4: En los jardines
La daga abrió la carne de un solo tajo y la sangre comenzó a fluir, las gotas rojizas cayeron en el fuego, haciendo las llamas de las velas cesar por unos segundos, el fuego amarillo y naranja recupero su fuerza y se hincho como si estuviera preñado por la sangre, poco a poco el fuego comenzó a tornarse del carmesí de la sangre hasta quedar completamente enrojecido. La hoja filosa siguió abriendo la carne de los brazos de la bruja. La mujer blandía sus brazos como si fueran parte del fuego, imitando sus movimientos y dejando que la sangre salpicara y siguiera nutriendo la hoguera. Movió sus brazos al ritmo del fuego y las llamas crecieron tanto hasta que ya no fue necesario danzar, el fuego mismo recogió la sangre de sus heridas, quemando la carne en el proceso, la bruja miro la carne cocida de sus brazos y el fuego recogiendo su sangre hasta que no hubo sangre que recoger, levanto su bruza derecho, hundiendo sus dientes en la carne chamuscada, no sintió dolor, solo sentía como si en lugar de sangre tuviera fuego corriendo en sus venas. Apretó sus dientes en la carne y tiró, arrancando el pedazo de su antebrazo. El sabor de su propia carne la hizo marear, pero enfocada en su objetivo abrió la boca, sacando el trozo y envolviéndolo en el trozo de capa.
Sostuvo el emblema del sultán tiránico en sus manos, la fina tela con la bandera se deslizo como agua entre sus dedos y con ella amarró la capa que contenía el trozo de carne. La ofreció al fuego como un tributo silencioso y un pago a cambio de obtener lo que alguna vez fue suyo pero le arrebataron.
Se sentó al frente de la hoguera, observando las telas con la carne ser consumidas hasta las cenizas, las llamas rojas se volvieron negras y soltaron un alarido antes de desaparecer en una nube de humo que le hizo secar la garganta. Saco de entre sus ropajes una flor que rápidamente devoro y se recostó contra la madera de la hoguera esperando a que la piel de sus brazos regresara a lo que debía ser, las cenizas danzaron por el aire y se transformaron en gotas de sangre que regresaron a sus venas. Miro sus brazos nuevamente sanos y se levanto. Ahora era solo cuestión de esperar.
Los pies de Salísma pisaron el suelo frío de roca, frío y sucio. A diferencia del resto del palacio que brillaba como el más fino mármol esa zona estaba completamente sucia, abandonada incluso, supuso que era una de las tantas zonas del servicio, los pasadizos que usaban los sirvientes para pasar sin ser vistos para cumplir con sus labores. Se apresuro a entrar, Zanaruhina le había hablado de ciertos lugares secretos que daban con diversas salidas, a veces incluso al pueblo.
El príncipe no pudo evitar soltar una risita traviesa, era la primera vez que se alejaba tanto y la primera vez en la que un sirviente no estaba a su lado para custodiarlo. Camino lentamente, algo ansioso por encontrar a algún sirviente, pero estaba todo tan solitarios que llego a preguntarse si realmente era un lugar usado por la servidumbre o realmente estaba abandonado, pese a ello la luz se filtraba a través de los muros de ladrillos, como ríos de oro que se entregaban al caudal de las lianas entrelazadas con las rocas, al menos no estaba oscuro en su totalidad, si fuera así el joven príncipe no se hubiera atrevido a poner un pie en ese lugar, todavía no hallaba valor en si mismo en apagar las velas en sus aposentos mientras dormía y siempre sentía pánico cuando entre juegos, exploraciones y escapando de sus lecciones llegaba a una nueva zona del palacio, una que nunca antes conoció y que, por lo general, al carecer de la presencia de sus altezas permanecía a oscuras.
Siguió caminando, su nerviosismo incrementando con cada paso, sin importar cuando caminaba no encontraba final alguno y cada vez eran menos las grietas por donde la luz se filtraba. Estaba decidido a regresar cuando sus pies se enredaron con una de las muchas enredaderas que surgían del suelo rompiendo la roca, cayó contra algo distinto, no era ni roca, ni liana. Era madera. Coloco sus manos contra la madera sorprendentemente lisa, descubriendo así que era una puerta, le ardían las rodillas pero no quiso comprobar el daño, en parte porque hacerlo haría que todo doliera más y en parte porque la sangre era capaz de hacerlo desmayar.
No soportaba las constantes burlas de Relesque por su falta de valentía y tras una larga jornada de burla tras vomitar, llorar y perder el conocimiento al ver un buey siendo sacrificado para la mesa del rey se propuso evitar la sangre a toda costa. A tientas logró aferrarse a la puerta y cuando quiso apoyarse en ella para levantarse termino abriéndola. Esta vez fueron sus codos los afectados, la carne se machaco contra la piedra desigual tras la puerta. El príncipe dejo escapar un aullido de dolor y se retorció unos cuantos minutos, arrepintiéndose de haber decidido curiosear. Encontró la puerta tras un muro de hojas y enredaderas, creyendo que sería un hallazgo digno de compartir con Zanaruhina y sus hermanos se adentro en busca de alguna aventura, ahora se arrepentía y le daba la razón a su padre, madre, hermanos, instructores y todo aquél que intentaba cuidarlo, realmente su piel era frágil. Muy frágil. Agradeció ser un tercer hijo, no sobreviviría al furioso campo de batalla ni aunque realmente lo deseara.
Abrió los ojos adolorido, se limpio las lagrimas y su vista fue inundada por la visión de un cielo azul. Se enderezo, olvidando por completo su dolor. Estaba a las afueras del castillo. Extasiado y con el espíritu de la aventura galopando salvajemente por sus venas el príncipe se adentro en sus propias tierras, sus hermanos mayores siempre hacían burla de su falta de valor, pero ahora podría demostrar que era tan valiente e inteligente como ellos. Pero tras vagar un rato por el bosque se dio cuenta para su horror que estaba perdido, no veía a nadie en las cercanías y tampoco vislumbraba el castillo entre tan densa vegetación. Sin mas opción se subió a un árbol, aunque batallando, le sorprendía la poca fuerza que tenían sus brazos, incluso aferrándose con ambos brazos a las ramas le costaba impulsarse, se prometió a si mismo que en cuanto regresara al palacio dejaría de pasar sus días entre cuentos, música, exquisitos postres e interminables siestas, en su lugar le pediría a Relesque algo de entrenamiento, necesitaba mejorar su condición. Tan solo llevaba escaladas dos ramas, faltaba un largo camino hasta llegar a la copa del árbol para poder ver dónde estaba su hogar, pero en cuanto estiro sus dedos intentando llegar a la siguiente rama escucho un fuerte grito, el príncipe se quedo helado en su posición y para su horror un hombre apareció aferrado a un caballo, la bestia corría sin rumbo, alterada y jadeando de un lado a otro, el hombre a penas sí lograba mantenerse en la cima del animal, le sorprendió que no se hubiera caído, debía ser muy fuerte.
Se bajo del árbol y de inmediato sintió el miedo corroerlo: una criatura hecha de lo que parecía ser fuego rojo perseguía al caballo con determinación. Su cuerpo, una amalgama de llamas danzantes, brilla con un resplandor escarlata que ilumina el bosque. Cada movimiento suyo deja un rastro de brasas incandescentes, matando la naturaleza a su alrededor. Salísma intento correr nuevamente al árbol pero cuando se acerco una enorme llamarada roja incendio la madera, Salísma cayó de espaldas pero no tuvo tiempo de pensar en las heridas que lo atormentaban, echo a correr aterrado, sin importar las espinas que se clavaban en sus pies descalzos. Corrió y corrió, sentía la tierra calentarse bajo sus pies, como si la criatura fuera una sola con la tierra, su piel ardía y su respiración se hacía cada vez mas pesada, era como si todo a su alrededor estuviera ardiendo en llamas.
Su corazón dio un salto cuando vio un lago, si lograba entrar en el agua tal vez la criatura lo dejaría en paz, aceleró el paso, tratando de no pensar en el horrible dolor que embragaba su cuerpo, corrió hasta que finalmente se adentro en las cristalinas aguas, pero antes de sumergirse por completo vio al hombre caer violentamente del caballo a pocos metros del agua. El animal soltó un alarido mientras fuego salía de su boca, la bestia gruño y se retorció, Salísma observo con horror como el cuerpo del caballo era consumido por fuego rojo que salía del interior de su cuerpo hasta reducirlo a cenizas, el príncipe se hundió en el agua hasta el cuello, pero el hombre seguía inconsciente en el suelo y el fuego rojo se acercaba cada vez más, casi impulsado por el viento. Sabiendo que no seria capaz de vivir consigo mismo sin el extraño moría sin que él pudiera hacer algo Salísma corrió y tiro del hombre, era pesado y grande, casi tanto como Relesque, lo tomo de los hombros y tiro de él hasta sumergirse ambos en el agua.
Salísma se aferro al cuerpo del desconocido, esperando que aquella criatura se fuera, espero y espero, pero sus pulmones lo traicionaron y saco su cabeza para respirar justo cuando el fuego carmesí se ceñía sobre él, el príncipe cerro los ojos esperando la muerte, pero no sintió dolor, no sintió nada. Abrió los ojos y estaba solo. Se quedo un tiempo dentro del agua, ayudando al desconocido a flotar, finalmente se armo de valor y salió del lago, sacando consigo a rastras al hombre, lo dejo en la orilla, sentándose a su lado.
Definitivamente haber dejado los muros del palacio era algo que nunca debió haber pasado.
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