Anexo; El nuevo heredero de Mystica:
«El que manda debe oír aunque sean las más duras verdades y, después de oídas, debe aprovecharse de ellas para corregir los males que produzcan los errores.»
Simón Bolívar.
Demonio Asmodeo:
—¿Ya estáis listos? —Preguntó Lilith, dejándose caer en la puerta de mis recién estrenados aposentos, el cual formaba sólo una minúscula parte del palacio que horas antes, su anterior señor; el Rey Hadi, me ofreció en una majestuosa ceremonia de coronación, reconociéndome como su heredero , ya que «él se encontraba ya demasiado senil e indispuesto para seguir ejerciendo el mandato sobre Mystica», y al no tener desdecía, sólo confiaba en mí; su fiel y leal amigo «Aodesma Infernum Demergeris» —nombre que Samael inventó sobre la marcha, y del que tenía algunas quejas...—, comandante y jefe supremo de sus tropas.
Era increíble la capacidad de convicción que tenían los vampiros, y es que Lilith se dedicó durante toda la noche a implantar imágenes en la memoria de todos los guardias que habitaban en el palacio de mí, para que nadie se extrañase cuando me viese pululando por la corte, y mucho menos cuando me nombrasen heredero.
A Lilith se la ha considerado, tras haber sido desterrada, la madre de los súcubos, y de ahí se ha pasado a suponerla —con razón— una verdadera ninfómana, que seduce a los hombres con maestría para estrangularlos después.
>>Algunas tradiciones cuentan que entre el cabello de aquella fatídica mujer se encuentran, enredados, los corazones de los jóvenes que sucumbieron a su hechizo.
>>Esa condición diabólica de Lilith le ha llevado a ser también la Reina de los vampiros, los comúnmente llamados en Zetten como «hijos de la Noche», y no sólo mantenía relaciones sexuales con hombres a los que después asesinaba, sino que también se alimentaba con su sangre.
>>A ella se le asimilaban diferentes divinidades y monstruos femeninos que los Angelov trataron de describir en «La caída de los ángeles» o, donde entre ellas, podíamos distinguir a las harpías y las estriges; las ayudantes de las furias; las crueles arpías o las moiras...en cuyas figuras, se repetían las alusiones a la muerte de hombres y niños.
Sacudí la cabeza mientras terminaba de vestirme y me miré en el espejo para deleitarme en la aristócrata y magnánima figura que en él se reflejaba; pero todo lo que lograba a ver era la ausencia eso. Comparado a los dos agninos que me ayudaban a desempeñar mi cometido, yo no era nada.
Fruncí el ceño, asqueado con aquella figura que me devolvía la mirada en el espejo.
—¿Has terminado de deleitarte con tu figura, alteza? —Preguntó Lilith con sorna a mis espaldas, a quien vislumbré de soslayo en el espejo cuando la última palabra escupida por su boca llegó a mis oídos y me produjo un escalofrío que me recorrió toda la columna vertebral. ¿Cómo esperaban que me acostumbrase a esto; ¿a los privilegios, a las comodidades, a las riquezas, al respeto... si apenas hacía tres semanas me encontraba huyendo de mi propia sombra?
Opté por una camisola oscura y un pellote azul compuesto por la rica tela que era el ciclatón. Tenía brocados con motivos geométricos en tono garzo claro, que eran mucho más destacables gracias a los bordados que se encontraban a su alrededor, vislumbrándose éstos también en los bordes de la falda.
>>Los guantes, leotardos y botas tenían también un matiz oscuro, y la capa con la que terminaba el conjunto poseía una tonalidad añil.
Mirase por donde mirase, en el reflejo yo sólo veía a un Rey. De la sucia rata que se escondía para salvar su vida no quedaba nada. Y sin embargo la sentía conmigo. A pesar de la ropa. Esto solo era un disfraz.
Intenté no darle muchas vueltas a la situación por las náuseas que me provocaba. No podía demostrar debilidad. No delante de ellos.
—Me veo... diferente –dije más para mí que para Lilith, mientras ladeaba la cabeza y sonreía altanero.
—Es que no eres el mismo. —la pálida mujer anduvo hasta colocarse tras de mí y acomodó las manos sobre mis hombros. Sentí el frío procedente de sus dorsos atravesando las capas de la fina y elegante tela para llegar a mí. Me sorprendió, ya que a pesar de ser Lilith álgida como el hielo e impasible, cada vez que nos tocábamos en el pasado, la sensación era muy diferente. Casi la eché de menos.
Vi su mirada traviesa buscando la mía a través del espejo, sin embargo, algo que no sabía cómo explicar, no dejaba de molestarme
—Su Majestad, aprisa, no se demore, o llegaremos tarde a la fiesta...
Samael la fulminó cuando terminó de hablar y yo emití un profundo suspiro que pasó por encima de los demás ruidos que se escuchaban en el castillo. Me volví hacia ella.
—No tienes por qué llamarme así, Lilith, ya lo sabes. —La reprendí.
Ella se encogió de hombros. Confusa.
—Las cosas ya no son como eran antes, Su Majestad, como bien dije hace dos noches, sé distinguir bien entre el placer y el deber. —Me miró como si estuviera a punto de revelarme un profundo secreto. —Yo estuve sola durante mucho tiempo, alteza, hasta que Abaddon me encontró y me salvó de mi misma. —Sonrió con un deje de angustia y su cabeza se hundió sobre sus hombros. —Él era el Rey de los demonios, y pronto usted lo sustituirá. Conozco a quien le debo mi lealtad. —Se agachó para engendrar una torpe reverencia que no tardó en finalizar. A ninguna criatura de la oscuridad, por muy fieles le seamos a alguien, nos agrada el hecho de vernos doblegados.
—¿Eso significa que no volveré a disfrutar de ti...? —Me sorprendí a mí mismo haciendo esta pregunta.
Lilith Sonrió y Samael farfulló.
—Te responderé a esa pregunta alguna noche, mi Rey, cuando no halle el suficiente deleite en el cuerpo mortal de su futura esposa y venga a buscarme con el consuelo de encontrar algo de regocijo.
Aunque tales fueron las palabras de Lilith, la conocía demasiado bien como para saber que, debido al respeto que le mostraba a la figura de Abaddon, al que había sido incapaz de aceptar su pérdida, me había nombrado como su sustituto, por eso, en la diáfana mirada de la mujer a la que un día creí amar, y de la que me obligaron a separarme, en aquella sonrisa mustia y afligida, pude notar como Lilith ponía punto y final a la historia que podría haber sido, y que a causa del destino caprichoso; nunca será.
—Matrimonio...yo... quién iba a decirlo. —Carcajeé suave al mismo tiempo que ella interponía más distancia entre nuestros cuerpos y yo miraba mis botas de cuero oscuro. —Si mi cometido era separar a los mundanos que lo contraían y adentrarlos en la lujuria...
—Ahora tu cometido ha cambiado. Tenemos que tener un Rey. —Se limitó a decir.
Dirigí mi vista hacia el inmenso balcón que poseía mi habitación mientras pensaba en las palabras de Lilith, y me perdí en un punto cualquiera del horizonte, analizando la vida de ésta y todo lo que le habría supuesto el hecho de perder a su más preciado pilar. Su punto de apoyo, de partida. Todo empezaba y terminaba en Abaddon, y me pregunté si en algún momento intentó cometer alguna especie de locura para dejar de existir al igual que lo hizo su salvador, ya que, sin él, estaba perdida; no atesoraba la relación con nadie, ni si quiera las consideraba, sólo utilizaba a la gente que por casualidad acababan en su vida y se beneficiaba de ellas todo lo que pudiera, amedrentando cualquier otra relación que no fuera con Abaddon. Lilith existía solo por y para él. Su total y completa devoción y lealtad la habían comprometido a tal punto de no poder disfrutar de ningún otro vínculo mientras él existiera. Pero ahora estaba muerto.
>>Entonces caí en la cuenta de que daba igual si tal y como dije, intentaba apartar a Lilith de mi vida cuando conociese a la chica o no. Acaba de dar con otra persona que la hacía tener una misión y no estar del todo perdida. Ella no iba a dejar nunca que la apartase de mi camino, e intentaría modelarme en la medida de lo posible, para que fuera lo más parecido a mi predecesor.
Me sentí triste y desolado, porque no había verdad más absoluta que la que expresaba que todos los seres tenían el derecho de ser amados y respetados por lo que eran.
La peor soledad es no estar cómodo contigo mismo, y nadie puede estar cómodo sin su propia aprobación.
Samael no aportó nada a aquella conversación, pues entendió lo que entre líneas se cocía y decidió guardarse para sí mismo su opinión. Cosa que agradecí. En ese momento, no necesitaba que nadie más siguiera avivando el fuego.
Cuando los tres estuvimos preparados, colmados de las mejores galas de las que se disponía en el palacio, nos aproximamos despacio hacia el balcón, abrimos nuestras alas, sensación de la que yo disfruté en demasía, y nos encauzamos a la siguiente parte de un plan que ya Lilith se había encargado de perfeccionar.
...
Creí que la tarde no podía ir peor. Me sentía presionado, y lo único que quería era escapar de allí; alguien me había dejado el peso de una enorme roca sobre los hombros y se había ido sin enseñarme cómo poder sujetarla sin que me flaqueasen las piernas. Samael y yo habíamos perdido de vista a Lilith, quien había entrado en el castillo para buscar a más jovencitas a las que yo debería de inspeccionar con «sumo cuidado». Cerciorándome de que fueran verdaderamente la elegida o no, y por primera vez en lo que había durado mi existencia, me fatigué al pensar en una enorme fila de muchachas esperando para poder mantener relaciones sexuales conmigo. Una tras otra.
Mi amigo me agarró del brazo y me condujo hacia los jardines que rodeaban el castillo para asegurarse de que me daba el aire. Manteníamos una "animada" conversación acerca de lo feas que se estaban poniendo las cosas para mí cuando, de repente un llanto contenido llamó mi atención. Busqué por el llano de la arboleda para dar con la persona que soltaba suaves hipidos hasta que vislumbré que ésta no se encontraba de pie, si no tirada en el suelo.
>>La joven tiró de su fortaleza y se irguió como pudo, dándonos la espalda. Me alimenté de su desquite y de su pena, de su llanto y de sus ganas de desafíos, y me sentí más fuerte que nunca. El torso de su vestido estaba destrozado, y dejaba ver una horrible cicatriz de aspecto monstruoso que sangraba a borbotones y el pus que se esparcía por la herida emanada un hedor tan horrible que por un momento me recordó al aroma del propio Angul.
>>Creí ver cómo nos miraba de soslayo paraluego encaminarse, notablemente mareada y con pasos no muy firmes, sin volver amirar atrás por la arboleda,
Samael y yo estábamos petrificados.
—No... no puede ser... yo... estaban muertos... ¡es una chica!, yo no lo sabía, lo prometo, de haberlo sabido hubiera dejado que... ¿qué está pasando? —los ojos del albino, quien no era capaz de formular una frase completa en ese momento, amenazaban con salirse de las órbitas.
Lo miré por primera vez en lo que me pareció mucho tiempo.
—¿Qué?
—Maldición, Asmodeo, ¿tienes idea de quién era esa?
Entrecerré los ojos al oír la forma tan despectiva a la que se refirió a la chica.
—Claro, claro que lo sé. —De hecho, no cabía la menor duda. Los demonios captábamos el aura divina de los que, durante generaciones, se habían dedicado a darnos caza, siendo éstos incluso más efectivos que el propio ejército alado, sin embargo, ella se encontraba tan sólo a varios metros de mí y una agónica angustia no dejaba de crecer en mi pecho. —Te diré quién es: mi-futura-esposa. —Sentencié. Alzando el tono. Enervándome con Samael como nunca antes había hecho. —Ella es mía. Mía. Sólo mía... ¿lo entiendes?
El albino luchó contra los fantasmas que se debatían en su consciencia, decidiendo si se ponía de mi parte, si me ayudaba a acercarme a una Angelov, o se retiraba y ponía a salvo su vida, hasta que al final se decantó:
—Se está muriendo.
Estiré las cejas asombrado por su comentario.
—Eso, queridísimo ángel de la muerte, no vas a permitir que suceda. —Sentencié.
No supe de donde estaba sacando la confianza para hablarle a Samael de ese modo, pero él no dudó en seguirme cuando eché a correr por el jardín para poder encontrarla.
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