¿Qué puedo hacer para callar este espíritu maligno tan dentro de mí que me incita a realizar acciones tan escabrosas?

Quizá haya sido el suspirar del viento de otoño o el olor de feromonas alteradas que provocó al monstruo dentro de mí a continuar la faena mientras me disfrutaba. Lo único que recuerdo fue la visión de victoria del monstruo frente a mí de ojos tan brillantes como el diamante y uñas tan largas como estalactitas.

Ese aliento que me despegaba el alma del cuerpo, tan gélido y restante que enloquecía hasta el más incrédulo. Ese ronroneo banal que depositaba como mariposas en mi coclea. Enredado como una serpiente a mi cuerpo, probaba mi piel sin dudar ni un segundo.

Aún así, no se dignaba a probar mis labios.

Y yo por mi parte, pedía a gritos que lo hiciera, aún si el cielo y las estrellas estarían en desacuerdo con mi deseo.

Y sin embargo, lo más probable es que la luna me aplaudiría.