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CAPÍTULO QUINCE - CERCA DE CASA

Domingo, 5 de marzo del 2023

No he corrido tanto en mi vida, pero los idiotas que entraron en la finca a las doce y media de la madrugada también hicieron una buena carrera, aunque para mi suerte, no tan rápida como yo.

La policía me ha dicho, cuando llegaron una hora después de que los llamara, que a partir de ahora se pensarán dos veces el entrar a hacer el ganso a la propiedad. Parece ser que todos estos papafritas se conocen y en cuanto se corra la voz de que Mohammad Ali está viviendo en la casa, no se atreverán a volver.

No les dije nada, porque tenía sueño y me quería ir a acostar, sin embargo, no me pareció nada profesional, que me llamarán así, sobre todo, porque no les había puesto la mano encima a ninguno de los tres drogatas que intentaron robar en el lugar donde vivo.

Lo único que hice fue amenazarles con un bate de béisbol que me regaló Erik el viernes, cuando por fin se quedó a dormir en la finca. Me había dicho que esperaba que no lo necesitase y al final lo utilicé al día siguiente.

Menos mal que no quise salir a dar una vuelta, si no, no me hubiesen encontrado en la casa.

—¿Cómo estás? —me pregunta Héctor, en cuanto descuelgo el teléfono.

—Aún son las ocho y media de la mañana y ya me han llamado media docena de personas preocupadas por cómo me encuentro —intento bromear.

—¿Te han hecho algo? —insiste Héctor.

—Estoy perfectamente. No me han puesto una mano encima. En cuanto los escuché y eché a correr detrás de ellos, uno se cayó y creo que se torció un tobillo. Luego alcancé a los otros dos y esperamos juntos a que llegara la policía —le hago un resumen.

—¿Y no te peleaste con ellos?

—No, un amigo me regaló un bate de béisbol porque pensó que me serviría para defenderme y es lo que utilicé para retenerlos, aunque no creo que tarden mucho en estar en libertad otra vez, si no lo están ya.

—Menudo marrón. Me llega a pasar a mí y me da algo. Aún no entiendo cómo mi padre pudo tener la brillante idea de que yo viviese en la finca solo. Seguro que si entran a robar conmigo dentro, les enseño donde tengo escondido el dinero —bromea Héctor.

—No creo que vinieran a robar, solo a pasar el rato y a hacer algún destrozo.

—¿Quieres que vaya a verte? —me pregunta, preocupado.

—De verdad que estoy bien —le repito.

—Cualquier cosa, tienes mi número. Tendrías que haberme llamado anoche —me riñe.

—Llamé a la policía, estoy seguro de que saben qué hacer en estos casos mejor que tú.

—Mi padre me ha dicho que has empezado a arreglar la piscina.

—Todavía la estoy limpiando y aún tengo que pintarla con una pintura que compró tu padre —le hago saber, para que no se emocione antes de tiempo.

—Cuando esté llena y podamos bañarnos, tenemos que hacer una cena.

—Podríamos invitar a los idiotas que intentaron robar anoche —bromeo.

—Cuídate, Lamine —se despide Héctor después de soltar dos o tres carcajadas.

—Gracias, tú también.

Es increíble cómo corren las noticias. No hace ni media hora que la policía pasó por la finca para verificar que anoche no se causaron destrozos y Manuel ya ha llamado a los dos propietarios de la finca y supongo que uno de ellos le habrá contado a Héctor lo sucedido.

Yo me estaba duchando, después de salir a correr, cuando Manuel empezó con el interrogatorio. La policía le había dado todo lujo de detalles y, según él, ahora soy una especie de héroe.

Le dije que no había hecho mucho, aunque creo que Manuel no me escuchó y siguió con la película que él mismo se había montado en su cabeza.

Solo espero que Isabel no se entere de nada de esto. Desde nuestra charla del lunes no hemos vuelto a hablar, pero me saluda al encontrármela en los pasillos y no me asesina con sus rayos láser cuando nuestras miradas se cruzan.

Eric es de la opinión de que está enferma y que si no vuelve a ser la que era en una semana, llamará a un cura para que le haga un exorcismo. ¿Qué puedo decir? Eric y sus locuras.

Hace dos semanas, Manuel me enseñó el lugar donde guardaban seis tumbonas de madera con su cojín correspondiente. Necesitaban que las lijasen y los cojines un poco de agua y jabón, pero tras pasarnos una tarde, Mustafá y yo, arreglándolas y luego barnizándolas, quedaron como nuevas.

En cuanto, unos días más tarde que brillaba el sol, Ramón nos vio a Mustafá y a mí acostados en una tumbona, aunque yo debajo de una sombrilla que compré el día anterior, me dijo que sería buena idea arreglar la piscina y dos días después me trajo una pintura especial para piscinas y todo lo necesario para limpiarla y hacer pequeñas reparaciones.

La verdad es que la piscina está genial, incluso funciona a la perfección la bomba que está en el cuarto de al lado, así que ya sabemos dónde vamos a pasar las tardes en verano. Aunque Mustafá se queja de que si no hay chicas, es mejor ir a la playa para conocer a alguna.

Todos los días, intento limpiarla y arreglarla un poco, porque lleva vacía, según me han dicho, unos seis o siete años. Sin embargo, hoy el sueño se apodera de mí, ya que me acosté casi a las dos de la madrugada, por lo que decido acostarme bajo la sombrilla, después de una hora y media de limpiarla sin descanso.

***

No tengo ni idea de qué hora es, solamente que me he dormido en una tumbona y que Isabel me saluda en cuanto me despierto.

—Hola, Kane —me dice y estoy seguro de que es la primera vez que me dirige la palabra fuera del instituto.

Yo no sé qué decirle, ya que me doy cuenta en ese instante de que tengo una erección, algo normal cuando un chico se despierta, y llevo puestos unos pantalones de deporte finos sin ropa interior, por lo que se nota lo dura que la tengo. No puedo estar más avergonzado.

—No es la primera vez que veo a un chico despertarse con una erección —me dice Isabel entre risas.

—No, no, yo... —intento excusarme, sin encontrar las palabras correctas.

—Me llevo siete años con mi primo. ¿Sabes cuantas veces lo vi despertarse así cuando él tenía tu edad y yo diez u once años? —me interrumpe con una sonrisa, es la primera vez que me sonríe tan abiertamente desde que la conozco.

Yo no puedo evitar mirarla embelesado. Isabel siempre me ha parecido guapísima, pero cuando sonríe, parece un ángel.

—¿Qué escuchas? —se interesa Isabel.

—Un poco de todo. Lo último que escuché fue Question, una canción de Burna Boy en colaboración con Don Jazzy —le digo después de mirar en la pantalla de mi teléfono móvil mi playlist.

—¿Siempre escuchas música de Senegal?

—Los dos intérpretes son nigerianos, pero escucho también música europea o americana, aunque me gusta oír canciones que sé que suenan en mi país, me hace sentir más cerca de casa.

—¿Echas de menos tu casa?

—Echo de menos a mi madre, mis vecinos, mis compañeros de juegos y de clase, hasta a mis profesores del instituto —intento explicarme.

—¿Solamente echas de menos a personas?

—Por supuesto que no, pero en orden de prioridad, primero están las personas y luego, el resto.

—¿Qué es el resto?

—Muchas de nuestras costumbres, el ver a todo el mundo vestido con colores vivos, el cantar y bailar a todas horas. También añoro la comida —le resumo.

—¿Es muy diferente la comida en tu país?

—He preparado thiebou dyenn, si quieres puedes almorzar conmigo y lo pruebas —la invito.

—¿Qué es? —me pregunta sin declinar mi invitación, aunque tampoco la acepta.

—Es nuestro plato estrella. Thiebou significa arroz y dyenn es pescado.

—Entonces has preparado arroz con pescado —afirma, muy segura de sí misma.

—El arroz es de grano pequeño, parecido al cuscús. Además, le ponemos un poco de todo, como en la paella. Lleva batata, yuca, hibiscos y tamarindo.

—¿Dónde consigues todas esas cosas? —se extraña Isabel.

—A veces tenemos que improvisar, por ejemplo, yo he utilizado tomate porque no tenía tamarindo.

—¿Puedo ayudarte a cocinar? —se ofrece para mi sorpresa.

—Lo preparé ayer, porque Erik quería que le cocinara algo típico de mi país, pero sobro bastante para los dos —me sincero.

—Siempre supuse que en África los hombres no cocinan —me hace sonreír con su comentario.

—Suelen hacerlo las mujeres, aunque es como en todo el mundo: si le pones ganas, puede cocinar cualquiera.

—¿Tú aprendiste de tu padre? —continúa con su interrogatorio y me encanta que se interese por mí, al contrario de lo que suele sucederme.

—En casa, vivíamos mi madre y yo solos y fue mi madre quien me enseñó a cocinar. Ella no solo sabía cocinar comida senegalesa, también cocinaba muchos platos sudafricanos, europeos, americanos e incluso asiáticos, aunque lo más que le gustaba a ella comer era la comida árabe. Siempre decía que si se hubiese casado, su menú hubiese sido libanés.

—¿Tus padres nunca se casaron?

—Mi padre no sabe que existo o, al menos, no lo sabía mientras viví en Senegal —le cuento, avergonzado.

—¿Violó a tu madre? —me sorprende con su pregunta.

—Por supuesto que no, ¿qué te hace pensar tal cosa?

—Porque no eres tan negro como los otros senegaleses y tienes los ojos azules, por lo que tu padre tuvo que ser blanco.

—Ya veo que hoy te has levantado con grandes dotes deductivas —intento bromear.

—¿Entonces? —insiste para que le dé una respuesta.

—Mi madre es negra y mi padre blanco, se conocieron siendo menores de edad y se enamoraron. Mi madre supo desde el primer momento que una mujer como ella no sería bienvenida en la familia de mi padre y yo tampoco, por lo que desapareció y me tuvo y me cuidó ella sola —le hago un breve resumen de la historia de mamá.

—¿No tienes curiosidad por conocerlo?

—Prefiero dejar las cosas como están. Confío en el sentido común de mi madre y si ella tomó esa decisión en su día, doy por hecho que fue la acertada.

—¿En África hay también racismo?

—Sí, el racismo existe en todo el mundo, aunque no necesariamente tiene que ser contra los negros, sino que cualquier raza diferente puede verse afectada.

Isabel me pregunta por cómo fue mi niñez y yo me atrevo a preguntarle por la suya. Me río cuando me cuenta que se cayó y tuvo que hacer la primera comunión con un brazo escayolado y cómo se lo habían pintado todo, su madre lo tuvo que embetunar de blanco para ir a la iglesia.

Descubrimos que a los dos nos gusta nadar y observar las estrellas de noche. Yo la invitaría a que viniese todas las noches a contemplarlas conmigo, pero la vergüenza no me lo permite.

A las dos de la tarde, la vuelvo a invitar a almorzar y ella acepta.

Isabel es una chica fácil de tratar cuando no me está matando con sus rayos láser. Es de conversación sencilla y se interesa por todo, además de que sabe de muchísimos temas.

—¿Vas a volver alguna vez a Senegal? —me pregunta Isabel, acostados los dos otra vez en dos tumbonas.

—Claro —le respondo como si fuese lo más obvio del mundo.

—¿Cuándo? —se interesa.

—No lo sé —le respondo, pensando en las ganas que tengo de volver a mi país, aunque sea para poder abrazar a mi madre.

—¿Qué es lo primero que harías?

—Abrazaría a mi madre, al menos, durante veinte minutos —le digo sin un ápice de duda.

—Tiene que ser duro, alejarte de alguien a quien quieres tanto.

Yo no contesto e intento centrarme en todo lo bueno que tengo en mi vida y no en lo que echo de menos.

Sorprendiéndome gratamente, Isabel se ha quedado conmigo después de almorzar. Yo no le he preguntado si la esperan en su casa, ya que no quiero que se vaya. Solo por eso, no me voy a quejar, incluso envié un mensaje en el grupo que tengo con Mustafá y Erik, advirtiéndoles de que no podría quedar hoy. Seguro que mañana me fundirán a preguntas, no obstante, en este momento, no podría darme más igual.

—¿Por qué tu madre no ha rehecho su vida? —me pregunta mi invitada, después de hablar de cómo ninguno de los dos ve el fútbol en la televisión.

—Imagino que no ha encontrado a nadie especial con el que hacerlo —le respondo encogiéndome de hombros, dándole a entender que no tengo ni idea.

—La verdad es que los africanos no son para nada cómo yo los imaginé —afirma Isabel.

—¿Qué quieres decir? —me intereso.

—Supuse que se enamoraban fácilmente y que no tenían problema en hacerlo varias veces en un periodo corto de tiempo.

—Las personas son diferentes, aunque hayan nacido en el mismo lugar, independientemente de que continente provengan. En África puedes encontrar de todo un poco, al igual que aquí.

—¿Has besado alguna vez a una chica blanca? —me pregunta acercándose a mí.

—No —susurro, la mar de avergonzado.

Desconozco, si puede escuchar mi corazón palpitando como un loco, aunque yo, sí. Intento tranquilizarme, sin embargo, en cuanto me doy cuenta de que va a posar sus labios sobre los míos, cierro los ojos instintivamente y me preparo para recibirlos.

Nunca he besado a nadie, pero me muero porque ella lo haga.

Un segundo después, Isabel me besa. Es solo un breve instante y sé que mi cara está ardiendo al sonrojarme. Cuando Isabel se separa de mí, abro los ojos más que sorprendido, por un lado, de que se haya alejado tan rápido y, por otro, de que me haya besado.

Parece que ella también está nerviosa y, sin ni siquiera despedirse, echa a correr, dejándome solo y más que confundido.

No sé por qué Isabel me ha besado, aun así, estoy seguro de que si tuviese las mismas ganas que tengo yo de comerle la boca desesperadamente, no se hubiese ido corriendo como lo hizo. Solo espero que mañana en clase pueda pedirle una explicación.

Quince minutos después me pongo a limpiar la piscina. Lo mejor es no comerse mucho la cabeza, porque con Isabel nunca se sabe.

—¿Esto es lo que tienes que hacer tan importante para no quedar con nosotros? —me riñe Mustafá al verme en la piscina limpiándola.

—Cuanto antes la acabe, antes podremos disfrutarla —me excuso, porque por nada del mundo voy a contarles que Isabel ha almorzado conmigo y me ha besado.

—Te ayudamos y así terminas antes —me ofrece Erik.

—¿Cómo habéis entrado? —les pregunto, curioso.

—Alguien se dejó el portón abierto —me cuenta Erik.

No les contesto, pero seguro que Isabel, con las prisas, se fue sin verificar que el portón estuviese cerrado. Ni siquiera sé cómo regresó a su casa. Si tuviese su número de teléfono le enviaría un mensaje para comprobar que ha llegado bien. Desgraciadamente, en el grupo de clase, ella no aparece. Lo sé porque en más de una ocasión intenté buscarla para mirar su foto de perfil.

No sé por qué me besó, ni siquiera sé lo que estará pasando ahora por su cabeza. Tal vez me odie y me culpe de lo que ha pasado o quizás se haya ido porque se avergüenza de lo sucedido. Lo único que espero que no sienta es aversión. Isabel me odia desde que la conocí, sin embargo, no pudría soportar que sienta repugnancia hacia mí. Me muero, si ella siente el mínimo asco. 

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