CAPÍTULO DIECISIETE - EN EL FONDO
Miércoles, 5 de abril del 2023
Hace más de un mes que no veo a Héctor, aunque me llama dos o tres veces por semana y el sábado pasado me envió, por medio de su padre, unos altavoces que puedo conectar al teléfono o al ordenador, que en su momento también me regaló.
La canción de Pà pá pà de Femi Kuti suena perfectamente en los altavoces porque funcionan genial, pero no son de la marca Apple y, ahora que se ha comprado un HomePod, no los iba a utilizar más. A mí no puede importarme menos de la marca que sea y bailo como el idiota que soy, mientras me preparo para empezar a trabajar.
En el fondo, la vida me ha sonreído.
Estoy disfrutando de mis merecidas vacaciones, ya que estamos en Semana Santa. Mustafá y Erik han quedado en venir hoy por la noche, para cenar y dormir en mi casa. Ni mañana ni pasado trabaja mi amigo, por lo que ya me ha dicho que no se irá hasta el sábado temprano, pues le ha pedido permiso para pasar dos noches conmigo al director de la casa, donde aún vive, y se lo ha dado.
Me encanta desayunar tranquilamente, después de salir a correr y ducharme, y es lo que hago los días que tengo suficiente tiempo para permitírmelo.
—Lamine, ¿cuándo vas a empezar a venir todos los días? En julio estaré en la República Dominicana —me pregunta Manuel, el encargado de la finca.
—¿Te vas a vivir a la República Dominicana? —consigo decir, después de tragarme la mordida que le di a mi bocadillo, puesto que estamos en la pausa del desayuno.
—No, hombre. Es una forma de hablar. Sin embargo, deberíamos de trabajar codo con codo algunas semanas, para que te des cuenta de todas las complicaciones que puedan surgir.
—Los exámenes de la EBAU son entre el siete y el diez de junio. Don Ramón me ha dicho que me contratarán en cuanto terminen y quizás la última semana Héctor también esté ya en la finca.
—¿Te pasarás todo el verano ayudando a Héctor a adaptarse? —se interesa el bueno de Manuel.
—Por supuesto. Incluso intentaré ayudarle luego, aunque esté estudiando en la universidad.
—Tus padres estarán muy orgullosos de ti. Yo tengo una hija que estudió magisterio, aunque aún esté esperando por una plaza fija. Por suerte, desde hace varios años la han llamado a trabajar durante todo el curso. Es el orgullo de toda la familia, la primera que estudia en la universidad, porque su hermano no quiso estudiar y se dedica a conducir camiones —me cuenta Manuel.
—Lo que es una suerte es que puedes estar tranquilo porque sabes que a tus hijos no les faltará de nada, ya que trabajan y pueden vivir con lo que ganan.
—¿En Senegal, no?
—Es complicado conseguir un trabajo legal y a veces no te llega con el sueldo para comer. Por eso muchos jóvenes vienen buscando una manera de ganarse la vida.
—¿Tú viniste a trabajar o a estudiar? —me pregunta el encargado con el ceño fruncido.
—Yo no vine, yo me fui —le intento explicar algo que no he hablado con nadie.
—¿No es lo mismo?
—No, me tenía que ir, por lo que no importaba qué es lo que iba a hacer o dónde, lo importante era desaparecer.
—¿Cometiste un delito?
—No, Manuel. Sin embargo, mis circunstancias familiares no eran las ideales y mi madre me obligó a irme.
—¿Tu madre no te quería? —se escandaliza el pobre hombre.
—Mi madre me quiere más que a nada en el mundo y por eso me ayudó a irme. Me quiere tanto, que renunció a mí para que no me pasase nada —intento explicarle sin dar muchos detalles.
—¿Tu padre te pegaba?
—No conozco a mi padre, pero seguro que te habrás dado cuenta por mi color de piel, que alguno de mis dos progenitores es blanco. La familia de mi padre es un poco racista y todo fue bien mientras no supieron de mi existencia. En cuanto averiguaron que había nacido, desaparecí. Ni una palabra de esto a nadie, Manuel —le pido entre mordida y mordida.
—¿Qué contaría si no he entendido ni la mitad? —me responde el encargado, haciéndome reír.
No hemos terminado el bocadillo, cuando se nos acerca Carmelo, el padre de Isabel. Seguro que viene o va a alguna reunión o celebración, porque está vestido con traje y corbata.
—Buenos días, veo que, a pesar de ser festivo, están trabajando.
—Solo unos pocos, el chico y yo, pero ya no nos queda mucho para terminar —le contesta Manuel, porque la mayoría de los peones no han venido hoy a trabajar, ya que muchos cogieron vacaciones.
—Algunos se estaban quejando la semana pasada porque tienen que venir el sábado —le informa Carmelo.
—Claro, tenemos corte. Les dije que podían cogerse el día de hoy, pero el sábado trabajamos todos —le responde Manuel, muy seguro de sí mismo.
—Estoy seguro de que se alegrarán cuando te jubiles —bromea Carmelo.
—Lamine, quédate aquí, que me olvidé de abrirles la puerta a los chicos para que cogieran unas escaleras para poner las anillas.
—Si no te importa, me quedo haciéndote compañía —me dice el padre de Isabel para mi sorpresa.
—Claro, don Carmelo —le respondo, intimidado.
—Me dijeron que dos chicos intentaron volver a entrar el fin de semana pasado.
—Solo intentaban averiguar si aún seguía viviendo aquí. Por lo que les entendí, querían hacer una fiesta este fin de semana en la finca.
—¿Cómo evitaste que entraran?
—Mi amigo Mustafá estaba conmigo y conoce a un marroquí que estaba con ellos. En cuanto lo vio, nos pidió disculpas y nos aseguraron de que no iban a volver a molestarnos.
—Esta juventud está echadita a perder. No lo digo por ti, Lamine —se disculpa rápidamente Carmelo.
—No tienen un lugar donde quedar y demasiado tiempo libre —los excuso.
—Mi hermano me ha dicho que el año que vienes vas a estudiar en la universidad. ¿Qué quieres hacer?
—En principio, Física, aunque luego también quiero cursar Matemáticas —le respondo avergonzado.
—No son carreras fáciles. A mi hija le encantan las ciencias.
—A mí también —es lo único que me atrevo a decir, porque bajo ningún concepto le diría que conozco a Isabel.
Posiblemente, ella me colgaría del palo mayor si se enterase de que la nombro de alguna manera. Me ha quedado claro el último mes que no quiere saber nada de mí y que me aborrece incluso más que antes.
Hace un mes que me besó y desde ese día no me ha dirigido la palabra. Según mis mejores amigos soy un idiota, porque sigo suspirando cada vez que la veo. En mi defensa solo puedo decir que soy conocedor de lo estúpido que soy, pero no puedo evitarlo.
—¿Regresarás a tu país cuando acabes tus estudios? —sigue con su interrogatorio Carmelo.
—En principio quería empezarlos aquí y continuarlos en Senegal.
—Y, ¿ahora?
—El país no se encuentra en su mejor situación y no es la mejor ocasión para volver, así que me quedaré aquí hasta que sea el momento idóneo. Empezaré a estudiar en La Laguna. Ofrecen un doble grado de Física y Matemáticas, pudiendo cursar la última en dos cursos académicos.
—Debe de ser difícil dejar todo atrás. Yo me crie en esta finca y sigo viniendo todas las semanas. Me gusta sentirme cerca de algo que me recuerda a mi niñez.
—Imagino que en unos años, podré decir lo mismo cuando esté de vuelta en Senegal, aunque sé que no voy a poder olvidarme de Canarias tampoco. En parte, ahora también soy un poco de aquí.
—Eso les suele pasar a los que se han ido a trabajar a Venezuela y que cuando regresan añoran ese país, a pesar de que tampoco lo están pasando muy bien.
—Es fácil echar raíces en un sitio, sobre todo, cuando la gente es tan cariñosa y amable.
—¿Cariñosa? Conozco a mis compatriotas y estoy seguro de que no han sido cariñosos contigo —ironiza Carmelo.
—Lo decía por los que se fueron a Venezuela. Nosotros no lo tenemos tan fácil, porque muchas personas aún no han visto a un negro en su vida —intento bromear.
Carmelo se echa reír con mi comentario unos segundos antes de que esté de vuelta Manuel.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunta el encargado.
—Una broma que me ha gastado Lamine —le explica Carmelo.
—Pues será la única que ha hecho en su vida. No he visto nunca a uno de estos, tan tímido —se queja Manuel.
—¿A qué te refieres con uno de estos, Manuel? —intento molestarlo.
—Uno de esos negros, aunque tú eres medio mezclado —responde Manuel, con todas las buenas intenciones del mundo.
—No seas tan bruto, Manuel. Un día aparecerá tu hija con chico negro de verdad y te dirá que se quiere casar —se mete con él Carmelo.
—Mi mujer dice que eso es como con los perros, cuanto más nos mezclemos, mejor. Los perros de raza siempre están enfermos. Mire a Lamine, el chico salió bastante guapo y listo y seguro que es porque no es ni negro ni blanco.
Sé que muchas personas pensarían que Manuel es racista al escucharlo, pero nada más lejos de la realidad. Además, el habla así de bruto con todo el mundo, sin faltar al respeto intencionadamente, pero siendo políticamente incorrecto de todas las formas posibles.
—¿Te acuerdas a aquel que trajo mi hija una vez por casa? Mi mujer me recomendó que no le dijese nada, aunque todavía pienso que tenía que haberle dicho cuatro cosas desde el primer día —dice Carmelo molesto.
—¿Era de Senegal? —le pregunto sin entender nada.
—Ojalá, era de aquí, sin embargo, era un impresentable —me responde el padre de Isabel.
He sentido alguna vez celos cuando veo a Bentor y a Isabel juntos, no obstante, nunca he sabido a ciencia cierta si ha tenido novio o no. Por lo que me está contando su padre, lo ha tenido y, aunque siento curiosidad, prefiero no saberlo.
—En Senegal también hay tipejos que no saben comportarse con una chica —intento cambiar el tema para evitar que hable de Isabel y su novio.
—Como en todos lados, hijo —dice Manuel con una sonrisa.
Manuel y yo no tardamos mucho en continuar con el trabajo. La verdad es que el trabajo de peón es mucho menos duro que el de cargador de piñas. Es cierto que alguna vez tienes que cargar piñas o hacer algún trabajo en el que se requiere hacer mucho esfuerzo físico. Sin embargo, como cargador, ese esfuerzo se tiene que hacer cada día, en todo momento.
***
Adoro vivir solo y mi independencia, sin embargo, eso no quiere decir que pueda hacer lo que me dé la gana y media hora después de almorzar, tras un día bastante ajetreado en el trabajo, recibo una llamada de Fernando. El voluntario de la Cruz Roja, me cuenta que Joao, un angoleño de diecisiete años que perdió una pierna por una mina antipersona en su país, necesita que lo visiten, puesto que no tiene amigos.
Como una hermana de su padre se casó con un alemán que vive en Tenerife, lo han traído a España para que se recupere. Lleva aquí dos años y no se ha integrado mucho con otros jóvenes porque es muy tímido y Fernando pensó que siendo los dos parecidos, podríamos congeniar.
No me apetece nada salir de casa, pero Fernando me contó que, además de las heridas que le causó al detonarse la mina, el chico está un poco deprimido, echa de menos a su familia y se siente solo.
Nunca le he dicho que no a Fernando cuando me ha solicitado que le ayude, no obstante, es la primera vez que me pide que vaya a ver a alguien, imagino que porque sabe lo que me cuesta hablar con las personas que no conozco debido a mi timidez. Supongo que tendrá razones de peso para haberme llamado, estoy seguro de que no me pondría en este aprieto intencionadamente.
—Gracias por venir —me agradece Fernando, cuando me encuentro con él en la puerta de la clínica donde Joao está haciendo su rehabilitación.
—No podía decirte que no —le respondo sincero.
—Sé que esto es un marrón para ti, así y todo, este chico es incluso más tímido que tú —me dice con una sonrisa.
—Eso no es una razón de peso para que no hubieses llamado a cualquier otro —le expongo mi lógica.
—Solamente sabe portugués y español y suponemos que se sentirá más cómodo con alguien que haya nacido en su país o, al menos, en África. No encontré a nadie de Angola dispuesto a venir, así que eres mi única opción. El resto de chicos no habla tan bien como tú el español.
—¿Le hablo en portugués o en español? —le pregunto, preparándome psicológicamente para hablar con Joao.
—¿Sabes portugués? —se extraña Fernando.
—¿No te acuerdas cuando me pediste que hablara con Gerson, un hombre proveniente de Mozambique?
—Son tantas las veces que nos has ayudado, que ya no llevo la cuenta. Deberías de hacerte voluntario como yo. La mayoría de los que nos ayudan al principio, cuando se integran en la sociedad, no tienen tiempo para echar una mano —me ofrece Fernando.
—Estudio y trabajo. Yo tampoco tengo tiempo —le recuerdo.
—¿Cómo te va en la finca? —me pregunta, ya que la última vez que nos vimos lo puse al día con todos los cambios que había habido en mi vida.
—Al no tener clases por la mañana, esta semana he estado trabajando todos los días con Manuel, el encargado.
—Mustafá me mandó unas fotos de ustedes en una piscina. Ahora vives como los ricos —bromea Fernando.
—Tuve que limpiarla, arreglarla y pintarla. Aunque tienes razón, no me voy a quejar —le sigo la broma.
Hace dos fines de semana que llenamos la piscina. Mis amigos ayudaron bastante porque querían que estuviese lista lo antes posible. Desde ese día, intento nadar cada dos o tres días.
En Senegal no conocí a muchas personas que supiesen nadar. Mi madre me enseñó desde pequeño y me llevaba todos los fines de semana para que practicara. Parece ser que mi padre la enseñó a ella y es un deporte ideal para mantenerse en forma.
—Hola, Joao. ¿Cómo te ha ido hoy? —le pregunta Fernando a un chico de más o menos mi edad.
—Bien —le contesta, bajando la mirada.
—Me he encontrado con un amigo cerca de aquí y he pensado en presentártelo. Tienen mucho en común —continúa hablando Fernando, con voz jovial.
—Soy Lamine —me presento, dejando a un lado mi timidez.
—Joao —responde.
—Lamine es de Senegal. Llegó hace casi tres años a Canarias, dejando a su familia en su país —añade el voluntario de la Cruz Roja.
—¿Eres de Senegal? —se sorprende Joao.
—Mi padre es blanco —explico, incómodo, la razón de no ser negro teléfono, como dicen los mayores de Canarias.
—Yo los dejo, porque ya llego tarde. ¿Por qué no dan juntos una vuelta por ahí? —nos aconseja Fernando.
—Yo traje mi moto, pero no creo que haya problema en llevarte —le digo a Joao con una sonrisa.
—Vale —responde él, bajando otra vez la mirada.
Me cuesta horrores, no mirar a Joao. No porque sea negro, sino porque le falta la mitad de su pierna izquierda y la mirada se me desvía hacia el muslo mutilado. De resto, no presenta heridas a la vista, quizás las tenga debajo de su camiseta.
Parece un buen chico, un poco más bajito que yo, delgado y, como sus ojos delatan, triste y melancólico.
—¿Te apetece ir a algún lugar en concreto? —le pregunto antes de ofrecerle el casco que siempre llevo para Erik o Mustafá.
—Solo salgo de casa para ir a la clínica, así que no conozco esto mucho —me responde avergonzado.
—Yo tampoco, pero conozco un sitio que te va a encantar.
—¿No sales mucho? —se sorprende.
—No sé si te has percatado de que soy bastante tímido, como tú —me sincero.
—No lo pareces —me dice, mirándome de arriba abajo por primera vez.
—No te has dado cuenta, porque tú estás incluso más avergonzado que yo con esta situación —le digo, haciéndolo reír.
Me gusta ayudar a Fernando, porque él y sus compañeros nos ayudaron a nosotros cuando llegamos a Canarias. Sin embargo, es la primera vez que percibo que mi ayuda es necesaria de verdad y se siente realmente bien.
Invito a mi nuevo amigo a tomarse algo en el bar africano donde fui con Soda. No suelo salir mucho y tampoco conozco lo que debería la ciudad.
Estamos dos horas hablando un poco de todo. Al principio, a los dos nos cuesta un poco, pero después de media hora yo ya estoy bromeando sobre el desgraciado suceso de haber perdido la pierna y él se burla de mí por no tener familia con la que celebrar la Navidad.
Joao es cristiano, como el noventa y cinco por ciento de la población en su país. Se extraña de que yo también lo sea, puesto que en Senegal somos minoría. Nunca le he dado mucha importancia a la religión, porque en casa no hemos sido muy practicantes. Imagino que dependerá de la repercusión que tenga en tu vida, para darle la relevancia que se merece.
Antes de llevarlo a su casa, intercambiamos números de teléfono. Mi nuevo amigo me dice que no conoce a nadie fuera de su familia y yo me comprometo en llamarlo de vez en cuando para quedar y presentarle a Erik y a Mustafá.
Viene bien conocer a personas como Joao, que nos hacen apreciar la suerte que hemos tenido en la vida. Hasta él ha tenido buena suerte, porque podría haber muerto cuando impactó la mina o podría no contar con la ayuda de su tía y su marido y haberse quedado en Angola, donde los medios para su recuperación no están a disposición de todos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro