El Ruido Acuoso. Segunda Parte.
EL RUIDO ACUOSO. Parte 2.
Esa noche, Ana María la pasó en el hospital. Por la mañana le dieron el alta, ella sentía algo extraño retorcerse dentro de su cuerpo, pero no quiso darle importancia. Los sucesos que le habían ocurrido tal vez solo eran mera coincidencia, quizás sí imaginó todo y una gotera del techo le cayó o una mancha de humedad se había interpuesto con su descanso. Por sospecha de la segunda opción, Ana María llamó a un plomero para que revise todos y cada uno de los caños de la casa. Se sentía tonta, una mujer de su edad, con una maestría, una casa propia, no podía asustarse de un par de gotitas y una herida en la frente.
Luego de un rato revisando la cañería de la casa, el plomero le dijo;
─ Señora, su cañería está en perfecto estado. Ni un grifo goteando.
Ella se molestó, pero trató de ocultarlo. Pagó a aquel hombre por su inútil servicio y se dispuso a hacer la merienda. El solo hecho de escuchar la llave correr le ponía los pelos de punta. Con extrema cautela tomó su té de manzanilla, se sentía sola y en silencio, por lo que encendió la radio. Por el altavoz escuchaba sobre política y accidentes de tránsito, eso no la alentó si no que la deprimió un poco.
A las once de la noche se recostó en su cama, le tenía recelo a cada centímetro de tela que cubría el colchón y el mueble de madera, aun así, reposó su cuerpo tratando de conciliar el sueño.
No se sabe con exactitud cuánto tiempo pasó, el ruido acuoso interrumpió el sueño de Ana María. Pero está vez ella no se quedó en que era un simple ruido inofensivo, sino que se paró de la cama, calzó sus pies con las pantuflas, agarró su celular y encendió la linterna. Estaba temblando, a pesar de su acto de valentía, tenía que descubrir qué era esa cosa que goteaba, o al menos eso pensaba ella. El ruido la ponía ansiosa, el celular empezó a tambalear en su mano a medida que salía de su habitación, la luz proveniente del aparato zigzagueaba por el pasillo delatando el nerviosismo que la aturdía.
Glup glup glup. Ana María daba pasos lentos tratando de buscar el origen del ruido. Una gota de sudor resbalaba por su frente y se unía al goteo intermitente que aumentaba de ritmo. A medida que ella se acercaba al nacimiento del molesto sonido, este crecía en volumen y rapidez. Le sudaban las manos, escuchaba su respiración alterada junto a los latidos de su corazón y el glup glup glup. Se topó con el aparente origen del goteo, un escalofrío le recorrió la espalda, apretaba tanto el celular que no sentía del todo sus dedos. Dio un resoplido, liberando el aire de sus pulmones. ¡Qué estúpida! No podía bajar al sótano, nunca había bajado a aquel lugar de noche, de niña creía que un payaso espantoso vivía allí y que si bajaba le agarraría de los pies jalándola por las escaleras, posteriormente le abriría la panza con un cuchillo y comería sus tripas. A Ana María le habían asustado con la película de It a los siete años, pero ya tenía más de treinta, no podía seguir temiéndole a una habitación de almacenamiento, además ella sabía perfectamente que había en su sótano, era su estudio de arte, amaba estar en aquel lugar, no podía aterrarla. Su casa era pequeña, pero de todas las habitaciones, el ruido tenía que elegir la más oscura.
Abrió la puerta adentrándose a la habitación. Aquel lugar poseía mucha iluminación para que ella pudiera pintar con mayor exactitud, así que al encender el interruptor todo quedó iluminado. Algo la perturbó, había un caño en medio del sótano, del cual se desprendía una secuencia de gotas de agua. El eco de las gotitas retumbaba por las paredes y la mente de Ana María. Saber de dónde salía el ruido no la tranquilizó, al contrario, empezó a hiperventilar sorbiendo su nariz de vez en cuando. Glup glup glup. De pronto unos pasos se escucharon, una a una las bombillas comenzaron a estallar, Ana María se cubrió los oídos con las manos y agachó la cabeza para protegerse de los vidrios. Una pequeña bombilla iluminaba el caño goteante. Los pasos siguieron, y poco a poco descubrieron de entre las sombras una figura masculina. El tipo era grandote, sus vestiduras negras no dejaban ver demasiado de su cuerpo, eso sí, estaba todo empapado, a tal punto que el agua se escurría por su ropa cayendo en el suelo de madera.
Había olor a humedad y sangre. Glup glup glup. Ana María ahogó un grito y tiró su celular inconscientemente, para liberar sus manos y llevárselas a su boca. ¿Quién era ese hombre? Pensó. Cada parte de su cuerpo temblaba y se estremecía. El ruido la incomodaba mucho más que la noche anterior, incluso más que la presencia de aquel desconocido. Ella trató de calmarse o por lo menos tratar de fingir valentía.
─ ¿Qui... quién eres? –dijo tartamudeando. El hombre solo la observaba entre la oscuridad.
─ ¿Tu... tú me lle...llevaste al hospital? –volvió a preguntar.
El tipo asintió con la cabeza.
─ ¿Qui...quieres que...que muera? – trataba de no llorar, pero se le era imposible.
Él negó con un movimiento.
¿Qué quería entonces? Glup glup glup. Ana María sintió como un líquido salado comenzó a recorrerle las mejillas, ya no sentía su cuerpo, el cual temblaba como si estuviese nevando en pleno mes de enero. El hombre dio un paso, luego otro, hasta quedar a la par del caño, posó su mano por encima de la llave y giró del caño para abrirlo. Un torrente furioso de agua comenzó a fluir de la habitación, Ana María tuvo el instinto de salir corriendo hacía las escaleras y buscar ayuda. Se arrodilló y buscó frenéticamente su celular, pero estaba empapado en agua. Quiso pararse y comenzar a correr, pero su cuerpo se congeló, estaba tan quieta como una piedra, y eso la puso aún más nerviosa.
El ruido ya no era una simple gota de tortura blanca, sino que se había convertido en un mar que inundaba el sótano. El agua fue cubriendo el cuerpo de la mujer mientras ella no se movía. Lloraba, sudaba, temblaba, pero no se movía. Comenzaba a entrar en pánico, el líquido le cubría más allá de su pecho, iba a morir, sin dudas iba a morir esa misma noche, en su sótano.
El agua siguió subiendo por su garganta, en un parpadeo el hombre que la había estado mirando fijo, ya no estaba. Respiraba entrecortado, las lágrimas seguían resbalando por su piel y caían en el mar a su alrededor. ¿Por qué le ocurría esto? Se decía en silencio. Respiraba por la nariz porque si lo hacía por la boca el agua iba a ahogarla, sentía que los latidos de su corazón se detenían de a poco por la presión del agua. Ana María sintió una mano pesada en su hombro.
─ Despierta- ordenó el hombre- Despierta o mueres. ¡Despierta!
Ella se sentó en la cama, pasó sus manos por su cabello, tenía los ojos llorosos y seguía llorando, su pecho subía y bajaba con rapidez. Nada era real. O eso pensó hasta que se dio cuenta que su pijama estaba empapado.
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