El ruido de la hojarasca al quebrarse era mi mayor temor al escapar. El aroma de mi sangre impregnaba el sitio ahuyentando a toda la vida en sus agujeros y cercanías. Ahogaba mis sollozos y gemidos de dolor mientras mantenía cerca mi brazo sanguinolento. Tras de mí, el monstruo confiaba plenamente en su olfato y me devoraba los talones.
Le había engañado de la manera más ruin y despiadada. Le había entregado un beso en los labios.
Ahora él me perseguía con las fauces abiertas. Su metamorfosis había sido un espectáculo de horror inédito. Apenas puedo recordarlo con desdén. La realidad era que esas grotescas imágenes estaban presentes en mi mente mientras huía entre el follaje.
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