Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XVIII - Reminiscencia aleatoria:

«Poder rememorar los recuerdos de la vida es vivir dos veces. O morir a causa del tormento.»

Paula García Gómez

Princesa Naira Angelov: 

«Frío...frío... hace mucho frío aquí fuera...»

—Vamos, Naira, ¿a qué esperas? —Me preguntó una voz zafia a mis espaldas.

...

Me volví al tiempo que mis pies intentaban acostumbrarse al gélido lago de los jardines de palacio, que, en esas fechas del año en particular, se encargaba se entumecer cada parte del cuerpo de quien osara adentrarse en él, para observar la cara de mi aún más frígido padre. A medida que crecía, había estado forzándome a llevar a cabo fatigosos entrenamientos de los que terminaba totalmente consumida.

Al morir mi madre, el Rey Sargo ya no se dedicaba a leerme los cuentos ni las historias que escribieron nuestros antepasados. Todo había cambiado, y la dureza en la relación con mi padre era la prueba de ello, y aunque recé durante días y meses para que las cosas volvieran a estar en su lugar, nada parecía cambiar. Nada me hacía recobrar la esperanza.

—Pero padre. —Iintenté protestar. —hace mucho frío... el lago está congelado...

Lo miré, esbozando la mirada de compasión más abierta que pude, sin embargo, nada en el distante rostro de mi padre pareció cambiar. Sargo ni si quiera se inmutó.

—Te lo he dicho muchas veces, princesita. —un escalofrío recorrió mi espina dorsal, y no fue por sentir el álgido líquido asentarse sobre mis pies—, pero creo que te hace falta un pequeño repaso. —Mi padre, quien se mostraba impasible varios metros tras de mí, con los brazos cruzados sobre su pecho, y su peso apoyado sobre una de sus piernas, cambió el peso a la otra y ladeó la cabeza antes de preguntarme: —¿Cómo se vence al frío?

Reconocí la pauta. Después de aquello, si no me forzaba yo misma, él mismo lo haría, excusándose en que «todo formaba parte del entrenamiento». Le dirigí una última mirada antes de mirar al frente, al lago, donde la escarcha ya se había empezado a formar sobre éste, y cerré los ojos.

—El frío se vence siendo más frío que él. —Contesté.

Tomé aire antes de impulsarme hacia dentro del aterido lago.

...

Luché contra mi inconsciencia tanto como pude, revolviéndome en el abismo en el que minutos antes yo misma había caído. Los numerosos desmayos que había sufrido a causa de los enfriamientos dentro de aquel helado lago que tanto daño había logrado causarme, sin que nadie viniera a socorrerme, teniendo que despertarme, y hacerles frente a mis problemas, batallar con mi propio entumecimiento, me servían en ocasiones como ésta. Pero, aunque conseguí despertar a mis sentidos, me era imposible moverme, defenderme, hablar; pedir auxilio. Fue en el momento en el que me estaba compadeciendo de mi misma, cuando escuché un par de voces en la lejanía, o quizás, aquellos gruñidos no se encontraban tan en la lontananza como a mí me parecía, pero estaba demasiado mermada para darme cuanta.

—Ni de broma voy a ayudar a una cazadora, mucho menos, sostenerla entre mis brazos. Son basura. —Bramó alguien con voz fina.

—Tú vas a hacer lo que yo te diga si quieres seguir siendo mi aliado, además ­—hizo una pausa la segunda voz— tenemos otros asuntos de los que ocuparnos primero o, ¿acaso no has notado la presencia de unas viejas conocidas nuestras? —De nuevo, otra pausa. — Tenemos que encargarnos de ellas por habernos traicionado, por haber traicionado a nuestros hermanos... pero no podemos correr riesgos con la chica —Sentí el frío roce de un dedo que me despegó el pelo de mi sudorosa frente. — Debemos ponerla a salvo. —La voz de éste otro mundano aulló por encima de la anterior, aún más ruda, aún más ronca, mucho más seductora.

A pesar de mi inconsciencia pude sentir cómo mis entrañas se revolvían al escucharlo hablar, en una sensación que nunca antes había experimentado.

«¿Quién es éste hombre?»

—Ni por todas las almas de Rhodinthor. —Farfulló el primero. Empecé a encontrarle cierto parecido a Nimelia, pues parecía ese tipo de personas que estaban en una rabieta constante.

No sé a lo que se estaban exponiendo, pero ambos se quedaron varios minutos callados, hasta que el primero volvió a romper el extraño silencio que los envolvía.

—Vamos, Samael, no tenemos tiempo para esto, lo sabes.

Escuché un bufido y de repente, sentí unas gélidas manos que me agarraron por la cintura para luego elevarme y estrecharme contra el pecho.

>>Parecía que acababa de haber sido sostenida por un muerto.

—Me las vas a pagar, ¿me estás escuchando? —De nuevo un bufido. — Huele fatal. ¿Por qué no la coges tú, si puede saberse? —Preguntó de forma tosca.

Casi lo noté crisparse a mi lado.

—Es que antes, cuando la he tocado...—Lo escuché dudas, pero luego cortó sus palabras. —Si de verdad quieres ayudarme, acata mis órdenes sin cuestionarlas, Samael.

>>—Bien, capitanearé el vuelo —volví a escuchar refunfuñar al mundano que me sostenía. — Yo me aseguraré de encontrar a Lilith y de advertir de que la chica de la profecía es una Angelov antes de que le salte a la garganta, luego iremos directos a...

Estaba demasiado atareada en no descomponerme bajo el sonido que esa persona dejaba escapar por su garganta con las pocas fuerzas que me quedaban como para intentar encontrarle algún sentido a lo que estaba diciendo, pero ¿«volar»?, menudos esquizofrénicos.

Escuché el sonido de la puesta que conectaba el palacio con la lavandería abrirse un portazo.

—Ya decía yo que apestaba, pero nunca jamás esperaba ver esto cuando abrí la puerta, ¿se puede saber qué cojones estáis haciendo con una Angelov en brazos?, ¿la estáis acunando? —La voz de una tercera persona, altanera, brabucona de una mujer resonó por encima de la de aquel hombre que no paraba de provocar extrañas sensaciones en mi cuerpo.

—Lilith. Tranquilízate. No pierdas la cabeza. —Susurró el mundano que me hacía perder la cabeza.

La puerta volvió a cerrarse con ferocidad. Pensé que iba a descolgarse.

Unos chapines empezaron a resonar por la estancia hasta que sentí un cuerpo, igualmente frío que el de aquel que me sujetaba, pegarse a mí y retirar las telas que, con el movimiento, se habían arremolinado en mi espalda y aprovecharon lo pegajoso del pus para mantenerse sujetas a mi herida.

Me dolió cuando las separó con una rapidez casi cruel.

>>No, no fue casi cruel, fue extremadamente cruel.

El hedor de la secreción volvió a hacerse presente.

—Esto tiene que ser una broma. —Anunció la mujer.

Alguien resopló, aunque supuse por la reacción que tuvo en mí, que fue el segundo mundano que habló. Se escapaba de mi entendimiento el efecto que tan solo sus palabras tenían sobre mí, y era cierto que cuando me tocó sentí un racimo de mariposas arremolinarse en mi estómago, aunque también unas ganas de vomitar terribles.

—Sabía que se trataba de ella mucho antes de comprobar si estaba marcada, ¡vamos, Lilith, sólo aspira su aroma, sólo disfruta de su horrible pesar...!, ¿acaso vas a decirme que no eres capaz de reconocerla como tu Reina?

—¡Imposible!, ¡me niego!, Asmodeo, si no la mato ahora mismo es porque... —Masculló quién hacía varios segundos fue llamada Lilith. — ¡No, no, no...!, ¡no puede ser ella!

—Yo tampoco puedo creerlo, pero... —confesó el primero, el que sostenía entre sus gélidos brazos, hablando por primera vez después de lo que a mí me pareció mucho tiempo.

—La oscuridad de su corazón es tan grande, que ha sido capaz de ahondar hasta lo más profundo de su alma. No hay duda. Es ella. Y es mía. —Me sería imposible explicar cómo pude notar que sonreía. —Mi cuerpo reacciona al suyo, y puede que no tenga ningún tipo de poder, pero sé que no lo necesito para que el suyo el suyo corresponda al mío. –Sentí ahora una mano tan helada rozar la base de mi mandíbula, que hasta me quemó la piel. El mundano se encargó de pasarme uno de los mechones de pelos que caían por mi cara por detrás de la oreja, inútilmente, como si eso fuera a solucionar algo. Luego se apartó, haciendo que sintiera el anhelo del resquemor que me provocaron sus manos cuando me tocaron.

—Pero, si es una Angelov... ¿quiénes son las personas que gobiernan éste reino? —Preguntó Lilith. —Ellos han ocupado Danovica desde...

—Quizás tendríamos que conocer a esas personas.

—No será necesario. —Espetó el primero de ellos. —Vienen hacia aquí.

Quizás aquel hombre que en algún momento moriría por congelación, llevándome a la tumba a mi tras él, pues mi cuerpo estaba empezando a tiritar por su contacto, era alguna especie de brujo que dominaba las artes de la predicción, pues, tan sólo acabar con aquella frase, la puerta de la lavandería se volvió a abrir con otro gran estruendo.

Si los invitados de la fiesta no se habían enterado del conflicto que acontecía aquí dentro, es que estaban sordos.

Hubo un silencio atronador, como si la persona que entró a la habitación no se esperase ni por asomo encontrarse a los mundanos que por allí rondaban.

—¡He...r...Hermanos! —La voz de Zarelda me sorprendió tanto que casi puedo asegurar que me revolví en los brazos de aquel gélido hombre, aunque él no se inmutó.

—Zarelda. Everild. —Dijo mi captor a modo de saludo. Un saludo más frío que superaba su temperatura corporal.

«Pero... ¿Qué demonios...?»

—¿Qué hacéis aquí? —. Preguntó ahora mi hermanastra. Si no me hubiera criado con aquellas dos brujas, podría afirmar que estaban nerviosas.

—Óh... pasábamos por aquí, «hermanas», y nos preguntábamos... ¿Tenéis alguna noticia proveniente de Agni? —. Preguntó el segundo hombre.

No me quedaban fuerzas para retorcerme ante su voz.

La tensión era casi perceptible.

Y de repente, escuché algunos latigazos y varios siseos, como si una serpiente hubiera entrado en la sala. Las voces de mi familia postiza cambiaron:

Asssmodeo, tú... ya sabes que... hace milenios que no volvemos a casa, ni recibimos noticias de ella. —Respondió Zarelda.

—¿Qué podrías saber tú, de todas formas, si estásss desterrado? —inquirió Everild. Como si pudiera verla, me la imaginé observando a cada uno de los integrantes de la habitación. —Es más, ¿qué hacéis aquí todos...y con essso...? es nuessstra.

«¿Con "eso" se está refiriendo a mí?»

—Siempre he sabido que las Nagas no han resaltado por su inteligencia, sin embargo, esto es demasiado incluso para vosotras. —Suspiró Lilith. —Venimos del mismo lugar, así que sabéis quién es ella, y cómo nos afecta a todos nosotros. Es una jodienda que justo una Angelov tenga ésta aura, pero si yo he podido notarlo, por mucho que haya intentado resistirme y negarme ante su presencia, vosotras también. —Afirmó Lilith.

Reconocí el término de «Nagas» como unas criaturas demoníacas cuya mitad de su cuerpo era compuesto por el de una serpiente y que utilizaban su propio veneno para acabar con sus víctimas, en uno de los libros que escribieron mis antepasados.

Sssí. —Siseó Zarelda, supuse que por nerviosismo. —Mientras llevábamos a cabo nuestra misión para que los oscuros pudieran gobernar Rhodinthor, dimos con una cazadora, e intentamos acabar con ella... pero... ssse resssissste...

—¿Seguro que hacéis esto por vuestros hermanos, o para darle el valor que vuestra especie no tiene, y tampoco merece? —Volvió a hablar Lilith con rudeza.

—No, no, todo lo que hacemos, es por nuestros hermanosss... ellos mienten. Los cazadores mienten. Los alados mienten también. Nosotras no hemos traicionado a los oscuros, sólo quieren que peleemosss entre nosotrosss...

Grietasss en nuestra propia casa. Son lissstos. —Añadió Everild.

—¿Entonces, por qué no habéis parado de intentar acabar con la vida de vuestra Reina una vez que disteis con ella? —. Preguntó el hombre de las voz ronca y profunda, y no me hizo falta estar consciente para notar la crispación de mi madrastra y de mi hermanastra. Asmodeo.

¿Re..reina...?, ¡demonio, yo soy la Reina de éste lugar! —Bramó Zarelda. —Yo me casé con Sargo Angelov, que gobernaba las tierras, yo lo maté, yo cuidé de su pueblo, yo me encargué de mantenerlo... ¡es mío, es mío, todo mío!

—Cuidado... Naga, ¿o ya no recuerdas en lo que os convirtieron después de que fuerais usadas por Samael?... ¿queréis que él juegue con vosotras otra vez...? —Lilith no se dejaba amedrentar.

Noté que la persona que me sujetaba contra su pecho, peleaba con mi cuerpo para alzarlo y demostrar su altanería.

—Ella... —Intentó decir Everild.

—Ella no es sólo la heredera de las tierras de Danovica. Sabéis a lo que nos referimos cuando nos referimos a ella como la Reina.

El ambiente cada vez estaba más tenso, y yo cada vez tenía menos fuerzas para mantenerme despierta. El trastorno que provocaba la voz de aquel al que habían llamado Asmodeo me había hecho trizas la concentración de la que tiraba para prolongar mi estado consciente. Iba a perderme de nuevo en la oscuridad sin ningún remedio.

—Nagas, hagamos las cosas bien. —Sentí el gorgojo de la garganta de Asmodeo y las voces se volvieron lejanas. Los fríos brazos de aquel que me sostenía empezaron a no parecerme tan fríos. —Voy a casarme con ella, ya que también formo parte de la realeza ahora a los ojos de los mundanos. Soy heredero de Mystica. El compromiso será anunciado aquí y en mi región mediante una enorme fiesta, pero en mis tierras contraeremos matrimonio y viviremos. Aun así, nos encargaremos de gobernar éstas tierras, tenedlo por seguro. Me encargaré personalmente de que en Danovica no vuelvan a nacer más cazadores que amenacen nuestra existencia. —La mirada que, inexplicablemente supe que me estaba dirigiendo, me ayudó a no perder el conocimiento en ese momento. —Ella será la última Angelov que gobierne en Rhodinthor. —Sentenció.

—Pero... mi ssseñor Asmodeo, dos regiones... ¿por qué no deja que las Nagas se ocupen de mantener éstas tierras en condiciones para nuestros hermanosss oscuros? —Preguntó Everild, temerosa.

—Tranquila... perdí mis legiones al ser desterrado, pero cuento con dos valientes y leales manos que me ayudarán en todo lo que pida... ¿no es así? —hubo una pausa. Escuché a alguien tragar saliva ruidosamente. —Y en cuento a vosotras...

—Perdónenos. —interrumpió mi madrastra a Asmodeo. Me costaba imaginarme a Zarelda de esa forma. —Nosssotras... garantizar un territorio a nuestra familia era nuestra misión, Las Nagas... nos merecemos un reino... hemos sido despreciadas desde el inicio de los tiempos, por culpa de ese ridículamente inmaculado ángel caído, que decidió adquirir nuestra forma para tentar a losss primeros mundanos, hemos sido consideradas unas inútiles... obligadas a reptar de por vida... era nuessstra única oportunidad para redimirnos... ¡necesssitábamos gobernar Danovica y hacerla nuestra antes de llamar al resto de nuestra familia a que puedan salir del oscuro agujero al que se nos mandó trasss el pecado original!

—Vuestra familia no es otra que para los que debéis lealtad. Y nadie puede ser más venerado y honrado que vuestro Rey, y ahora que tenemos una Reina... —Paró Asmodeo su discurso un momento. —Y vosotras habéis intentado asesinarla... —suspiró apesadumbrado, como si no terminara de creerse lo que estaba a punto de decir. —Aunque me cueste reconocerlo, agradezco que los alados aún no la hayan dado por perdida y la hayan mantenido con vida a pesar de haber intentado envenenarla con vuestra asquerosa ponzoña cuando nosotros no hemos podido hacernos cargos de vuestra inutilidad por estar atendiendo asuntos más importantes que vuestro ego. —Espetó él.

—Las–cabeza–de–lagarto son incapaces de pensar en nadie más que en su propia especie. Se sienten demasiado heridas para eso, así que gastan su tiempo mirándose el trasero constantemente. —Dijo el mundano que me sostenía en brazos.

—Y en cuanto a vosotras...—volvió a hablar altanero Asmodeo, intentando no mostrar enfado por las veces que había sido interrumpido en su discurso. —No seremos nosotros quien decida vuestro destino, eso no nos pertenece. No en ésta ocasión.

Sentí fugazmente cómo se tensaban los brazos del mundano que agarraba mi cuerpo y cómo el silencio volvía a gobernar la espaciosa habitación antes de volver a caer en la más frágil de las inconsciencias.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro