Capitulo II
Los domingos eran especiales o al menos era lo que intentaba que pareciera. No teníamos tareas, nos cedían dulces de gominolas y nos dejaban ver una película. Casi siempre eran infantiles, cómicas y divertidas. Obviamente no entraban las de terror sangriento, asesinato o suspense, no era necesario explicar el por qué estaban vetadas.
La sala de cine era una enorme habitación cuadrada con hileras de butacas, versión barata a un cine de verdad. El tapizado de los asientos era de un color verde ochentero, rígidos e incómodos. No teníamos palomitas, aunque ya se nos ofrecía la bolsita de gominolas para esto mismo.
Me senté al lado de Margot y le susurré:
-¿Estas preparada para aguantar la mierda de película durante una hora y cuarenta minutos?
Ella negó con la cabeza moviendo su corta melena rubia.
-Esto más que un privilegio, es un castigo del infierno.
No lo había dicho, pero Margot era creyente. Católica hasta la médula. E incluso rezaba tres veces por día.
Era complicado concentrarte en la película si los enfermos no se callaban, chillaban y se ponían a saltar en mitad de la oscuridad, por muy rápido que el enfermero consiguiera el control de la situación.
Después de la película, vendría la ronda de llamadas. Esto era lo que menos me apetecía, me aburría escuchar a mi madre siempre con la misma cantinela. Yo tenia que hacerme la enferma, por lo tanto, no existía ningún tipo de conversación. Aunque la semana pasada no llamó y supongo que fue porque finalmente se dio por vencida. Aun y con todo me extrañó.
-¿Piensas hablar con tu madre esta semana? – le pregunté a Margot. Cada domingo, cuando se acercaba la ronda de llamadas podía apreciar ese brillo de tristeza en sus ojos avispados.
-No – su ceño se frunció y supe que otra vez estaba de malhumor.
Habíamos pasado tanto tiempo juntas que nos conocíamos a la perfección.
-Deberías hablar con ella, puede que...
-Puede que nada, Dana – me cortó tajante. – No tengo nada que hablar con ella.
-Esta bien – alcé mis manos para que viera mi derrota. – Solo quería recordarte que el perdón, como dice Dios, hace el bien.
-No me mezcles la biblia con esto, por favor.
Spenser, el encargado de poner orden en la ronda de llamadas apareció.
-Dana, tienes llamada – me informó mientras tachaba mi nombre de la lista.
Me levanté de la butaca y caminé hacia la sala de comunicación. Esta era una pequeña sala sin ventanas con tres teléfonos colgados en la pared. Dos de ellos ya estaban ocupados. Me giré par mirar Spencer que este me perseguía con su carpeta en la mano.
-¿Es mamá? – le pregunté por preguntar, era obvio que mi padre no me llamaría. De hecho, no lo había hecho en los seis meses que llevaba aquí. Negó con la cabeza mientras leía en el papel. Mi corazón comenzó a bombardear con fuerza sin motivo aparente.
-Creo que dijo que se llamaba Addie.
-¿Addie? – pregunté completamente confundida. Me apresuré en coger el teléfono, esto me parecía muy extraño.
-¿Si? – pregunté por la línea.
-¿Dana?
-¿Addie? – me dio alegría escuchar su voz. De repente recordé nuestras peleas por el baño a primera hora de la mañana, nuestras discusiones por el mando a distancia del televisor y los golpes en la pared para que bajara su música chirriante. En mi boca se dibujo una sonrisa.
-¿Cómo estás? – noté que le temblaba la voz. Lo cual deduje que fue por la emoción de volver hablarnos después de tanto tiempo. Yo también me sentía así.
-Bien, no estoy en un hotel de cinco estrellas – dije recordando las palabras de la enfermera de la otra mañana – pero tengo una cama y comida todos los días.
-Te echo de menos.
Esto ultimo me sorprendió muchísimo. Mi hermana no era de declaraciones ni muestras sentimentales, apenas aceptaba dos besos el día de su cumpleaños y a regañadientes.
-Yo también – declaré notando como las lagrimas pujaban en mis lagrimales. Así que cambie de tema ya que no me convenía ponerme melancolía en un lugar donde no saldría en mucho tiempo. - ¿Cómo va todo allí fuera?
La escuche resoplar. Y supuse que en casa seguían las cosas con normalidad.
-Últimamente está la cosa bastante complicada.
-¿Qué sucede? – pregunté frunciendo el ceño. Miré el reloj y supe que solo me quedaban cinco minutos de conversación.
-Mamá y papá...
-¿Qué? – pregunte impaciente.
-No creo que deba decírtelo, pues no quiero que estés preocupada.
-Pues ya estoy preocupada, ahora dime que sucede.
Spencer me hizo un gesto para que viera que ya había consumido una gran parte de mi tiempo y asentí en silencio.
-Están muy raros, Dana.
-¿Cómo de raros?
-Extraños, no sabría decirte. Papá se pasea en la noche por la casa a oscuras. El otro día lo vi en la madrugada, en plena oscuridad, observándome en la habitación mientras susurraba.
-¿Qué susurraba, Addie? – tragué saliva.
-Creo que... creo que susurraba algo así: Yo no claudico.
¿Yo no claudico?
-No entiendo nada – me sinceré en voz alta con unas palabras que iban destinadas únicamente para mi.
-Yo tampoco. He puesto un pestillo para encerrarme por la noche, pero se pasa toda la noche picando en mi puerta.
-¿Papá?
-Si, supongo. Tengo miedo, Dana.
-Y ¿qué dice mamá?
-Que no le haga caso, que está pasando un mal momento por todo lo sucedido contigo.
-Oye Addie, escúchame, deberías alejarte.
No sabía que podía estar pasando, pero algo me decía que no era nada bueno.
-Pero no tengo donde ir.
-Tienes amigos Addie, alguien puede acogerte durante un tiempo... - Spencer me informó que el tiempo se terminó, asentí y continué: - No te quedes allí, por favor. Escúchame, pide en la universidad que te cedan una habitación, puedo prestarte dinero de mis ahorros. Tengo que colgar – le advierto.
- Dana, te creo.
-¿Qué? – dije confundida.
-Te creo. La cosa que te perseguía está dentro de papá.
Colgué sintiendo una presión en mi estómago. Algo me decía que nada iba bien.
Salí de la sala de comunicaciones y me encontré a Margot, la cual me esperaba en el pasillo. Frunció el ceño nada más verme.
-¿Qué sucede? – me preguntó nada más llegar a su altura.
Negué con la cabeza y continué caminando. Margot camino a mi lado.
-Me ha llamado Addie y me ha dicho que papá se está comportando de una manera extraña – giré mi cuello y la miré a los ojos. – Ha vuelto.
Si, quizá me había precipitado, pero algo me decía que estaba en lo cierto.
-¿Nithael?- preguntó Margot completamente consternada.
-No. Ha vuelto el demonio que me perseguía.
Ella frenó su paso, quedando paralizada, eso hizo que girara mi cuello para observarla. Sería y con la mirada perdida, negó con la cabeza.
-¿Qué pasa? – pregunté alzando una ceja.
Finalmente me miró a los ojos.
-Nada. Es solo que me dan respeto los demonios – arrancó de nuevo con sus pasos.
Un sexto sentido me decía que no eran del todo ciertas sus palabras y que había algo más que la perturbaba, pero lo dejé correr. Tenia otras preocupaciones donde poner mis pensamientos. En Addie, por ejemplo.
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Los demonios no descansan, ehh
¿Qué os está pareciendo la historia? Ya sabéis que me encanta leer vuestros comentarios!
Rebesotes grandes!!!
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