Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

III - La despedida del Rey Abaddon:


Génesis 3,1

«La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que hiciera Dios.»

Demonio Asmodeo:

Alguien profanó mi sueño cuando pateó mis piernas, que colgaban flácidas por el sillón. Al principio decidí hacer caso omiso ante aquella provocación, pero a medida que, poco a poco, iba recuperando la consciencia, recordé que desde que Rafael me invitó a dejar Agni y me mostró el camino a Rhodinthor, había estado cambiando de región y morada, cada poco tiempo por lo que había mantenido un contacto mínimo con el exterior, y dada la nocturnidad en la que el territorio mundano se encontraba, podría asegurar que aquel que me hubiera pateado, no era digno de mi confianza.

«Mierda. Mierda. Maldita sea. Me habían encontrado... pero, ¿cómo?»

Había conseguido mantenerme vivo demasiado tiempo esperando una oportunidad, alguna señal de mis hermanos, para saber que me seguían necesitando, que seguía siendo útil, y pagar por los errores que hicieron que un sucio y tenebroso soldado a la cabeza del ejército alado me hubiera desterrado.

>>Si tuviera que morir, sería dando la vida por los míos, y no a manos de cualquier arcángel dispuesto a sacrificar su santidad para lograr satisfacer así los fines de un ser superior, que a saber con qué clase de brujería habría contado para saber mi posición.

En un movimiento rápido y lo suficientemente ágil para sorprender a mi atacante; apoyé ambas manos en el respaldar del sillón mientras mi vista dejaba de ser la de un mundano y mis ojos albergaban mi verdadera naturaleza, ahora con las cuencas totalmente negras y unos iris borgoña, me adapté a la oscuridad, mi terreno.

>>Hice una pirueta hacia atrás, pasando mi cuerpo por encima del respaldar de mi sillón, quedando de espaldas a mi enemigo, por lo que me volví en un gesto rápido, sintiéndome inútilmente algo más seguro por tener el cuerpo cubierto por una butaca, aunque eso me haría ganar algo de tiempo. Puse una postura defensiva y miré la cara de mi agresor, para observar el albino cuerpo de Samael.

De su garganta salió una horrible y gutural carcajada al ver el numerito que había montado ante una simple patada en las espinillas.

Relajé el cuerpo visiblemente, sin apartarme de la parte trasera de la butaca, cerré los ojos, me crucé de brazos y me pellizqué el puente de la nariz intentando contener las ganas de lanzarme contra el cuello de mi amigo y estrangularlo mientras él seguía riendo.

Volví a esconder mis ojos de demonio. Por un momento pensé en que mi destierro me lo había quitado casi todo, mi mundo; mis hermanos; mis poderes; mi Lilith... lo único que no me quitó fue mi verdadera forma, mi aspecto real, y, sin embargo, tenía que ocultarlo para poder sobrevivir.

Al ver que estaba alargándome en mis cavilaciones demasiado tiempo me erguí, haciendo alarde de mi figura para mirar las increíbles bolas celestes, brillantes y cristalinas que eran los del que creí que era «mi amigo».

Samael siempre había resaltado entre los demás demonios, y no sólo por sus increíbles, inmensas y distinguidas doce alas, sino por la blancura que lo envolvía: mirarlo era como si tuvieras el coraje de atreverte a recorrer un largo túnel cuyo final albergaba algún tipo de respuesta, solución o incluso cura a todas tus dudas y problemas, por lo que te adentrabas rápidamente en él, ingenuo, para acabar dándote cuanta, demasiado tarde de que habías sido demasiado confiado y aquella humilde y agradable persona que te ofrecía la salvación te regalaba una mirada cínica, con esos ojos fríos y distantes, a través de unas gruesas pestañas blancas, dándote a entender que él era una araña, y tú habías caído en su tela, en su trampa, y que ya nunca saldrías vivo de allí.

Iba a comerte.

Samael había sido el elegido para atraer las almas de los moribundos, aunque estos no hubieran pactado nada con nosotros, ni aunque su lugar fuera el contrario, pero no podíamos permitir que nuestro mejor y más grande enemigo consiguiera otro soldado para su ejército, por lo que mi amigo, la mano derecha de Abaddon, el Rey demonio, los camelaba con una facilidad desmedida, propia de los más ruines e hipócritas impostores, para llevarlos al Limbo, donde vagarían por ese frondoso bosque haciendo el esfuerzo de adaptar su espíritu a la oscuridad que los envolvía, durante toda la eternidad, intentado llegar al lugar que pertenecían, ignorando el hecho de que jamás podrían acceder al sitio al que habían sido destinados.

>>Su cabello era blanco como la nieve, y lo dejaba suelto, haciendo que este cayera hasta por debajo del pecho, respirando libre y moviéndose a su antojo cada vez que este ladeaba levemente la cabeza. Su rostro era ovalado, algo alargado, y sus facciones, a pesar de haberse decantado por un género masculino desde su llegada al Zetten, eran suaves y finas, aunque su barbilla se veía algo tosca. Sus cejas y pestañas se veían blancas, y los ojos, como ya aclaré, daban un miedo atroz —no para mí, claro está, él no tenía ese poder sobre mi persona... —, siendo tan grandes, tan claros... y tan gélidos al mismo tiempo...

>>Su nariz destacaba por ser delgada y larga, terminando en una forma redondeada y gruesa, dándole un aspecto un poco más varonil, y sus labios, finos y rosados, siempre estaban serios, o fruncidos, sino, simplemente estaba carcajeándose cínica y despiadadamente de la desgracia de cualquier otra criatura. No tenía más pelo recorriendo su cara, ni si quiera un atisbo de barba, consiguiendo esto aniñar su gesto, añadiendo a su vez, ese aspecto andrógino tan distinguido de los que trabajaban bajo las órdenes de Dios.

>>El ángel Samael solía vestir una túnica blanca que combinaba perfectamente con su tez pálida, amarrándose esta a la cintura y causando pequeñas dobleces por encima de un cíngulo marrón hecho con finos hilos de un resistente material parecido a la cuerda, donde enrollaba su mortífero, fatal, funesto, letal y más adjetivos espeluznantes: Látigo Sagrado, que era capaz de acabar con todo tipo de criaturas, al igual que la espada de Miguel.

>>Samael solía andar descalzo por las ardientes calles de Agni, sin embargo, con el torpe disfraz de mundano que llevaba, traía colocados en sus pies unas sandalias que se ataban con varios nudos para restringir sus movimientos, que subían por sus piernas hasta llegar a la espinilla.

Para los seres que habitaban Rhodinthor, mi amigo, el ángel de la muerte, anteriormente conocido como el de la resurrección, cuando trabajaba para otro jefe, podía ser considerado una criatura despreciable, sin embargo, era la misión a la que debía su existencia, pero a mi parecer, tras la experiencia que había ganado después de la guerra en Zetten y todos los años que había pasado en la tierra de los mortales, había llegado a la conclusión de que, tal vez, los demonios no eran peores que nadie. Simplemente tenían un cometido. Al igual que el resto de criaturas que habitaban en Los Tres Mundos, y como es natural, todos serían capaces de las hazañas más ruines para cumplir sus metas. Por eso no entendía por qué sólo se nos acusaba a nosotros de ser unas criaturas despreciables.

—¿Has venido para reírte de mí, Samael? —Le pregunté iracundo.

Él paró en seco de carcajearse y se tornó todo lo serio que pudo.

—No, solo me resulta hilarante que aquel al que la profecía nombra como sucesor esté roncando plácidamente en un asqueroso cuchitril, escondido entre las sombras como una asquerosa cucaracha, mientras sus hermanos sufren las consecuencias de haber perdido todas las batallas que libraban...—me miró con recelo, entrecerrando los ojos. —¿O es que llevas tanto tiempo entre los mundanos que has olvidado a qué parte de Los Tres Mundos perteneces realmente y quién es tu verdadera familia? —es su pregunta se podía percibir el enfado por la manera en la que había dejado caer las palabras.

Samael me sonrió con melancolía y ladeó la cabeza, haciendo que sus largos y blanquecinos cabellos cayeran por sus hombros al compás que él mismo marcaba con sus gestos.

Se empezó a mover por la sala que formaba parte de la vieja casa en deplorables condiciones que yo le había arrebatado a una familia, evidentemente, sin usar maldiciones o magia negra, esquivando de esa manera que cualquier miembro del ejército alado pudiese detectarme, y a pesar de estar en lamentables condiciones, era perfecta simplemente por el hecho de encontrarse a las afueras la ciudad principal, en la cual se había edificado el castillo del Rey de la región, apartada de la fluctuosa cotidianidad de los mundanos.

Había más mundanos a los que les aterraba el bullicio, por lo que compartían mi idea y muy a mi pesar me acompañaban en las afueras de Danovica, ciudad que obtenía el mismo nombre que la región en sí, como pasaba en las demás. Esto se explicaba porque aquella urbe era el espacio que albergaba el majestuoso palacio real. Su núcleo urbano. Y aunque no me atraía nada la idea de tener vecinos con los que compartir el vino, sabía que no podía seguir asesinando a familias completas una a una hasta acabar con los habitantes de la región sin levantar alguna que otra sospecha, además, huelga decir, que en los tres millones de años que había estado trasladándome de emplazamiento para dificultar mi captura, Rhodinthor había cambiado, puede que a mejor, quizás, no estaba tan seguro, pues mis hermanos podían seguir alimentándonos sin miedo alguno de morir de inanición del rencor, la envidia, los celos, la frustración... y cientos de pensamientos negativos que los mundanos seguían teniendo, por lo que mi cabeza no paraba de darle vueltas a la idea de que aunque la arquitectura se modernizara, y hubieran avances en la medicina y la tecnología, los sentimientos de los mortales seguían siendo tan primitivos que continuaban creyendo que para poder brillar ellos, debían apagar la luz de los demás, sin embargo, ninguna región empeoraba tanto cada vez que volvía a visitarla como Danovica, la cual había degenerado enormemente:

>>La mirada de sus gentes había perdido todo atisbo de fe y esperanza, y se había tornado lúgubre y triste, y si indagaba un poco más, era capaz de notar cómo el dolor se aferraba en sus amedrentados corazones y eso era algo que no podían evitar.

