Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XII - Fiesta por todo lo alto.

Princesa Naira Angelov:

Los días que siguieron a mi descubrimiento los pasé ocultándome de mi «familia» de una forma demasiado efectiva, valga decir.

Zarelda estaba que echaba humo, según me hacía llegar Nimelia, debido a que no podía encontrarme por ningún lado, y aunque había proclamado mi actual estado como una huida, estaba preocupada, pues sabía que yo no era de las chicas que desaparecían de la nada, y menos teniendo el apego que ella sabía que yo le tenía a Danovica. Mi madrastra trató de hacerle entender al resto de la corte de que yo actué así solo por la angustia que me suponía tener que enfrentarme a la coronación, ya que era una niña inmadura y no estaba preparada, pero de espaldas a eso, mantenía a todos sus guardias y sirvientes buscándome las veinticuatro horas del día, para chafar el plan por el que había decidido abandonar el palacio justo en aquel momento, pero yo tenía un lugar donde podía quedarme sin levantar ninguna sospecha, y gracias a mis amigos, sobre todo a Fadia y a Jafet, quienes se turnaban para traerme la comida, pude zafarme de los intentos de homicidio con los que llevaba lidiando, sin saberlo, durante demasiado tiempo.

Yo sabía que mi cuerpo era fuerte, mis padres se encargaron de que lo entrenase con esmero, pero no tanto como para evitar los persistentes ataques contra mi salud condimentando algunos de los platos que comía con veneno. Tras mi desaparición, mis amigos se encargaron de hacer una búsqueda exhaustiva, por todo el palacio liderados, por Nimelia en busca de cualquier aderezo sospechoso que pudieran encontrar, al ser sirvientes, no sería sospechoso verlos rebuscar en los más profundos rincones del castillo, y si así fuese, siempre podían decir que estaban limpiando el polvo. Cuando lo encontraron quisieron esconderlo, o deshacerse de él, pero Nimelia fue mucho más allá, y al tercer día de mi desaparición, colocó el frasco de veneno encima de la almohada de Zarelda, lo cual lo alertó e incrementó el nivel de búsqueda. Los guardias no paraban de salir de palacio y partir hacia Danovica y sus pueblos más cercanos, dejando la fortaleza sin protección alguna. En un momento fuimos tan débiles que cualquier levantamiento podría haber acabado con los que quedábamos en el castillo, pero ni Zarelda ni Everild pensaban en eso, solo una cosa les ocupaba la cabeza: el acabar conmigo y hacerse con el trono de Danovica, y no iba a permitir ninguna de las dos. Confiaba en el destino, sabía que me tenía preparado algo mucho más grande que todo aquello que se me presentaba, pero, fuere el que fuese, lo único que yo quería, era recuperar mi reino y echar a los demonios de él.

Los días siguieron pasando, y mi ausencia era cada vez más evidente, sin embargo, la mañana de aquel viernes, me sorprendió el continuo ajetreo que había en los jardines, que últimamente sólo inspiraban paz, calma y sosiego, ya que casi todos los guardias estaban patrullando la ciudad en mi búsqueda, alboroto que me sacó de un sueño reparador... aunque, a decir verdad, llevaba reparándome casi dos semanas.

Puede que hubiera engordado incluso un par de kilos.

«Como si con tener una cicatriz que cruzara de arriba abajo mi espalda y que provocara nauseas en los demás no fuera suficiente.»

Afiné el oído para darme cuenta de que se trataba de los sirvientes de mi madrastra los que se encontraban dando bandazos por mi territorio. Como era demasiado arriesgado salir de mi torre para ver qué pasaba, traté de afinar el oído y avistar algo desde uno de los ventanucos que esta poseía, en vano, pues con ellos sólo se podía vislumbrar el horizonte.

Aunque los murmullos eran cada vez más cercanos a mi posición, por la altura a la que me encontraba, no podía escuchar con claridad lo que conversaban, hasta que logré distinguir varias palabras sueltas que me hicieron comprender qué era lo que los sirvientes estaban haciendo en un lugar tan alejado de palacio, justo en la linde donde se encontraba la muralla.

>>Esas palabras fueron: «Everild», «invitados», «veintitrés», «pastel».

Recordé fugazmente que el próximo domingo mi hermanastra cumpliría veintitrés años, y que por eso —o eso fue lo que supuse, ya que me encontraba dentro de la atalaya y no podía ver nada— los sirvientes se encontraban decorando hasta el último lugar visible del jardín, y adiviné que, posteriormente, lo harían en el palacio.

Lo único bueno de que llegara el ocho de octubre, es que ya no faltaba tanto para el seis de enero, el día en el que yo alcanzaría la mayoría de edad, tiempo en el que ya debería de tener un marido, casarme con él, recuperar Danovica y alejar a Everild y a Zarelda de mi vida, cosa que por el momento se presentaba difícil, ya que hasta el momento Zarelda no me había dejado hablar con ninguno de mis pretendientes a solas y se deshacía de ellos antes de que ni siquiera pudiera darles la mano para presentarnos, y yo ahora me resguardaba de todo peligro aparente ocultándome en lo alto del muro de mi propio castillo.

Una idea se asomó tímida, pero la consideré como era debida, y decidí que la aprovecharía justo el día del cumpleaños de mi hermanastra. Esa celebración, sería la perdición de las que habían destrozado mi vida y acabaron con la de mi padre...

...

Escuché un gorjeo que se me hacía familiar en una de las troneras. Me giré para avistar a Gabriela, el ave que Nimelia y yo habíamos entrenado para nuestro uso personal cuando jugábamos de pequeñas —y no tan pequeñas— para que se encargara de entregar nuestros mensajes codificados, y bautizada así por alusión al mensajero de Dios, el que anunciaba las buenas nuevas.

Sí que estábamos obsesionadas en aquellos tiempos.

Me acerqué la paloma y le retiré el mensaje que se encontraba amarrado en una de sus patas, le acaricié el buche antes de despedirme y cuando le ordené que volviera a su jaula, emprendió de nuevo el vuelo, órdenes con las que había sido adiestrada, y que ella comprendía muy bien.

Abrí la nota y distinguí el lenguaje encriptado que mi mejor amiga y yo creamos en el pasado, que más tarde, enseñamos al resto de nuestros amigos, para poder comunicarnos a pesar de que Zarelda intentara evitar que lo hiciéramos, y de esa forma, si alguien interceptaba los mensajes, sólo vería garabatos dibujados en un trozo de papel, por lo que le restarían atención.

Me concentré en el mensaje y pude leer:

Deprisa, lugar de siempre, baja rápido, Zarelda acechando.

No era la «letra» de Nimelia. El trozo de papel estaba caligrafiado por unas líneas irregulares y curvas, propias de alguien que no había aprendido a usar una pluma a lo largo de su juventud, y cuyas manos ya temblaban por el peso de los años; Parisa.

Abrí la poterna que me separaba del mundo exterior y me enfrenté a bajar por el muro de palacio por la parte contraria a la que daba a los jardines sin ser descubierta mientras intentaba colocar mi cuerpo para el descenso. Acomodando mis pies a las piedras que lo conformaban.

Nimelia ni si quiera podía alejarse de la casa sin que Zarelda sospechara que ella sabía algo de mi actual paradero, por eso era imposible que ella fuera quien viniera a traerme el alimento necesario para seguir subsistiendo un día más, sin embargo, si se encargaba de disponerlo todo para que cada día dispusiera de mi pertinente condumio.

—¿Cómo estás, cariño? —Me preguntó Parisa a mis espaldas mientras yo terminaba de descender por los últimos metros de la pared. Cuando me giré, vi que la mujer sacaba de un carro cargado de adornos y panfletos un tarro con sopa, fruta y agua y los escondía en un zurrón que podría ponerme sobre uno de los hombros para volver a subir hasta la torre y no tener que cargarlos de cualquier otra forma, incomodando mi escalada.

