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CAPÍTULO DOCE - FUTURO

Lunes, 9 de enero del 2023

Ke Star de Focalistic y Davido suena en mis oídos mientras hago un sprint antes de llegar a casa. Llevo dos días saliendo a correr temprano, puesto que hoy tengo mi primer entrenamiento después de las fiestas de Navidad y no he podido a salir a correr en todas las vacaciones, ya que el sábado trabajé por última vez y empezaba muy temprano.

Ya le he dicho a Christian, el encargado de la empresa, que no voy a volver a trabajar con ellos porque me tengo que concentrar en mis estudios y los días libres iré a la finca de don Carmelo y don Ramón, pues viviré allí a partir de mediados de febrero.

No puedo decir que estas Navidades fueron iguales a las del año anterior, nada más lejos de la realidad. En primer lugar, trabajé como un negro, nunca mejor dicho, aunque también he ganado novecientos euros en mano, que me vendrán genial para cuando me mude a la finca.

Además, ayudé en los días más especiales a la Cruz Roja e incluso me encontré el jueves por la noche a Héctor cuando estaba repartiéndole regalos a los mayores en un centro de ancianos, donde, parece ser, vive una tía abuela de Héctor que no tuvo hijos. Luego apareció don Ramón y quedamos para ver la casa el domingo, por si quería hacerle algún cambio.

¿Qué cambios iba a querer hacerle cuando era más que perfecta? Quizás sea muy grande para mí solo, pero si continuaba viviendo allí en unos años, podría formar una familia y llenarla con un par de mocosos, porque soñar es gratis.

En cuanto entré a la casa, que ya está reformada, no pude evitar quedarme como un tonto mirando todo sin poder articular palabra. Mustafá, que me acompañó, fue más rápido y les dio un poco de conversación tanto al padre como al hijo, porque yo me había quedado sin palabras.

No era para menos, porque la casa es preciosa, sobre todo, por dentro. Tiene dos plantas y en la planta de arriba hay tres habitaciones con tres baños y un cuarto con unas vistas increíbles y con unas estanterías donde antiguamente había una pequeña biblioteca. Todas las habitaciones tienen una cama de matrimonio, mesita de noche y armarios empotrados, excepto la principal que tiene un vestidor, pero le falta la cama. El vestidor es tan grande, que no puedo concebir que alguien pueda poseer tanta ropa a lo largo de su vida como para llenarlo. En el dormitorio principal también hay una mesa enorme para poder estudiar o trabajar y nada más verla, me di cuenta de que desde que me fui de Senegal no he tenido una mesa de estudio y lo que la he echado de menos.

Pero lo más que me gustó fue la parte de abajo. La cocina es espaciosa y luminosa y tiene una mesa para ocho personas a un lado, además de una barra donde podré comer si estoy solo, que será prácticamente todos los días. Nunca había visto una nevera tan grande y don Ramón me contó que es americana y tiene casi tantos años como él, pero que aún funciona correctamente. También hay una habitación con un baño en la planta baja que solían utilizar las visitas y un baño aparte para no tener siempre que subir. Además, hay un salón con dos sofás y un sillón, una tele y una mesa de centro, pero lo que me dejó sin palabras fue el despacho, un cuarto con una mesa y una estantería, además de un sillón y en una esquina una chimenea.

Puedo imaginarme el leer un buen libro un día de frío, de esos que solo hay en marzo o en abril, cuando la lluvia no cesa, con la leña encendida en la chimenea y yo sentado en el sillón. Ni en mis mejores sueños pude imaginar que la casa fuese tan perfecta.

Además, tiene un cuarto con una lavadora, una secadora y un armario con algunos productos de limpieza. No le falta detalle, incluso está completamente amueblada, aunque los muebles no sean muy modernos, pero se nota que son de buena calidad y están en muy buen estado.

Lo único que tengo que comprar es la cama del cuarto principal, porque en su día Héctor se la llevó al piso en el que vive en La Laguna, toallas, ropa de cama y utensilios para la cocina, no obstante, hablé con el director del centro y ellos me compraran todo lo que me haga falta con el dinero que aún me queda de todo lo que he trabajado e ingresado en su cuenta y no me he gastado.

De hecho, he quedado en comprar la cama mañana por la tarde, ya que no tengo entrenamiento y están en rebajas. He visto una en Internet que me encanta, sobre todo, porque es de dos metros por dos metros, siempre me ha gustado tener espacio cuando duermo y la cama donde lo hago actualmente mide noventa centímetros de ancho.

—Me muero porque me cuentes cómo es ese pedazo de casa donde te vas a ir a vivir. Será increíble que puedas quedarte en mi casa o yo en la tuya cuando nos dé la gana —se emociona Erik.

