Fatídica verdad
—¿Por qué? —sollocé desconsoladamente.
El hechizo se había roto.
Las lágrimas descendían por mis ojos como perlas. Habían dejado de ser lágrimas de brea.
—¿Staz? ¡¿Staz?! ¡¿STAZ?!
No veía al lobo por ningúna parte.
Eso es porque nunca volverá.
No es cierto.
Sabes que es cierto.
No.
Lo sabes perfectamente.
¡CÁLLATE!
Lo hizo por tí.
¡Sal de mi cabeza!
Staz se ha ido...
Staz se ha ido.
Staz se ha ido.
Staz se ha ido.
Y yo no hice nada para evitarlo.
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