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CAPÍTULO ONCE - PARTIR EL AÑO

Sábado, 31 de diciembre del 2022

Hoy es el último día del año, momento idóneo para echar la vista atrás y recapacitar sobre todo lo que he conseguido en estos últimos doce meses.

Seguro que la lista es mayor que la del año pasado porque, además de que las clases me han ido muy bien, como siempre, este año he crecido muchísimo, he trabajado todo el verano, tengo mi iPad y mi iPhone, he ahorrado dinero y estoy jugando en el equipo de fútbol, lo que ha hecho que tenga más amigos o, al menos, conocidos. También me he sacado el carnet de motos y he empezado a hacer prácticas para sacarme el de coche en cuanto cumpla la mayoría de edad.

En lo único que no he avanzado nada es en lo referente a mi vida amorosa. Isabel ha bailado conmigo y me ha abrazado y consolado una mañana en clase, pese a que sigue odiándome como hasta ahora.

Desde el sábado pasado, la empresa donde trabaja Mustafá me ha dado de alta y he trabajado todos los días, excepto el domingo que fue el Día de Navidad, y hoy también lo haremos.

En nuestra casa, todos son musulmanes, excepto yo, por lo que nadie hizo nada especial la Nochebuena y mucho menos el Día de Navidad. Yo lo eché de menos, porque mi madre y yo sí lo celebrábamos, aunque no dije nada para evitar que los chicos se sintieran aún más diferentes a mí.

Lo único que he hecho esos días fuera del trabajo, fue ayudar a la Cruz Roja porque siempre necesitan voluntarios y en esas fechas aún más.

La Nochebuena fue muy bonita, pero me dio pena de que muchos niños, a pesar de tener sus familiares en Tenerife, lo pasen solos porque sus familias están desestructuradas por la droga o el alcohol. También había algunos huérfanos, aunque me contó Fernando, el que me suele llamar para que eche una mano, que intentan buscarles un hogar o entregárselos a alguien de su familia en los siguientes meses de que sus padres fallezcan.

—¿Crees que hoy nos pagarán veinticinco euros más por ser Fin de Año como el veinticuatro de diciembre? —le pregunto a Mustafá antes de ducharnos y cambiarnos de ropa.

—Pues claro, Lamine, además de que nos lo merecemos. Íbamos a ser cuatro cargando y los otros dos no aparecieron. ¿Cuántas cargaste? —se interesa mi amigo quitándome el vale de las manos y mirando la respuesta a su pregunta él mismo.

—Doscientas diez piñas —le digo orgulloso, aunque él ya lo sepa.

—Cargaste dos más que yo, Lamine, pero es que ya son las tres de la tarde —se queja mi amigo.

Entiendo a Mustafá, yo también tengo un hambre que me muero. Menos mal que en casa dijimos que unos amigos nos habían invitado a pasar el día y posiblemente la noche también, porque hoy todo el mundo está de celebración.

Bueno, todo el mundo no, porque Erik se ha ido a pasar las Navidades a Alemania y se queja de que el pueblo donde viven sus abuelos es un muermo.

***

Salimos del cuarto de personal y nos damos cuenta de que hay muchas más personas revoloteando por la finca.

—Mustafá, ¿cómo han cargado todas esas piñas ustedes dos solos? —le pregunta el encargado de la finca a mi amigo.

La verdad es que Mustafá se lleva bien con casi todos los trabajadores y encargados de las fincas donde vamos a cargar, imagino que con la mayoría de los compañeros africanos existe la barrera del idioma y, además, Mustafá es muy responsable en su trabajo y le cae bien a casi todo el mundo.

—Faltaron dos piñas para las cuatrocientas veinte, aunque Lamine cargó dos más que yo —le responde mi amigo.

—Parece que llevan toda la vida haciendo esto. ¿Me entiendes? —me pregunta el encargado directamente a mí.

—Claro, que lo entiende. No es muy dado a las palabras, pero está estudiando en el instituto y el año que viene quiere ir a la universidad —presume Mustafá de mí, algo que siempre he odiado.

—Nuestro encargado envió a dos chicos más, aunque no aparecieron —le explico la razón por la que solo estuviésemos dos y así se dé cuenta por sí mismo de que hablo español perfectamente.

—Menos mal que no se han asustado y se han largado, dejándonos tirados con todas esas piñas, puesto que hasta el martes no vuelven a abrir los empaquetados y se nos hubiese echado a perder la mitad de la fruta —nos agradece el encargado.

—Nosotros nos vamos, Manuel, porque no hemos comido nada desde el bocadillo de las diez de la mañana —se despide Mustafá.

—¿Por qué no coméis con nosotros? Ya está encendido el brasero y en un rato habrá carne de sobra para todos —nos invita Manuel.

—¿En la finca? —le pregunto sin salir de mi asombro, la verdad es que me gustaría quedarme, pero me da miedo a la vez, porque es la finca que pertenece al padre y al tío de Isabel.

—Sí, todos los años celebramos un almuerzo tardío para celebrar el Fin de Año. Suelen venir todos los trabajadores y algunos de los familiares de los dueños. Incluso la mayoría nos quedamos a partir el año. Mi mujer vendrá cuando oscurezca, como muchas de las esposas e hijos de los que trabajamos aquí.

—Yo me comería una vaca entera, así que por mí no hay problema. No tenemos grandes planes para esta noche, solo salir a divertirnos y eso podremos hacerlo más tarde —le responde Mustafá sin preguntarme siquiera.

—Pues dejen sus cosas en el cuarto del personal y vengan hasta donde está la barbacoa —nos invita Manuel antes de irse hacia donde están los demás, la mayoría con un vaso de vino en la mano.

—¿Estás seguro de esto, Mustafá? —le pregunto a mi amigo, preocupado.

—Claro que sí. Comeremos y beberemos gratis, a lo mejor también vienen algunas chicas luego y podremos divertirnos con ellas —me dice la persona más despreocupada del planeta que conozco.

—¿Te has olvidado de que uno de los propietarios es el padre de la compañera de clase que me odia a muerte? —le recuerdo.

—Me dijo Erik que te iba mejor con ella.

—Pues Erik te mintió —le hago saber.

—Vamos, no puede ser tan malo. Además, si no hay chicos de nuestra edad y tienes suerte, quizás consigas quitarle el palo del culo que tiene y te trate con mucho más cariño a partir de hoy.

No me hacen gracia las tonterías de Mustafá. Desde el abrazo, Isabel ha estado más irritada conmigo que antes y ni siquiera me ha vuelto a dirigir la palabra. Parece ser que siempre que tenemos algún tipo de contacto personal, ella me odia con más intensidad.

—Tenemos que mirar bien los horarios de las guaguas, no vaya a ser que esta noche no presten el mismo servicio que el resto del año —le digo preocupado, porque cuanto más lo pienso, menos me gusta la idea de quedarme.

—También podemos llamar un taxi, que un día es un día, Lamine.

—Es que no estamos vestidos para la ocasión —sigo afligido, ya que no quiero que Isabel me vea con unos pantalones viejos de Mustafá y un suéter con un agujero.

—¿Has visto al resto de los trabajadores? No están mejor vestidos que nosotros. No sé de qué te quejas, tú eres muy guapo, amigo y nadie se va a fijar en tu ropa, sino en esos ojazos azules que tienes —sigue Mustafá con sus tonterías.

No tengo más remedio que dejar mis cosas junto con las de mi amigo en el cuarto del personal. En principio, solo estamos los trabajadores, por lo que me relajo y espero a que nos avisen para coger la carne y un trozo de pan con chorizo perrero. Todos tenemos hambre y nos concentramos en comer en cuanto la carne está hecha.

Ya hemos terminado de comer y estamos hablando con uno de los trabajadores más veteranos, que nos cuenta que se jubilará en poco más de un mes, cuando llega Isabel con su padre y una señora muy guapa, imagino que su madre. También llega otra pareja de adultos con un chico y una chica, ambos unos años mayores que nosotros.

Supongo que la otra pareja será el hermano del padre de Isabel y su familia.

Desde que llegan, se mezclan con el personal, incluida Isabel, que habla con todos, menos conmigo, porque ni se acerca hasta donde estoy.

—Tu amiga te la dejo para ti y yo me elijo a la que viene hacia nosotros —me susurra Mustafá antes de que los posibles primos de Isabel nos vengan a saludar.

—Me ha dicho Manuel que ha sido impresionante lo que habéis hecho hoy. Soy Héctor, por cierto, hijo de uno de los propietarios de la finca —se presenta.

—Yo soy Mustafá y él es mi mejor amigo, Lamine. ¿Y tú te llamas? —le pregunta el muy loco directamente a la chica que ha venido acompañando a Héctor, sin importarle que sus padres estén a pocos metros de nosotros.

—Ariadna y soy su hermana —le responde ella, con una sonrisa.

—Una suerte que hayan comenzado a poner música. ¿Te apetece bailar? —continúa con su coqueteo Mustafá.

—Claro —es la escueta respuesta de ella, antes de irse los dos a bailar, aunque no sé a dónde, porque no veo a nadie bailando.

—¿Quieres un vaso de vino, Lamine? —me pregunta Héctor, cuando nos quedamos solos.

—Aún soy menor de edad, por lo que no bebo alcohol —le respondo para evitar las preguntas de la religión y todas esas tonterías.

—¿Pero beberás algo?

—Mi bebida favorita es el agua.

Los dos nos acercamos hasta donde están las bebidas y yo tomo un botellín de agua y mi acompañante una cerveza.

—Yo tengo veinticuatro años, pero hace casi ocho que me tomé mi primera cerveza —me cuenta Héctor, con una sonrisa.

—No me gusta nada el sabor —confieso, haciéndolo reír.

—¿Trabajas desde hace mucho cargando piñas? —se interesa el primo de Isabel por mí.

—Solo lo hago los sábados, que no tengo partido de fútbol, y en las vacaciones, porque aún estoy en el instituto —le explico.

—¿Y cómo conseguiste el trabajo?

—Mustafá vive conmigo en una casa de menores inmigrantes que han llegado a Canarias sin adultos que se puedan hacer cargo de ellos. Él trabaja para la empresa regularmente y le dice al encargado cuando puedo ir —le explico.

—Yo nunca he trabajado en la finca, a pesar de que estoy cursando el último año de Ingeniería Agrícola y tengo intención de hacerme cargo de todas las fincas de la familia, puesto que Isabel y Ariadna no tienen interés alguno.

—¿Por qué no? —me intereso.

—Mi hermana está estudiando Bellas Artes y mi prima quiere estudiar Medicina.

—¿Y tenéis muchas más fincas, además de esta?

—Tenemos una mucho más grande en la Isla Baja que también es de plátanos y luego otra donde hemos plantado aguacates hace cuatro años.

En ese momento comienza a sonar Mon Amour de Zzoilo y Aitana y Mustafá y Ariadna empiezan a bailar muy acaramelados. No entiendo cómo no siente un poco de pudor estando la familia de la chica a escasos metros de ellos. Seguro que ya se enrolló con ella y por eso no habían empezado a bailar.

—Tu amigo no debería hacerse muchas ilusiones. A mi hermana le encanta perderse con algún chico en todas las fiestas, sin embargo, no es una chica de relaciones. Se excusa en que tiene solamente veinte años, pero en realidad es que le encanta hacer lo que le da la gana y un novio, controlándola, es lo último que tiene en sus planes, ya tuvo uno así una vez.

—No te preocupes, Mustafá es un poco igual —le hago saber.

—¿Y tú? —se atreve a preguntarme Héctor.

—¿Yo? A mí me gusta una chica —le respondo, avergonzado.

—¿Tienes novia? —continúa con el interrogatorio.

—No, yo a ella no le gusto, aunque eso no significa que me enrolle con cualquier otra. Si te gusta alguien, aunque no seas correspondido, debes respetarla —le contesto, cohibido.

—Eso es lo más raro que me han dicho en mucho tiempo —me dice Héctor antes de empezar a reír.

A pesar de ser la familia de Isabel o, precisamente por eso, me gustan los propietarios de la finca y me parece increíble que sus familias se mezclen con los trabajadores. Héctor me habla como si nos hubiésemos conocido en cualquier cafetería o en un supermercado y se nota que sus padres lo han educado sabiendo que nadie vale más que nadie, tal y como lo hizo mi madre.

Incluso me sorprende que la prima de Isabel no se corte un pelo y bese a Mustafá en la boca delante de todos mientras bailan y que unos segundos después tire de la mano de mi amigo y se lo lleve. Mi amigo me mira y me sonríe y sé todo lo que me quiere decir, porque para Mustafá el perderse un rato con una chica es lo mejor que le puede pasar en una fiesta o una salida y esta ni siquiera ha sido planificada.

—¿Qué es tan divertido, hijo? Llevas unos minutos sin parar de reír —nos interrumpe el padre de Héctor.

—Papá, él es Lamine, el causante de mis risas —me presenta Héctor.

—Ramón. Encantado, Lamine —se presenta a sí mismo el tío de Isabel.

—Igualmente, señor —le respondo, un poco tímido, no lo puedo evitar, siempre que conozco a alguien, me avergüenzo.

—Nada de señor, aquí todos nos tuteamos. En esta finca nos criamos mi hermano y yo. Vivíamos en la casa que está ahora arreglando Héctor para vivir en ella y en nuestro tiempo libre trabajábamos igual que cualquier otro. A nadie se le ocurrió tratarnos diferentes porque mi padre así lo ordenó —me hace saber Ramón.

—Lo de la casa es verdad. Aún no entiendo por qué ese empeño en que viva en la finca —se queja Héctor.

—Porque han entrado a robar varias veces y no queremos que la finca esté siempre deshabitada por las noches, sobre todo, los fines de semana —le responde su padre con paciencia.

—Incluso la que fue mi novia hasta hace unos meses se quejaba de que vivir en esta finca y en el culo del mundo era lo mismo. Se negó rotundamente a mudarse aquí —le contesta Héctor.

—Una mujer que no es capaz de acompañarte al fin del mundo, no te merece, hijo.

—¿Tú que opinas, Lamine? —me pregunta Héctor.

—Yo no tengo experiencia alguna con relaciones o chicas. Eso se lo dejo a Mustafá —intento salirme por la tangente.

—Sí, ese pobre diablo. Tu hermana consiguió una víctima antes de lo previsto —dice Ramón, sonriendo, lo que hace que me sorprenda.

—¿Tú podrías vivir en un sitio así? —continúa Héctor con sus preguntas.

—¿En la casa que está a unos metros? Con el debido respeto, Héctor, no consigo entender qué no podría gustarle a tu novia de esa casa. Es increíble, grande, no tienes vecinos, puedes hacer ruido y poner la música tan alta como te apetezca, incluso tienes sitio para salir a correr por las mañanas los domingos sin tener que estar pendiente de los coches, como me sucede a mí.

—¿Te gustaría vivir en la casa? —me pregunta Ramón, sin venir a cuento.

—Claro, ¿a quién no?

—Estoy hablando en serio, Lamine. Manuel me ha dicho que hoy tú y tu amigo han trabajado muy duro porque dos compañeros no aparecieron. Sé que a mi hijo no le gusta mucho la idea de vivir en la finca y que alguien tendrá que vivir aquí, si no queremos encontrarnos todo destrozado un día de estos. ¿Te interesaría vivir aquí?

—¿Qué condiciones? —le pregunto, ansioso.

—Tienes que mantener la casa limpia y cuidada y a cambio no pagaras ni alquiler ni gastos de agua o luz. Además, podemos contratarte en la finca en cuanto tengamos una vacante —me responde Ramón.

—Ahora mismo estoy viviendo en una casa para menores, pero el catorce de febrero cumpliré los dieciocho años y podría mudarme. He estado ahorrando dinero, pero no le voy a negar que prefiero no tener que pagar alquiler —le digo, intentando no mostrar demasiado entusiasmo.

—¿Y el trabajo? —pregunta Héctor.

—Quiero acabar este año el instituto. No me importa trabajar los fines de semana o festivos, pero no me gusta faltar a clases —me sincero.

—El encargado de la finca se jubilará el año que viene y su mano derecha lo hizo hace tres meses, quizás puedas aprender de él y luego enseñárselo a mi hijo. Ahora está muy liado con los estudios y temo que cuando Manuel se vaya, no sepamos cómo organizarnos en la finca.

—Trabajaré hasta el siete de enero cargando piñas. Sin embargo, a partir de ese día, puedo venir por las tardes o los fines de semana —le ofrezco entusiasmado.

—Seguro que Manuel se cae de culo cuando lo vea, pero me encanta la idea —interviene Héctor, que no ha hablado en los últimos minutos.

—Tenemos a un chico de Siria trabajando en la finca, hijo. Seguro que ya está acostumbrado.

No hace falta que me expliquen el porqué Manuel, el encargado actual, se caerá de culo. Las personas mayores de la isla no están acostumbradas a convivir con inmigrantes o negros y, aunque yo no lo sea tanto, para ellas lo sigo siendo.

El que Isabel me ignore toda la tarde no me importa tanto, porque la idea de poder vivir en la finca dentro de un mes y medio me pone de tan buen humor, que hasta me olvido de sus desplantes.

Héctor, después de un par de cervezas, se pone a bailar y a cantar conmigo, mientras que Mustafá no se despega de Ariadna. Al final, Ramón acaba presentándome a todos los trabajadores y sus familias y cuando faltan unos minutos para las doce, nos preparamos para comernos las uvas con las campanadas. Definitivamente, el 2023 va a ser un buen año.

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