>>Había menos niños, y muchos más ancianos. La población había disminuido; algunos aldeanos morían, otros se iban... el comercio era casi inexistente y la enfermedad se respiraba por sus calles apestadas por el sudor y abarrotadas por el llanto.

Sonreí al verlo ahí, en el mundo de los mortales, recorriendo la estancia, y tuve la sensación de que el tiempo no había pasado y nunca llegamos a separarnos, que nuestra relación no había cambiado. Que él seguía siendo mi fiel y buen amigo.

«Te he echado de menos»—. Pensé, aunque eso sería algo que yo jamás admitiría en voz alta.

—¿Cómo me has encontrado, Samael, hermano? —. Pregunté, e hice una pausa. —He intentado dar con vosotros miles de veces durante todos estos años, pero...

—Sabes que para un desterrado es imposible encontrar las puertas que llevan a ninguno de los Dos Opuestos. —me cortó, distante. —Cambian de lugar con el tiempo. —Me dio una corta y fugaz explicación que yo no pedí, pues era consciente de ello.

Quedamos en silencio durante lo que me pareció más de lo que llevaba vivido.

Decidí acortar la distancia con él, acercándome lentamente, como un domador probando a un tigre al que domesticó bastante tiempo atrás, del que ya no estaba seguro sobre las reacciones ante su presencia.

Si algo sabía de siempre es que Samael era imprevisible.

—¿Qué has querido decir con que mis hermanos han perdido todas sus batallas? —Pregunté, acordándome de repente de la frase que había pronunciado cuando me despertó.

—Han perdido mucho más que eso. —Masculló bajito, casi sin separar los dientes.

Mi amigo me dedicó una mirada de verdadera tristeza, cosa que ya de por sí era extraña, ya que rara vez los demonios nos habíamos dedicado a reflejar lo que verdaderamente sentíamos con nuestras expresiones. Pero en ese momento, en el que sólo estábamos él y yo, decidió abrirse y no contenerse más. Debió de haberlo pasado francamente mal... y yo ni si quiera había estado allí para poder apoyarlo.

Se retiró de mi lado y fue a situarse frente a la ventana para mirar la oscura noche que albergaba el exterior. Cogió aire antes de empezar con su explicación, sin mirarme:

—Conseguimos expulsar a los arcángeles hace medio millón de años. La guerra se alargó más de lo previsto, Asmodeo... Han sido unos largos años de enfrentamientos, y han conseguido desterrar a bastantes de los nuestros, quienes estúpidos y arrogantes, decidieron dejarse llevar por la rabia en el momento que fueron expulsados, utilizando su magia... atrayendo así a más Opuestos, y haciendo que los mataran... en vez de esperarnos y de aguardar una señal, o pensar en agruparse antes de dejar que sus instintos más oscuros los guiasen...

—Somos demonios... no puedes culparnos de eso.

—Incluso tú fuiste desterrado—me dedicó una fugaz mirada—y todo por tener la inútil creencia de que le debías lealtad a alguien más que a Abaddon. —Escupió entre dientes.

Mis ojos se abrieron como platos reaccionando al comentario despectivo.

—¡Quería ir a salvarte! —Le grité.

—¿¡Y de qué coño ha servido si ahora estás aquí!? —Me devolvió el chillido mirándome directamente a los ojos con los suyos glaciales, para volverse hacia la ventana al segundo.

—¡Y ahora Abaddon está muerto y tú desterrado, es una locura!, ¡no puedo soportarlo más, me estoy volviendo loco! —empezó a hiperventilar sin bajar el tono de sus reclamos— ¿no lo entiendes, Asmodeo? —se volvió de nuevo para enfrentarme y vi un brillo diferente en sus ojos, que no había visto hasta ese momento. No era capaz de reconocerlo.

Abrí mucho los ojos ante su reciente confesión.

«¿¡QUÉ!?»

—¿¡EL REY DE LOS DEMONIOS ESTÁ MUERTO!?, ¿QUÉ HA PASADO SAMAEL?, ¡CUÉNTAMELO TODO! —Le agarré los hombros y lo sacudí fuertemente.

...

Esa fue la primera vez que vi llorar a un demonio. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro