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No Abras La Puerta

Mis mejores amigos y yo estudiábamos Geología en aquel entonces y queríamos desarrollar una investigación científica en conjunto.

—Vámonos a Guaranito, en Portuguesa. —Propuso Sandro entusiasmado. —Hay buenas tierras y está cerca del río Guanare así que tendremos suficiente material.

Para hacer el viaje más interesante decidimos no ir directamente desde Caracas sino que tomamos diferentes medios de transporte. Cuando arribamos a Guaranito ya iba cayendo la noche así que nos dirigimos a una posada cercana. Era una casa de tres plantas y muchas habitaciones. Tenía un portón amplio. Estaba rodeada de jardines, y de árboles que habían perdido muchas de sus hojas. Llamamos a la puerta y nos recibió una anciana muy amable que nos invitó a pasar.
No contábamos con mucho presupuesto así que le dijimos que cuatro noches estarían bien. Todos dormiríamos en una misma habitación y compartiríamos las dos camas. Una para las dos chicas y una para los chicos. Nos dio un cuarto en la primera planta de la posada porque además de todo eran los únicos inquilinos.
A las tres de la mañana desperté con el ruido de la lluvia que golpeaba en el cristal de la ventana. Siempre he sido de sueño ligero y eso es molesto en ocasiones. A la mañana siguiente fuimos hasta las afueras de la ciudad. Había una pequeña área cercana al río que cumplía con nuestras expectativas. Las aguas estaban turbias por la lluvia del día anterior pero de todos modos el paisaje se veía hermoso. Mientras los hombres abrían agujeros en la tierra para sacar muestras de suelo y roca, las chicas documentábamos todos con anotaciones y fotografías.

—Mis tripas están rugiendo. —Me quejé con la mano sobre el abdomen.

Revisé la hora en mi reloj de pulsera.
El hambre que me azotaba era comprensible. Era casi medio día.

—Lo mejor será volver a la ciudad y proseguir con la labor en la tarde.—Comentó Enma estirándose.

—O mañana—Dijo Nicolás a la par que se secaba el sudor.

Recogimos el arsenal de trabajo. Salimos de aquella zona caminando por un sendero que atravesaba una arboleda.

— ¿Escuchan ese leve silbido?—Dije con los ojos cerrados y bastante relajada.

—Debe ser el viento entre la copa de los árboles—Mencionó Sandro.

—Sí. Es como música.

El primer restaurante que avistamos se llamaba "De Soles". Era un local modesto pero tenía presencia. Nos pareció un buen sitio para matar las ganas de comer algo. Además estábamos tan cansados que no queríamos dar ni un paso más.
Fuera del restaurante había un señor mayor recostado a la pared en un taburete. Su rostro estaba oculto bajo un gran sombrero de paja. La dama que nos atendió era muy divertida y conversadora. Rondaba los cuarenta años y su piel era extremadamente pálida.

—Así que ustedes son investigadores. —Comentó mientras colocaba los platos con comida delante de nosotros.

—Casi. —Sandro le dio la primera mordida a su pierna de pollo—Estamos haciendo una búsqueda para un proyecto.

— ¿Y está difícil?

—Para nada. Hacemos excavaciones, fotografías y tomamos muestras que analizaremos en cuanto volvamos a Caracas.

—Está bien, pero un consejo. Busquen, mas dejen todo exactamente como lo dejaron. Cada roca y cada rama en su lugar.

Tomamos esa sugerencia como las típicas frases que se le dicen a los forasteros para evitar que se pasen de listos y que hagan estragos.

—Menos mal por ustedes. —Dijo la ella mientras recogía los platos vacíos que contuvieron el postre —El negocio ha estado muerto en estos días. Ya estaba cansada. Sola aquí. Sin nadie para hablar.

— ¿Y el anciano que está allá afuera?—Preguntó Nico.

—Ese es el viejo Armando. Con él no es sencillo iniciar una conversación.

—Ese señor me da curiosidad. —Le comenté—. No hace nada más que estar ahí sentado.

La señora miró al viejo un momento y luego nos dijo:

—Lo mejor es que nos les hable.

Créanme que no sería bueno.
Mis amigos y yo nos miramos confundidos ante esa última intervención de la mujer.
Al poco rato pagamos por la comida. Nos pusimos en pie y salimos del local. Yo era la última de la fila.
Cuando pasé junto al hombre creí escucharlo susurrar "Va a visitarlos. No abras la puerta" pero no voltee a mirarlo siquiera y continúe con mi andar. Cuando regresamos a la posada en la noche nos encerramos en nuestra habitación. Alrededor de las nueve Enma, Nico y yo nos encontrábamos tirados en el suelo. Los libros eran tantos que junto a las muestras de rocas casi no dejaban ver la alfombra. Sandro se incorporó al grupo de estudio. Estaba sonriente como siempre. En su piel brillaban gotas de agua que indicaba que acaba de salir de la ducha. Noté algo en su cuello. Era un colgante bastante rústico. Consistía en un cordón negro que sostenía una falange humana. La pieza de hueso era resplandeciente y muy blanca.

—No había visto eso. —Le dije—Te queda bien.

—Gracias, pequeña. Lo compré en una tienda de regalo.

Enma extendió su brazo para tocarlo. —Se ve muy real.

—Tiene un buen acabado. —Expresó Nico con mirada crítica.

Terminamos de escribir y de actualizar el informe casi a las dos de la mañana. Luego nos fuimos a dormir. Una hora después el sonido de unos pasos proveniente de los pasillos me despertó. La luz de la luna se reflejaba en las paredes y llenaba la habitación de sombras. Traté de volver a soñar, pero continuaba escuchando aquel persistente sonido que cada vez de hacía más fuerte.

—Enma.

Toqué su hombro en un fallido intento de hacerla despertar. Los muchachos tampoco reaccionaron. Me levanté de la cama lentamente y con sigilo. Cerré las ventanas y junté las cortinas. Como si la oscuridad absoluta nos fuera a resguardar. El sonido de los pasos no lo escuché más después de eso, pero de todos modos me acerqué a la puerta para comprobar que estuviese bien cerrada. Cuando amaneció les conté a mis acompañantes sobre los ruidos extraños que había escuchado. También les platiqué sobre lo que me había dicho el anciano. Nicolás rió con ganas ante mis palabras.

—Jajaja. Eres muy impresionable.

—Debieron haberlo escuchado. —Refuté con las cejas hundidas—Había alguien fuera de la habitación.

—Quizás era la dueña de la posada. —Dijo Enma con absoluta tranquilidad.
Volvimos al bosque y caminamos por el sendero que nos acercaría al río.

Entonces creí escuchar que alguien nos seguía, mas no dije nada al respecto. Voltee a mirar en un momento y vi la silueta de una persona delgada y muy alta que llevaba un costal negro a cuestas. Cruzó de un lado al otro del camino y desapareció entre la maleza tan de repente como había aparecido.

— ¡Qué hombre tan raro! —comenté para mí misma.

Al medio día regresamos al restaurante. Todo fue parecido: misma mujer, iguales platillos y aquel señor misterioso que no dejaba ver su rostro por el sombrero. Sin embargo, tal como el día anterior, cuando pasé por su lado me susurró algo:

—Él los está buscando. No abras.

Nuevamente lo ignoré, pero esas frases ya me estaban haciendo eco en la cabeza. En la noche los chicos y yo nos fuimos a dormir temprano. Me aseguré de cerrar bien la puerta y las ventanas para dormir tranquila. Aún así el sonido de un silbido tenue me interrumpió el sueño. Llegó acompañado de pasos estridentes como los de la madrugada de antes. No podía creer que yo fuera la única a quien le molestaran esos sonidos. Los demás dormían como bebés mientras que todo eso pasaba. Al poco rato los ruidos cesaron, pero ya no pude volver a dormir. No quería pensar lo peor, pero tampoco podía seguir ignorando los hechos. En cuanto se iluminó el día fui corriendo a buscar al anciano. La mujer que me recibió en "De Soles" ahora era morena, joven y de cabellos oscuros.

—Buenos días. ¿Sabe dónde está el anciano que se sienta allá afuera todos los días? Armando se llama.

—Disculpe, pero creo que está confundida. Ahí nunca se ha sentado un viejo y menos con ese nombre.

— ¿Cómo que no? La señora que atiende aquí nos dijo que...
Paré de hablar porque ella me miró desconcertada.

—Aquí, la única que trabaja soy yo. Hoy es la primera vez en un mes que abro el restaurante.

Aquello sí me puso con los nervios a flor de piel. Sentí que palidecí y que perdí el equilibrio. La propietaria lo notó y me invitó a sentar en una silla. Me buscó un vaso con agua en la cocina. Refrescó mi rostro con un abanico.

—Todo es muy extraño aquí. —Comenté cuando pude articular palabra.

—Quizás necesites una visita al doctor. —Propuso. —Puede ser el estrés.
No quería quedarme ahí. Aquella señora pensaba que yo había perdido la cabeza y estuvo a punto de convencerme de ello. No iba a darle más explicaciones. De todos modos no me creería, así que me retiré en cuanto pude.

Llegué a la posada casi corriendo y les informé a mis amigos lo que había pasado.

— ¿Estás bromeando, verdad? —Dijo Enma sacada de sí.

— ¿Cómo que una mujer salida de la nada dice que hace un mes que el local estaba cerrado?—preguntó Nicolás exasperado.

—Almorzamos allá en dos ocasiones. —Repuso Sandro.

—Me suena a que estas personas nos quieren hacer una broma de mal gusto. —Comentó Enma—. Después de todo somos los nuevos, por así decirlo.

—Voy a buscar a la anciana que es dueña de esta posada. Parece seria y confiable. Solo ella podrá decirnos que está pasando. —Afirmé con firmeza.
Salí de la habitación en su búsqueda. Caminé por los pasillos. Pasé al jardín. Miré el cielo. Estaba teñido de los colores del atardecer. Volví a entrar.
Entonces fue cuando sentí la vista pesada de alguien sobre mí. Paré de caminar y miré al alrededor. No vi a nadie pero algo hizo que voltease.

—Hola joven. —Me dijo aquel anciano de sombrero de guano.

Su rostro era como de muerto y sus ojos estaban muy grises. Señal clara de que era ciego. La mezcla de miedo con curiosidad me paralizó. Ni siquiera fui capaz de gritar.

— ¿Usted quién es y por qué no nos deja en paz?

—Yo no soy tu problema. Tú problema es "él".

— ¿"Él" quién? Deje las frases a media. Y, sobre todo, pare de perturbarme. No he tenido paz desde que llegué a este sitio. Temo abrir la puerta en la noche. Se escuchan ruidos y ahora sé que usted y aquella señora estaban en un local que no es propiedad de ninguno.

—Tienes razón. He sido muy desconsiderado con la información: Ella y yo somos espíritus nobles de personas que murieron hace más de treinta años.

— ¡Ah, no! Cuentos de fantasmas no.

—Niña, escúchame. Ustedes corren un gran peligro. Bajo ninguna circunstancia abran la puerta en la madrugada. No sé el por qué, pero desde que llegaron a este lugar los silbidos han regresado.

— ¿Silbidos de quién?

—Por estos parajes vaga un alma en pena que todos le han dado en llamar el "Silbón". Era un parrandero, bebedor y malcriado. Asesinó a su padre porque el hombre no le cumplió un capricho. Cuando la familia lo supo azotaron al joven. Vertieron sobre sus heridas chile picante y sal. Fue maldecido y su alma vaga en busca de hombres mujeriegos y bebedores para matarlos y succionar el licor de sus entrañas. Les arranca los huesos y los mete en un saco. Todas las noches se acerca a una casa. Tira los trozos óseos al suelo y los cuenta. Si nadie lo escucha llegar alguien muere.

—No me creo esas patrañas.

—Yo mismo fui su víctima. Estaba ebrio y quedé dormido en un camino solitario. Cuando abrí los ojos había una criatura encima de mí. Medía dos metros de alto, usaba camisa, pantalón y sombrero. Tenía garras largas, dientes filosos y ojos tan rojos como el fuego más abrasador. Estaba succionando desde mi estómago todo el aguardiente que había bebido.

Entonces recordé aquella figura del bosque. Coincidía con la descripción que Armando me decía, aunque parecía ser una persona cuando lo vi a la distancia.

—Si eso fuese verdad ¿qué quiere de nosotros?

—No sé. De todas maneras tengan cuidado.

En ese momento el caminó hasta perderse de mi vista. Corrí detrás de él para hacer una última pregunta pero había desaparecido. Rápidamente tomé mi teléfono. Logré conectarme a Internet y descargar algo de información sobre aquel ser del que me habló. Hubo algo que me heló la sangre mientras leía. Quizás aquella era la razón de que nos estuviese acechando y si eso era cierto Sandro nos había mentido desde el comienzo.

— ¿De dónde sacaste eso que cuelga de tu cuello?—Lo enfrenté.

—Ya dije que lo compré.

— ¡No me mientas! No tiene ningún acabado artesanal. Es bonito y brillante al natural. Algo muy extraño, porque ningún hueso es así sin que se le haya hecho nada.

—Eres insistente. —Suspiró y confesó por fin—Lo encontré en un pequeño cofre el primer día que escarbamos, cerca del bosque.

— ¿Por qué no dijiste nada?

—No lo creí necesario.

—Sandro, hay un ser maligno que nos vigila. Según la leyenda, hace años que está buscando esa falange que le perteneció a su padre. Es el único hueso que le falta para que su alma esté en paz.

— ¿Quieres volvernos locos a todos? Yo te voy a demostrar que todas esas son mentiras.

Al resto de mis amigos les mostré la historia y les comenté que había visto al fantasma Armando. Ellos fueron un poco más fáciles de convencer.

—Esto nos supera. —Enma estaba alterada.

—Es que es muy difícil de creer. —Dijo Nico.

—Yo propongo que esta noche nos quedemos despiertos. Si tengo razón escucharemos los ruidos. Sobre todo los silbidos. Si se escuchan leves es que está cerca. Al menos eso dice aquí en mi celular.
Cuando la noche cubrió todo con su manto nos sentamos en el suelo a esperar que algo pasase. Así estuvimos hasta las tres de la madrugada.

—Esto es una total perdida de tiempo—Se quejó Sandro.
— ¡Sh! —Puse mi dedo índice contra mis labios— ¿Escuchan eso?
Fuera de la ventana las hojas secas crujían como si algo pasase por encima.
—Lo escucho —contestó Enma en un susurro nervioso y casi temblando.
Entonces un viento fuerte azotó las ramas de los árboles. Comenzó a escucharse un ligero sonido de silbidos.
—Pero se escucha muy bajo—Habló Nico entre dientes.
—Eso es que está cerca. Recuérdalo. —Le dije.
Los sonidos de las hojas desaparecieron y se comenzaron a escuchar los pasos fuertes en el pasillo. Enma entrelazó sus dedos y comenzó a rezar todo lo que se sabía. En la parte de afuera de la habitación se escuchó el repiqueteo de muchas piezas óseas cayendo una sobre la otra.
—Ahora contará los huesos. Es el momento ideal para deslizar la falange por debajo de la puerta. Solo así nos dejará en paz.
—Yo no escucho nada de lo que ustedes dicen. —Expresó Sandro.
— ¿Cómo que no? —Refutó Enma sin soltar sus manos.
—A mí no me van a ver la cara de estúpido. —Sandro se puso en pie y caminó hacia la puerta.
— ¡No te atrevas a abrir eso!—Exclamó Nicolás.
— ¿Creen que nos sé lo que está pasando? Me quieren jugar una broma. Los tres.
Entonces giró el pomo de la cerradura y abrió la puerta de par en par.
— ¡No! —Exclamamos al unísono.
Sandro echó un vistazo de un lado y al otro del pasillo antes de sacar su cuerpo completamente.
—Aquí no hay nadie. —Se giró a decir.
Los que quedamos dentro de la habitación respiramos aliviados ante esa noticia.
—Jajaja chicos, de verdad que la broma les quedó bien; pero yo no creo en...
Un grito agudo espectral inundó el ambiente, el aire se puso helado y pesado.
— ¡Ayuda!— Sandro gritó con desesperación.
Vimos como unas manos huesudas lo metían en un saco negro para luego desaparecer de nuestras vistas. Todo ocurrió demasiado rápido.
— ¡Sandro!
Corrimos al pasillo pero no lo vimos. Seguimos buscando como locos por todo el lugar. El temor al espectro era enorme pero era peor pensar que nuestro amigo estaba en peligro. Entonces, el silbido volvió a hacerse presente pero se hacía cada vez más fuerte.
—El espíritu se está alejando. —Les dije a Enma. —No tenemos mucho tiempo.
Corrimos hasta afuera de la posada. Parecía que a la noche le habían robado el brillo de la luna y las estrellas. Todo era completamente negro delante de nosotros.
— ¡Sandro!
— ¡Sandro!
— ¡Sandro!
Gritamos como locos, pero no hubo repuesta. Buscamos linternas en el cuarto. Durante toda la noche inspeccionamos los alrededor con la esperanza de encontrar algún rastro de él. Pero nada, se había esfumado.
Cuarenta y ocho horas después de la desaparición se abrió una investigación en la cual todos nosotros quedamos como sospechosos. Nadie se creía la historia de que Sandro había sido secuestrado por un alma en pena. Y es comprensible. La policía revisó el lugar de arriba a abajo, preguntaron en el pueblo, buscaron posibles restos de cadáveres en el río y zonas aledañas. Todo fue en vano. Han pasado diez años desde aquel encuentro con ese ser de ultratumba y nunca más hemos vuelto a saber de nuestro amigo.

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