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El propio infierno.

—¿Cómo que no importa? ¿Me estás jodiendo? —acentué sorprendida.

—No, no te estoy jodiendo, primor —rió—. Es decir, ¿para qué quieres saber eso? Al fin y al cabo, eso no cambiará nada; tú seguirás aquí, nadie te buscará porque a nadie le importas, sólo a mí.

—¡Cállate! ¡Yo no te importo! Si te importara no me tendrías aquí como una cretina prisionera.

Quería matar a este imbécil, acaso... ¿qué hice para merecer algo así?

—Estás muy sobresaltada, mejor vuelvo ahora —Se acercó—. No quiero verte sufrir, por eso te tengo aquí, yo te protegeré de todo. Entiéndelo.

—¿Por qué?

—Porque te amo.

—¡Dios! No me refería a eso. —resoplé—. Me refiero a que porqué estás tan obsesionado conmigo. Me generas tanto aborrecimiento.

—No lo sé, quizás porque lo prohibido, lo más imposible, es aquello que nos apasiona y nos obsesiona. Quizás es porque allá afuera te he tenido tan cerca, pero a la vez tan lejos que ya es tiempo de que seas mía. Quizás es porque sé que allá afuera jamás me prestarías atención. Lo nuestro es complicado... ¡No lo sé, princesa! —confesó conmovido.

—¡¿Y acaso crees que solución es ésta?! —Me alejé mostrando la habitación con mis brazos—. ¿Tenerme encerrada? Eres un enfermo, un psicópata, un animal, un... ¡Carajo! Te odio con todo mi corazón.

—En una hora regreso. —Se limitó a comentar.

—No me vas a dejar sola, ¿oíste?

Pero no lo hizo, no me atendió debido a que sólo se fue; dejándome sola, confundida, con rencor y con ganas de asesinarlo. No me importaba si era sangre de mi sangre.

Era o él o yo.

Había pasado por lo menos media hora, la verdad no sabía con exactitud el tiempo transcurrido luego de esa desquiciante conversación. Vería el reloj en mi celular, pero el maldito bastardo de mi secuestrador, me lo quitó.

Si seguía confinada en estas cuatro paredes iba a morirme de aburrimiento, y para distraerme emigré al único armario del horrible sótano.

Algo me decía que tenía que fisgonearlo.

Busqué que poseía dentro, y confirmé que no había nada en absoluto. Pero mi sexto sentido me suplicaba que indagara más.

Lo desplacé. Quizás atesoraba algo oculto detrás de él. También contemplé la pared: Vacía y blanca, así como las demás.

—¡Ush! —expresé frustrada.

Giré en mi sitio reparando la parte trasera del armario... No lo podía creer. Había un cajón oculto.

Lo abrí. Allí estaba todo.

Todo.

Estaba mi sostén rojo, uno de mis favoritos. También había varias fotografías mías, estaba mi celular, un mechón de cabello —el cual no dudaba que fuese mío—, y por último había un retrato de mi persona... ¿En serio mi secuestrador me había dibujado? No lo asumía.

No perdí más tiempo, cogí mi móvil y llamé a Salomé.

—¡Aló! ¡Aló! —expresé urgida.

—Hola... ¿Emmy? ¿Eres tú?

—Sí, no tengo mucho tiempo —dije afanosa—. Estoy en peligro, me secuestraron y necesito de tu ayuda.

—¿Qué? ¡Dios santo! Dime dónde estás.

—Estoy, emmm —dudé—. ¡Maldita sea! No lo recuerdo.

—Cálmate y respira —suplicó con voz quebrada.

—Ya me acordé —musité jubila—. Es en la carrera 13, núme...

Ella no escuchó más la dirección, el teléfono se había descargado.

—¡¿Por qué todo lo malo me pasa a mí?! —clamé desgarrando mis cuerdas vocales y tirando el celular volviéndolo pedazos.

Consiente que era mi última oportunidad caí lentamente al suelo.

—Vaya, vaya... —dictaminó el psicópata que me tenía aquí, aplaudiendo incrédulo.

Me quedé muda.

—No pensé que fueras tan sagaz, maliciosa y astuta —prosiguió—. Pensándolo bien, lo mejor será comportarme mal contigo ya que no supiste valorar mi lado tierno e íntegro... ¡Maldita perra!

—Ca-cálmate, no tienes porqué tornarte así.

—¿Qué no debo volverme así? Confíe en ti Emmy; pero no, nunca aprecias nada de lo que hago. Siempre he estado para ti y nunca me lo agradeces. He sido una buena persona contigo, ¿y así me pagas?

—Me das miedo. ¿Por qué tienes todas mis cosas? ¿Tanto tiempo me has estado vigilando?

—Siempre. Soy tu sombra, tu ángel guardián.

—¡Estás enfermo! —Le escupí.

—¡No te aguantaré más! Ahora me deberás amar, aunque sea por las malas. —Su tono de voz se invirtió.

—No, no, no, por favor —pedí mientras me agarraba, arrastrándome a la única silla del cuarto.

Río.

—¡Suéltame, lunático! —expresé mientras me movía de su agarre, necesitaba zafarme.

No dijo nada.

—¡Qué me sueltes! —solicité.

Su única respuesta fue golpearme mi aplacado rostro, la sangre salía de mi morada mejilla y quebrantaba boca.

No resistí más y me desmayé.

Visualicé todo de nuevo. Estaba amarrada a mi única compañía: Una vieja e incómoda silla.

No era capaz de ejecutar un gesto fuerte porque mis heridas no me lo permitían.

El propio infierno se usurpaba de mi esencia.

Desconozco cuánto tiempo había pasado desde que perdí el conocimiento. Tampoco percibo qué intensiones tendrá —supongo yo—, mi hermano conmigo. No distingo si podré salir de aquí; y menos, si Salomé está haciendo algo al respecto, o, aunque sea alguien para salvarme.

Sea quien sea la aceptaría con los brazos abiertos.

Y, por último, ¿qué habrá pasado con Betty? ¿Le habrán hecho lo mismo que a mí? ¿Estará secuestrada? ¿En esta misma casa? ¿En otra habitación?

Será esperar para conocer la verdad.

_____________

Sólo a 10 capítulos del gran final de No Confíes. El tiempo si que pasa rápido. :'(

Como siempre espero voto y que lo compartan con sus amigos. Cualquier comentario será aceptado. Espero que lo lean hasta el final.

Los quiere,

GLPR

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