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El Consultorio.

EL CONSULTORIO.

Roxana sobaba sus cienes luego de una ardua sesión de terapia de uno de sus pacientes. El hombre no parecía en sus cabales. Siempre que ingresaba al consultorio hablaba sin parar sobre estupideces, sentaba su abultado trasero sobre el mullido sillón doble y sobaba sus manos inquietas. Ese hombre sí que sudaba, después de veinte minutos de sesión, se disponía a transpirar bañando su traje con fluidos agrios y olorosos. A la Dra. Paper (así la conocían sus pacientes) le parecía odioso tener que escucharlo hablar sobre un hombre de negro que lo vigilaba. Pero ojo, a veces su cuento cambiaba. Pasaba de hablar sobre como aquel sujeto le perseguía, a contarle como lo miraba atreves del reflejo del espejo. Una total pérdida de tiempo, sin embargo, lo aguantaba por el dinero, ese hombre encargaba citas muy seguido y no tenía drama en desembolsillar unos buenos pesos por sesión.

Roxana sirvió un vaso de wiski y se lo bebió de un trago. Usualmente no bebía nada más allá de agua con limón entre sus citas, pero debía quitar el agrio sabor que aquel paciente odioso le había dejado en la boca. Debía ir al siquiatra, no al psicólogo, ya se lo había repetido mil veces.

La puerta se abrió de un crujido. Una pareja cuarentona ingresó al consultorio junto a su pequeño hijo de no más de ocho años. Lo que llamo la atención de Roxana fue el niño, un escuálido pequeño cubierto por ropa pastel celeste y verde, caminaba juntando las rodillas en puntas de pie aferrándose a la falda de su madre, tenía los ojos muy abiertos e inquieto trata de registrar cada cosa presente en el consultorio. Roxana estaba segura, aquel pequeño debía de ser su paciente.

─ Buenas tardes Dra. Paper- dijo el hombre.

─ Buenas tardes. Cuénteme que le ocurre a su hijo- contesto ella tomando nota en su cuaderno.

─ Actúa extraño...creo que no es normal.

─ Señora, defina extraño.

─ No... no sabría explicarle con exactitud. Mi hijo... él... él no quiere dormir por las noches.

─ Me gustaría hablar con él.

Los padres se retiraron a la sala de espera y la Doctora quedó a solas con el pequeño. Ella se acercó hasta la mesa ratona donde el niño estaba dibujando con crayones sobre una hoja limpia de papel. Roxana se acuclilló junto a él. Los trazos gruesos sobre la hoja desvelaban la aparente imagen de un hombre renegrido con ojos rojizos. Por un momento, Roxana pensó en su paciente obsesionado con un hombre de negro que lo perseguía, sin embargo, esa imagen se esfumó de su mente por sonar tonta e insignificante.

─ ¿Me dices tu nombre, pequeño?

─ Bautista. Así me llamo.

─ Qué lindo dibujo que hiciste, Bautista. ¿Me puedes decir quién es este? –preguntó señalando al hombre dibujado en el papel.

─ No lo sé. Él- dijo apuntando a la hoja- vive en mi habitación y quiere comerme.

─ ¿Cómo sabes esas cosas?

─ Siempre que puede me agarra del tobillo y me tira debajo de la cama. Pero solo aparece cuando me duermo, por eso no quiero dormirme nunca más.

─ Ok Bautista, vamos a hacer algo...

Y así, la psicóloga Roxana Paper comenzó la terapia con el niño.

Una hora después, suspiró cansada. Ordenó los papeles que habían quedado sueltos, metió sus cosas dentro del bolso y se dirigió hasta la recepción de su consultorio. Roxana dejó los papeles a su secretaria, le pidió que no se marchara muy tarde y que cerrará bien el despacho. Al llegar a la sala de espera encaminándose para salir, vio a un hombre sentado en una de las butacas con una revista en la mano. Automáticamente, Roxana le dijo que esperara, aunque el sujeto no le respondió, ella se dirigió hasta secretaria y le preguntó a su secretaria ─ ¿Por qué no me dijiste que faltaba un paciente? ─ a lo que esta le contestó ─Doctora, ya no hay más pacientes, el niño fue el último.

Sin protestas volvió hasta la sala de espera y el hombre se había marchado. Parece que su secretaria tenía razón, ya no había pacientes. Roxana no le dio importancia a tal hecho, estaba demasiado cansada y quería marcharse a su casa. Aferrando su bolso a las costillas, repiqueteó sus tacones contra el suelo sonando un eco en todo el estacionamiento, llegó hasta su auto y se dispuso a abrir la puerta del mismo. Se sintió observada. Unos ojos escarlatas oscuros, llenos de sangre coagulada en el iris, la observaban pacientemente desde detrás de una columna gruesa de cemento blanco. La doctora tragó grueso mientras giraba la llave en la cerradura del auto. Cerró la puerta y liberó el aire que retenía con las manos puestas sobre el volante.

El auto se deslizaba sobre la autopista. Dentro del carro reinaba un silencio interrumpido por las respiraciones de Roxana. A ella se le erizaron los pelos de la nuca al sentir una respiración que se acoplaba con la suya, respiró consiente temiendo que alguien esté en la parte trasera de su automóvil. Pero no había nadie, solo ella, su auto y la carretera nocturna. Roxana bostezó de manera generosa, encendió la radio para aliviar sus preocupaciones estúpidas por una segunda respiración inconsciente.

La voz de Bob Dylan resonó en los altavoces llenando el silencio ausente. Sin embargo, ella sintió una respiración en su cuello. Apretó las manos en el volante y al darse cuenta de su agitada respiración trato de realizar un ejercicio, inhalando y exhalando en repeticiones de a cuatro.

Volvió a bostezar. Con la mano derecha refregó uno de sus ojos tratando de espantar al sueño. Fijó la vista en la oscura carretera iluminada por los faroles y las luces del carro. Sus ojos comenzaron a cerrarse, Roxana luchaba, pero se le era inevitable no dormirse.

¡Para!

Ella escuchó un grito muy cerca de sus oídos, haciendo que de un respingo y abriera sus ojos de par en par. Las pestañas postizas acariciaron el rabillo de sus cejas, su respiración se tornó nerviosa aumentando en ritmo por el susto. Pegó un vistazo rápido a todos lados del auto, aunque solo era un reflejo por instinto, ella estaba sola. Siguió observando la carretera con las manos apretando el volante. Un aliento caliente se posicionó sobre su cuello desnudo, sin embargo, Roxana trató de ignorarlo.

La lluvia comenzó a caer dejando gotas desparramadas sobre el parabrisas, las cuales eran arrastradas por los limpia parabrisas rasgando las gotitas de agua de lluvia. Un rayo iluminó el cielo, Roxana vaciló por un momento, ¿qué hacía un hombre en medio de la carretera? ¿Con ese clima? ¿A esa hora? La doctora pisó el frenó, sin embargo, se equivocó de pedal y aceleró el coche a ciento veinte kilómetros por hora. Se acercó velozmente al sujeto empapado con la lluvia, a este parecía no importarle estar en esa situación, ya que tenía las manos puestas en los bolsillos de su abrigo. Roxana cambió de pedal y quiso frenar. Pataleo sobre el pedal enterrando su tacón en el plástico duro. A pesar de esto, no tuvo efecto su acción.

El auto siguió en marcha sin detenerse, a toda velocidad, encarando al hombre que seguía inmóvil con la mirada fija en la luz del coche. Roxana se puso nerviosa intentando desacelerar el auto. De la rabia pareció lagrimear. No podía matar a nadie. No podía hacerlo. Que iban a pensar los demás si se enterasen que ella había matado a un hombre por falta de frenos en su auto. Ahogó un grito y estando a centímetros del hombre, desvió el automóvil girando el volante hacia la derecha. Como era de esperar, el carro salió de la carretera topándose con un terreno irregular y barroso. Roxana dio repiqueteos en el asiento, a pesar del cinturón de seguridad el impacto que sintió al estrellarse contra un árbol fue tal que azotó su cabeza contra el volante. Apoyó una mano contra su frente sintiendo un dolor intermitente en sus cienes y un líquido escarlata le cubrió los dedos. Roxana desabrochó el cinturón de seguridad, al mismo tiempo, un ardor profundo le recorrió el pecho y las costillas. Uno de los faroles de su auto seguía alumbrando la arbolada que se extendía delante de ella. El airbag le incomodó y le pareció inútil, ¿para qué servían esas cosas si dejaban que su cabeza azotase contra el volante?

Cabreada, respiró de forma pesada y pausada. Un movimiento en el césped alto alertó los sentidos de la psicóloga. La puerta del acompañante se abrió y un hombre joven enfundado en negro se acercó, metiendo su persona en el auto, pero sin cerrar la puerta.

Él carraspeo la lengua y dijo ─ Eres una mala conductora, Doctora Paper.

Ella observó los ojos del hablante, eran rojos, pero a su vez tan oscuros que fácilmente se podían confundir con un tono renegrido. Nunca había visto ojos como los de aquel hombre. No solo le llamó la atención su color, sino como le hacía sentir el solo mirarlos. Su cuerpo emitió escalofríos erizándole todos y cada uno de sus bellos. Roxana estiró su mano para abrir la puerta, pero esta estaba quieta y rígida.

No escapes. No soy un pervertido- dijo el hombre.

─ Ayúdame a salir de aquí, creo que me he roto una costilla- comentó ella en desesperación.

¿Solo eso? Esperaba que te hicieras más daño.

─ ¿Cómo? ¿Usted quería que me estrellara contra algo?

Eres muy molesta, Doctora Paper. Siempre estas molestando a mis pacientes- dijo el hombre. Él dio un golpe en el salpicadero con tanta bronca que partió el plástico con solo apoyar sus nudillos en él.

─ ¿Tus pacientes? –vaciló lagrimeando, sintiendo como su sangre chorreaba por su mejilla.

Él la observó sonriendo con descaro, sus dientes afilados salieron a la luz. ¿Cómo alguien tan común podía aterrarle tanto? –pensó. Ese sujeto era horrible y las sensaciones que causaba su presencia eran difíciles de describir.

─ ¡Ayuda! –gritó Roxana zamarreando la puerta.

Una cortina de humo inundó el ambiente, esta provenía directo del capó del auto. Roxana tocio cuando el humo ingresó por una rendija del vidrio roto. El hombre repiqueteó sus uñas contra el salpicadero agrietado, se le notaba aburrido, también se podía inferir que estaba un poco molesto por la situación, pues tenía sus cejas dobladas hacia arriba y sus labios delgados torcidos dejando ver sus puntiagudos colmillos.

Vamos a divertirnos, Doctora.

El hombre cerró su puño, clavó sus uñas en su piel hasta que comenzó a sangrar. El vidrio de la ventanilla del acompañante explotó, trozos translucidos se incrustaron en el brazo, torso y mejilla de Roxana. No sabía en qué momento había comenzado a sudar, pero su transpiración se mezcló con la sangre espesa y a medio coagular que chorreaba por cada una de las hendiduras donde el vidrio se habría paso.

Una risa estrepitosa resonó por los plásticos y metales, mientras Roxana liberaba lágrimas a libre albedrío. El hombre entornó los ojos apretando con más fuerza su puño, liberando sangre oscura e irreal. El motor rugió, las luces se encendieron y apagaron limitando la visión borrosa de la Doctora. Con desesperación, ella siguió tratando de abrir la puerta, pero no podía lograrlo. Aprovechando que la ventana estaba rota y ella ya tenía vidrios clavados en su cuerpo, decidió escapar por ahí. Sintiendo un dolor agudo en las costillas, se deslizó por la ventanilla. Unos cuantos trozos de vidrio rasgaron lo que quedaba intacto de su ropa, aunque no le importó, solo quería irse lejos. La respiración se le espesó debido al dolor de las costillas quebradas y los vidrios, pero también debe haber inferido la sensación oscura que la invitaba a huir de la escena.

El cuerpo de Roxana azotó contra el suelo, pero logró salir del auto. Sus ojos se abrieron hasta dolerle, aquel hombre no estaba en el asiento del acompañante, ¿dónde estaba? ¿a dónde había ido? Ella retrocedió con el culo contra el césped sin recortar, clavó sus tacones en la tierra tratando de impulsarse lejos de la escena.

Doctora- susurró- ¿Es usted idiota?

Roxana en su intento por retroceder chocó contra algo, mejor dicho, alguien. Miró hacía arriba y contempló en un acto de horror aquellos ojos rojo espeso de los que intentaba huir.

Ahora vas a abrir tus ojos- ordenó el sujeto- ¡Despierta!

─ ¿Estás despierta? ¿Puedes oírme?

Roxana observó los iris verdes de la paramédicos. El aroma a alcohol y solución salina inundó sus sentidos, el techo blanco de la ambulancia zigzagueaba por el movimiento de la carretera, un lejano sonido producido por las sirenas llegaba a sus oídos y se dispersaba en su cerebro.

─ ¿Sabes dónde estás?

Roxana movió la cabeza para negar. Estaba aturdida y aun sentía esos ojos penetrantes observándola a través de las luces.

Vas al hospital, Cariño.


Hola, mis amantes del suspenso.😘😁 El capítulo de hoy es un poco más extenso a lo que están acostumbrados.

¿Ya crearon sus teorías conspirativas sobre estas historias? 🤔

Espero que es haya gustado, y recuerden...No Duerman.

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