—Tengo que cuidarla, así que no sé si invitaré a los amigos para que me visiten —lo molesto.

—A los amigos no, sin embargo, tu hermano va a quedarse en esa casa siempre que quiera —me dice, haciéndome reír.

Yo tampoco veo la hora de mudarme. Estoy cansado de compartir habitación y no tener espacio para nada, de tener que darles mi iPhone y mi iPad a mis cuidadores para que me los guarden cuando me voy a dormir, de no tener una mesa para hacer mis trabajos, sino tener que sentarme en el salón, donde todos arman ruido porque no entienden lo que significa estudiar, ya que ellos nunca lo han hecho. De comer lo que me dicen, de tener que pedir permiso para gastarme mi dinero, de no poder invitar a Erik a que venga a verme o de no tener un sitio donde sentarme a solas cuando quiero pensar o evadirme del mundo.

***

Natalia me ha pedido que le enseñe lo que he escrito estas Navidades y la verdad es que no he tenido tiempo para mucho, aunque sé que son solo excusas.

—¿No has tenido ni unos minutos cada par de días para escribir? —se queja mi profesora.

—He estado trabajando muchísimo y cuando no lo he hecho, he echado una mano a la Cruz Roja con los niños y en un centro de ancianos. En estas fechas es cuando más deberíamos pensar en el prójimo y ser solidarios —le explico.

—Te perdono porque ha sido por una buena causa. El mes que viene cumplirás los dieciocho años. ¿Has pensado que vas a hacer en el futuro? —me pregunta Natalia, que siempre se preocupa por mí.

—En Fin de Año, trabajé en una finca y luego nos quedamos a celebrar la entrada del año con ellos. Uno de los propietarios me ha ofrecido una casa gratis a cambio de que cuide la finca por las noches, porque ya han entrado a robar varias veces.

—¿En serio? —se alegra Natalia por mí.

—La casa es preciosa, incluso tiene una piscina, aunque está muy sucia de no utilizarla. Sin embargo, la acaban de reformar y solo le falta una cama, la cual iré a comprar mañana. La verdad es que esta vez la fortuna me ha sonreído —le cuento, orgulloso.

—Yo te regalaré las cortinas —me sorprende Natalia.

—No tiene que regalarme nada —le respondo.

—Por supuesto que sí. Sé que los jóvenes no le dan la importancia que deben tener unas buenas cortinas en una casa, así que iré a verla en cuanto te mudes y te haré yo misma las cortinas. Me encanta cocer en mi tiempo libre —me cuenta, dejándome a cuadros.

—La casa es muy grande y tiene una habitación que antiguamente fue una biblioteca. Aún están las estanterías, aunque no hay libros, claro.

—Conozco a una amiga que trabaja en una biblioteca en un pueblo donde por falta de espacio van a tirar libros antiguos. No tienen mucho valor, pero parecerá una biblioteca de verdad y luego podrás ir añadiendo los libros que te vayas comprando. Pero tendré que ir a buscar los libros antes del viernes porque el sábado van a tirarlos. Creo que incluso hay una enciclopedia y algunos atlas antiguos. Entonces, te regalaré la biblioteca —se emociona Natalia.

—No sé qué decirle. Mil gracias, por todo, no solo por los libros —le agradezco.

—¿Cómo te ha ido con lo que tu madre te escribió en la primera carta que me leíste?

—¿A qué se refiere? —le pregunto al no entender lo que quiere decirme.

—Al tema de las relaciones —me aclara.

—Imagino que se habrá dado cuenta de que en clase ha habido algunos cambios. Supongo que el estar en el equipo de fútbol ha hecho que muchos más compañeros me conozcan. Además, en la casa donde vivo, han comenzado a aceptar que yo también soy un inmigrante como ellos, con sus mismos problemas, aunque veamos la vida de diferente manera —le hago saber.

—¿Y con las chicas?

—Aún no he avanzado mucho al respecto —le contesto, avergonzado.

—¿Has tenido novia?

—No, ni siquiera he besado a una chica, pero no tengo prisa.

—He visto que Nayara siempre que puede está pendiente de ti.

—Sí, yo le he dicho que entre nosotros no ocurrirá nada, pero ella parece que no me entiende.

—¿Por qué dices que no ocurrirá nada?

—Porque a mí me gusta otra —le respondo y estoy seguro de que puede notar cómo me sonrojo.

—¿Y a ella le gustas tú?

—No, a ella nunca le voy a gustar —le respondo, categórico.

—Y, ¿por qué no haces que te guste otra?

—Porque no sé cómo hacerlo. Ella me gustó desde que la vi y aunque siempre me ha dejado claro que no me soporta, a mí me gusta cada vez más.

—¿La conozco? —me pregunta la cotilla de mi profesora.

—No le voy a decir quién es —le respondo serio.

—¿Está en la misma clase que tú?

—Y eso tampoco se lo voy a contestar, solo somos cuatro pelagatos en la clase de ciencias —me quejo.

—Así que es una compañera que no te soporta. La única que se me ocurre es Isabel —me dice, haciendo que deje de respirar por unos segundos.

—No le diga nada a nadie, por favor, ni siquiera lo sabe Erik —le suplico a mi profesora.

—No se lo voy a decir a nadie. Tengo que admitir que harían muy buena pareja. Es muy aplicada e inteligente, como tú, pero a la vez es muy abierta, alegre y siempre tiene alguna locura en la cabeza. Imagino que los opuestos se atraen porque, además, se necesitan para complementarse —me dice Natalia.

—Ahora puede entender lo imposible que es que ella se fije en mí de alguna forma que no sea para quejarse o mirarme mal.

—Antes era la más lista de la clase y no le gustó cuando llegaste y empezaste a hacerle sombra, hasta que unos meses después estabas a su mismo nivel. Tú también te esfuerzas mucho, Lamine, y todos sabemos que no es fácil en tu situación. Te he visto en bici, últimamente —cambia de tema.

—Sí, me la regaló Diego, aunque tuve que arreglarla porque estaba fatal.

—¿Podrás llegar con ella a la finca donde vivirás o existe transporte público?

—Hay una parada de guaguas muy cerca de la entrada de la finca, pero yo tengo el carnet de moto y en cuanto pueda, me presentaré al práctico de coche.

—Vaya, eso está muy bien. Ser independiente siempre es una ayuda.

—De momento tendré que ir en bici o en guagua porque comenzaré a ir los martes y jueves por la tarde y los sábados por la mañana a la finca a partir de la semana que viene y así aprender todo lo que hace el encargado para en un futuro ayudar al hijo de uno de los propietarios a llevar la finca.

—¿Cómo se te ocurrió vivir en una finca? Es una gran idea.

—No se me ocurrió a mí, me lo ofrecieron en un momento donde empezaba a preocuparme lo que iba a suceder al cumplir los dieciocho. Estoy agradecido de que el Gobierno Autonómico se haga cargo de mí y mi educación mientras soy menor de edad, pero si quieres seguir formándote, sin el apoyo de un familiar, el futuro es muy incierto —le resumo todo lo que se me ha pasado por la cabeza.

—Tiene que ser duro dejar todo atrás y vivir prácticamente solo cuando llegas a Canarias.

—Lo es porque no es para nada como me lo esperaba.

Sé que siendo menor de edad parecemos más vulnerables, pero al menos nos dan una cierta seguridad, imagino lo que tiene que sufrir un adulto que llega a Canarias sin que le espere una ayuda y se ven solos, en un país desconocido, en la mayoría de los casos, sin entender el idioma y me sorprende que nadie sea capaz de advertirles a los miles de jóvenes que arriesgan su vida para alcanzar Europa todos los años de que esto no es el paraíso prometido.

***

En cuanto entro a clase y me veo a Nayara encima de mi mesa, comienzo a perder la paciencia. Después de decirle a todo el mundo que soy gay, me esperaba que por fin me dejara en paz.

—Hola, Lamine. Hoy voy a ir a tu entrenamiento, ¿nos tomamos algo luego? —me pregunta en voz alta para que todos estén pendientes de nosotros.

—¿Con qué intenciones? —la interrogo, serio.

—Tomarnos algo, dar una vuelta y ver lo que surge —coquetea conmigo.

—¿Lo que surge? ¿No sabes que soy gay? —le pregunto, haciéndome el sorprendido.

—¿Eres gay? —se sorprende ella de verdad.

—Según el chisme que has dejado circular por ahí, sí. Así que no insistas más, Nayara —le digo sentándome en mi sitio y dando la conversación por terminada.

No entiendo cómo se puede ser tan pesada y a la vez tan liante. Si me llego a poner yo así de pesado con alguna chica, me hubiesen arrestado por acoso.

—Es la primera vez que te veo tan enfadado con alguien. Me encanta —me susurra Erik, en cuanto Nayara se aleja de nosotros.

—Me está cansando. No solo es lo pesada que se pone, sino que encima habla por ahí de mí —le explico a Erik la razón de haber perdido la paciencia.

Al menos, Nayara no me molesta más en lo que queda de clases y por la tarde no aparece en el entrenamiento y me puedo sentar unos minutos a hablar con Soda y Carla, su amiga. Normalmente, no puedo porque llego muy justo de tiempo, pero desde que tengo la bicicleta, me muevo mucho más rápido, porque no dependo de las guaguas.

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