XI - La chica de la profecía:
«Enamorarse es exagerar enormemente la diferencia entre una mujer y otra.»
George Bernard Shaw.
Demonio Asmodeo:
En cuanto el sol empezó a amenazar, brillando por el este, trayendo consigo la mañana y coloreando el horizonte en tonos naranja, amarillos y algún que otro matiz rosado. Samael y yo nos miramos, distantes y apagados, dando por hecho que la tregua que nos había dado la madrugada había llegado a su fin en cuanto los primeros rayos de la resplandeciente estrella se asomaron en la lejanía.
—Muy bien, Samael, ¿qué vamos a hacer, vamos a quedarnos aquí mirando al horizonte toda la eternidad? —Le pregunté, revolviéndome en el sillón del que antes mi amigo me había despertado mientras miraba de forma distraída el amanecer.
Samael empezó a subir y a bajar los hombros al mismo tiempo que ladeaba la cabeza para deshacerse de cualquier contractura que se le hubiera podido quedar agarrada en la espalda y en el cuello debido a la mala postura en la que había dormitado durante el resto de la noche. Nuestros cuerpos eran absurdamente maleables en la tierra de los mundanos. Luego fijó la vista en mí, dispuesto a comenzar una conversación seria a cerca de la «noble causa» por la que había venido a buscarme a Rhodinthor.
—¿No es obvio? —Preguntó entonces con cierto desdén, recostándose en el quicio de la ventana. —Comenzar con nuestra misión.
Lo miré alzando una ceja.
—Sí, pero tendremos algunas directrices, ¿verdad?, ¿qué te dijo Abaddon? —Samael me miró y en su frente pálida se empezaron a formar arrugas. —Porque Abaddon te dijo por qué teníamos que hacer, por dónde debíamos de comenzar, ¿verdad?
La maraña de pelos albugínea se revolvió cuando Samael negó con la cabeza.
—Claro que me dijo por dónde comenzar, me contó la profecía.
«¿¡Pero... qué!?»
Me llevé la mano a la cara para pellizcarme el puente de la nariz.
—Samael, amigo, hermano, ¿cómo se supone que vamos a encontrar a una mundana, con alguna especie de marca, virgen y que se sienta de alguna manera desdichada por algo que hizo? —suspiré—¿¡crees que eso es una especie de directriz!? —Alcé la voz tanto como pude, lo que sorprendió al albino, quien se bajó del marco de la ventana para enfrentarse a mí.
Mientras que asentía numerosas veces de manera leve no paraba de mirar de un lado a otro, supongo que había estado tan concentrado en encontrarme y transmitir la profecía que no se había percatado en todas las dificultades que esta entrañaba y en ese momento estaba empezando a comprender, puede que esas cosas pasen cuando te centras demasiado en un problema, o te ves envuelto en algo tan grande que no puedes prestar atención a lo que tienes a tu alrededor, como cuando estás en Agni tan distraído, disfrutando cometiendo pecados, que se te olvida que más allá de los estrechos y altos muros que envuelven la ciudad, por los corredores, hay millones de mundanos condenados a vagar por ellos hasta el fin de los tiempos precisamente por haberlos cometido. Puede que eso me hubiera pasado a mí en ese preciso momento, que toda esa información de ser el próximo rey de Zetten me hubiera sobrepasado tanto, que solo me centrase en ello por un momento y me olvidase de mirar alrededor para coger perspectiva. Puede que si lo hubiera hecho antes me hubiese dado cuenta de que Zetten ya tenía un sucesor, y ese era Belzebú.
—Samael... ¿qué es lo que piensa el sucesor de Abaddon de mi ascensión al trono?
Samael se crispó, abrió mucho los ojos y se tornó más banco aún, si es que eso era posible.
—¿Seguro que quieres hablar de eso ahora? —Me preguntó en voz baja.
—¿Qué es lo que me ocultas? —Lo acusé.
Samael puso las manos en alto mientras resoplaba. Miró al horizonte, el sol se había terminado de poner hacía un rato. Se deleitó en esa imagen antes de bajarse del quicio de la ventana y volver a clavar su mirada en la mía por enésima vez en aquel día.
—Escucha... Asmodeo...—Trató de hacerlo con tacto, con cuidado.
—No, no, Samael, —me levanté de mi asiento de un salto— yo no soy ningún alma a la que tengas que persuadir, lo que tengas que decirme dímelo sin rodeos.
El albino pestañeó un par de veces antes mis palabras, ¿qué esperaba?, ya me había visto titubear una vez, no volvería a dejar que me viera nunca en otro momento de vacilación.
—Bien... si lo prefieres así... —se llevó su larga melena hacia atrás con un movimiento de manos y empezó a pasearse por la caótica habitación; así, con todo el inmobiliario destruido y la luz del sol entrando por el ventanal apuntando directamente a su figura, parecía casto, inocente... puro, mucho más allá de lo que el ángel de la muerte era en realidad. —Ya sabes cómo era el viajo Abaddon, no le gusta dejar cabos sueltos...—recorría el espacio con parsimonia mientras movía sus manos para ayudarse así en su explicación. —Dejó que sus súbditos conocieran la profecía, dando a entender que Zetten pronto tendría un nuevo rey, los hermanos no lo entendían, pero tras su muerte, todo se hizo mucho más evidente. —Me miró de soslayo para comprobar mi expresión, que seguía impasible, y a la espera del final de su historia. —Después del terrible acontecimiento, muchos de nuestros hermanos pensaron que lo que Abaddon quiso manifestar con la profecía era la ascensión de Belzebú al trono, pero otros, más avispados, llegaron a la conclusión de que la profecía avisaba de un cambio en el linaje.
