Anexo; Invasión devastadora:
«El poder de cuestionar es la base de todo progreso humano.»
Indira Gandhi
Lilith; la Reina de la noche:
No entendía muy bien todo lo que había pasado hacía escasos minutos. Era consciente del tiempo que había pasado desde que no veía a Asmodeo, pero nunca me imaginé encontrarlo tan cambiado. Casi me dan arcadas cuando me tocó con su mano temblorosa. ¿Qué es lo que le había pasado?
Después de dejar al que se suponía que sería mi futuro Rey escondido en una casa llena de cadáveres que yo misma había asesinado, Samael y yo emprendimos el vuelo rumbo al castillo que Asmodeo quería regentar no sabía aun para qué propósito que, favorecido por la noche, se camuflaba entre la niebla que le daba un aspecto mucho más grotesco del que en realidad gozaba.
Sobrevolé la cúspide del castillo seguida muy de cerca por el albino, que estaba demasiado concentrado en dejarme a mí a la cabeza. Samael no me había dirigido la palabra en todo el viaje, y terminé con nuestra travesía aterrizando en una de las torres caballerizas, donde los arqueros se situaban a defender el palacio si algunas de las patrullas de la región advertían peligro.
>>Avistamos en seguida a una pareja de guardias oteando el horizonte en la noche, como si en realidad pudiesen diferenciar las formas que las tinieblas escondía entre su manto.
Me deslicé entre la neblina que ahondaba en la torre, recogí mis alas y en un par de rápidos movimientos me coloqué justo detrás de uno de los centinelas sin que nadie se hubiera percatado de mi presencia, y entonces, cuando tuve su nuca frente a mí, acerqué mi mandíbula a su oreja, rozándola levemente con mis labios y siendo consciente de cómo el rojo de mis ojos brillaba por la excitación, le susurré: «mata a tu compañero». Entonces di media vuelta y me situé tras un torreón.
El guardia miró varias veces a su alrededor, buscándome, estoy segura, sin embargo, a pesar de no haber dado conmigo, sacó la espada que guardaba en su tahalí y ante la mirada confundida de su camarada, que le preguntó si había visto algo, no dudó en atravesarle el pecho con esta. El vigilante se volvió, buscándome de nuevo, y yo volví a salir de mi escondite entre las sombras para felicitarle con una de mis mejores sonrisas y después de eso, extasiada por el metálico olor de la sangre, me lancé hacía él, hacia su cuello, y le mordí la vena cava mientras esté se mantenía en calma y reposo.
>>Una vez hipnotizado, si yo no le ordenaba que sintiera miedo, o que chillase del dolor y el espanto; no lo haría.
>>Al cabo de dos minutos, el centinela calló muerto a mis pies, seco. Y yo me encontraba pletórica y llena de un renovado poder.
Escuché un leve ruido tras de mí y me volví esperando poder recrearme en algún gesto de aprobación por parte de cierto ángel de la muerte, encantado de cómo había gestionado el problema de los guardias de manera rápida y satisfactoria, pero lo único que me encontré cuando me giré fue el rostro de Samael contraído.
El albino suspiró con cierta desazón, cerrando los ojos y moviendo la cabeza a su vez. Frustrado.
Me irrité ante aquel movimiento. Si así iba a actuar el albino, no lo necesitaba conmigo.
—Tú espérame aquí. —Le pedí en voz baja a Samael, quien no tardó en elevar una blanquecina ceja en la que expresaba su vacilación y desconfianza con respecto a mi propuesta. —Yo me encargo de todo. —Le aseguré.
—Ah... claro... ¿tal y como acabas de hacer ahora?, ¿de verdad piensas que voy a permitirte hacer eso?
¿Y a este otro qué le pasaba?, ¿qué importaba acabar con la vida de unos cuantos si eso suponía el éxito de la misión?
—No entiendo por qué me odias tanto, Samael. —Confesé mientras me ahuecaba el pelo, dándole forma después de que se me hubiera enredado en el vuelo hacia el castillo.
—¿Piensas que es buen momento para intentar resolver nuestras diferencias? —El rostro de Samael se mostraba impasible, de hecho, muy pocas veces se veía perturbado por alguna reacción, por eso cuando me miraba sin concederme su beneplácito me ponía tan furiosa.
—No te odio, Lilith. —Aclaró entonces, cansado del silencio que se había producido entre ambos. –Simplemente no me caes bien. No me respetas y me das mucho trabajo, eso es todo. —El albino ladeó la cabeza y su pelo lacio cayó por sus hombros, meciéndose con el viento. Entonces. Se lo llevó hacia atrás con una tranquilidad pasmosa para luego cruzarse de brazos. —Voy a ir contigo. -Sentenció entonces. —No voy a dejar que se repita esto. —Y echó a andar.
¿Quién se creía que era?
—Serías un lastre si lo hicieras.
—Muestra algo de respeto, ¿tienes idea de a quién le estás hablando? —Me preguntó Samael abriendo mucho sus ojos, dejándome ver como el celeste casi cristalino de sus ojos se tornaba bermellón. Se había engrandecido a si mismo al presumir de su cargo.
Claro que lo sabía; Abaddon era un ser de suma inteligencia, y supo aprovechar las diferencias entre su enemigo acérrimo y el ángel de la muerte, quien en un antiquísimo comienzo; dedicaba su eternidad a servir a Dios, tentándolo a caer, y cuando éste lo hizo, lo convirtió en uno de sus más preponderantes aliados, dándole el puesto de mano derecha, para poder disfrutar de su inconcebible fuerza y potencia.
>>Se creía que el ángel de la muerte habitaba en el cosmos mucho antes de que Dios lo hiciera, mucho antes de la creación de Rhodinthor, y se decía que Samael aceptó formar parte de la hueste celestial solo por la simpleza de combatir su soledad y su terrible aburrimiento, y el Altísimo, tal y como hizo Abaddon después, decidió beneficiarse de su inmenso poder, concediéndole, por si fuera poco, una de esas armas que él mismo confeccionaba, y de las que sólo existían tres en lo basto de Los Tres Mundos.
>>La Muerte, como al principio de los tiempos se le conocía, ayudó a Dios en el triunfo de la fundación de los mundos encerrando para ello incluso a sus hermanos; Guerra, Hambruna y Peste, en el mismo lugar donde Dios lo hizo conmigo; evitando que pudieran hacer daño a ningún mundano, sin embargo, cuando Samael se unió al bando correcto, uno de sus primeros pasos fue afiliarse de nuevo con ellos, y mostrarles el camino a Rhodinthor como sólo él sabía conducir y orientar a las almas oscuras, para que volvieran a hacer estragos sobre ella.
Solía Samael deleitarse con aquello.
—Aunque no lo pareciese debido a sus recientes majaderías, el ángel de la muerte era increíblemente poderoso, tanto, que los únicos seres conocidos que con capacidad de competir con su poder eran Dios y Abaddon, aunque gracias al primero, y a las transgresiones acometidas contra las leyes divinas que regían los mundos, en el futuro se consiguió añadir a otro alguien a la lista. Los Angelov.
>>La Muerte podía hacer casi cualquier cosa que deseara porque poseía una cantidad de poder sobrenatural incalculable. Capaz de controlar el aire a su antojo; coronándose su Príncipe; formar huracanes...
>>Samael tenía conocimiento casi absoluto del universo y, por lo tanto, superior al resto de los arcángeles y demonios con los que compartió su infinitud, y sólo era comparable por Dios.
>>Su única falla era que, a diferencia de los demás Opuestos, sólo era capaz de percibir las almas moribundas o ya perecidas, y no al resto de seres sobrenaturales que habitaban a su alrededor.
—Baja esos humos, Lilith, los dos queremos lo mismo, estamos en el mismo bando. —Dijo en un tono apenas audible.
—Lo dudo. —Espeté.
—Claro que sí. —Me corrigió él. —Solo que tenemos distintas formas que llevar las cosas a cabo.
Dado que la misión de Samael era dirigir las almas ya fallecidas de los pecadores al lugar que les correspondía él no soportaba que los muertos continuasen caminando entre los vivos tras su defunción.
>>Yo, al contrario que otras muchas razas de oscuros; carecía de corazón latente, y la gran ingesta de sangre que bebía y que me ayudaba a mantenerme no circulaba por mi cuerpo. No me era necesario respirar, y, sin embargo, seguía en pie, causando devastación, matanza y devastación a mi paso. Por eso me resultaba falto que Samael dijese que no me odiase.
El ángel de la muerte y yo teníamos diferencias que no nos eran posibles resolver. No si no quería acabar con una de las razas que habitaban Zetten.
Supe por la tranquilidad que derrochaba el albino no se molestaría conmigo y caería en mis juegos fueran cuales fuesen mis palabras, por lo que decidí hacer varios cambios en mis planes.
Llevé las manos al aire, haciendo aspavientos.
—Muy bien, Samael, tú ganas.
El albino abrió mucho los ojos en mi dirección.
—¿Acaso lo dudabas?
Su soberbia actitud me recordó a la de un antiguo Asmodeo, y sonreí con incomodidad.
—Bien, nos abriremos paso desde el patio de armas, escóndete, y yo acabaré con los guardias, después atravesaré la poterna tras la barbacana y te abriré desde dentro. —Expliqué con determinación, mientras sobrepasaba a Samael y me ponía en cabeza.
El albino suspiró.
—No sabía hasta dónde podía llegar tu necedad, pero debo admitir que me has sorprendido. —Habló entonces.
Fruncí el ceño ante el desagrado que me había producido su comentario.
—¿No confías en mis métodos?
Samael posó las manos en la cintura y miró hacia uno de sus costados de manera brusca, conteniendo su arrebato, abriendo la boca y paseando su lengua por el labio inferior, luego pasó a mordérselo y a negar fugazmente antes de volver a mirarme:
—¿Acaso eres tan corta de miras que eres incapaz de ver los fallos en tu maquinación? —Volvió a arquear una ceja al mismo tiempo que comenzaba a negar con la cabeza, haciendo que su fino cabello blanco se agitase.
—¿Existe alguno? —Cuestioné brava.
—Verás, no sé si las almas de los incautos que se encuentren en el patio de armas estarán tan podridas como la tuya, pero no están pereciendo...
—Por ahora. —Corté, dedicándole una sonrisa confabuladora.
Él se dedicó a entornar los ojos.
—Pero si empiezas la carnicería y ocurre que no puedo sentir ningún ánima debido a que no me pertenecen... ¿no crees que los Opuestos encontrarían extraño el hecho de que se hubiera comenzado una matanza en un mundo del que el hermano Guerra está tomándose unas vacaciones?, después de tantos siglos de lucha por los territorios, se ha ganado reposar en Agni.
De repente comprendí lo que trataba de decirme.
—...Sabrían que somos nosotros.
—Sabrían que tramamos algo, y no podemos correr ese riesgo, no podemos poner en peligro a Asmodeo. No tiene el poder suficiente para hacer todo esto solo. —Carraspeó. —De hecho, aparte de poder camuflarse, no tiene ninguno.
Me deleité en los profundos ojos de Samael, que volvían a ser de un color aguado, y asentí con un gesto leve, aceptando lo que me exponía.
—Entonces, ¿qué propones? —Interrogué entonces.
—Encontremos la saetera más cercana—Comenzó. —Atraviesa los muros, y ábreme desde dentro, una vez allí, nos adentraremos en el palacio poco a poco y en cuanto demos con algún guardia... seguro que se te ocurre algo. —Curvó sus labios hacia la noche en un atisbo de sonrisa.
—Seguro que sí.
...
No nos costó dar con la saetera adyacente a la torre albarrana, y una vez avistada, Samael esperó paciente a que traspasara sin esfuerzo los amplios muros de ladrillo. Al fin y al cabo, yo no era más que un ánima, así que, si me lo proponía, atravesar paredes no me era demasiado complicado. De hecho, había pocas cosas que fueses complicadas para mí.
>>Cuando estuve dentro, conseguí completar la invasión abriendo las portezuelas de madera recubierta por metal del tragaluz y dejando entrar a Samael, quien se adentró en el castillo de un salto.
>>Ya en el interior, y alertas, recorrimos el amplio pasillo que se desarrollaba a nuestro alrededor, que, aunque estaba envuelto por la oscuridad de la madrugada, no significaba que dificultase nuestra visión, percatándonos del nivel de riquezas que el Rey de Mystica poseía.
>>Dimos con una intersección iluminada por la luz de algunos cirios, y en cuanto la allanamos, logré acallar los gritos de alerta de varios guardias que se encontraban tranquilamente haciendo su ronda, gracias al poder de hipnotismo que poseía y que se efectuaba al mirar a los ojos de mis víctimas, así se quedaban paralizados; después solo tenía que acercarme a sus oídos con tranquilidad y susurrar lo que deseaba que hicieran y finalmente; disfrutar con el desenlace. El resultado fue óptimo ya que había bebido bastante sangre previo a eso.
Acompañados de mis cinco esclavos recientemente conseguidos, Samael y yo nos introducimos aún más en las entrañas del palacio, siendo estos los que atravesaban antes por las galerías, avisándonos de si había más guardias, o no, y en el caso de que así fuera, de entretenerlos lo suficiente mientras el albino y yo nos escabullíamos por la tangente. Junto a su indudable ayuda, conseguimos llegar a los aposentos del actual Rey de la región, quien se encontraba profundamente dormido, roncando de manera sosegada y envuelto por ricas sábanas de seda. Casi inspiraba ternura la paz que emanaba.
Me acerqué a su lecho de forma sigilosa.
Cuando lo tuve frente a mí, me agaché a mirarlo con detalle, y pude deleitarme en su gesto arrugado, sus cabellos y barbas blanquecinas teñidas por la edad, su nariz respingona y sus labios delgados.
>>La respiración del aristócrata me golpeaba en la cara, y fue entonces cuando me di cuenta de lo cerca que me encontraba de él y de lo mucho que su sangre gritaba mi nombre. Abrí la boca y dirigí mi mandíbula hacia la vena cava superior del anciano, sin embargo, no pude degustarla debido a que Samael me paró de repente, tirándome del pelo con fuerza hacia atrás.
«Asmodeo necesita su castillo.» —Trató de explicarme por medio de la telepatía.
«Eso mismo intentaba concederle antes de que me interrumpieras» —Respondí.
«¿Matándolo?»
«Es viejo, nadie se hará muchas preguntas.»
«¿Y de qué manera nos facilitaría entonces que Asmodeo se hiciera con el control del palacio? Vamos, Lilith... piensa... eres mejor que esto...»
Me enfadaba el hecho de que supiera mantener la compostura ante determinadas situaciones, al contrario que mi sed, que no paraba de hacerse eco de los fallidos intentos de triunfar en mi cometido.
Quizás no era Samael el que se había vuelto torpe..., quizás lo que le entorpecía no era otro que nuestro futuro Rey demonio.
«Algo me dice que tienes un plan...»
«¿Por qué esa vocecita no te habla cuando estás a punto de cometer una estupidez?» —Se cruzó de brazos y me miró impasible. –«Despiértalo. Habla con él, contrólalo... hazlo consciente de que no es capaz de seguir gobernando y que tiene que designar a un heredero... encuentra la forma de introducir a Asmodeo sin levantar sospechas en el pueblo, ni en la corte...»
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro