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¡Maldita sociedad!

Ya había amanecido, miré mi costado derecho y ahí estaba mi hermano, abrazándome de una forma tan hermosa que me sentía aliviada.

Desbloqueé la pantalla del celular, eran las 9:43am. Todavía teníamos tiempo, el velorio de mi madre se efectuaría al medio día.

—Ey, despierta —solicité con afecto—. Vamos hermano, no seas holgazán.

—Ya va —manifestó mientras se giraba, dándome la espalda.

No intervine más en su soñolencia; preferí levantarme a darme una ducha. Necesitaba que la dulce agua caliente me recorriera de pies a cabeza quitándome cualquier tipo de suciedad.

Solo existíamos la tina y yo.

«Perfecto»

—Te vas a volver una pasita —expresó Andrés con tono burlón.

—Sólo han pasado 20 minutos —reproché—, pero bueno, ya que Don Burlón se está quejando, saldré de una santa vez.

Reímos.

Mi hermano, unos lejanos familiares, algunos vecinos y mi persona, nos encontrábamos en el velorio de mi progenitora.

Desconsuelo, agonía y postración son algunos sentimientos que se podían palpar en el aire. Pero ninguno se comparaba a lo que Andrés y mi individualidad sentíamos. Quien nos viera pensaría «Mi sentido pésame. Pobrecitos, se ven tan débiles», pero no me afectaría esas opiniones ya que estaban en lo correcto, era la verdad.

Me acerqué al ataúd, no estaba abierto. La cara de mi mamá quedó tan estropeada que decidieron dejarlo así, para no traumatizarnos, y eso para todos era una fantástica idea.

—Mami —musité lo más suave permisible—, quiero decirte que te extrañaré y te amaré incondicionalmente. —Una lágrima bajaba lenta por mi mejilla izquierda—. Te diría cuánto lo siento, pero no... ya es muy tarde. Te juro que cuando encuentre a quien te hizo esto, le haré la vida intratable. Es que deberías estar aún aquí, no era tu hora de partir.

Tanto dolor me apresaba que me fue insostenible seguir de pie; haciéndome arrodillar a su lado. Sólo me restó pensar en su rostro para desprender de mi alma el sollozo más pavoroso de la historia.

Faltando 15 para las 2:00pm habíamos regresado a casa. Por fin mi cuerpo se detuvo, ya no apetecía soltar más lágrimas; pero eso no significó que mi pena desapareciera aún.

—Her-hermanito —ceceé.

—¿Si princesa?

—En cuanto a lo de ahora, me sería inaguantable acudir al entierro, mejor no iré. Lo siento. —Cada vez que hablaba, mi inflexión bajaba más; como queriendo que las palabras que pronunciaba nadie las interpretara, pero con la afonía que internaba la sala, mi hermano las comprendió con precisión, y eso fue suficiente.

—No te preocupes, te entiendo.

Asentí.

—Todo mejorará —prosiguió.

Era miércoles, había pasado dos semanas después de la tragedia. Mi cuerpo se encontraba en la universidad, pero mi mente en el más allá.

—Tienes que superarlo, ha pasado mucho tiempo —declaró el Director Rush con un tono inhumano, concibiéndome regresar a la realidad.

—¡Usted no lo entiende! ¡Perdí a quien más amaba!

—Cálmese señorita; y por favor, vuélvase a sentar.

—¡¿Calmarme?! ¡¿Cómo quiere que me calme?! —Respiraba agitadamente. Y haciéndole un poco de caso al encargado de la universidad: Me volví a sentar—. ¡No puedo creer que sea tan insensible! ¿Acaso no ha podido captar que estoy acomplejada, vacía, abstraída?

—Lo sé señorita Dickens, es más, eso está reflejado en su rendimiento académico. —Hizo una pausa mirando mis calificaciones—. Este semestre, disculpe la comparación, le ha ido peor que a Mario que es el más deficiente, bueno, ahora ex-peor de la clase. Usted está en el limbo.

—¿Y? —cuestioné fulminándolo con la mirada—, me da igual seguir o no aquí. Mejor dígame, ¿por qué se preocupa tanto por mí?

—Pues me preocupo porque usted era una de las mejores estudiantes de su clase. ¿Usted cree que es normal que el Comité esté deliberando en expulsarla? Debería ser como su hermano que ya hasta se graduó.

—No meta aquí a mi hermano. ¡Maldita sea! —grité golpeando su gran escritorio.

A estas alturas ya nada importaba.

—¡Ya! ¡No más! ¡No me aguanto ni un segundo más su altanería! Desde este momento está suspendida 2 días, para que recapacite.

Aplaudí.

—¡Dios mío! Pero qué clase de mujer es ésta.

—Gracias por la suspensión. Pensándolo bien me merezco unas vacaci...

—¡Cállese Hugsong! Desde ahora está suspendida no un par de días sino una semana. Se puede retirar inmediatamente de mi oficina.

Al salir no aguanté las lágrimas.

«¿Qué está pasando conmigo? Ésta no soy yo» —me repetía.

—¡Ay, pero mira quién es! La ridícula de Emmy, y está llorando... ¡Qué pesar! —chilló la que se hacía llamar mi mejor amiga.

—¡Cállate! No estoy de á-ánimos para sopor-portarte —altaneé entrecortada.

—¿Sabes cuánto me importa? Pues nada, querida.

Escuché risas de su clan. Esa nefasta me iba a volver maniática. Desde el día de la fiesta se convirtió en una porquería de persona.

Y me pregunto... cómo no pude ver darme cuenta de la verdadera Lina antes de tiempo; la hipocresía era su definición.

«Y yo que tanto confiaba en ella.»

—¿Y sabes cuánto a mí, dulzura? —cuestioné parodiando su acento.

—¿Cuánto, Miss Lagrimitas?

Y acto seguido le escupí en la cara.

No sé por qué en momentos así hacía lo mismo, pero no interesaba, me encantaba.

—Eres una zorr...

Y no entendí más. Ya me encontraba muy lejos como para oírla.

«Otra vez en mi hogar»

El corazón a mil, el rostro enrojecido de la ira acumulada, y unas ganas de lastimarme, me estremecían hasta mi última célula viva.

Ya había aguantado mucho, no quería fingir más que era fuerte, que no tenía sentimientos y que todo lo que hacían en contra mía me daba igual.

«¿Por qué las personas no me comprenden? ¿Por qué me tratan tan mal? ¿Qué les hice para cosechar todo esto?» me preguntaba mientras buscaba con agobio mi navaja llamada Soledad.

Odiaba mi vida, a las personas que me rodeaban, los problemas que tenía, o, mejor dicho, los problemas que me tenían en su trampa; odiaba mis pesadillas, mis tormentos, mis vacíos, ¡TODO!

—No puedo más —susurré llorando como una pequeña niña consentida que se cayó fuertemente con el pavimento.

«¡Muere de una vez! ¡El mundo no es para ti!» Las voces no me dejaban tranquila, y para calmarlas, les hice caso.

En ese instante mi piel abrigó un objeto extraño, pero a la vez conocido de hace mucho. Entraba en ella para destruirla, para que su valioso líquido rojo saliera a toda prisa tocando el gélido suelo; haciendo que el ambiente, el olor a hierro, se diseminara.

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¿Qué pasará? :O

¡Chan, chan, chaaaaaaaaaaan!

Los quiere,

GLPR

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