"She did it"
Muchas veces callamos para sobrevivir. Mantenemos secretos que nos consumen por dentro hasta que aprendemos a vivir con ellos. Nuestras almas se pudren con el pasar de los años para llegar al punto donde no sentimos nada, no hay dolor o traición, solo hay un espacio para un sentimiento de costumbre que llega de una mañana a otra diciéndote al oído que, después de tanto, habías aceptado la verdad que viste con tus propios ojos.
Cuando lo sabes no hay marcha atrás. Aprendes a levantarte sabiendo que mentiste para no tener un destino trágico que terminara en muerte.
Mi corazón se rompió, vi dos manos manchadas de sangre y las mías sumaron cuatro cuando me hice su cómplice voluntaria por mera supervivencia.
La luna estaba en lo alto, su luz se reflejaba en el ventanal gigantesco que mi madre mandó a hacer en cuanto obtuvo el diseño; al lado estaba una mesa con varias sillas que se suponía que formaban parte del comedor, aunque en realidad era mi lugar preferido de toda la casa, ahí dibujaba lo que mi mente proyectaba en mis clases de moda.
En esa vida, apenas era una chica de quince años que creía estar en la cima del mundo, vivía en un cuento de hadas donde llegué a creer que no existían villanos.
Por la ventana lograba ver el patio trasero donde mis padres charlaban con Gabriel Agreste, uno de sus mejores amigos. Desde siempre él se mostró muy amistoso conmigo y no le tenía ninguna desconfianza. Cuando se reunía con mis padres cenaban y pasaban un buen rato platicando de trabajo y de cosas triviales. Esa noche, por una razón que desconozco, su esposa no lo acompañó, pero no le di demasiada importancia.
A veces decidía unirme en sus platicas, pero terminaba aburriéndome. La abogacía jamás fue lo mío, así que ahí estaba, viéndolos en silencio desde una ventana riendo y platicando como amigos mientras mis trazos iban cobrando forma. O eso fue hasta que mis padres dijeron algo que no le agradó a Gabriel. Ante el repentino grito de sorpresa que emitió me vi obligada a prestarles más atención.
Supuse que acaban de darle una noticia importante debido a su reacción. Mis padres se notaban emocionados y felices como cuando me contaron que abrirían la panadería de sus sueños y dejarían la abogacía, pero Gabriel no se lo tomó tan bien como creerían que lo haría. Con el pasar de los segundos sus voces comenzaron a subir de tono hasta que se levantaron de sus sillas y comenzaron a insultarse.
No entendía muy bien lo que sucedía, pero el problema parecía grave.
Mamá al ver la acalorada situación jaló a Papá incitándolo a que se calmara y fue en vano. Ninguno de los dos daba su brazo a torcer.
No tardaron en llegar los empujones, el vidrio retumbaba demasiado gracias a sus gritos que por un momento creí que se rompería en miles de pedacitos.
Comencé a asustarme cada vez más debido a los movimientos exagerados que estaba haciendo Gabriel y el inminente terror en los gestos de Mamá.
De nuevo y con mucha más fuerza, Papá gritó algo que a su aparente amigo no le gustó.
Él, de su chaleco que llevaba puesto, sacó una pistola y no dudó ni por un segundo. La cargó en un rápido movimiento de manos y les disparó como si sus vidas no valieran nada.
Cinco sonidos me dejaron sorda. Me tapé los ojos por el miedo que sentí de ver lo inevitable, y quizás porque fue lo único que se me ocurrió hacer en esos momentos de pánico.
La angustia comenzó a apoderarse cuando escuché pasos cerca de mí seguido de un portazo. Una silla chirrió con fuerza y sentí a alguien junto a mí.
Volví a abrir mis ojos con urgencia temiendo lo peor y lo vi. Gabriel tenía sus manos manchadas de sangre, no había dejado de sujetar el arma aunque sus manos le temblaban mientras me apuntaba con ella. En contra de todo pronóstico, él me miraba con terror, como si estuviera teniendo un debate interno para decidir lo que estaba a punto de hacer.
A pesar de tener una tormenta en su mirada, me estaba apuntando sin vacilar.
Pude escuchar a la muerte todas las noches que él compartió con mis padres en ese mismo patio y no me había dado cuenta de su verdadera naturaleza. Estaba ahí, huyendo asustado de su nuevo crimen para cometer otro. Lo miré y percibí lágrimas que rebotaban en sus ojos. Ambos estábamos en silencio y nadie se atrevía a hacer el siguiente movimiento para que pudiera marcharme con la misma gracia de sus dos anteriores víctimas. Me consumía pensar en la vida y en la muerte con el derecho que Gabriel creía poseer para asesinarlos casi por instinto en medio de un ataque de ira.
Sollocé cuando escuché el sonido de las sirenas que anunciaban a la policía. Unos golpes de vecinos asustados resonaron en la entrada de la casa. De reojo vi como Gabriel aflojó el agarre del arma, me atravesó con su mirada suplicante y corrió hacia la entrada para decir una versión totalmente errónea de los hechos.
Lo seguí sin dejar de llorar porque no tenía en claro nada de lo que había pasado.
Dijo que alguien desconocido se metió a la casa, los amenazo y mató a Sabine Cheng y a Tom Dupain por resistirse al atraco. Les mencionó a los vecinos que él logró arrebatarle el arma con la que los mato mientras yo estaba dentro. Sin ningún arrepentimiento se estaba haciendo el héroe, enmascarándose como inocente para cubrir sus huellas, y como su última prueba de fuego me miró para que yo confirmara todo lo que dijo.
Vi su mano. Aún tenía el arma y sus manos ensangrentadas.
¿Quién iba a salvarme si él me disparaba en cuanto dijera la verdad y también a los demás testigos de mi fin? ¡Dios, sólo eran simples personas en pijama! ¡No hubieran podido ayudarme!
Tragué saliva y mordí mi labio inferior.
Sus ojos me miraron dispuestos a mandarme siete metros bajo tierra si así lo deseaba.
Bajé la cabeza para ocultar mis lágrimas.
―Todo lo que dijo es cierto, yo lo vi ―pronuncié en un susurro apenas audible.
Él suspiro aliviado y siguió hablando mientras sustentaba su mejor caso como abogado.
Yo me sentí culpable y egoísta. Dejé de prestarles atención y pude visualizar el cuerpo de mis padres fuera. Seguí lamentándome por ellos, porque acaba de mentir solo para vivir.
¿Era su cómplice por encubrirlo para mantenerme con vida? ¿Era igual o peor que él por la mentira que tuve que decir para no morir?
Sabía que Gabriel no tenía ningún derecho de decidir sobre sus vidas y yo había perdido todo lo que me hacía seguir respirando sin ninguna razón, y aun así había querido seguir viva.
Me sentí aún peor cuando él me acogió en lo que la familia de mi madre se decidía en que hacer conmigo. Y volví a sentirme la peor mierda del mundo cuando supe que dos años más tarde a Félix le había pasado lo mismo que a mí.
Fue mi culpa que él llegara roto a mi habitación.
No había más culpables más que yo porque dejé vivir a Gabriel.
¿Pero si lo hubiera delatado la historia hubiera sido diferente?
Quizás seguiría viviendo en mi cuento de hadas donde no existía ningún villano. Sólo quizás la Marinette linda y dulce seguiría viva.
Jamás fui lo que esperé ser y nunca estaría segura si lo hubiera logrado, sólo sabía que el secreto de Gabriel estaría a salvo conmigo hasta que yo quisiera revelarlo.
***
«Sabine Cheng y Tom Dupain mueren en su propia casa».
«Gabriel Agreste, uno de los mejores abogados de París, logra salvar a la única hija de la pareja en pleno ataque».
«Posible ajuste de cuentas».
«Dos de los abogados más codiciados de Europa mueren a manos de un cliente inconforme».
«Dos sobrevivientes, mismo relato».
***
Cinco años después...
La costumbre cansa. La monotonía y el hacer lo mismo una y otra vez agota hasta los huesos. Pero, aunque uno no lo quiera, siempre hay un detalle que te hace cambiar. Puedes levantarte y ver la hora tardía del reloj para comprenderlo, o simplemente puede pasar cuando estás cansado de autocompadecerte demasiado, y es entonces que decides dar un paso hacia adelante en vez de estar retrocediendo.
En mi caso, tuve que ver una lista de invitados con medidas para confeccionar trajes y vestidos relativamente caros. Mi sueño, a pesar de ya no pertenecer a mi cuento perfecto, logró ser una realidad, me había convertido en diseñadora de modas y ante todo lo que me había dicho desde esa noche ver esa lista fue lo que estaba esperando para salir de mi propia tumba.
Me sumergí en mi nueva fantasía para resurgir de las cenizas mientras me dedicaba a diseñar vestidos para el evento. Por sorpresa, yo recibí una invitación para su preciada fiesta, confirmé mi asistencia y me dediqué a confeccionar mi propio atuendo.
No me importo que fuera un acto de hipocreía pura porque yo también lo había sido partícipe de uno.
Marinette Dupain-Cheng llevaría un vestido de color magenta con flores en los costados. Sería algo largo, pero la tela jamás tocaría el suelo. Para ella sería perfecto diseñarlo y portarlo porque iba con su personalidad, no resaltaba y había un balance entre lo oscuro de la temática y lo que siempre había querido usar en un evento como ese.
Pero, al final, ella no llegaría a la fiesta por un contratiempo ocasionado por su mejor amiga muy a pesar de haber confirmado su asistencia.
Así que ahí estaba, odiando la peor risa que pude haber escuchado con tan solo veinte años de edad. Para acabarla, era la misma que había escuchado cuando él mentía sobre asesinatos demasiado sospechosos.
Ajá, de seguro perpetrados por él.
―Entonces..., tu nombre es Ladybug ―comentó Gabriel con un atisbo de diversión. Me dieron escalofríos al ver su sonrisa perversa oculta bajo su faceta de viejo viudo.
Mientras que Marinette estaba con su amiga Alya en Londres, Ladybug hizo acto de presencia.
No fue tan difícil burlar la seguridad como creí.
―O puedes llamarme como tu decidas ―conjugué a duras penas, no fui capaz de mantenerle la mirada. Me traía muy malos recuerdos.
―No se me ocurre un mejor nombre para alguien como tú ―vaciló un poco, quizás estaba haciéndose el listo o sus pocas neuronas estaban dejando de funcionar―. Sí, Ladybug me gusta.
Sonreí, pero no por sus palabras, más bien por mis propios pensamientos.
Gabriel no había cambiado mucho; no insistió en mi nombre porque le gustaban los acertijos, lo que hizo la parte de «mantener mi identidad secreta» demasiado fácil.
Debía admitir que a mí me gustaban muchas cosas, tenía una lista y él estaba subrayado en rojo como mi objetivo principal para reír esta noche.
―¿Qué es lo que te gusta? ―me atreví a preguntar con una ceja alzada. Me recompuse y pude volver a tener contacto visual. El vértigo que sentí hace unos momentos se esfumó para dar paso a una extraña autoconfianza que no conocía.
―Me encanta el color de tu vestido.
Mi garganta se secó. Miré mi vestimenta e inmediatamente pensé en la sangre. Llevaba un vestido de un rojo fuerte que dejaba al descubierto gran parte de mi espalda. Brillaba en la oscuridad gracias a pequeñas piedritas puestas como adorno y la máscara tenía el mismo detalle para que una mirada en específico cayera redonda a mi trampa. Mi sonrisa se ensanchó, me sorprendió saber que su mente era demasiado predecible.
«Bueno, espero haber sido tu crimen favorito, Gabriel, porque tú serás el mío».
―También me gustan las personas como tú ―agregó.
―¿Y cómo es alguien como yo?
Que asco de conversación.
Actué de más. Chasqueé la lengua y lo miré altiva.
―Eres de las que les gusta hacerse las interesante. Ya sabes, de esas personas que tienen cierto aire misterioso en la sangre.
Reprimí una mueca de asco, ¿habría pensado lo mismo de mi hace cinco años cuando me puso a su cuidado?
―No pienso lo mismo ―dije moviendo mis manos para restarle importancia―. Más que nada me gustan los juegos y sé que tú eres un buen jugador.
―Vaya, vaya, pero si te diste la tarea de investigarme.
―Obviamente tengo que saber quién es la persona que está invitándome a su fiesta ―corregí.
―¿Y qué más puedes decir de mí?
De nuevo, fingí pensar sin estarlo haciendo.
―Eres alguien muy astuto. Contra toda expectativa logras hacer que un presunto culpable sea inocente, disfrazas a los villanos en héroes, juegas como si estuvieras en un tablero de ajedrez cuando tienes que defender, armas tan bien tus argumentos que siempre cuidas que nunca se contradigan, y, sobre todo, siempre buscas que los testigos tengan la misma versión de los hechos.
Ya podía leerlo como una revista. Desde hace mucho tiempo dejo de ser un enigma imposible de resolver.
―Son solo gajes del oficio ―contestó restándole relevancia a lo que parecía ser un halago.
Meneé mi larga melena satisfecha, ¿A quién engañaba? Acababa de describir al mejor mentiroso del mundo y negó su mejor hazaña. No por nada engañaba a diestra y siniestra.
No obstante, hubo otra variable en mi ecuación recién creada, que, aunque pareciera marchar a la perfección, existía un margen de error.
«Félix Fathom» estaba en la lista de confirmados para la fiesta de Gabriel Agreste.
Para comenzar, ¿no era un hecho extraordinario? Él, que había huido de su tío en cuanto pudo, estaba yendo directo a la boca del lobo sin ninguna protección.
Le di vueltas al asunto hasta que me fue muy simple atar cabos entre conversaciones pasadas y sucesos que a ambos nos marcaron para entender que mi amigo también estaba buscando una forma de asesinar a Gabriel.
A lo lejos distinguí como un mesero de mechas azules muy bien conocido se acercaba hacia uno de mis trajes favoritos de la noche. Pretendí estar meneando mi copa para distraerme y así verlo por completo.
Demonios, Félix estaba tan increíblemente apuesto. El traje que diseñe soló para él lo hacía lucir tan bien que estaba mal pensar de esa forma.
Me estremecí cuando vi que avanzaba entre la multitud como si de un gato se tratara hasta que se encontró con el que supuse que era Adrien por el traje blanco que portaba. Platicaron y suúse se supusieron al día después de lo ocurrido con la esposa de Gabriel. Cuando me entere de la noticia no dude ni un momento, Gabriel había tenido algo que ver con ello.
Félix con frecuencia se llevaba a los labios la bebida que mi amigo mesero le había dado y no tuve reparo alguno en barrerlo con la mirada.
Mierda, debía ser un delito verse tan bien.
―Tu vestido debe ser ilegal ―habló Gabriel después de un rato.
Conectamos miradas de nuevo y lo único que pude sentir fue una profunda repulsión hacia su persona.
¿Qué pensarían mis padres al ver que él estaba "coqueteando" conmigo? No había que ser muy listos para notar la diferencia abismal de edad que nos separaba, y para todos los presentes parecía ser algo normal en su mundo de cunas de oro.
Sentí naúseas, pero aun así le sonreí enternecida.
Gabriel no sabía lo que estaba por pasarle, se seguía creyendo el rey del mundo dentro de su propia burguesía.
Yo soy tan sólo una niña y él es un viejo, no tengo ningún poder para decidir si debe morir o vivir y aun así necesito matarlo por mis padres y para encontrar paz en mi vida que se tradució a muerte. Y lo odiaba porque me había hecho igual que él. Porque mis manos ansiaban asesinarlo.
Era simple y retorcido a la vez.
Me volví a acercar con pasos seguros a él para susurrarle al oído:
―Meteme a la cárcel por lucir hermosa esta noche.
Aunque, cuando lo dije, sólo pude pensar en Félix.
Saber que él estaba ahí me alarmaba y me encantaba al mismo tiempo. Era rara la forma en que mis pensamientos pasaban de uno a otro.
Tenía que verlo e impedir que hiciera una locura de la que se arrepentiría por tener un corazón tan noble bajo un caparazón frío, calculador y sexy.
Me separé del viejo con una sonrisa en el rostro. Vislumbré sus arrugas y su mirada cansada. Cuando estaba pequeña siempre había pensado que sus ojos veían hasta el alma, pero si en realidad lo hicieran, ya hubiera averiguado mi propósito en este jodido lugar.
―Me pone mal no recordar a quien invito ―me dijo con tristeza―. Así podría saber tu verdadero nombre.
―Que no sepas como me llamo hace esto mucho más divertido.
Obviamente no diría que estaba comenzando a aburrirme porque el encanto perdería toda su magia.
Busqué con la mirada al mismo mesero azabache que me había traído mi copa. Como le dije minutos antes de infiltrarnos a este lugar, debía de estar rondando por los alrededores hasta que yo le diera la señal. Para mi fortuna, estaba cerca y le hice una seña con mi copa para que se la llevara.
Se acercó a mí y fingimos no conocernos. Era una parte esencial de toda esta actuación y le aclaré que no era nada personal. Luka podía tomarse las cosas muy a pecho cuando quería.
―Para usted, señor. ―El de máscara gris le indicó una copa que traía en su bandeja.
Miré su contenido ansiosa.
―Pero yo no he pedido nada.
―Se lo envía la señorita de allá. ―Levantó su mano hacia un grupo de chicas que, por obvias razones, estábamos inculpando―. Dijo que le gustaría tener una breve charla con usted.
¿Luka siendo educado? Sonaría imposible, pero lo estaba cumpliendo.
Miré a Gabriel expectante.
Quería que se atragantara con la bebida hasta que sucumbiera a su muerte segura.
―Gracias. ―Le arrebató la copa y le dio un pequeño sorbo con una pequeña sonrisa.
Mi amigo no tardó en perderse entre la multitud y salir para esperar mi huida triunfal.
Sonreí satisfecha. La cuenta regresiva ya había comenzado.
―¿Qué dirán de Gabriel Agreste? ¿No piensas en ir a agradecerle? ―pregunté socarrona y con una falsa sorpresa impregnada en mi rostro.
Sabía que él quería ir con ese grupo de mujeres y estaba planeando una forma de zafarse de mí. Sus ojos brillaban y bailaban hacia esa dirección y yo ya no era su foco principal de atención.
Gracias al cielo.
―¿Y tú? ―me preguntó curioso, a lo que me encogí de hombros.
―No me voy a ir a ningún lado. ―Le guiñe el ojo.
―No tardo. ―Sonrió.
Se fue de mi lado a paso rápido y saludó a todas las chicas a las que Luka señaló con anterioridad. No tardó en hacerse hueco entre la plática de las amigas y se dedicó a coquetearle a una mujer de vestido negro.
Aún no terminaba de beber su copa, pero ya había tragado una parte del veneno.
Sólo quedaba ver donde estaba Félix, por mantener una conversación coherente con Gabriel lo perdí de vista por completo.
Fue muy fácil encontrarlo. Caminaba cauteloso, como si alguien estuviera viendo sus pasos. Lo seguí para ver que tramaba y comprobé que toda su atención estaba sobre Gabriel, su presa que planeaba cazar esa noche.
Parecía el momento perfecto para atacarlo, pero Félix no haría un plan tan minucioso como yo, desde siempre fue impulsivo y sabía que él planeaba matarlo con su propia mano por lo orgulloso que era.
Se fue acercando cada vez más mientras que una melodía lenta inundó todo el lugar. Las luces se fueron atenuando hasta que casi quedamos por completo a oscuras.
Mis alarmas se dispararon. Caminé hacia Félix con pasos rápidos para lograr alcanzarlo, o si no, todo mi esfuerzo habría sido en vano.
Cuando vi su espalda lo suficientemente cerca de mí lo jalé de la mano para dirigirnos hacia donde algunas parejas habían comenzado a bailar. Movió su mano buscando zafarse, pero apreté más el agarre. No lo iba a dejar irse por ningún motivo.
Tocó mis manos como si buscara reconocerme. No pude evitar sonreír, había sido una buena idea traer unos guantes para casos como este. Escuché que Félix gruñó. Las luces volvieron a encenderse y dejo de resistirse. Escuché como resopló y dejo que una simple desconocida lo guiara hacia su más grande revelación.
Busqué un hueco en la pista de baile, paré de caminar y me di la media vuelta lo más rápido que pude para que no me reconociera.
Nos movimos al ritmo de un violín. Félix comenzó a guiar mi danza y yo dejé que se sintiera un poco más seguro de sí mismo.
―¿Quién eres? ―me preguntó cerca del lóbulo de mi oreja. Cuando me percaté de su cercanía me encogí y los nervios comenzaron a apoderarse de mí―. ¿Eres alguien de pocas palabras? ¿Qué clase de chica saca a bailar a un desconocido sin decirle algo?
―No soy el tipo de persona que saca a bailar a cualquiera que se me crucé al frente ―susurré. Traté de moderar mi molestia con pequeñas pausas en mi voz porque no quería que supusiera quien era gracias a mi voz.
Aún.
―Entonces si me conoces.
La pregunta aquí es: ¿quién no sabe de su existencia? Es decir, Félix ya había hecho su propio legado en el mundo de la abogacía en tan poco tiempo.
―Es imposible no reconocerte ―admití.
¿Cómo no iba hacerlo con ese estupendo traje?
Sacudí mi cabeza mentalmente ante ese pensamiento.
―¿Por qué susurras? ―inquirió.
No le respondí, en vez de eso acuné mi rostro sobre su hombro como cuando éramos pequeños.
―Porque vine a hacer lo mismo que tú ―dije sin más preámbulos.
―¿Estás aquí para hablar con gente desconocida y reír sin gracia?
Vaya, mi disfraz funcionó de maravilla para que tuviera esa impresión de mí y hacerme esa pregunta tan estúpida.
―No finjas conmigo ―le ordené sincera―, ambos estamos aquí para asesinar a la misma persona.
Félix se tensó. Que obvio era.
―Lo dices como si estuviéramos en media de una escena de crimen, y si mi vista no falla, estamos en una fiesta de uno de los mejores abogados de Europa.
Su intento patético de cambiar de tema me pareció tierno.
―¿Y a qué costo Gabriel es el mejor? ―inquirí levantando la voz―. Tú mejor que nadie lo sabe. Lo viste, Félix.
―¿Este es un mal momento para negar que me llamo Félix y poder inventar un nombre en clave?
Resoplé, por años había olvidado lo malo que era mintiendo.
―Te dije que no debías hacer algo así ―regañé, y me mordí la lengua al descuidar el tono de mi voz.
―Pero no te conozco ―arremetió él.
―Sí, no me conoces ―lo corté.
En realidad no lo sabía. Esperaba que no me hubiera olvidado.
―Por primera vez dices algo cuerdo en toda la noche.
Uy, al parecer ya se estaba impacientando.
―Pero lo hiciste. Algunas vez llegaste a conocerme. ―Me mantuve susurrando.
―Me estoy perdiendo más, desconocida, y él tiempo de la canción se agota.
―Pues encuéntrate ―volví a insistir en voz baja.
Y hablando de eso, yo tenía una búsqueda pendiente.
La oscuridad me dio valor, me removí entre sus brazos para colocar los míos sobre su pecho. A simple vista parecíamos dos personas "conociéndose", pero en realidad estaba buscando el arma con la que planeaba asesinar a Gabriel.
No tardé en sentir la forma de un cuchillo enfundado en un bolsillo que le diseñé especialmente para que lo notara.
Bingo.
―¿Un cuchillo? ¿Acaso estás coqueteando conmigo? ―pregunté divertida.
No hubo ninguna respuesta.
―Pensé que serías más inteligente, Félix...
―¿Que te hace pensar que tú eres más lista? ―me interrumpió.
Ouch, creí que era demasiado obvio.
―Yo sé quién eres y tú no lo has averiguado. Eso me hace tener un paso adelante. ―Sonreí―. Además, yo no pienso matar a Gabriel de una cuchillada, aunque debo admitir que fue ingenioso meter el arma con un sistema de seguridad tan sofisticado.
Nótese el sarcasmo.
Gabriel y su séquito de amigos estaban muy seguros que nadie de sus enemigos se atrevería a infiltrarse en sus fiestas de tan baja seguridad. Bien podrían conseguir algo que detectara armas o que los organizadores fueran más detallistas para ver a quien si le permitían la entrada por todo el dinero que tenían, pero no, eran tan confiados, simplemente tenías que dar tu nombre en la entrada y nadie confirmaba si por lo menos esa identidad existía.
―¿Quién eres? ―preguntó de nueva cuenta.
―Sólo soy alguien que busca salvarte de ti mismo.
―No necesito ser salvado.
―Oh, créeme... Todos necesitamos serlo.
―Tú no tienes el poder moral de decir que es correcto ―me contradijo―. Eres una más en este evento. Desconozco si eres como los demás, y la verdad no me interesa en lo absoluto, pero el que estés quitándome tiempo deja mucho que desear, muñequita.
Sentí un escalofrío recorrerme toda la espalda.
―¿Crees que no quiero que lo mates? ―declaré incrédula mientras me carcajeaba, sin embargo, no supe si fue por nervios o porque en verdad me divertía la situación.
―Eso parece ―musitó.
―Gabriel debe morir, Félix, no me malinterpretes, pero no por tu mano. Te conozco mejor de lo que te conoces a ti y sé que cuando el daño esté hecho te vas a arrepentir ―pausé. Me vi en la obligación de dejar mi burbuja y notar que afortunadamente la música se había alargado―. Tú único pecado es ser inocente. Crees que has cambiado, pero siempre bajas la guardia con las personas que amas y es ahí cuando te lastiman. Lo hiciste hoy cuando Adrien se te acercó, ¿quién dice que no lo volverás a hacer?
A la mierda con hablar bajito.
―Entonces no me culpes, el amor me vuelve loco.
¿Qué carajos?
―¿Amor por quién o para qué? ―le susurré divertida.
―Por todas las personas que Gabriel lastimo.
―Eso no lo justifica ―insistí.
―Si no lo hace no estás haciendo algo bien.
―No estás entendiendo ―susurré.
―¿Qué te hace pensar eso? Yo quiero justicia y es lo único que importa ―alegó él―. Sería una putada que Gabriel siga viviendo como si nada.
―Lo sé, pero a la par estás siendo injusto contigo mismo ―aludí segura―. Eres demasiado noble y vas a terminar entregándote. Te va a consumir la culpa porque no soportarías el hecho de estar libre mientras sabes que asesinaste a alguien porque sólo has vivido para matarlo y no por ti. ¿Has pensado que hacer después de que lo mates? ¿Sabes cómo es vivir a través de tus ojos y no para los demás? ¿Seguirás siendo abogado a pesar de odiar la hipocresía de las personas?
No contestó. El silencio fue su respuesta.
―Eso creí. Tu piensas que elegir su muerte es como desear ser rico cuando eres pobre, o destrozar a una pareja por mero aburrimiento, o creerte el muy héroe cuando eres villano. Son verdades que azotan al mundo, mentiras que involucran lo bueno o lo malo; tan sólo son diferentes perspectivas para diferenciar lo humano de lo que no lo es, como es la muerte; en este caso, la de Gabriel.
» Pero estamos hablando de ti ahora, Félix. Te has empeñado en buscar un momento propicio como este para matarlo y no has pensando en ti jamás.
―¿Y tú sí lo has hecho? ―se defendió.
Touché.
―Yo soy igual o peor que él ―confesé con dureza.
―¿Eso te da derecho de matarlo?
―No tanto, pero tú no debes hacerlo. Ese es el punto ―aclaré.
Él no podía. No lo iba a dejar vivir con la culpa porque se lo que se siente.
―¿Ajá? ―dijo.
―Ajá.
Ya no supe que decir. Me removí incómoda, pero Félix me apretó más contra él. Aguante la respiración.
―¿Cómo supiste que elegiría esta fiesta?
Ya se me hacía raro que no preguntara.
―Ya te lo dije, te conozco.
―Ya. Pero yo a ti no.
―Vi tu nombre en las entregas de los smokings que envió Gabriel y lo supe ―admití revelando una gran parte de mí.
―¿Y si yo no mato a Gabriel entonces quien lo hará? ―cuestionó, y por alguna razón, supe que sería lo último que Félix sabría de mi aquella noche.
La música fue bajando de volumen. Una ola de euforia se extendió sobre mí, casi como si no quisiera separarme de él y seguir jugando a ser una desconocida, pero el encanto había terminado, mi magia se había acabado.
―Félix, los ángeles como tú no pueden ir al infierno por perseguir a un demonio ―le confesé como si le estuviera diciendo un secreto―, pero yo sí.
Me separé de él y quedamos a escasos centímetros de distancia percatándome que estábamos tan cerca y lejos a la vez.
El tiempo que duramos así fue rápido, pero también lento. Fue algo raro, nada natural entre nosotros, y me alegré por ello, porque así fuimos siempre.
Sus ojos verdes brillaban en la oscuridad como si fuera un cazador y yo su presa. Me embácelo su auténtico porte gatuno y su mirada sorprendida sobre mí para tratar de reconocerme con esta máscara estorbando.
―Marinette ―susurró.
Mi nombre salido de su boca siempre sería una de mis cosas preferidas por oír. Lo saboreó en su lengua y lo dejo salir como un ronroneo lleno de anhelo.
Le sonreí. Fue mi turno de robarle sus palabras, entendí su significado y le susurré lo último que escucharía de mi hoy:
―No me culpes, al amor me vuelve loca.
Di dos pasos hacia atrás y él me siguió. Le estaba diciendo que se alejara, pero parecía que entendía que se acercara. Éramos como dos gotas de agua avanzando en sentido contrario para poder juntarse y formar solo una.
Negué ante mi pensamiento, por mas que lo intentaramos, no podíamos ser uno.
Me atreví a mirar hacia donde estaba Gabriel. Tosía como si se estuviera ahogando y mi vista busco su copa.
Estaba vacía.
El escándalo exploto en otro abrir y cerrar de ojos.
―¡Una ambulancia, por favor! ―resonó sobre todo el ruido.
Félix, como si lo hubieran despertado de un sueño, comenzó a buscar el origen de los gritos y aproveché su distracción para alejarme del lugar.
Le di un último vistazo el cuerpo de Gabriel sobre el suelo.
―Mira lo que me hiciste hacer ―dije como si él aún pudiera oírme. Sonreí y corrí sintiendo como un peso me era quitando de los hombros.
La justicia que todos creíamos merecer llegaba tarde o temprano, y algunas veces, nosotros éramos los que teníamos que cobrarla.
Escuché unos pasos detrás de mí cuando logré salir del salón. Supuse que era Félix, pero sabía que no iba a poder alcanzarme.
A lo lejos divisé un auto azul y me subí en el cómo la última parte del plan. Vi a Luka ya sin su máscara con una sonrisa de oreja a oreja en el asiento del piloto. Ambos resoplamos sintiendo un aire de tranquilidad en el ambiente y arrancó sin que yo se lo pidiera.
Félix y yo nos parecíamos, pero nuestra única diferencia eran nuestros corazones.
El mío era demasiado frío como para esperarlo y escaparnos juntos.
El suyo demasiado noble por seguirme y creer que esa fantasía sería realidad.
Sabía que era inteligente y estaba segura que ya había averiguado como lo hice por todas las migajas que dejé a lo largo de la noche.
Félix siempre fue el protagonista de esta historia, yo sólo fui el personaje que lo salvaría de tener un final trágico que yo también había tenido.
Mientras yo ya era libre.
Al fin lo fui.
***
Actualidad.
Un mes después.
***
Veo la lluvia y extiendo mi mano derecha hacia ella. Las gotas caen sobre el paraguas a un ritmo constante aún con el fino techo hecho de lona de la cafetería en la que me detuve. Es domingo, primeros días de enero, el cielo esta gris y no es de extrañarse pues Londres es así. Gris, lento y aburrido. Lleno de gente perdida que busca encontrarse o de gente que se cree en su sitio y busca perderse.
Antes me daba una sensación de monotonía, la misma en la que yo me hundí sin encontrar una salida, y ahora, después de todo lo que paso, lo veo diferente. Lo recuerdo. A él. Con una mirada de confusión en la puerta del salón donde murió Gabriel Agreste esperando encontrarme.
Mi ropa esta mojada y no me siento enojada o molesta por ello. Es más, me recuerda a cualquier día lluvioso con Adrien molestando a Félix y yo riendo como una loca. Gracias a ellos me olvidaba de todo, lograba olvidar que estaba en una jaula con mi mayor pesadilla que ya había acabado.
Intento sonreír por el recuerdo pero hago una mueca. La melancolía me golpea con dureza, porque sí, extraño a Félix, y mucho.
Cinco años separados y tuvimos una breve charla de desconocidos como reencuentro, nos miramos a los ojos por segundos y lo encontré. Puede que hubiera tenido una máscara estorbándome la vista pero ahí estaba siendo él con sus ojos verdes y barbilla refinada; con su pose gatuna y su plan hecho trizas.
Lo había tenido entre mis brazos y lo dejé ir.
Suspiro de nuevo. Llevo dándole vueltas a esto desde el primer segundo que pisé mi habitación de hotel en París y comencé a revivir el momento. Creí que se me pasaría, pero sólo logré conseguirlo extrañarlo con mucha más fuerza.
De mi bolso saco mi celular y lo observo dudosa. La lluvia sigue cayendo, repiquetea en el suelo y en el techo, suena como una canción o como una afirmación para que lo llame. Pienso en todas las gotas y veo que se encuentran en algún punto. Me centro en eso. Respiro profundamente y dejo de sobre pensar. Simplemente lo hago. Dejo el miedo a un lado y le marco. Suenan dos tonos, o tres, y comienzo a impacientarme.
Al siguiente escucho su voz.
―¿Hola? ―Se escucha al otro lado de la línea.
Listo, eso ha sido suficiente. Mi valentía se esfumo. Quiero escucharlo pero no tengo que hablar, ¿verdad?
―¿Hola? ―repite confundido.
Aguanto mi respiración.
―Hola ―le digo tratando de sonar lo más natural posible. No sé si tiene mi número registrado así que espero que me reconozca―. Yo..., sólo quería saber cómo estás.
Ni modo de decirle: «Hola, ¿qué opinas? Ahora soy una asesina y no tú».
―¿Bien? ―responde sacándome de mis pensamientos―. ¿Cómo has estado tú?
Mal. Extrañándote, idiota.
―Supongo que bien. ―Suelto todo el aire que estaba conteniendo. Creo que sabe quién soy―. Quiero hablar contigo, aunque no sé si esta conversación pueda mantenerse por teléfono.
―Yo también necesito hablar contigo ―admite con rapidez.
―¿Genial? ―balbuceo―. ¿Cuándo estás libre? Puedo tomar un vuelo a París o a Nueva York si quieres.
―Eso no será necesario. Estoy libre justo ahora.
Mi estómago da un vuelco.
―¿A qué te refieres? ―pregunto. La conversación a fuerzas tiene que ser en persona.
―Podemos platicar en la cafetería en la que estás, Marinette ―ríe―. Mira hacia atrás.
Madre mía.
Entonces lo hago. Sin soltar el celular miro hacia allí escuchando como mi corazón está a punto de salirse de mi pecho. Y lo veo. Realmente está ahí, en frente mío, y ya no hay ninguna máscara. Su sonrisa es genuina, llena de muchos sentimientos que yo también reflejo. Sostiene un paraguas y ahora viste un jersey gris y un pantalón negro.
No sé en qué momento corrí a refugiarme en él. Solté mi sombrilla y él también lo hizo sólo para abrazarme y permitir que los dos tuviéramos lo que queríamos. Rio por la irrealidad de la situación, quien sabe desde cuándo me ha estado siguiendo, y no me interesa en lo absoluto aunque pueda parecer algo turbio porque a estas alturas ya nada puede parecerme tan enfermo.
Félix me aprieta contra él mientras que la lluvia no deja de caer.
―Lo hiciste ―susurra en mi oído.
Y la paz llega, se esfuma la melancolía y parece que toda la carga que tenía fue quitada de mis hombros otra vez. Sonrío contra su pecho porque ahora sé que ahí, en sus brazos bajo la insistente lluvia, siempre estuvimos destinados a volver. Félix fue paciente para que yo terminara de digerirlo, espero para que yo le pidiera que estuviera conmigo.
Somos unos niños locos probablemente sacados de una película rara de Tim Burton, pero estoy segura que nunca nos volveremos a separar porque al fin somos libres.
Lo hicimos.
Ganamos.
FIN.
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