—Cansada... —respondí al mismo tiempo que cogía la talega en la que se encontraba mi comida y la cargaba.

—¿Cansada? -Arrugó el entrecejo.

Suspiré. Nadie quería creerse que estuviera agotada de estar sentada o acostada en ese espacio reducido y lúgubre. Necesitaba salir, estirar las piernas, respirar aire fresco, correr, saltar...Así que decidí ignorar su preguntar y ahorrarme la misma explicación que con anterioridad le había dado a Fadia, Jafet e incluso a Vardan.

—¿Cómo van las cosas por la corte? –Pregunté.

Parisa hizo un gesto que no supe comprender, aunque creo que lo que intentaba era que no me preocupase demasiado, fallando por completo en su cometido.

—Zarelda te echa de menos. —Alzó una ceja.

—Sí... claro que sí... —convine en gesto pensativo, hasta que mi mirada se posó sobre el carro con el que estaba cargado Parisa: grande, pesado, demasiado para ella.

Puede que cincuenta y dos años no sea una edad para ser considerada vieja del todo, pero la vida de Parisa había estado sometida a innumerables trabajos pesados que convenían muchísimo esfuerzo, por lo que su cuerpo estaba desgastado. Quizás a Nimelia le pasara los mismo cuando llegase a la edad de Parisa.

—¿Qué llevas ahí? —Me invadió la curiosidad.

Parisa intentó sostenerme la mirada hasta que al final echó la vista a la carreta mientras se masajeaba los dedos.

—Ah... Madame Zarelda me ha dado un trabajo muy importante... —puso los ojos en blanco en seguida, intentando quitarle hierro al asunto, pero ya había conseguido intrigarme. –Tengo que ir a colgar panfletos... —alargó la mano hacia el carro, cogiendo uno de los pergaminos, con vivos colores, letras grandes y varios dibujos. —Al menos he tenido suerte... —bufó. —Al resto les ha tocado ir al resto de ciudades, pueblos y aldeas de Danovica. Zarelda dijo que necesitaba que llegásemos tan lejos como pudiéramos, aunque no tuviésemos mucho tiempo. —Se quedó pensativa al mismo tiempo que se seguía masajeando las torcidas y callosas manos. Si seguía así se iba a hacer daño. —Podríamos ir más rápido si nos ofreciese un caballo y una carretilla, pero claro, ya sabes cómo son las cosas, míranos. —Parisa ahogó un sollozo y echó la cabeza hacia atrás en un fugaz intento para evitar las lágrimas, aunque cuando la volvió a bajar tenía los ojos vidriosos. Sí, era una sirvienta, pero los de la alta sociedad no teníamos por qué ser animales y tratarlos de manera inferior. —Naira... no sé en qué va a acabar esto... tienes que hacer algo... —me suplicó, entonces cogió uno de los panfletos con los que cargaba y me lo tendió.

—Déjame ver eso. —Le dije mientras alzaba la mano para asir lo que ella me había ofrecido.

ZARELDA ANGELOV;

LA SOBERANA Y REINA REGENTE DE DANOVICA,

INVITA A TODOS LOS MUNDANOS QUE HABITEN EN LA REGIÓN, DESDE LA CAPITAL HASTA LAS MÁS PEQUEÑAS ALDEAS, AL PALACIO REAL DONDE TENDRÁ LUGAR LA FIESTA DE CUMPLEAÑOS DE LA PRINCESA EVERILD VALENTA, HIJA DEL ANTERIOR REY: SARGO ANGELOV Y LA REINA REGENTE: ZARELDA ANGELOV.

LA CELEBRACIÓN TENDRÁ LUGAR EL DOMINGO DÍA 8 DE OCTUBRE EN LA CORTE DEL CASTILLO.

