CAPÍTULO CATORCE - UNA NUEVA VIDA
Lunes, 27 de febrero del 2023
Llevo dos semanas viviendo solo y adoro mi libertad y, sobre todo, mi soledad.
Conseguí que con el dinero que le había sobrado de todo lo trabajado el año pasado y en Navidades, la asociación que había sido responsable de mí hasta hace dos semanas me comprase todo lo necesario para dejar la casa preparada para vivir en ella sin echar nada en falta. Así que, como dice Mustafá, vivo como un rey.
La bicicleta solo la utilizo para ir a los entrenamientos, porque normalmente voy a todos lados con mi moto, a no ser que vayamos Erik, Mustafá y yo, que siempre utilizamos la guagua.
Este año, celebré por primera vez en mi vida el día de San Valentín, aunque no con una chica, ya que no me hablo con la que me interesa.
Ese día me levanté temprano y uno de los cuidadores me llevó a mí y a las pocas pertenencias que aún me quedaban en la casa a mi nuevo hogar. Ya el día anterior, Mustafá y yo habíamos llevado casi todo antes de acostarnos con la ayuda de Héctor, que vino desde la Laguna solo para la ocasión. Así que por la tarde preparé algo de picoteo y, además de Erik y Mustafá, también vinieron algunos compañeros de clase y del equipo, todo organizado por Darío, que fue quien se inventó lo de la celebración de San Valentín solo chicos.
Yo intenté escaquearme, pero como me dijo Fran, soy el único del equipo que tiene un lugar propio, sin que los padres estén metiendo sus narices en todo, a excepción del entrenador, por supuesto. Yo solo pude desear, que mi madre estuviese todo el día detrás de mí, metiéndose en mis asuntos y opinando en todo lo que hago, que son las quejas más recurrentes de mis compañeros. Es cierto el dicho de no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.
Mi relación con Isabel, por primera vez en la vida, está más que equilibrada. Ella no me habla y yo tampoco quiero que lo haga. A pesar de que han transcurrido dos semanas, sigo enfadado con ella por lo que me dijo. No solo me ha puesto furioso, sino que jamás pensé que pudiese ser tan poco empática y comprensiva, con mucha aversión que pueda sentir hacia mí.
Estoy escuchando a todo volumen Afrique Victime de Mdou Moctar a través de los altavoces del teléfono mientras hago mis estiramientos cuando me entra una llamada de Erik.
—¡Por fin vuelvo a ser libre! —grita el loco de mi amigo, en cuanto desconecto el teléfono de los altavoces para poder hablar con mi amigo.
—Eres un exagerado. No creo que vayas a caer enfermo por no salir dos fines de semana —le respondo con una sonrisa, porque los abuelos ingleses han venido de visita diez días y mi amigo no ha podido salir por ahí como acostumbra a hacer los viernes y los sábados.
—No es por no salir, es que te has mudado a esa casa de ensueño y no he podido estrenar mi cuarto —me explica.
—Este viernes, después del partido, hago una cena en casa y te invito a ti y a Mustafá —me comprometo.
—¿Juegan el viernes?
—Sí, a mí me viene genial, así puedo quedar en la finca con Manuel y, además, Mustafá me dijo que el sábado no trabajaría, porque le pidieron que fuese el domingo y así gana más dinero.
—Mustafá me contó que se tiró a la hija de uno de tus jefes. Hubiese sido mejor que le hubiese hecho un favor a Isabel, últimamente está más arisca contigo que de costumbre.
—Muy amena la conversación, pero aún tengo que ducharme y desayunar, porque salí a correr, así que nos vemos en clase y no te olvides de tu desayuno —me despido, porque no me apetece hablar de Isabel.
No entiendo cómo puede odiarme tanto, cuando su primo se ha portado tan bien conmigo. Dos días después de mi cumpleaños, me acompañó por la tarde a abrir una cuenta en el banco con el que suele trabajar él y su familia. Incluso nos atendió el director y al día siguiente ya tenía un número de cuenta y una semana después, una tarjeta. Así que ya no tengo mi dinero escondido en mi habitación, en la lata en la que lo guardaba Erik, al igual que el dinero de Mustafá. No me gusta tener tanto efectivo en la casa.
Ahora tengo una tarjeta bancaria y si quiero comprar algo, lo pago y me lo llevo, sin tener que pedírselo a nadie. Tengo una nueva vida.
Necesitaba un número de cuenta porque, al seguir estudiando, estoy recibiendo cuatrocientos treinta euros todos los meses.
No se puede tener más suerte, puesto que los únicos gastos que tengo actualmente son comprar mi comida, mi ropa, la gasolina, el rodaje y el seguro de la moto y el teléfono móvil, porque la casa tiene hasta wifi, ya que la utilizan para el sistema de cámaras que tienen en la entrada.
Además, Héctor me ayudó, junto con Mustafá, a hacer la mudanza e incluso me regaló hace dos domingos un iMac de 27 pulgadas, puesto que él se había comprado un Mac Studio y nadie de su familia lo quería. Ese día me quedé sin salir de mi cuarto, alucinando en colores y sincronizando todo.
Por supuesto que me traje todo conmigo, incluyendo mi bicicleta, mi iPad y todo lo que he ido acumulando en estos dos años y medio. Sin embargo, tengo que admitir que tanto Héctor como su padre se han portado más que bien.
Tengo siete mil quinientos euros míos en el banco. Sé que no es mucho, pero como me ingresan la ayuda todos los meses que no trabaje y siga estudiando, no me preocupo por el dinero, solo de no malgastarlo.
Incluso he averiguado los horarios de las guaguas y podría estudiar en la Universidad de La Laguna y seguir viviendo en la finca. Por ahora solo me he propuesto sacarme el carnet de conducir y ya he hecho bastantes prácticas antes de cumplir los dieciocho, por lo que en breve me presentaré a carretera y no tendré más gastos extras.
La casa donde vivo es estupenda, aunque muy grande para mí solo. Mustafá se quedó a dormir este sábado, después de pedirle permiso al director del centro por escrito. Es tan diferente el poder estar con tus amigos en un lugar en el que te sientes cómodo y que sabes que no tendrás que compartir con un montón de adolescentes que piensan de mil formas diferentes y con los cuales, en cualquier momento, puedes ponerte a discutir por una tontería.
En la casa yo siempre fui el que menos discutía con los demás, aunque también era el que más hacía oídos sordos o me levantaba cuando se ponían un poco pesados y me iba a otro lugar. El problema es que la casa donde vivía no era muy grande y llegué a encerrarme en el baño para que se olvidaran de mí y me ignorasen.
Ahora no tengo ese problema. Por las mañanas, los días que salgo a correr, Manuel y el resto de los trabajadores me saludan, pero no se meten en mi vida y soy feliz por el simple hecho de poder respirar y moverme sin tener a nadie pegado a mi nuca.
***
Hoy a Erik se le hizo tarde y he pasado a buscarlo con la moto. No es la primera vez y a veces creo que lo hace adrede, porque le encanta que lo vaya a buscar.
—Paso a buscarte todos los días para ir al instituto, si me pagas una cuota mensual —bromeo con Erik al bajarnos de la moto.
—¿En serio? —se ilusiona mi mejor amigo.
—No, aunque podrías sacarte el carnet de moto, tú también —le aconsejo.
—¿Para qué? Prefiero que me lleves tú. Si algún día tienes una novia que te absorba el cerebro y pasas de mí, me replantearé lo de sacarme el carnet —me responde mi amigo más lunático.
—¿Y si eres tú el que se busque un novio? —lo confronto.
—¿Te imaginas? Seguro que quedaría contigo más que conmigo, Lamine. Tú eres mucho más guapo —me avergüenza Erik.
—¡Lamine! —me grita Soda desde el otro lado del pasillo, lo que hace que me pare a esperarla.
—Yo voy yendo a clase, porque le presté mis apuntes de Inglés a Bruno y le pedí que me los devolviera a primera hora —se despide Erik.
Soda viene acompañada de su mejor amiga Carla, estas dos son inseparables.
—¿Cómo están tus familiares? —abrevio, como siempre, el saludo tradicional de nuestros respectivos países.
—Bien, gracias, Lamine. ¿Y los tuyos? —me pregunta por cortesía, ya que ambos sabemos que no tenemos nada que decir al respecto, aunque yo haya hablado con mi madre hace dos semanas, sin embargo, ella lo desconoce.
—Bien, gracias. Me alegro de verlas —termino por saludar también a Carla.
—¿Por qué no quedamos después del entrenamiento? —me pide Soda.
—No puedo. En primer lugar, estoy ahorrando dinero porque no sé si voy a sacarme el práctico de conducir a la primera y las prácticas no son baratas y, en segundo lugar, he quedado con Fernando en echar una mano en la Cruz Roja.
—¿Tan tarde? —me pregunta Carla.
—Sí, pero si quieres puedes visitarme en mi casa uno de estos días. Te puedo llevar en moto —le ofrezco.
—¿No podemos ir en guagua? —se extraña mi amiga.
—Claro que sí, sin embargo, la moto es más rápida.
—En la moto solo podemos ir dos y seguro que Carla también quiere venir.
—Vale, pues quedamos uno de estos días y yo también iré en guagua para acompañarlas —le doy como solución.
—Aun así, vamos a verte entrenar esta tarde. Gracias, Lamine —me dice Soda antes de darse la vuelta para ir a su clase.
—Adiós —se despide Carla con una ligera sonrisa.
No le contesto, porque en ese preciso instante Isabel pasa a mi lado y me mira. Desde hace una semana se queda mirándome un poco rara y no sé qué pensar. Espero que no esté planeando mi asesinato.
***
Hoy no ha venido la profesora de Literatura. Ya el viernes se notaba que se iba a poner mala y parece ser que tiene un señor gripazo.
—¿Tienes un minuto para hablar conmigo a solas? —me pregunta Isabel, después de acercarse a mi mesa.
Casi no hay compañeros en clase, solo está Darío y Diego al otro lado, Bentor en la puerta y Erik y yo aún estamos sentados, porque mi amigo me está contando cómo era el disfraz que se puso el sábado por la noche en los Carnavales de Santa Cruz.
—Claro —es lo único que digo, aunque de la sorpresa no me he podido mover de mi asiento.
—¿Estás seguro de esto? —me pregunta Erik, sin importarle que Isabel le esté escuchando.
—Sí —le respondo dudando un poco, la última vez que hablamos a solas no acabo muy bien la conversación.
—Pues en este caso, les dejo a solas y me voy a llevar a Darío, a Bentor y a Diego conmigo, para que no les molesten. Compórtate —le dice Erik a Isabel y ella baja la mirada.
No entiendo por qué está tan abochornada, pero sienta bien no ser, por una vez, el que se avergüenza.
Isabel se sienta en al sitio de Erik y nos quedamos los dos mirándonos de frente, sin saber qué decir.
—Me ha dicho Héctor que te va muy bien en la casa de la finca —rompe ella el silencio, después de que nuestros compañeros salgan del aula y Erik cierre la puerta con nosotros dos dentro.
—Sí —le contesto con un monosílabo, ya que no tengo ni idea de qué decir, tener a Isabel tan cerca hace que me maree un poco.
—¿Necesitas algo? En casa tenemos toallas y sábanas de sobra, además de menaje de cocina duplicado, porque mis padres han puesto un piso en el sur en alquiler, puesto que nunca lo utilizábamos —me ofrece, haciendo que cada vez entienda menos lo que está sucediendo.
—Gracias —le respondo, casi tartamudeando.
—Eso significa que sí o que no —insiste.
—Antes de mudarme he comprado todo lo que necesito —me atrevo a decirle.
—Siento mucho cómo me comporté cuando me enteré de que ibas a vivir en la casa de la finca. Te lo hubiese dicho antes, pero no sabía cómo —se disculpa para mi sorpresa.
—Lo has hecho muy bien —intento ser amable.
—¿Eso significa que aceptas mis disculpas?
—Por supuesto, Isabel —le digo mientras mi lengua acaricia su nombre.
—Para no ser español, no tienes un acento extraño cuando lo hablas —cambia ella de tema.
—Lo hablo desde pequeño, supongo que mi madre pensó que más pronto que tarde me vendría para España —me atrevo a confesarle.
—¿Muchos senegaleses hablan español?
—No, solo los que trabajan en alguna empresa de habla española o con turismo español o sudamericano.
—Debes pensar que soy una bruja —me dice sin venir a cuento, aunque yo entiendo a la perfección la razón de que lo diga.
Sé que siempre me ha mirado como si fuese la última persona con la que quiere compartir espacio y que en la mayoría de los casos, si he tenido suerte, me ha ignorado, sin embargo, no puedo relacionar a Isabel con la palabra bruja, al contrario, aunque sí podría decir que es una hechicera, porque sigo suspirando por ella, a pesar de cómo me ha tratado. En todo caso, la definiría como un ángel. Un ángel precioso, que es aún más bonito cuando se sonroja, como en este momento.
—Se nota que no me conoces —le contesto, bajando la voz.
—¿Eso qué significa?
—Sé que no eres una bruja, Isabel, tal vez todo lo contrario.
—¿Lo contrario? —me pregunta contrariada.
—Aunque no hayas sido muy comprensiva conmigo, he notado que con los demás eres muy buena persona, un ángel —me atrevo a decirle.
Ella se echa reír y me gusta que, por una vez, sea el causante de su risa y no de su malhumor.
—Después de todo lo que te he hecho, no merezco que me digas algo así —me responde, cuando deja de reírse.
Yo no puedo contestarle, porque me quedo admirando el color de sus labios. Tengo dieciocho años y nunca en mi vida he sentido la necesidad de besar a alguien, en cambio, en este instante, lo único que me apetece es morderle la boca a Isabel.
En este momento entra Nayara a la clase, abriendo la puerta con tanta fuerza que hasta me sobresalto.
En parte debo de estarle agradecido, porque no sé qué hubiese pasado si me hubiese atrevido a besar a la chica que tengo delante de mí. Posiblemente, me hubiese llevado una torta y una verdadera razón para que me odie durante el resto de mi existencia.
Nayara nos mira con cara de mala leche, pero no dice nada, solo se sienta en su sitio. No tengo ni idea de lo que está haciendo en la clase, sola, pero comprender a Nayara es complicado.
—Gracias por escucharme —me agradece Isabel antes de levantarse de la silla.
—Cuando quieras —le respondo, porque me encantaría poder hablar con ella así todos los días, aunque las ganas de besarla me consuman y no pueda hacerlo.
La vida es como una montaña rusa, te levantas en lo más bajo y unas horas después, sientes que estás en lo alto.
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