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Anexo; Castigo Divino:


«Ángeles buenos o malos, que no sé, te arrojaron a mi alma.»

Rafael Alberti

Arcángel Gabriel:

—No estoy de acuerdo. —Se alzó una voz seria sobre el resto. Estaba empezando a odiar el simple hecho de escucharlo.

¿Acaso le pagaban por contradecir las palabras de nuestra divina prominencia?

Apreté los puños desde mi lugar.

La divina figura giró su brillante rostro hacia su derecha y con una gloriosa voz, que se izó como el sol en un solsticio, Dios preguntó:

—¿Alguna vez tú y yo estaremos de acuerdo, Miguel?

—Pero padre, la niña sólo tiene doce años. —Protestó de nuevo, engrandecido por creer que tenía el derecho si quiera a refutar cuando quisiera la palabra del Creador.

Me levanté agitado de mi asiento junto a la izquierda del eterno y saqué pecho para encaminarme hacia el asiento de Miguel.

—Gabriel. —Advirtió, haciendo resonar con eco su voz por la iluminada estancia donde nos encontrábamos, a pesar de que era un espacio abierto, compuesto simplemente por columnas elaboradas con capiteles románicos, formando un círculo y siete reclinatorios bien dispuestos, y entre dos de éstos, en medio de Miguel y de mí, un extraordinario y colosal trono hecho con el mismo material brillante del que estaban formados los rayos del sol, localizándose esto en el firmamento; el cielo cobalto y las albugíneas nubes bajo él.

Padre, no aguanto más a ese terco infame.

Ahora fue Miguel el que se levantó para encarar mis acometidas.

«El pan de cada día.»

—Quizás si tú tuvieras sólo un poco más de juicio. —Me recriminó.

—¿Para qué necesito juicio cuando puedo guiarme por las palabras del Creador?

—¿Crees que él nunca se equivoca?

—Los dioses nunca se equivocan. —Afirmé.

—Eso sólo hace ver que piensas que hay más de un dios sobre los mundos, y estarías dispuesto a respetar sus palabras porque crees que su voluntad es correcta, aunque uno de ellos profiera sus órdenes desde Zetten. —Me dirigió una mirada de suficiencia.

—Y tú sólo acabas de reafirmarte en el hecho de que consideras al Rey de los demonios como un dios.

—¡Silencio! —Bramó el Altísimo, haciendo que su voz tronara en la sala, provocando un terremoto que nos obligó tanto a mi como a Miguel tratar de equilibrar nuestros cuerpos para no caer con nuestras alas. —El Rey demonio ha perecido, pero no hemos acabado con la amenaza de los seres que nacen o cohabitan en la oscuridad.

—Es cierto, padre. —El rubio y yo miramos hacia uno de nuestros costados, pudiendo ver a Uriel, el encargado de los templos y las tierras de Dios.

¿Por qué trataba de tomar partido en una guerra que no era la suya?

—Sin embargo, —continuó— ¿no cree que se pueden encontrar otras formas de enderezar a la chiquilla?

Lo miré iracundo. ¿Ahora él también iba a cuestionar a nuestra divina prominencia?

La dorada, brillante y enorme figura que estaba sentada sobre su gigantesco trono ladeó su cabeza. Su cabello se movía como si fuera agitado por un vendaval, aunque no corría ni una pizca de aire.

—Sariel...hijo mío, ¿qué piensas tú? —Preguntó con su honda y grave voz.

—Creo que si la joven ha elegido otras sendas a la propicia ya determinada desde antes de su nacimiento, es debido a que sus progenitores no han sabido educarla en la fe convenientemente.

Dios asintió lentamente.

Todos callamos.

—¿Y tú Raguel...? te encargué de la justicia, de la imparcialidad y de la armonía, ¿cuál es tu opinión sobre el asunto?

—A los Angelov se les concedió un privilegio que obtendrían sólo los primogénitos varones de cada generación, quienes deberían de estar al cargo de sus progenitores y ser entrenados por ellos, y a pesar de hacer la primera excepción con la hija de Sargo al dejar que una hembra heredase la responsabilidad de ser una Angelov, por su excepcional labor, y por la precariedad de la situación en la que actualmente nos encontramos con respecto a la profecía que Abaddon dejó a los suyos, ha hecho que nos hemos vistos comprometidos. —Cerró sus ojos y suspiró. —No han sabido cumplir con su palabra. No han respetado las palabras del altísimo. Merecen un castigo por el pecado de injuria. —Sentenció.

Dios volvió a guardar silencio, procesando toda la información que había recibido en aquel momento.

—Yo... me encargaré de la mujer... —empezó a decir.

Padre, padre, escúcheme, es arriesgado, le pido que se lo piense bien antes de... —empezó a protestar de manera nerviosa la mano derecha.

Apreté mis puños para no golpear la mandíbula de Miguel, que seguía con sus fruslerías.

—¡Deberías de respetar las palabras de...

—Tú deberías de respetar a los que intentamos salvar a una familia inocente. —Me miró con rencor.

—¡Ellos deben todo lo que son al altísimo! —Bramé.

—¡No se les dio otra elección!

—¡Basta ya! —Dios comenzó a hablarme directamente:

—Gabriel; voy a darte un nuevo cometido. —Me paré en seco y me reverencié ante la notabilidad de mi señor. –He estado observando a dos criaturas, compañeras, un par de «Hijas de la Noche», como los caídos las llaman, que están causando estragos por distintas regiones de Rhodinthor, y han llegado a una aldea de Perontya. Lo que intentan es hacerse con un territorio grande y poder invocar cuando lo consigan a sus demás compañeras para que asciendan del inframundo y dominen el lugar cuando éste ya sea seguro.

—¿Cuál es mi labor? —pregunté con respeto, sin dejar la reverencia.

—Habla con los Angelov en Danovica, infórmales del castigo con el que pagarán sus injurias, pero esta vez deja que la niña te vea. Yo enviaré contra Thema la sexta plaga, para darte tiempo de buscar a las nagas antes de que ésta muera, para no dejar mucho tiempo de transición entre ambos sucesos. Luego haz que Sargo se encuentre con la mayor de ellas, y como si desconociera su verdadera identidad, se case con ella, aceptando su destino. Eso será suficiente para sacar de la ensoñación a la muchacha, se dé cuenta del tipo de criaturas que habitan su mundo, y que cumpla con la labor que se le impuso mucho a su familia.

—Debemos de actuar antes de que los demonios sepas que es de ella de quien habla La Profecía. —explicó serio Remiel, el ángel de la resurrección.

Me erguí, listo para empezar con la primera de las misiones que Dios me había encargado como mensajero celestial, aunque no miré directamente a los ojos del altísimo.

—¿Algo más, padre? —Pregunté.

—Sí. —En ese momento sí que alcé la mirada, para aceptar otro encargo. —No dejes que a la cría le pase nada. Aunque no esté bien instruida, es una Angelov, y la necesitamos para acabar con los oscuros que habitan en nuestros mundos. Solo utilizaremos a las nagas para que nos ayuden en el cometido de redescubrirse. Pero no te olvides de que esas horribles criaturas tentaran contra la vida de Naira. No lo olvides. No puedes dejar que muera, sino, todo esto habrá sido en vano. —Advirtió.

—No lo haré.

—Ni que la marquen de ninguna forma. —Añadió Miguel entrecerrando los ojos, con los brazos cruzados por delante de su torso. —Si no, será evidente que ella es parte de La Profecía.

—Bien. —Asentí sin prestarle mucha atención.

—Te quedarán en Danovica, invisible a los ojos de la niña y sin intervenir en sus decisiones hasta que escuches por tus propios oídos y veas con tus propios ojos que Sargo Angelov ha aceptado su castigo y él mismo se condena a morir anunciando su nuevo matrimonio con una de las nagas. Entonces no perderás más tiempo y volverás aquí para informar de todo.

—Así lo haré, padre.

Eso fue lo último que escuché antes de emprender un encargo que, si cumplía satisfactoriamente, otorgaría que el altísimo me felicitara.

Un ser como yo, no podía pedir más.

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