PEDIMOS A TODOS LOS ASISTENTES QUE VISTAN CON ROPAJES FORMALES, YA QUE PRÍNCIPES, HEREDEROS, NOBLES, Y OTROS MIEMBROS DE LA REALEZA TAMBIÉN PARTICIPARÁN EN ÉSTE GRAN ACONTECIMIENTO.

TODOS LOS ASISTENTES ESTARÁN OBLIGADOS A TRAER UN REGALO PARA FELICITAR EL CUMPLEAÑOS DE SU QUERIDA PRINCESA HEREDERA.

¡QUE VIVA RHODINTHOR!

¡QUE VIVA DANOVICA!

¡LARGA VIDA A LA PRINCESA HEREDERA EVERILD VALENTA Y A LA REINA REGENTE ZARELDA ANGELOV!

Mis ojos se estrecharon notablemente a medida que iba leyendo el pasquín, en el que sólo se mostraban futilezas y remilgos sin sentido acerca de mi familia postiza.

«Princesa heredera?, ¿Everild?, ¿¡Qué clase de chiste era ese?»

Busqué otra vez, eché varias ojeadas, pero nada. En el escrito no había nada referente a mi persona.

Me hirvió la sangre el darme cuenta cómo Zarelda utilizaba todos los recursos que disponía para entrometerse en mi camino y destrozar mis planes para conseguir llevar a cabo los suyos.

¡Aquello no era suyo!, haberse casado con mi padre no le daba el derecho de nada!, menuda... Apreté los puños, cerniéndolos alrededor del folleto, intentando contener las lágrimas de impotencia.

Quizás me habían dado por muerta. O a lo mejor Zarelda sabía que su cartel me enfurecería lo suficiente como para sacarme de mi escondite y plantarle cara. Pero no iba a caer en su trampa... aunque sí le haría pagar por adjudicarse el apellido de mi familia y asegurar que la pequeña asesina, que no hacía más que seguir sus pasos, era la hija de mi padre.

Le volví a dar el panfleto a Parisa, quien me miraba dubitativa. Esperando algún gesto de mi parte, un grito; un llanto; que mi cara se tornara roja y me saliera humo de las orejas, pero no, me mantuve inmóvil, quizás por el cansancio que tenía, quizás porque en ese momento me encontraba tan destrozada que solo tenía ganas de rendirme y huir, esta vez de verdad.

Parisa recogió el pergamino que le ofrecía y lo devolvió a la carreta con cuidado, sin dejar de observarme.

Pero antes de que me lo arrebatase, mi vista se posó una última vez en el nombre de mi madrastra y cómo el apellido de mi padre lo acompañaba, y me invadió la rabia al pensar que simplemente por eso Zarelda se veía con el poder de hacer lo que le viniese en gana.

—Podrías decirle a Zarelda que no me eche tanto de menos, que pronto me verá... —Le dije, esbozando una sonrisa de medio lado, respondiendo a su mirada.

Parisa abrió mucho los ojos y casi sonrió por la esperanza que le infundaron mis palabras, pero cuando se dio cuenta de su reacción, se revolvió inquieta en su sitio, se aclaró la garganta, dejó el panfleto con los demás y volvió a cogerse de las manos.

—¿Qué tratas de decir, Naira? —Entonces negó con la cabeza, como si quisiera retirar su pregunta anterior. —¿Qué vas a hacer?

—Tú asegúrate de traerme un buen vestido de gala, el más impresionante que veas; el más resplandeciente que encuentres; el más caro que tenga, un peine, mi tiara... ya sabes... para antes de que empiecen a llegar los primeros invitados.

—Naira... ¿estás loca?, ¿no irás a....?

—¡Parisa, vamos! -Clamé al cielo, elevando las manos en señal de sorna. —Todos los habitantes de Danovica están invitados, eso me incluye, ¿no? —me giré llenar mis pulmones de aire fresco antes de volver a escalar el muro y encerrarme de nuevo en mi torre, pero antes de eso, añadí: —¡áh!, y no te preocupes por el presente que debemos de entregarle a Everild... yo misma seré regalo suficiente.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro