Capítulo XX - Recuerdos fugaces:
«El recuerdo es el único paraíso de donde no podemos ser expulsados.»
Jean Paul
Demonio Asmodeo:
—De inmediato, Alteza. —Respondió el jefe de mis mucamos tras escuchar las órdenes que le había asignado tanto a él como a cada uno de las personas bajo su mandato con respecto a la organización de la próxima celebración del compromiso que tendría en el palacio de Mystica.
Necesitaba que todo fuera perfecto, ya que yo no estaría aquí para poder asegurarme de todo esto, por eso daba directrices por doquier, esto era debido a que viajaría hasta Danovica mientras se organizaba la fiesta para presentarme, cara a cara, a Naira, en la misma velada en la que se formalizaría nuestro compromiso y nos declararíamos prometidos. Realmente no me preocupaba el hecho de tener que meterme de lleno en una iglesia, cosa que aún no había pensado cómo hacer, ni exponerme delante de un obispo, lo que me obsesionaba era la reacción que tendría Naira cuando me mostrase ante ella.
Me inquietaba el no saber cómo iba a recibirme. Y me aterraba no poder contar con mis poderes para cambiar su opinión con respecto a mí.
Tendría que hacer total uso de mis encantos.
Si es que tenía alguno.
Era evidente que entre nosotros existía una conexión, yo mismo la sentí en cuanto la vi correr por los jardines medio desnuda, sin embargo, también envolvía su cuerpo un aura extraña que me incitaba un repulsivo sentimiento. Me obligaba a ponerme demasiado alerta cuando ambos nos encontrábamos cerca el uno del otro.
Mientras me dirigía a mis aposentos para elegir un atuendo adecuado al viaje de cuatro días y tres noches en carruaje —por estas cosas prefería volar, pero en esta ocasión, me acompañaba mi corte, y debía de mantener las apariencias—, que ya esperaba por mí en la entrada de palacio para conducirme a Danovica, habitación en la que más sirvientes se encontraban confeccionando mi equipaje, pensé en las emociones que me envolvieron la pasada noche del domingo, cuando di con la Princesa; no sabía si caer rendido a sus pies, alabar su figura y suplicarle que me aceptase a su lado para el resto de la eternidad, o si matarla para perder de vista la sensación de querer vomitar y poder olvidarme del desasosiego de notar que algo malo iba a pasar, por lo que era incapaz de abandonar mi estado de vigilia y relajarme.
...
Todos en aquella enorme sala que apestaba a jabón y a desinfectante me miraron de repente, asimilando mis últimas palabras:
—¿Qué quieres decir con eso de que el destino de las Nagas no es algo que nos corresponda a nosotros? —. Preguntó Samael apretando los dientes. Estaba a punto de perder la compostura, y muy pocas veces había visto a Samael de esa manera. Varios cabellos se le separaron de la larga melena y le cayeron por la cara.
—Quiere decir que la maldita Angelov será quien se encargue de si son condenadas a muertes, o si simplemente las devolvemos al lugar donde pertenecen. —Explicó Lilith gruñendo.
—¿Y por qué tendríamos que empezar a otorgarle alguna potestad sobre qué hacer con criaturas oscuras a una jodida cazadora de criaturas oscuras? —. El albino estaba muy exaltado.
—Obvio, Samael. Te creía más inteligente. Porque dependiendo de lo que elija su alma estará perdida del todo o no. —Respondí. Intentando mantener la calma.
Samael frunció el ceño con sorpresa ante mis palabras, pero al cabo de unos segundos, abrió los ojos con sorpresa y las arrugas de su frente se dispersaron. Pareció comprender.
—No sé si eso podría funcionar... estaría sentenciando a seres infernales, justo para lo que ha sido enseñada, ¿el conocer, aceptar y trabajar para lo que ha sido destinada no la limpiaría por completo?
—La chica... ella no sabe que exsissstimos...—Respondió la más pequeña de las Nagas ante la mirada desaprobatoria de su compañera. Ambas se nos habían acabado mostrando con su verdadera forma.
—...así que sería como castigar a unas simples mundanas por las faltas que Naira considerase. —completé la oración por la que decía llamarse Everild.
—Sigo sin estar seguro de todo esto. —Negó Samael con la cabeza, entonces, paró en seco, abriendo sus ojos con cierto espanto, y apretó aún más el cuerpo de la Princesa de Danovica entre sus brazos.
Había notado que algo estaba mal con la cría cuando ésta dejó de temblar, movimiento del que los mundanos se beneficiaban para conservar el calor. Fue entonces cuando me percaté de que los latidos de la chica habían empezado a reducirse notablemente.
El silencio volvió a regir la situación mientras todos los allí presentes fijábamos la vista en el cuerpo cada vez más inerte de Naira Angelov. Se estaba congelando.
El albino me miró con desazón, sabiendo que él había provocado el estado en el que se encontraba la Princesa, sin embargo, yo negué levemente con la cabeza, disculpándole el gesto.
Caí en la cuenta de que el resto de los oscuros poseían una gélida complexión, excepto yo. Mi exánime figura podía adquirir, si me concentraba lo bastante en la impudicia, la temperatura de un mundano cualquiera para poder engañarlos y que aceptasen el mantener relaciones sexuales conmigo sin acabar falleciendo por el frío extremo que emanaba cualquier criatura oscura. No solía matar a mujeres a no ser que no tuviera otra opción, sin embargo, los varones que rondaban a mis presas, o futuras capturas, era hablar de otra cosa...
—Tenemos que mantenerla a salvo. —Mascullé apretando los labios e intentando revocar cualquier sentimiento de liquidar la existencia de la cazadora cuando alargué los brazos para que Samael me la entregara para tratar de que Naira recobrase el calor y su temperatura se estabilizara. No podía permitirme el que muriese.
—Veo que todos buscamos lo mismo, degenerado. —Una voz se alzó a nuestras espaldas, proveniente de los jardines del palacio de los Angelov, justamente tras la puerta que nos adentraba en el castillo de Naira.
Puede que hiciese tres millones de años que no oía aquella inflexión, aquel matiz, pero supe perfectamente de quién se trataba en cuanto escuché su lexía.
Me giré antes de acoger a Naira entre mis brazos en un movimiento rápido, pero para sorpresa de todos los presentes, afectuoso, para después dirigir una aberrante mirada cargada de animadversión al arcángel Rafael. No muy grata fue mi sorpresa cuando advertí la presencia de Miguel y de Gabriel junto a él.
¿Se había organizado una reunión de antiguos enemigos acérrimos y se habían olvidado de avisarme?
Con extrema lentitud, se adentraron éstos en la lavandería, lugar en el que nos encontrábamos el resto de los oscuros, para adoptar una formación de cobertura protagonizada por aquel que me desterró al comienzo de la guerra que tuvo lugar en Agni.
Los pertenecientes al otro Opuesto, dimos varios pasos hacia atrás para encararlos desde lejos. Atisbé la leve sonrisa de Lilith cuando observó cómo Gabriel apretaba los puños a sus costados, incapaz de aguantar sus ganas de batallar.
—Cuánto tiempo, Asmodeo, ¿cómo has estado? —Me preguntó entonces mi némesis.
—No me quejo, la verdad. —Me encogí de hombros. —Aunque estas últimas semanas han sido las mejores de todo mi confinamiento.
—Vaya, vaya, no puedo imaginarme el por qué. —Ladeó la cabeza al mismo tiempo que curvaba la sonrisa y entrecerraba los ojos analizando a los que hacía poco tiempo habían decidido echar una mano con la causa de Abaddon y no me habían dejado solo desde entonces.
—Dejaos de cháchara y entregadnos a la chica. —Vociferó Gabriel de repente, muy molesto, rompiendo la formación que tenían y colocándose ahora en una línea que Miguel continuó adelantándose varios pasos. Tenía la mandíbula tensa. —O si no...
—¿«O si no» qué? —lo cortó Lilith—, ¿es que acaso has necesitado alguna vez una excusa para combatirnos? —Se cruzó de brazos y rio insolente, echando la cabeza hacia atrás, ante la evidente furia de Gabriel.
—No realmente. — La mano armada de Dios infló su pecho y se dispuso a dar las zancadas que se encargaban de separar nuestro flanco con el suyo. Sin embargo, la mano de Rafael se le incrustó en el pecho, deteniendo su marcha. Gabriel lo miró enrabietado.
—Si nos entregáis a la chica, prometemos dejar esta animosa charla para otro momento. —Repuso Rafael sin mirarlo.
—¿¡Vamos a irnos sin matarlos!?, ¡son demonios!
—¡Éh!, no nos metas a todos en el mismo saco asqueroso. —Repuso Samael.
Puse los ojos en blanco. «¿De verdad?» Este no era el momento para debatir sobre las distintas razas que invadían Zetten...
—Bonita manera de cargarte una analogía que de por sí ya era bastante pobre, Gabriel. —Admití. Haciendo caso omiso del comentario de Samael.
Está bien. Admito que tampoco era el momento para bromear.
—Si nos entregan a la chica sana y salva, sí. —Afirmó Rafael.
Sin saber por qué. Mis dedos se aferraron a la piel de Naira, que empezaba a recobrar su calor corporal.
—Lo siento, pero no tenemos ninguna intención en aceptar el acuerdo. —Intenté decir con toda la calma que pude, tratando de no prestar demasiada atención a cómo las venas del cuello de Gabriel se iban ensartando con brusquedad.
—Creí que valorabais vuestras vidas un poco más. —Valoró Miguel.
—O al menos tú, Asmodeo. Tres millones de años escondido entre las sombras como las sucias ratas no deben de haberte sido fáciles. O sí, considerando el hecho de que eres una sucia rata. —Dijo Rafael.
Me revolví en mi sitio. Me sentí herido y confuso, y no supe qué decir. Quise gritar, soltar un comentario sarcástico, darle a Rafael un puñetazo o que por una vez mis hermanos me defendieran, pero allí estaban, en silencio, como yo. Me centré en la respiración de la chica que sostenía entre los brazos y de repente todo se volvió más liviano. El peso de mis hombros era más ligero. Cuadré mis piernas, escondí todo resto de expresión que pudiera quedar en mi cara y respondí:
—Deberías de pedirle a vuestro dios que os permita maldecir, aunque sea en algunas ocasiones. —Alcé ambas cejas. —Sino, vuestras amenazas se nos antojan muy aburridas e insulsas. —Chasqueé la lengua. — La verdad es que después de tanto tiempo, esperaba algo más.
Miguel, para mi sorpresa, rió.
—Es bueno saber que hay cosas que nunca cambian; aunque estés a punto de morir, sigues haciendo uso de esa tan hedionda lengua.
—Puedo hacer muchas otras cosas con mi lengua que utilizarla para hablar, ¿quieres que te haga una demostración?
El rostro del rubio volvió a tornarse rojo, tal y como recordaba que lo hizo mucho tiempo atrás.
Gabriel no pudo aguantar más su enfado y emprendió una zancada hacia nosotros, ignorando el brazo que Rafael había colocado sobre su pecho.
—Cuidado. —Si lo que queréis es a la chica, no os olvidéis de las manos que la sujetan, porque pueden acabar con la mísera vitalidad a la que se está agarrando en el acto. —Habló entonces Samael. Los arcángeles entrecerraron los ojos, y Gabriel incluso frenó en seco. —Además. La chica ya no os pertenece. Hace muchos años que ha dejado de perteneceros. —Continuó el albino.
—¿Qué dices, demente?, los Angelov son...
—No me importa cuántas normas de la naturaleza haya tenido que transgredir vuestro dios para crear su más mortífera arma sagrada, la cual esconde bajo la sombra de un peculiar apellido. Las leyes de los mundos fueron creadas por él mismo, por aquel al que decís deber lealtad, y aceptadas por todos los que habitaban en ellos al comienzo de la vida, y el alma de esta mundana ahora me pertenece a mí. —Sentenció.
Los arcángeles se miraron alarmados entre ellos, sin saber bien cuál debería de ser su próximo movimiento. Gabriel escudriñó la cara del albino, impresionado por el que hubiera mencionado las leyes sagradas que él tan incapaz era de transgredirlas. Y yo también me encontraba sorprendido ante el comentario de mi amigo, ¿que el alma de Naira ya le pertenecía?, ¿desde cuándo?
¿No quería yo permitir que la chica Angelov considerase la idea del asesinato para ennegrecerla?
—Llamad a Remiel si os place, hacedlo si no me creéis, pero no permitiré que os apropiéis de un alma que me concierne, y que de mi depende para llegar al lugar que le corresponde.
—¡Mientes! —Chilló Gabriel, y después de eso, se irguió para comenzar una embestida contra el albino, que lo miraba impasible.
De hecho, Samael se encontraba demasiado tranquilo como para tener a un gigante perturbado y evidentemente desequilibrado corriendo hacia él, pero de repente, la carga del lunático arcángel se detuvo y en su cara pasó a distinguirse el horror.
>>Los tres indeseables pasaron a fijar su vista en la lejanía, sin prestar atención a nada ni nadie en especial, mientras sus expresiones iban reflejando de diferentes formas el desconcierto.
Parecía que les estaba dando un ataque cardíaco. A los tres a la vez. Jamás había presenciado nada parecido.
Los hombros de los arcángeles se relajaron considerablemente, y despidiéndose Rafael y Miguel con una mirada de desprecio, se apresuraron a abandonar la sala. Gabriel, por el contrario, no podía retirarse de la escena sin dramatizar profundamente sobre lo acontecido:
—Las cosas no van a quedar así, demonios. —Sentenció antes de darnos la espalda y emprender su marcha.
Nos quedamos muy quietos y callados, intentando analizar la situación que acabábamos de contemplar. ¿Estábamos vivos?, porque eso era lo que parecía; que habíamos salido indemnes de un encontronazo con varios arcángeles.
—V...a...vale. —Dije tratando de recobrar la compostura. —Ahora tratemos de poner a Naira a salvo...
...
Para cuando terminé de rememorar la historia a la que me había enfrentado hacía sólo varios días, ya me encontraba dentro del carruaje que me llevaría directo a Danovica. Era mucho más lento que volar, pero si quería aparentar ciertas cosas, debía de aceptar el desenvolverme de la misma manera en la que lo hacían los mundanos.
Alejé todas las preguntas que ahondaban mi cabeza acerca de por qué los arcángeles habían decidido marcharse de aquella manera tan repentina para concentrarme en lo verdaderamente importante, algo a lo que tendría que enfrentarme más temprano que tarde: Naira Angelov.
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