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VI - La cicatriz de la Princesa:


«El error es un arma que acaba siempre por dispararse contra el que la emplea.»

Concepción Arenal. 

Princesa Naira Angelov:

Me llevé la mano hacia la acalorada mejilla y bajé corriendo las escaleras ante los cuchicheos y las miradas curiosas y sorprendidas de los invitados, ignorando el hecho de que el mi padre intentó agarrarme del brazo varias veces, sin éxito, para retenerme a su lado, pero me zafé de él todas las veces sin si quiera mirar a la cara al hombre que había cuidado de mi durante catorce años y ahora me estaba condenando a una vida de sonrisas fingidas y lágrimas contenidas.

Tropecé con el cuerpo de varias personas de la corte que ni si quiera se apartaron para dejarme emprender mi carrera a los jardines, esos desvergonzados hipócritas estaban festejando alegremente la aparente felicidad que sentían porque su apenado Rey había vuelto a encontrar el amor, lo que no sabían, es que contrario a todo lo que pensaban, brindaban por una familia completamente rota y destruida, que había dado su última bocanada de aire fresco ante el acto cruel y desprovisto de amor que cometió aquella que pasaría a formar parte de mi vida como mi «madrastra». Yo lo sabía, y creo que mi padre se dio cuenta en ese momento, pero era demasiado tarde para echarse atrás y cancelarlo todo.

—¡Naira, ¡Naira, espérame! —Escuché a Nimelia gritando mientras corría tras de mí, intentando que me detuviese a hablar con ella, que me calmara, pero ni si quiera mi mejor amiga pudo detenerme.

Oí, por el ruido que se producía en la hierba, sobre las hojas que caían de árboles y yacían ya secas sobre esta, que más gente se unía a mi captura, quizás los sirvientes, quizás la guardia de mi padre, pero yo no me detenía, no podía porque si lo hacía, la adrenalina dejaría de circular por mi cuerpo, y sabía que inevitablemente, pensaría en la bofetada que Zarelda, me propinó en la cara, sin dudarlo, sin arrepentirse, y en cómo mi padre no hizo movimiento alguno para evitarlo, tan sólo me miró con tristeza, como disculpándose conmigo por ella, expresándome en aquella cara muchos más sentimientos de los que yo podía entender. Pero eso no me valía.

Ya no.

Queríadesaparecer de allí y darle una lecciónal Rey Sargo, para que asíreflexionara sobre todo lo que habíapasado y las decisiones que habíatomado hasta ese día, en contra de mi voluntad y de la suya propia,y prometo que corriendo por la arboleda llegué a sentirme libre y por unmomento creí que no había nada por lo que preocuparse, sin embargo, cuando miré hacia atrás,vi a toda una tropa, capitaneada por mi padre, con Nimelia al costado, queamenazaban con capturarme dentro de poco.

Yo era rápida, pero mis piernas no eran tan largas como las de un adulto, y eso era algo que no podía remediar.

Me adentré en los frondosos jardines de palacio, entre la arboleda, para despistar a mis captores, que ahora gritaban mi nombre, encabezados por unos constantes chillidos de mi padre que repetían: «perdóname Naira, no huyas, ven, vuelve conmigo, hablemos de esto» una y otra vez. Pero yo opté por ignorarlo, sabía que mi fuga acabaría por tener consecuencias negativas para mí, pero en ese momento era lo único que podía hacer, ¿acaso no llevaba haciéndolo toda la vida?; huir de mis entrenamientos; huir de historias que habían dejado de tener sentido; huir de mis padres. Al final, quienes más empeño pusieron en que su hija aprendiera una serie de habilidades específicas, resulta que solo la enseñaron a escabullirse cada vez que sentía presión. Mi cuerpo había asociado el trotar con el alivio. Sentir el aire tan cencio acariciar mi cara me ayudaba a liberar el estrés, y en ese momento yo corría como si el mismísimo Rey Demonio me estuviera persiguiendo, aunque en cierta manera así era, porque tenía la sensación de que aquel lugar que fue mi hogar se asemejaría más con el infierno tras el anuncio de bodas de mi padre. Me asustaba lo desconocido y sentía pavor de que mi casa se volviera un lugar extraño, así que corría y corría en busca de un nuevo refugio para evitar el total sentimiento de desconsuelo que me provocaba pensar que, a partir de ese momento, tendría a un par de forasteras viviendo conmigo.

Aunque me conocía los jardines de palacio como la palma de mi mano por todo el tiempo que había pasado ocultándome en ellos, gracias a la situación en la que me veía envuelta, sólo deambulaba por allí sin ninguna dirección fija.

Mi única meta era huir de mis problemas.

Si hubiera sido un poco más consciente, habría evitado la zona a la que me dirigí, pues desgraciadamente, en ese lugar de los jardines se me imposibilitaba bastante la misión de seguir con mi carrera, ya que la zona estaba presidida por un enorme lago, en el que tiempo atrás había disfrutado de largos baños con mis padres y Nimelia, pero en ese momento en el que en mi mente reinaba la palabra «escape» lo detestaba enormemente por detenerme el paso. Miré a los alrededores y me hice consciente de lo que ya pasaba por mi mente: era demasiado grande para bordearlo, así que sólo me quedaba una opción: atravesarlo. El estruendo que provocaba la guardia de mi padre al acercarse a mi localización desvió todos mis intentos de ser prudente, y percatándome de que algunas rocas sobresalían del ancho y profundo lago, empecé a saltar sobre ellas, intentando mantener el equilibrio sobre mis pies, y no pisar las zonas que tuvieran mucho verdín para no resbalar.

El Rey Sargo, su guardia y Nimelia llegaron a la orilla cuando yo había conseguido saltar hacia el segundo pedrusco.

—Naira, para, por favor, vas a caerte... —suplicó Nimelia.

Miré hacia atrás para dedicarle una mirada cómplice, quería que fuese consciente de que ni siquiera yo sabía bien lo que estaba haciendo, que simplemente estaba tan asustada que lo único coherente que pude hacer en ese momento fue escapar.

Mi padre hizo un gesto con la mano a los integrantes de su guardia, lo que les indicó que empezaran a bordear el lago para cortarme toda escapatoria, así que, si quería continuar con toda aquella locura, tenía que darme prisa. Cogí impulso y salté hacia la siguiente roca sin demasiada premeditación, lo que ocasionó que los bajos de mi vestido mojado llegaran antes al destino que yo, provocándome el primer resbalón. Me acababa de herir el gemelo. Solté un gemido.

—¡Naira, por favor, vuelve, vas a hacerte daño! —Gritó mi padre.

Ese chillido fue lo que me dio fuerzas para volver a lanzarme hacia la siguiente piedra. Ya caso tenía el trabajo hecho, y había sigo más rápida de los soldados. No sabía hacia dónde tendría que correr a continuación, pero era muy capaz de seguir huyendo para evitar enfrentarme a la situación todo el tiempo que me fuera posible. Estaba vislumbrando ya la orilla cuando uno de mis pies se topó con una zona infestada por el verdín, aunque yo hubiera luchado por evitarlo a toda costa, por lo que mi pie volvió a escurrirse, esta vez hacia delante, derrapando por el talón y provocando que mi cuerpo se tambaleara hacia atrás por el corte provocado en el talón y ocasionándome una fatal caída debido a que mi espalda impactó con fuerza contra el fino y puntiagudo filo de la roca, arrastrando toda la parte de la espina dorsal por esta antes de caer al agua.

Un grito devastador salió de mi garganta cuando me percaté del dolor agudo que estaba sintiendo, y entonces, mientras el agua me abrazaba y arrastraba hacia sus profundidades sin que yo opusiera ningún tipo de resistencia, el lago empezó a teñirse de rojo.

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