No mereces perdón
Me había abandonado a mi suerte.
Ella.
Y ahora la tenía frente a mí.
Mis manos sujetan un rifle y Staz gruñía a mi lado.
Éramos quienes la arrastraríamos al inframundo que tanto temía.
Él era el cancerbero y yo el mismo Hades.
Pero ella sabía la gravedad de sus pecados. Sabía como había sumido a mi aldea en el dolor y la carnicería.
Lo habíamos apreciado con nuestros propios ojos.
Su estúpido sirviente yacía muerto a sus pies en una charca de sangre con el cuello destrozado. Una obra de Staz.
Pero era mi turno de actuar.
Amartillé el rifle y ella se colocó de rodillas. El fuego lamía los árboles y casas a nuestro alrededor. Staz me miraba de reojo impaciente.
Se oye un silencioso disparo y un gemido de dolor.
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