Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO UNO - ACOGIDA

Sábado, 13 de agosto del 2022

Dos años en Canarias y aún sigo odiando la puesta de sol. Supongo que nos sucede a muchos de los que hemos atravesado parte del océano Atlántico en patera, pero es que aún no he podido olvidar la sensación que sentía en cuanto oscurecía, del mar golpeando más fuerte la patera y el movimiento del cayuco, amenazándonos con volcarse. También recuerdo el frío y el sufrimiento, no, definitivamente, la puesta de sol no es mi momento favorito del día, prefiero el amanecer.

—¿Vas a venir por la tarde a la playa de Las Arenas? —me pregunta Kevin, un trabajador que lleva cargando piñas conmigo desde el lunes y que está convencido de que es allí donde mejor se puede ver el sol en toda la isla.

—Tenemos que regresar en guagua hasta el Puerto —me excuso, como la última vez que me invitó.

—¿Cómo es que has conseguido este trabajo?

—Mustafá, el moro que también trabaja con nosotros, habló con el patrón y me dijo que podía trabajar dos meses —le hago saber.

—¿Solo dos meses? —se extraña mi compañero, mientras los dos nos comemos el bocadillo de la media mañana.

—Sí, aún tengo diecisiete años y en septiembre empezaré segundo de bachillerato.

—Pues ya has hecho más que yo, yo solo hice hasta cuarto de la ESO —me responde con la boca aún llena de comida.

—Puedes seguir estudiando —le digo, porque en mi país a veces se empieza a estudiar después de trabajar unos años y haber conseguido el dinero para pagar los estudios universitarios.

—Estudiar no es lo mío, aunque tampoco voy a estar cargando piñas toda la vida. Tal vez consiga un trabajo en alguna de las plataneras donde vamos a cargar —me explica, ilusionado.

Sé que para muchos de mis compatriotas ese sería un futuro aceptable y lo respeto, no obstante, desde que llegué a Canarias, quise aprovechar que la educación gratuita es de calidad para formarme todo lo posible.

Quiero regresar cuando sea mayor de edad y me gustaría haber cursado en Europa mi primer año en la universidad para continuar en mi país. Aunque la situación en Senegal se ha deteriorado mucho, echo muchísimas cosas de menos y me gustaría volver a vivir junto a mi madre algunos años, antes de decidirme por el lugar donde quiero trabajar y formar una familia.

No puedo negar que muchas cosas en España me gustan y las echaré de menos, sin embargo, hace dos años que no veo ni hablo con mi madre y es lo más que extraño de mi país. Todo el mundo necesita estar cerca de su familia y en nuestro caso estamos solo ella y yo.

—¿Por eso hablas también español? ¿Por qué vas al instituto? —continúa Kevin con su interrogatorio.

—No, en Senegal mi madre trabajaba mucho con turistas y desde pequeño hablaba con los europeos que pasaban unas semanas en nuestro país.

—Ojalá, yo hubiese hecho lo mismo cuando vivía en el sur de la isla. ¿Qué idiomas hablas? —se interesa mi compañero.

—Sin contar con los que hablamos en mi país, hablo muy bien el inglés, el alemán y el francés. También sé bastante italiano y un poco de portugués, pero no los practico mucho, por lo que me voy olvidando —le contesto un poco incómodo, ya que no me resulta fácil hablar de mí mismo.

—Vaya, eres un sabiondo. Podrías trabajar en un hotel —se sorprende mi compañero.

—Pero aquí el patrón me paga parte de mi salario en mano, porque lo que me ingresa por el banco, lo hace en una cuenta de la asociación que gestiona la casa donde vivo —le explico.

No tenemos más tiempo para hablar, porque en ese momento llega el camión que estábamos esperando. Cargar piñas es un trabajo muy duro y la primera semana pensé que no iba a aguantar mucho, pero al final es todo cuestión de acostumbrarse y de utilizar la técnica adecuada.

Mi amigo Mustafá, el que me consiguió el trabajo, siempre bromea con que los españoles pagan por ir al gimnasio y a nosotros nos pagan por ir. En parte tiene razón, ya que yo noto que me he puesto más fuerte. Solo agradezco que haya pegado el estirón en cuanto acabaron las clases, si no me hubiese quedado sin poder trabajar, pues era demasiado bajito.

Ahora estoy casi de la altura de Mustafá y algunos conocidos no me reconocen cuando me ven, lo que significa que este verano he cambiado bastante físicamente.

—Hoy ha sido un buen día. ¿Cuántas piñas cargaste? —me pregunta Mustafá, cuando nos sentamos en la guagua para regresar a casa.

—Ciento veintiocho —le respondo orgulloso.

—En unas semanas vas a hacerlo mejor que yo —me dice mi amigo entre risas.

Mustafá llegó a la casa donde vivo en marzo de este año. Es un centro de acogida de menores, aunque mi amigo no parezca que tenga menos de veinte años con su barba poblada que seguro se ha afeitado desde hace varios años.

Desde el primer día congeniamos muy bien, posiblemente porque éramos los únicos que no teníamos la piel negra, ya que él es marroquí. Además, habla muy bien el español, que aprendió en su país natal con los turistas y lo hablamos entre nosotros. El resto de chicos que viven en la casa suelen hablar en su idioma natal o en francés, puesto que son todos de Malí y Senegal, excepto Mustafá, por supuesto.

—¿Dónde escondes el dinero? —me pregunta, ya que al igual que a mí, hoy le han pagado en mano y ninguno de los dos quiere que en la casa se entere nadie.

—Se lo doy a Erik y él me lo guarda. Después de ducharme quedé con él. ¿Quieres venir? —le ofrezco.

—¿Podrá guardar también el mío?

—Claro, ¿dónde tienes el que te han dado los otros días?

—Escondido entre mi ropa, pero no es seguro, así que se lo daré todo a Erik.

Erik es un compañero de clase. Somos amigos desde hace dos años y, hasta que llegó Mustafá a la casa, era el único amigo que he tenido en Tenerife, además de Soda, por supuesto, pero a ella la conocí en Mauritania.

La mayoría de mis compañeros de la casa no trabajan y estudian algún ciclo. En realidad están esperando a cumplir la mayoría de edad para independizarse y ponerse a trabajar. Yo preferí hacerlo antes porque creo conveniente tener algo de dinero ahorrado cuando llegue ese día y, además, necesito un portátil.

El dispositivo que me han dado en el instituto es táctil y no tiene teclado, por lo que no puedo escribir tan rápido como me gustaría. De nada me sirve haber aprendido mecanografía en mi país natal si, luego, no puedo utilizarlo a la hora de hacer los trabajos. Por esa razón suelo ir a casa de Erik a hacerlos, ya que él tiene un ordenador en su habitación.

No tardamos mucho en ducharnos, comer algo e irnos. En la casa nadie nos controla durante el día, así es como podemos trabajar los fines de semana sin que nadie se dé cuenta.

—¿Y tu móvil? —me pregunta Mustafá al pedirle el suyo prestado para quedar con Erik.

—No tenía batería y lo he dejado en casa.

Él toma mi respuesta como buena, puesto que me ofrece su teléfono para hablar con Erik, que nos esperará en su casa para luego dar una vuelta por la playa.

—¿Esa no es tu novia? —me pregunta Mustafá al ver a Soda entrar en la guagua con dos amigas.

—Es solo una amiga, idiota —le respondo, molesto, dos segundos antes de levantarme para saludarla.

Las amigas de Soda están con ella en clase y tienen dos años menos que yo. Nunca me hacían mucho caso, pero las últimas veces que nos hemos encontrado, me saludan y hablan conmigo como si nos conociésemos, algo que a mí me avergüenza sobremanera.

—¿Cómo están tus familiares? —abrevio el saludo que le hubiese dado si estuviésemos en su país o en el mío.

—Bien, gracias, Lamine. ¿Y los tuyos? —me pregunta, aunque ambos somos conscientes de que no sabemos nada de ellos, yo porque no mantengo contacto alguno con mi madre como en su día le prometí y ella porque huyó de su familia para no ser mutilada por su abuela, una práctica frecuente en algunos países de África.

—Bien, gracias. Me alegro de verlas —termino por saludar a las amigas de Soda, antes de volver con Mustafá.

—Nosotras también —contesta Carla, la mejor amiga de Soda.

Desde que llegó, mi amiga hizo muy buenas migas con Carla, una chica argentina que también había llegado nueva ese curso al instituto. Como a las dos les costaba integrarse en la clase, se apoyaron mucho la una en la otra. Un par de meses después, el grupo fue creciendo y ahora se lleva bien con todos los de su clase.

En parte, me da envidia, debido a que yo no puedo hacer amigos con tanta facilidad. No me importa hablar con personas que no conozco, pero hacerme amigo de ellas es muy difícil, por lo menos, para mí.

No tardamos mucho en llegar a la casa de Erik, que nos espera en la entrada. Sus padres trabajan los dos en un hotel en el sur de la isla y está casi siempre solo en casa, porque no tiene hermanos.

Ser hijo único es algo raro en África, pero en Europa es de lo más normal. Aunque Erik nació en Canarias, su padre es alemán y su madre inglesa y siempre quisieron tener solo un hijo. En mi caso, mi madre nunca se ha casado y por eso no tengo hermanos.

—Sesenta y cinco euros por trabajar un día cargando piñas es una estafa —se queja Erik al darle el salario que me han pagado hoy.

—Depende de las piñas que carguemos, a Mustafá le han pagado setenta y cinco—le intento explicar.

—Pero porque he cargado ciento cincuenta piñas —me recuerda mi amigo.

—Al menos, te estás poniendo fuerte —me dice Erik, con una sonrisa que suele utilizar cuando se quiere meter conmigo, por lo que no le pregunto al respecto.

—Y la empresa nos ha sacado el número de la seguridad social gratis, para poder cotizar y si trabajamos un año, podremos cobrar el paro —añade Mustafá, que está más que contento con nuestro trabajo.

—Y se preocupan de que nos autoricen para trabajar a pesar de ser menores de edad —intervengo.

—Y seguro que las chicas se te pegaran como moscas, ahora que estás sacando espaldas —vuelve mi amigo Erik a intentar molestarme.

—No nos hables de moscas, que hoy hemos trabajado cerca de donde ponen el compost y me he comido a más de una —ignoro su intento de incordiarme.

—A las moscas, porque a las chicas siempre las ignoras —continúa Erik, mientras Mustafá sonríe satisfecho, porque hablar del sexo opuesto es su tema favorito.

—Nos ignoramos mutuamente —le recuerdo.

—Mentira cochina, algunas chicas se interesaron por ti en las Fiestas de Julio, incluso una no se te despegó durante todo el Baile de Magos —comenta Mustafá, que ese día se pasó toda la noche aconsejándome que me fuese a dar una vuelta con Cristina, la chica que tuve a menos de un metro de mí durante toda la noche.

—Eso no es cierto. Además, no voy a perdonarles en la vida que me dejasen solo durante más de una hora —les recuerdo, molesto.

—No te dejamos solo, estabas con el grupo de chicas que conocimos esa noche. Quisimos aprovechar que alguien estuviese interesado en perderse con nosotros por el muelle —se defiende Mustafá.

—Así mismo, tú sabes lo difícil que es para mí ligar, no podía desaprovechar la ocasión —se hace Erik la víctima.

—Me dijiste que el chico era feo —le recuerdo.

—Pero tres copas después, era una belleza. No todo el mundo puede ser tan guapo como tú. Si no fueses como mi hermano, ya te hubiese tirado la caña —me avergüenza Erik.

Mustafá no para de reír al ver mi cara de enfado. Siempre me niego a salir porque no me gustan mucho las fiestas y, por una vez que me convencen, me abandonan por un ligue de una noche. Mustafá no sabía ni cómo se llamaba la chica que se fue con él y Erik se lio con Ralf, un chico alemán que no va a volver a ver en la vida porque solo vino a Tenerife a pasar una semana y luego se fue a Alemania.

Al menos, yo hablé con Cristina, aunque supe desde el principio que no me iba a ir a ningún lado con ella y se lo hice saber. No es que no fuese simpática o guapa, pero a mí, particularmente, no me atraía en absoluto.

—¿Por qué tienes plantas escondidas en el patio? —le pregunta Mustafá a Erik, cuando salimos de su cuarto después de guardar nuestro dinero.

—Son plantas de mariguana. Mis padres son un poco hippies y si se fuman algún porro, solo lo hacen de lo que han plantado ellos —le explica Erik, como si fuese lo más normal del mundo.

—¿Por eso vas siempre con esas pintas? —le pregunta el más sutil de mis amigos.

—Cada uno viste cómo le da la gana —defiendo a mi amigo.

—Sé que siempre he llamado la atención por mi ropa. Hasta que no llegaste al instituto, no tenía ningún amigo porque todos pensaban que era un rarito. Sin embargo, no puede importarme menos —contesta Erik, orgulloso.

—Yo pensaba que te sentabas conmigo para que te ayudase en clase —me burlo de él, porque nunca ha sido muy buen estudiante y yo le echo una mano cuando me pregunta algo que no entiende.

—Puede que desaparezca el dinero que estás reuniendo para el portátil —bromea Erik.

—Mientras no desaparezca el mío —nos hace reír Mustafá.

—Cuando me paguen la nómina este mes voy a intentar pedir por escrito que me lo compre la asociación. Ellos reciben dinero por cuidarnos, alimentarnos y que no nos falte nada, se supone que nuestro sueldo debería de ser para comprarnos cosas que normalmente no nos comprarían y que necesitamos —me quejo, porque no es justo que a mis compañeros les den dinero para cigarrillos, que les perjudican la salud, y a mí no quieran comprarme un ordenador.

—Podrías intentarlo y si un profesor de tu instituto lo firma también, seguro que se cagan todos y te lo dan, porque no pueden utilizar ese dinero como si fuera de ellos —me aconseja Mustafá.

No tardamos en llegar a la playa. Somos un grupo muy extraño: un marroquí, un mulato y un europeo. Aun así, unas chicas se ponen a nuestro lado para darnos conversación. Yo las ignoro, pero Mustafá no tarda en dejarnos a Erik y a mí solos para irse a bañar con ellas.

—Tu amigo es un ligón —observa Erik a Mustafá en la orilla con las chicas.

—Podrías haber ido con él —lo molesto ahora yo.

—Sabes que no me interesan las chicas —responde, cansado.

—A mí tampoco y no paras de insinuarme que me líe con la primera que se acerca hasta nosotros —me quejo.

—¿Te gustan los chicos? —me pregunta por enésima vez.

—No, me atraen las chicas, pero no me apetece hacer como Mustafá. No tengo interés alguno en estar detrás de ellas como un idiota —intento explicarme.

—Tranquilo, ya te veré babeando por alguna —me responde, con una sonrisa.

No suelo hablar de estos temas con nadie, solo con Erik, Mustafá o Soda. No suelo hablar con casi nadie de nada, solo lo estrictamente necesario. Imagino que soy demasiado tímido e introvertido, pero cada uno tiene su forma de ser. No por ser africano debo ser abierto y hablar con todo el mundo.

—Anoche me lie con Bruno —me sorprende mi amigo con su afirmación.

—¿Por qué? —le pregunto, porque hasta donde sé, a él no le cae muy bien nuestro compañero de clase.

—Me lo encontré después de haberme bebido dos copas, compartió conmigo un porro y no le quise decir que no. Normalmente, los de clase no me hablan y sentí curiosidad.

—Y, ¿lo besaste sin más?

—No, él me besó primero a mí, aunque no llegamos a nada más.

—¿Es guapo? —me intereso, por si a mi amigo le gusta Bruno.

—No tanto como tú, pero no está mal —bromea.

—Eres un idiota —le respondo, un poco avergonzado.

—No te ruborices, Lamine. Sabes que nunca intentaría liarme contigo, eres como de la familia, no obstante, tengo que admitir que eres muy atractivo. Eres un mulato con ojos azules, así que no creo que sea el único que lo piense.

—¿Podrías hablar de otra cosa? —le pido, abochornado.

—¿Quieres que te cuente cómo le comí la boca a Bruno?

—Sigo manteniendo que eres un idiota —le repito entre risas.

Sé que nuestra amistad comenzó porque los dos estábamos solos y no teníamos a ningún amigo en clase, sin embargo, no puedo imaginar mi vida sin Erik. Se mete conmigo siempre que puede, pero también me alegra todos los momentos en los que él está presente. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro