.
─ ¿Por qué me iría, Tomás? –Los pasos se escucharon más cerca.
─ ¡Deja de decir mi nombre! ¡Vete!
El chico se enojó, sí era una broma de parte de los mocosos que torturaba de seguro se vengaría de una forma cruel y retorcida, pero no eran esos inocentes chicos quienes molestaban a Tomás. Empuño la escoba y comenzó a agitarla por el aire, un movimiento inútil, eso no podía dañar a la voz.
─ Recuerdas Tomás, cuando le hiciste comer barro a un niño pequeño...Eso estuvo mal, Tomás.
─ ¡Cállate! –dijo poniéndose de rodillas, apretando sus oídos con las manos.
─ Quiero que sepas qué la chica se suicidó luego de conocerte... Ya sabes Tomás, esa que encerrabas en el baño y le cortabas el cabello...
El cuerpo del muchacho temblaba, respiraba entrecortado, su espalda estaba apoyada contra una pared y sus manos le cubrían los oídos. Meneaba la cabeza negando todas las acusaciones, no le importaba si eran ciertas, hacía mucho que no lloraba, sin embargo, las lágrimas le caían como cascada salada.
Un chillido hiso que deun respingo levantando la cabeza del suelo, la pizarra chilló otra vez, seescuchaba como alguien clavaba las uñas en la pintura verde y rasguñaba. No seveía a nadie. Los pasos siguieron avanzando hacía Tomás, las luces se prendíany apagaban, de vez en cuando rechinaba alguna silla o arañaban la pizarra. Sucuerpo temblaba liberando un sudor helado que le recorría todas sus extremidades.
─ Eres malo, Tomás- pack pack, la voz se acercó tanto que parecía susurrarle en su oreja- ¿Puedes contar a todos los qué hiciste miserables?
Él se sorbió los mocos, y con el dorso de su mano limpió el excedente. Tomás era malo, lo sabía, pero esto era una verdadera tortura. Odiaba que lo llamen por su nombre, y la voz lo nombraba en cada oración. Parecía un gallina, ¿qué le ocurría al chico que causaba temor a sus compañeros? Una simple vocecita lo había puesto a llorar como un crío.
─ Qué desperdicio eres Tomás.
Sintió como una mano pesada y grande le acariciaba la cabeza, no se atrevió a mirar, se dedicó a contemplar el suelo con los ojos hinchados. Cada vez que la mano le acariciaba la cabeza, un escalofrío le recorría el cuerpo. El sonido de los pasos, el rechinar de las sillas, y los aruñazos al pizarrón no lo dejaban pensar en absoluto. Sentía que moriría.
─ Tomás. Abre los ojos, Tomás... No seas estúpido. Mírame Tomás- ordenó la voz.
Tomás negaba con la cabeza sin salir de su postura. Había llorado tanto que sus ojos le ardían. Su cuerpo temblaba a tal punto que sus dedos se acalambraron, el miedo se aferró a él, un líquido amarillento y apestoso manchó sus pantalones, se había orinado, y la voz lo notó.
─ Qué maricón eres, Tomás- se burló la voz.
Por si todos los ruidos anteriores no fuesen suficientes, empezó a escuchar unas risas burlonas. Se reían de Tomás, que gallina era, hasta se había meado por una vocecita. Las risas se acoplaron las unas con las otras, lo peor era que él reconocía algunas voces entre el entramado bullicio, eran voces que antes había oído suplicar, rogar y sollozar, pero ahora se burlaban de él. El pizarrón se volvió a rasgar, las sillas comenzaron a caer junto con los pupitres, los pasos se multiplicaron, y las risas aumentaron.
─ Quiero qué me mires, Tomás. Qué cagón, se ríen de ti, Tomás.
Pero él solo lloraba a mar tendido, sus articulaciones dolían porque estaban apretujadas entre sí. Era suficiente, ya no podía más.
─ ¡Tomás! –escuchó que gritaban- ¡Tomás, despierta!
El chico abrió los ojos contemplando a la señora que lo había salvado de su tortura. Apestaba a orines, tenía los ojos hinchados y mocos desparramados por su cara, sus brazos estaban aruñados, y se había mordido tanto el labio que comenzaba a sangrar.
Tomás abrazó a la profesora con fuerza, pero ella parecía asqueada. El salón no tenía señales de lo ocurrido, es más, se encontraba limpio por donde lo mires. Ambos comenzaron a caminar por el pasillo rumbo a la salida, del hombro del chico colgaba su mochila, caminaba incomodo con las piernas separas por la humedad asquerosa que se había provocado, ya había quitado el excedente de mucosidad de sus mejillas y había limpiados sus ojos con una servilleta. Al abrir la puerta de salida sintió un escalofrío.
─ Tomás- susurró la voz.
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