Até cabo, y lo que me estaba diciendo Samael no podía ser otra cosa que:
—¿Lo que me intentas decir es que hay un levantamiento en Zetten? —Pregunté con incredulidad.
Samael se encogió de hombros.
Me llevé las manos a la cabeza y esa vez, fui yo quien empezó a dar vueltas por la desordenada habitación mientras Samael me miraba con curiosidad.
—¿Qué es lo que...?
—Vienes a verme, —comencé a decirle— y no solo me informas de la peor noticia que alguien podría haberme dado, —negué con la cabeza, intentando que la muerte de Abaddon abandonase mi cabeza.— Me afirmas que formo parte de una profecía que no había escuchado nunca.— Empecé a mirar alrededor como buscando una pista, algo que indicase que esto fuera un sueño, que no era real—, ¡Que me va a llevar a ser el siguiente rey de Zetten!, tierra de la que fui desterrado hace tres millones de años,—me jalé de los pelos— que ahora mismo se encuentra en disputa entra dos bandos, los que quieren que gobierne el legítimo sucesor de Abaddon, Belzebú, y los que confían en que haya un nuevo y mejor rey—me volví hacia Samael para sonreírle con desdén —y supongo que confían en el nuevo rey porque todavía no saben que soy yo, ¿me equivoco? —. Pregunté.
Samael aspiró con fuerza.
—No, lo saben, no se lo he contado a nadie.
Reí con fuerza, llevando mis brazos al aire y dando varias vueltas sobre mí mismo.
—¡Estupendo, esto es estupendo! —. Exclamé con ironía.
—No te centres en eso, Asmodeo, piensa en todo lo que puedes llegar a conseguir, ¡Zetten puede llegar a ser tuyo!
—¿¡Y a quién le importa!? —Lo encaré. —No importa si nadie me quiere allí. Primero, ¿cómo podré volver allí?, ningún desterrado ha podido volver al mundo al que pertenece, y segundo, en cuanto me vean proclamarme rey, mis «queridos hermanos» me matarán. Samael, no voy a hacerlo.
—¿Qué? —Preguntó anonadado.
—Que no voy a hacerlo. Llevo sobreviviendo tres millones de años, viajando de ciudad a ciudad, de pueblo a pueblo, escondiéndome de los alados. No voy a participar en una batalla que ni siquiera sabemos cómo empezarla y que ya está perdida. Ni si quiera tengo ya poderes para resistirla.
—Sucia rata cobarde. —Samael volvió a ponerte en frente de mi—¡Nos debes esto! —Elevó el tono.
—¡Yo no le debo nada a nadie! —Grité, sin importarme quién pudiera escucharme, estaba colérico, sofocado... disgustado...sentí como las lágrimas acudían a mis ojos, pero no era tan débil como para dejarlas escapar. —Nadie me buscó cuando me desterraron, ni si quiera tú, y ahora... ¿os lo debo?, ¿por qué se supone que os lo debo? –Sabía que de alguna manera estaba siendo egoísta, pero al fin y al cabo era un demonio, tenía excusa.
Samael me sostuvo la mirada lo que a mí me pareció una eternidad, hasta que acabó cediendo, suspiró y se rascó el cuello, como para darse tiempo en pensar lo que decir:
—Ni digas eso... no sabes todo lo que pasó tras tu destierro... muchos hermanos cayeron, y la elección que tuvo que tomar Abaddon... no fue fácil. —Volvió a mirarme con sus ojos cristalinos, su mirada era tan clara, sin titubeos, no parecía mentir. —Hubiera ascendido a buscarte, a saber de ti, a intentar ayudarte... a darte las gracias. —Eso era lo único que no me esperaba que saliera de la boca de Samael, pero ahí estaba, un agradecimiento escondido en una explicación a medias y una sonrisilla indiscreta—, pero tras la guerra perdimos mucho y a muchos, necesitamos tiempo para recomponernos. No puedes culparnos por perder una guerra.
—Y sin embargo tú quieras que me meta en otra. —Espeté.
Samael perdió la compostura por un segundo y su cara se descompuso, cerró sus ojos; apretó los labios y le salieron arrugas en la frente, pero al darse cuenta del gesto de reconocimiento volvió a su apática apariencia.
—Solo te pido tiempo. —Intentó sonreírme de manera amable, pero a mí no me engañaba, esa sonrisa era la que usaba para engañar a las almas y llevárselas a Zetten, aprendí hacía mucho tiempo a no confiar en la sonrisa de nadie. —Cuando nuestros hermanos te vean llegar victorioso a Zetten, ¡el primer desterrado que consigue volver al mundo al cual pertenece, y con la chica...te reconocerán, Asmodeo, ya lo verás!
—Como me digas que tenga fe te juro que te asesto un puñetazo. —Decidí quitarle hierro al asunto y sonreírle.
Samael me devolvió la sonrisa y me golpeó en el hombro suavemente.
—No, Asmodeo, solo necesitamos tiempo, y de eso tenemos de sobra.
Seguísonriendo sin ganas. Parecía que mi amigo no había caído en la cuenta de que ala que no le sobraba el tiempo era a la chica.
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