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CAPÍTULO SEIS - UN INSTANTE

Domingo, 6 de noviembre del 2022

Hoy Mustafá se ha levantado temprano, a pesar de ser domingo, y se ha ido a trabajar. Hay corte en una finca y Christian, el encargado, lo ha venido a buscar en su coche personalmente, porque los domingos no hay guaguas tan temprano. Parece ser que casi nadie quiere trabajar los domingos o días festivos y les pagan veinticinco euros solo por ir.

Yo fui ayer, haciéndome pasar por un trabajador de Mauritania, por si aparecía la inspección de trabajo, y me gané noventa euros, aunque tengo que admitir que trabajé muchísimo. Nunca les digo que no cuando no tengo partido por la mañana, como esta semana.

—¿Por qué al blanquito le han comprado unas botas de fútbol? —se queja Musa, un maliense que siempre se mete conmigo por no ser tan negro como él.

—Porque está jugando en un equipo de fútbol. Podrías hacer lo mismo, pero nada de faltar a los entrenamientos —le responde el cuidador, que hoy no está de muy buen humor.

—Hasta en esta casa lo tratan diferente por ser blanco, incluso tiene un iPhone —continúa Bakary, un compatriota de Musa.

—Trabajó para comprárselo, además de que lo necesita para sus trabajos de clase. ¿Por qué no siguen su ejemplo y aprovechan el tiempo para hacer algo productivo? —les riñe el cuidador.

—¿Para qué? Al final tendremos que hacer los trabajos que nadie quiere hacer —se excusa Musa.

—Porque no te has preparado para otra cosa, ni siquiera te preocupas en aprender a escribir o leer correctamente —intervengo yo, puesto que estoy cansado de que en la casa me traten como si fuese diferente porque no soy todo lo negro que ellos quieren que sea para que me acepten y, fuera de ella, siga siendo negro para el resto de la gente y muchos de ellos me tengan miedo o me miren mal.

—No todo el mundo tiene las mismas oportunidades que tú —lo defiende Dembo, el tercer maliense.

—¿Oportunidades? ¿Supones que levantarse temprano como hace Mustafá incluso algunos domingos e ir a cargar piñas es sencillo? Hasta donde sé, no duraste ni una semana y yo fui todo el verano. Además, me dejo la piel estudiando y en clase me esfuerzo mucho —le contesto molesto.

—Eso es cierto, es uno de los mejores estudiantes de su instituto, así que dejen de incordiarlo y preocúpense de ustedes mismos —da el cuidador la conversación por concluida.

Yo estoy a punto de decirles cuatro cosas a estos tres idiotas, pero me muerdo la lengua y me preparo, ya que en quince minutos me llevarán hasta el campo de fútbol. Hoy jugamos en casa y el equipo suele venir acompañado de unos seguidores bastante ruidosos.

En cuanto el cuidador que arranca el coche, pone la radio y comienza a sonar Del 92, del grupo Dvicio. El cuidador la canta y yo lo imito. A veces, cuando están de buen humor, pueden llegar a ser divertidos.

—Aprovecha el tiempo, Lamine. Yo hace dos días tenía diecisiete años, como el de la canción, y ahora treinta y ocho. Así que debes vivir a muerte —me dice el conductor, cuando estamos llegando al campo de fútbol.

—Yo prefiero vivir despacio. No tengo prisa por hacerme mayor, pero tampoco miedo —le contesto con una sonrisa.

—Eres muy listo. Si sigues así, serás alguien en la vida.

—¿Qué significa para usted ser alguien? —me intereso.

—Tener un buen trabajo, un coche y una casa sin que el banco te agobie con la hipoteca. ¿Y para ti? —me pregunta él.

—Ser un buen hijo, un buen esposo y padre de mis hijos —le respondo, después de pesarlo un momento.

—Lo que yo dije, eres muy listo, mucho más que yo —me contesta entre risas.

Estoy tan acostumbrado a cargar piñas de plátanos, que no me siento cansado, a pesar del trabajo de ayer. Al principio, llegaba a casa y casi no me podía mover, al igual que cuando comencé con los entrenamientos de fútbol. Ahora el entrenador no me exige más, sino que yo lo doy por mí mismo. Me gusta superarme. Quizás no sea un chico de vivir la vida a muerte, pero intento siempre esforzarme al máximo.

—La última vez que jugamos contra este equipo, perdimos siete a uno —nos recuerda nuestro entrenador antes de salir a jugar.

—Hemos mejorado mucho y, además, hoy jugamos en casa —nos defiende Fran, nuestro capitán.

—Sin embargo, no lo parece. Casi todos los que han venido a vernos apoyan al otro equipo —se queja el entrenador.

—Yo les he pedido a los del instituto que viniesen —interviene Darío, un compañero de clase.

—Aun así, seremos muchos menos, por lo que debemos jugar con cabeza y sin dejarnos provocar por sus insultos. Lamine, esto va sobre todo por ti, aunque nunca les has hecho mucho caso, no te olvides de que lo único que quieren lograr es desconcentrarte, porque saben lo importante que eres para este equipo.

—Como se pongan igual que en el último partido, les parto la cara yo mismo —se enfada Fran.

—Eres el capitán y tienes que dar ejemplo. Ni se te ocurra hacerles el más mínimo caso. No permitas que te provoquen. Cuando pasen los meses y se den cuenta de que a Lamine no le importa que lo llamen negro de mierda, mono o le inviten a que se vaya a su país, dejarán de hacerlo. Así que, ni se les ocurra a ninguno reaccionar ante estos insultos.

—No se pueden normalizar estas cosas —se queja Darío.

—Pero si tú eres el primero que le dice cualquier burrada —le recuerda Hugo.

—Estamos bromeando y él lo sabe, no es lo mismo. Es como cuando me meto con tu madre que, por cierto, anoche, me dio recuerdos para ti —bromea Darío, uno de los más locos del equipo.

—¿Tú qué dices, Lamine?

—Yo haré como que no entiendo español —respondo con un acento muy marcado, haciendo reír a más de uno.

A veces me cuesta ignorar las cosas que me dicen en algunos partidos, pero mi madre ya me advirtió de pequeño que muchos de los que no aceptan a las personas diferentes es por miedo a lo desconocido. No todos son lo suficientemente fuertes para admitir que no todos somos iguales.

Además, en el fútbol se meten con cualquiera, sobre todo con el que creen que pueden provocar o con los mejores jugadores, independientemente del color de tu piel. He escuchado cosas horrorosas que le han gritado a compañeros blancos, e incluso al árbitro. Parece que todo vale y que las personas pierden los papeles en cuanto pisan el campo.

Lo peor es ver a una madre de familia, que posiblemente no levanta la voz durante toda la semana, gritarle a un chaval de quince años toda clase de insultos, incluso metiéndose con sus padres, su pelo o el tamaño de sus partes masculinas. Sí, el fútbol saca muchas veces lo peor de las personas.

***

Ha sido con diferencia el peor partido en el que he tenido que jugar. Incluso me han tirado una Coca-Cola medio llena a la espalda. Al menos, pude esquivar un huevo duro que me lanzaron, aunque le dio en un ojo a un jugador del equipo contrario y tuvieron que llevárselo a la enfermería.

Lo mejor fue que era su capitán y unos de sus mejores jugadores y que esto sucedió a los diez minutos de empezar el partido, por lo que no nos resultó difícil ganar de paliza.

Al finalizar el partido, el marcador está con cinco goles a nuestro favor. Ellos solo marcaron un gol y, sinceramente, casi no tiraron a puerta, porque estuvimos atacándoles casi todo el encuentro.

—Si siguen haciendo el tonto, voy a ponerle una amonestación a su entrenador —nos dice el árbitro al escuchar a mis compañeros de equipo imitando a un mono, igual que han hecho los jugadores y seguidores de nuestros contrincantes durante todo el partido cuando yo estaba cerca.

—Quien mañana hará una llamada para presentar sus quejas ante su impasibilidad, voy a ser yo —le amenaza nuestro entrenador.

—¿Impasibilidad? —se hace el despistado el árbitro.

—Los jugadores del otro equipo y los maleducados que han venido a apoyarlos no han parado de hacer ese ruido durante el partido cerca de uno de mis chicos, además de que le han lanzado comida y usted no ha hecho absolutamente nada —le explica en entrenador.

—El lesionado no juega en este equipo —le recuerda el árbitro.

—Sin embargo, ese huevo se lo lanzaron a Lamine. He grabado vídeos y se ve cómo usted hace oídos sordos a todos los insultos que mi chico tuvo que aguantar, además de las dos agresiones —le termina de decir el entrenador, antes de entrar con nosotros en el vestuario y dejar al árbitro con la palabra en la boca.

Estamos todos de buen humor, por lo que mis compañeros gritan y cantan lo primero que se les pasa por la cabeza. Nadie creyó que pudiésemos ganar hoy, por lo que la victoria sienta el doble de bien.

—¿Cómo estás, Lamine? —me pregunta el entrenador, cuando salimos del vestuario, ya duchados y con ropa limpia.

—No me afecta mucho, porque estoy acostumbrado. Cuando era pequeño en mi país me insultaban porque era blanco y ahora porque soy negro. En realidad, no soy ni una cosa ni la otra —le explico y más de uno de mis compañeros se echan a reír.

—No tiene gracia —les amonesta el entrenador.

—Claro que sí. Si no llega a ser por eso, no estaría acostumbrado y hoy no les hubiésemos dado la paliza de su vida a esos idiotas —le explica Darío.

Nunca terminas de acostumbrarte a que te insulten, aunque se normaliza y deja de afectarte tanto. Sin embargo, normalmente, no lanzan cosas a los jugadores, porque incluso pueden parar el partido por eso.

Entre los espectadores se encuentran muchos alumnos de mi instituto. Yo le dije a Erik que viniese, porque nos advirtieron que el otro equipo siempre arrastra a muchísimas personas. Lo vi sentado junto a Soda antes de empezar el partido y el muy loco se había puesto una camiseta con el número cuatro, que es el mismo que el de mi camiseta en el equipo.

Me despido de mis compañeros de camino a la salida y me voy con mis amigos. Le he prometido a Soda invitarla a almorzar y Erik quedó en acompañarnos, aunque no comerá con nosotros porque en un rato llegarán sus abuelos maternos a pasar unos días en la isla y no puede llegar tarde a casa.

—¿Por qué está la policía local por fuera del campo? —les pregunto a mis dos amigos.

—Tu mejor amiga le ha cantado las cuarenta a un grupo de chicos y ha tenido que sacarla la policía. Casi se la comen —me cuenta Erik.

—¿Eres amigo de Isabel? —se extraña Soda, que sabe de buena tinta que ella es mi única amiga.

—Lo dice porque es adorable con todo el mundo, excepto conmigo —le aclaro a Soda, que no entendió el tono sarcástico de la afirmación de Erik.

—Pues tenías que haberla visto hace media hora. Esa chica es una temeraria, no le tiene miedo a nada, no sé cómo se salvó de un golpe.

—¿Por qué se pelearon? —pregunto, intentando aparentar no estar muy interesado.

—Un par de idiotas estaban organizándose para esperarte por fuera de los vestuarios. La mayoría de nosotros los ignoró porque llevaban todo el partido diciendo tonterías e Isabel les dijo en la cara que, además de no saber jugar, no sabían perder —me explica Soda.

—Nunca la había visto así de enfadada, solo contigo, Lamine. Daba mucho miedo —añade Erik.

—Al menos ya no soy el único que la saca de sus casillas —les digo antes de pasar al lado de un coche patrulla.

Ni siquiera tomamos la guagua, porque desde nuestro campo al restaurante africano donde vamos a comer tardamos quince minutos a pie. Soda saluda a Isabel a pasar junto a ella e Isabel le sonríe, hasta que me ve a su lado, puesto que Soda va sujeta a mi brazo mientras caminamos, y me mira mal. Solo fue un instante, no obstante, siempre me mira mal.

—Si hubiese mirado así a los del otro equipo, ni siquiera hubiesen abierto la boca. Es increíble lo que esa chica te odia —me dice Erik.

—Conmigo es encantadora —comenta Soda, más que contenta.

Yo no le contesto, sin embargo, me gusta que Isabel se lleve bien con Soda, significa que el problema que tiene conmigo no es por mi procedencia o mi color de piel, es porque le hago un poco de competencia en clase y a ella le gusta ser siempre la mejor.

—¿Cómo te fue en la reunión que has tenido con tu tutor y los responsables del Gobierno de Canarias? —le pregunto a Soda, porque esta semana se han reunido para debatir sobre su futuro, al igual que conmigo.

—Al no estar muy llena la casa donde vivo, me van a permitir que siga viviendo con ellos hasta que termine el ciclo de peluquería, es decir, todo este curso que estaré en el instituto y dos años más —me cuenta para mi tranquilidad.

—Tienes que aprovechar el tiempo, porque si no tienes un título en las manos, solo podrás limpiar en casas o realizar empleos donde trabajas mucho y el salario no es muy elevado —le aconsejo.

—¿Y a ti?

—Me permiten quedarme un tiempo en la casa mientras intento independizarme, pero cuando acabe el curso, prefieren que no viva más en ella. Me han ofrecido el poder vivir en unos pisos que paga el estado mientras siga estudiando y me darán una beca siempre y cuando siga aprobando curso por curso, aunque esté estudiando en la universidad.

Soda es una chica muy valiente y fuerte. No muchas chicas o mujeres se atreven a meterse en un cayuco, después de haber estado semanas caminando hasta llegar a Mauritania. Me alegra que le vaya tan bien. El ciclo de peluquería y estética que quiere cursar está cerca de donde vive, por lo que no tendrá que hacer grandes desplazamientos como yo cuando vaya a La Laguna, aunque he estado hablando con Mustafá y opinamos que lo mejor es que me busque un piso cerca de la universidad.

—A veces, imagino cómo sería mi vida si me hubiese quedado en mi pueblo. Seguramente ya tuviese uno o dos hijos y estaría casada con un señor que me triplica la edad —me dice, melancólica.

—Por eso tienes que aprovechar la oportunidad que te ha dado la vida. ¿Cómo te va con Samuel? —le pregunto por su novio.

—No creo que duremos juntos mucho tiempo —no me sorprende con su afirmación.

—Debes aprender a escoger mejor, Soda. No por lo que les guste a tus amigas, sino por lo que te guste a ti —le aconsejo.

—Lo sé, pero aún somos muy jóvenes para estar seguros de nada. No todo el mundo es como tú. Quizás yo debería pensármelo un poco antes de comenzar a salir con un chico, sin embargo, tú deberías de salir con alguna chica, aunque sea una vez —me riñe esta vez ella a mí.

—Eso no va a suceder en un futuro próximo —le advierto.

—¿No te gusta nadie? —intenta sonsacarme información, como siempre que hablamos de este tema.

—Sí, me gusta alguien, pero yo a ella no —doy la conversación por concluida.

—Al menos sé que es una chica —me dice, haciéndome reír.

El camarero nos toma la comanda, por lo que Soda no puede continuar con su conversación. Soda se pide un curri africano de pollo y yo la imito. Es la primera vez que como en un restaurante africano, por lo que no tengo ni idea de que pedir y prefiero copiarme de mi amiga que ya ha venido otras veces.

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