XV - Volviendo a las raíces:
Demonio Asmodeo:
Mientras Samael y yo nos vestíamos para la fiesta de cumpleaños de la princesa Everild Valenta, poniéndonos nuestros recientemente adquiridos mejores trajes de gala, mi cabeza no paraba de divagar a la noche del viernes, cuando mi amigo y yo comenzamos a llevar a cabo la confabulación que mi mente había maquinado:
—Bien, adelante. —Dije en voz baja.
Samael me dejó ver su forma original, desplegando sus seis impresionantes pares de alas blancas, rasgando la túnica con la que se había apropiado cuando subió a Danovica, destrozándola completamente, haciendo que esta cayera rozando delicadamente su cuerpo y mostrándoselo a la noche.
Yo hice lo mismo, pues si había algo que el exilio no me había arrebatado era mi forma original, gracias a la cual me había podido desplazar con mucha facilidad a lo largo del tiempo. Me deshice del tabardo y de la camisa para poder desplegar mis entumecidas alas, que aleteaban con timidez ante las doce prodigiosas alas de Samael.
Sin que ambos le diéramos mucha importancia a su falta de sexo, volamos en dirección oeste, hacia la colosal y excepcional Mystica, la región más extraordinaria de toda Rhodinthor. Lo sabía ya que emigraba de comarca cada cierto tiempo para dificultarle mi caza al ejército alado, que no se aburría de buscarme, así que ya había visitado cada uno de los territorios que componían Rhodinthor, incluso sus islas, pero ninguna era como Mystica:
>>Destacando por su gran tamaño y aprovechando mínimamente hasta el último espacio, construyendo incluso sobre las montañas, se desarrollaba esta. La basta comarca estaba superpoblada, y contaba con los mayores avances en ciencia y tecnología de Rhodinthor hasta el momento. En el área predominaba el ladrillo, un material mucho más caro que la destacable piedra que se hallaba en Danovica, y era defendida, como si las tropas y la guardia real fueran insuficientes, por una banda de mercenarios de élite comprados para seguir las órdenes del Rey.
>>La región era bien conocida por su comercio subterráneo, que no era más que una copia de la propia capital recreada en el subsuelo, aunque las fincas allí construidas solo eran establecimientos dedicados a los negocios, ya que su superficie apenas albergaba el espacio suficiente para acoger a todos los mundanos que se alojaban en ella.
>>En dicha región no había pueblos ni aldeas, solo Mystica y sus calles perfectamente pavimentada; llenas de gente y repleta de casas; agolpándose unas sobre otras, subiendo por las laderas, construyéndose en las colinas, armándose en la costa... por eso era imposible establecer en todas las zonas pertinentes un comercio, iglesias u hospitales, incluso salas habilitadas para el ocio, así que para eso utilizaban sus cuantiosos y subterráneos pasillos.
>>No era de sorprender que la mayor parte de los ingresos provenía del turismo, pues ninguno de los mundanos que habitaban Rhodinthor querían perecer sin haber visitado al menos una vez Mystica y su maravilloso comercio subterráneo. Todos querían probar sus hostales, pasear por sus zocos y lonjas subterráneas y disfrutar de todo lo que eso implicaba: bares, tabernas, y todo sea dicho; burdeles, donde gozaban de buena compañía.
>>La excelencia de la región también se entendía por contener en sus tierras varios centros de ciencia y aprendizaje, siendo éstos últimos gratuitos si demostrabas ser ciudadano de la capital y por la gran parte del comercio costero que manejaban, sin olvidar su notable mausoleo; un sinuoso camino que atravesaba las calles llenas de histéricos mundanos conducía a través de la ciudad a un enorme y próspero castillo de piedra oscura, situado en lo alto de una colina cerca del ancho mar, propiedad de un Rey ya adulto, sin esposa ni herederos. Contaba aquel palacio con un observatorio y una sala dedicada a la oración. Dentro de la fortaleza se guardaban documentos históricos e innumerables riquezas.
>>Si había algo en lo que Mystica no sobresalía, era en el desarrollo de la agricultura, ya que se habían quedado sin espacio para eso, pero lo compensaba exportando aquellos codiciados productos.
Mientras Samael y yo sobrevolábamos la capital, aprovechando la oscuridad que nos ofrecía la madrugada, aprovechamos para echar un vistazo sobre las abarrotadas calles y los miles de puestos de vigilancia que sobresalían de ellas a cada pocos metros, sin olvidar los mercenarios vestidos de negro que hacían guardia por grupos, custodiando la ciudad.
Parecía imposible tomar tierra sin ser vistos, y mucho menos en el palacio.
Mi plan cada vez se veía más comprometido mientras volábamos en círculos hasta dar con un flanco que no estuviera vigilado. Estaba totalmente concreto con mi mirada demoníaca acechando en la noche hasta que noté que Samael frenaba un poco para poder mantener una conversación conmigo.
—¿Y ahora qué? —Me preguntó.
—Ahora aterrizamos y tomamos el castillo. —Respondí tajante.
—¿Y se puede saber cómo piensas hacer eso? —Repuso.
Me empezaba a molestar el tono cínico que estaba empleando.
—Fácil. Sólo tenemos que infiltrarnos en el castillo, llegar hasta el rey y hablar con él de que te tengo previsto. Ya sabes que puedo ser muy persuasivo. —Sonreí.
—¿¡Que puedes...!?—Samael frenó en seco y pude ver como su refinado rostro se contraía por la rabia. Voló a una velocidad vertiginosa hasta quedar justo en frente de mí. Casi no lo vi hasta que lo tuve en frente. —¿¡Que puedes ser muy persuasivo!? —Repitió mis palabras entonces. —Dime que no estás hablando en serio, Asmodeo, dime que no he confiado en ti y seguido hasta aquí para esto.
Lo miré fijamente, sin saber bien a lo que se estaba refiriendo. No entendía el motivo de su enfado.
Samael suspiró y continuó hablando, elevando un poco más el tono de su voz:
—Asmodeo, solías ser muy persuasivo, así, cuando tenías poderes y podías utilizar tus maldiciones podías conseguir que todos hiciesen lo que tu querías sin necesidad de mover un dedo, aunque lo que tú quieras fuese contra los principios y la ética de cualquiera. Pero ahora... ¡mierda, Asmodeo, no eres nada!
Puede que, con la emoción de haberme reencontrado con un viejo amigo, el recuperar mis lascivas costumbres y emprender una enigmática misión que me llevaría a convertirme en el próximo Rey demonio y poder volver a Zetten me hubiese despistado un poco de la realidad que llevaba sufriendo tantos años: estaba desterrado.
>>Si bien fui uno de los siete príncipes de Zetten, castigando a todas las almas mundanas que habían pecado de lujuria y uno de los demonios más poderosos del submundo, todo eso se perdió al llegar aquí. Samael tenía razón: no era nada. Vine a este mundo con el único privilegio de poder disfrazar mi apariencia demoníaca en la de un mundano común, como podían hacer ambos miembros de los Dos Opuestos, pero aparte de eso, nada más.
>> ¿Cómo podía haberme olvidado de era un inútil?
>> ¿Y querían que fuere Rey?, ¡venga ya!, ¿yo?
Lo miré serio, esperando que Samael terminase con su reprimenda, reprimenda que me merecía por haber arrinconado el pensamiento que invadía mi mente en todo momento: que no valía nada. Mi ego no estaba dispuesto a que Samael viera lo roto que estaba por dentro, pero juro que en ese momento necesitaba gritar, romper algo o incluso asesinar a alguien. Lo que fuese para que dejase de invadirme aquel sentimiento de pena.
Samael se disponía a volver a gritar de nuevo, abrió la boca, pero no articuló palabra, luego volvió a cerrarla.
Me pareció extraño. Sabía que no era porque no encontraba palabras para describir mis acciones. Samael disfrutaba de un amplio vocabulario para poder infringirte pesar sin apenas esfuerzo. Por eso supe al instante que otra cosa había llamado su atención.
Ambos nos quedamos todo lo quietos que pudimos en el cielo. Sólo se escuchaba el batir de nuestras alas. Nos aguantamos la mirada lo que a mí me pareció una eternidad y casi sonrío al pensar en el hecho que desde que apareció Samael esta situación se había repetido demasiadas veces.
Sin mediar palabra, Samael cogió impulso para después cambiar la dirección de su vuelo. Se dirigía a tierra.
—¡Éh, Samael! —Elevé el tono mientras intentaba seguirlo lo más rápido que me dejaban mis alas. Pero él no se volvió a escucharme, aunque noté que aminoró el ritmo ligeramente.
Solo tardamos varios minutos en pisar el firme pavimento que se abría paso en una de las superpobladas colinas de Mystica. Se suponía que debía de estar vigilada, pero no escuchábamos a nadie.
—¿Qué es lo que pasa? —Susurré mirando a mi alrededor.
—Almas...–Respondió, mirando en mi dirección. —...demasiadas almas de repente...
No sé si me inquietó más el tono que utilizó Samael para hablar o que su cara se hubiera vuelto más pálida de lo normal.
Echó a andar de puntillas para evitar que sus pasos fueran escuchados por algunos de los vecinos que dormitaban en las casas de piedra que nos rodeaban y yo lo seguí de cerca. De vez en cuando se adentraba en una bocacalle o miraba detrás de alguna vivienda para descubrir el cuerpo sin vida de varios soldados y algún que otro mercenario. Ya habíamos divisado a unos diecisiete a lo largo de la colina cuando Samael se paró en seco y empezó a mirar con horror y los ojos muy abiertos una casucha de piedra algo más desgastada que las demás, como si pudiera ver a través del mineral lo que estaba pasando dentro.
El albino me cogió del brazo y apretándolo con fuerza me dijo:
—Entra ahí.
—¿Qué? —Me zafé de su agarre. —¡No!, ¿qué está pasando ahí dentro!?
—¡Vamos, Asmodeo, los están matando, y no han llegado sus horas, esto es un despropósito, no puedo permitirlo! —Volvió a cogerme del brazo, esta vez aferrándose a él con más vigor.
—¡No voy a entrar ahí!, ¡suéltame! —Empecé a forcejear, pero Samael se mantenía firme en su posición.
—¡Vamos, rata cobarde, nadie mejor que tú...!
—¿Nadie mejor que yo? —Lo interrumpí, repitiendo sus palabras con desdén.
—¡Es que ahí dentro está...!
El fuerte ruido de una puerta abriéndose justo delante de nosotros nos puso en alerta y ambos miramos al frente. De la vivienda vimos salir corriendo, sin aliento y completamente apabullado a un muchacho que frenó en seco y empezó a mirar horrorizado cómo dos criaturas aladas se peleaban ante sus ojos.
«Maldita sea, si grita va a descubrirnos. Tengo que arreglar esto.»
—Hola, chico. —Le dije por fin. Sonreí con un deje de misterio y acomodé mi postura estirando el brazo que no me estaba agarrando Samael y dejándolo descansar sobre mi cadera.
El muchacho alzó la cabeza y sus ojos casi se salieron de sus cuencas cuando me escuchó dirigirme a él. Mi parte egoísta —a día de hoy sigo intentando averiguar si tengo otras partes— se alegró de que siguiera provocando ese efecto a los mundanos. Alzó las manos, como pidiendo clemencia y abrió la boca como para decir algo, pero no llegó a emitir sonido alguno, pues se desmayó del miedo mucho antes de que pudiera hacerlo.
Samael me miró antes de soltarme el brazo de un tirón y hacer aspavientos con las manos en el aire.
—¿«Hola» ?, ¡Cuánta grandilocuencia! —Bramó bajito mi amigo. —¿Pero tú te has oído?, ¿se puede saber qué te pasa? —Me miró iracundo.
Samael se llevó la mano al puente de la nariz y se lo rascó varias veces para recobrar la compostura.
—Yo...eh...—Estaba a punto de entonar algo lo más parecido a una disculpa cuando de repente escuché una risita que provenía del interior de la casa.
Me quedé mirando el interior de la vivienda, que estaba bañada por una lóbrega oscuridad, cosa que no me preocupaba, porque mis ojos estaban hechos para la noche. No tardé en distinguir en el interior de la estancia varios muebles de aspecto tosco y acomodé mi vista a esta imagen hasta que una figura apareció en la estancia, la reconocí en seguida. Me había deleitado en esas largas piernas y en esas sensuales curvas tantas veces.... Comenzó a andar hasta que salió de la casa y la tuve delante.
—Vaya, vaya...—Dijo entonces. —Me alegra ver que a pesar del tiempo os seguís llevando tan bien como siempre. —Sonrió, mostrando unos finos y alargados colmillos manchados de sangre.
—Lilith...—susurré.
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