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Capítulo I

Todos íbamos vestidos iguales, pantalón y camisa de lino blanco y zapatillas deportivas del mismo color con broche de velcro. Llevábamos una pulsera con el numero de paciente correspondiente, como si fuéramos terneros en el matadero. El personal del hospital era frío y distante, solo los doctores se mostraban algo más cercanos.

Las cámaras de seguridad estaban colocadas de forma estratégica en casi todas las esquinas. Era prácticamente imposible hacer algo sin que estas no te captaran.

Teníamos prohibido usar horquillas y cinta de cabello por la peligrosidad que suponían, así que mi cabello caía lacio por el contorno de mi rostro.

Sus paredes eran blancas y el suelo de mármol brillante tenía un color perla. Las ventanas estaban valladas y la vigilancia era abundante. Era un hospital, pero ¿qué diferencias existían entre esto y una cárcel? Llevaba encerrada seis meses. Seis largos meses apartada de la civilización. Te cedían visitas trimestrales con familiares y una llamada semanal para poder comunicarte con el exterior, casi siempre los domingos por la tarde.

Y a todo esto, evitando no caer en la locura. Si, evitando no acabar loca de verdad. Me habían diagnosticado esquizofrenia sebera, pero no solo eso, según mi informe, decía que era un peligro para la sociedad. Bueno, esto último lo escuché decir entre médicos cuando hablaban de mi estado de salud.

En un principio casi llegué a creerlo.

Caminábamos en fila de uno por el largo pasillo. La claridad entraba por todas las ventanas que al chocar en el blanco de las paredes lograba magnificarse. Este era el ritual de cada mañana cuando nos dirigíamos a desayunar. Las manos debían estar dentro de los bolsillos delanteros de nuestros pantalones. Se rogaba silencio, pero era inevitable que alguno se mostrara callado, sobre todo aquellos que realmente tenían problemas serios psíquicos.

Los enfermeros caminaban a nuestro lado, para evitar que alguno no siguiera el camino.

Entramos al comedor, una sala grande con mesas y sillas ancladas en el suelo, donde se serbia el buffet del desayuno, el almuerzo y la cena.

Cogí una bandeja de metal y me puse a la cola. La comida estaba asquerosa, nunca en mi vida había probado comida tan sosa, insabora y con olor a comida de perro. Siquiera las galletas conseguía comerlas a gusto, estas tenían un regusto feo y un tanto agrio.

Cuando llegó mi turno agarré un poco de leche, una magdalena y un zumo de piña.

Sobraba explicar que solo disponíamos de treinta minutos para almorzar.

-Rezo para que las nuevas magdalenas sean comestibles y no tenga sabor a plastilina – Margot vino a mi lado.

-Que, Dios, escuche tus plegarias... - reí bajito mientras observaba el resto de alimentos, pero ninguno acabó convenciéndome.

Dejé la bandeja sobre una de las mesas alargadas y la arrastre hasta dejarla en su lugar. Esperé a Margot que, ésta, no tardó en llegar.

-De verdad que tengo todas mis esperanzas puestas en estas magdalenas – levantó en su mano una de las cinco que había cogido.

-¿No crees que son muchas? – pregunté al contar todas las magdalenas que habían sobre su bandeja.

-Si son comestibles, pienso comérmelas todas.

Margot tenía el pelo rubio ceniza, era menudita y tenía unos ojos avispados de color miel. Era parlanchina y algo peculiar. Siempre llevaba sus labios pintados de rojo y las uñas pintadas de laca color verde. Y cuando decía siempre, era siempre. Hiciera el día que hiciera, estuviera de mejor o de peor humor.

Su corte de pelo de media melena hacía que se pronunciase su cara más redonda.

Margot era una de las pocas cosas buenas que había descubierto aquí dentro. Quizá la única para ser sincera. Ella era comprensiva, me escuchaba, habíamos vivido vivencias semejantes y eso nos había unido, haciéndonos inseparable.

La vida en un psiquiátrico era bastante complicada, pero a la misma vez amena. Vivíamos restringidos y bajo una serie de normas, pero nada a lo que no pudieras amoldarte. Lo único complicado era aceptar la falta de libertad.

Removí mi leche con la cucharilla y desembolsé la magdalena, quité el papel y le pegué un bocado. Margot me miraba con suma concentración esperando mi reacción y una crítica constructiva de la asquerosa magdalena con sabor a agrio, como siempre. Tenía algo que dejaba los dientes rasposos, así que la escupí en la servilleta de papel. Puse cara de asco y la miré para advertirle que aquello era incomestible.

-No me lo creo – negó con la cabeza agarrando el dulce. – Es una puñetera magdalena. Una simple magdalena de supermercado – comenzó a abrir la magdalena y la olió: - No puede estar mala – insistió de manera tozuda.

Preferí que la probara para que tuviera su propia opinión.

Finalmente le pegó un bocado y masticó de forma brusca. Solo medio segundo después la escupió en la bandeja.

-¡No se puede comer! – se quejó escupiendo de forma asquerosa.

Me reí con la leche en la boca y tuve que poner mi mano sobre ella para evitar que acabara derramándose por mi barbilla.

-Margot, ¿qué sucede? – Ana, una de las enfermeras vino a ver a que se debía tanto revuelo.

Margot agarró la magdalena y se la enseñó para que pudiera verla de cerca.

-¿Las has probado? ¡Saben a mierda! – Gritó esto último.

-Señorita Margot, no consentiré que hable de ese modo... ¡Controle su mal genio!

A Margot no le faltaban razones para enfadarse, era denigrante la comida asquerosa que servían, pero no estábamos en posición de batalla. Estaba claro que siempre saldríamos perdiendo.

-¿Usted come aquí? – le preguntó Margot. Ana negó con la cabeza, pero su respuesta fue rápida y contundente.

-No está en un hotel de cinco estrellas, Margot. Sea educada y agradecida. Si no le gusta la magdalena, haga el favor de dejar estas otras – señaló las cuatro magdalenas esparcidas en su bandeja. – Para otro compañero que si sepa apreciarlas.

Margot alzó una ceja y la miro con una cara inexplicable. Sabía que discutir con ellos era una completa tontería, así que finalmente claudicó. Era los más inteligente contando que, si continuaba con la discusión acabaría con un relajante pinchado en el brazo. Dicho así podía resultar exagerado, pero, no, las cosas en Chembril se solucionaban de este modo.

Ana por fin se marchó y nos dejó en nuestra intimidad.

-Odio este lugar... - renegó Margot bajito y con cara de malhumor. – No estas en un hotel de cinco estrellas... - repitió con voz de pito.

-Piensa que será pasajero y que todo este algún día quedarán como recuerdos del pasado.

Margot se puso sería y me miró a los ojos.

-No Dana, esto es robar nuestra adolescencia. Tú no deberías estar aquí viendo como se consumen tus días, cuando podrías estar en la calle gozando de una vida normal – se señaló con el dedo índice y prosiguió: - yo debería estar en la calle, disfrutando de mi vida, quizá comiendo un McDonals o simplemente tumbada en un puto parque. Créeme que, este tiempo en el que estamos aquí encerradas, no volverá.

Suspiré. Tenia razón. Me quedé mirando un punto fijo sobre su hombro derecho.

-¿Serás capaz de perdonar esto a tu madre? – pregunté hundida en mis pensamientos.

-No. Jamás – la miré a los ojos y pude ver que realmente decía lo que pensaba. Jamás la perdonaría.

-Yo tampoco.

-Amo a mi madre con todo mi corazón, pero jamás le perdonaré que creyera que fui yo quien asesinó al pequeño Paul.

Mi amiga Margot tampoco había sido comprendida. Había nacido con el don de ver el futuro y su madre la creyó desde un principio, hasta que predijo que el pequeño Paul morirá en la fiesta de su sexto cumpleaños. Ella había sido invitada junto a su madre, Margot le informó de que había visto la muerte de Paul en aquella fiesta, pero ella le hizo caso omiso. Hasta que llegó ese día. Margot me explicó al detalle toda la tarde que pasó en casa de Paul, se negó a jugar y participar en los juegos por su mal presentimiento de aquel día, pero finalmente decidió jugar al escondite con el resto de los niños. Ella decidió esconderse en la despensa, creyó que era un escondite perfecto y así fue, pues estuvo escondida casi alrededor de una hora. Cuando aburrida salió de su escondite, viendo que no la encontraba, se tropezó con lo que su instinto ya la advirtió. La familia lloraba y el pequeño cuerpo de Paul estaba inerte en los pies de la escalera. Había caído rodando. Todo se tronó más oscuro cuando los ojos de todos los presentes se posaron en ella. Su mamá la miraba dolorida y la madre de Paul la zarandeó mientras le recriminaba por qué lo había hecho. Todos creyeron que fue ella quien empujo al niño desde lo alto de la escalera ya que su madre contó que Margot le había dicho que el pequeño aquel día fallecería.

Ataron cabos y llegaron a la conclusión de ella fue la culpable, ya que no tenia cuartada durante aquella hora donde pasaron los hechos en los que se acobijaba en la despensa.

Sobre su espalda no solo caía el peso de culpa y remordimiento sino, también, ser tachada de asesina.

Teníamos tantas cosas en común que nos complementemos a la perfección. Ella me entendía y yo la comprendía. De distinta manera, pero casi idénticas anécdotas.

Ella cumplía condena en un psiquiátrico cuando le diagnosticaron psicopatía infantil.

Bebí mi ultimo trago de leche y dejé mi baso sobre la bandeja. La miré de nuevo y esta seguía enfurruñada por las magdalenas.

-Margot, ¿ves a Nithael en mi futuro? – pregunté notando como la punta de mis dedos quedaban frías.

Negó con la cabeza.

-Por ahora, no.

Cerré los parpados y suspiré.

-Sabes que solo veo el futuro próximo, puede que esté más adelante – su manos se posó encima de la mía y continuó: - No pierdas la fe. 

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Hello!!! volví!!!!!!!!

Tenía tantas ganas de mostraros esta historia que ayer por la noche me dormí nerviosa.

 De verdad, soy así. 

Me gusta compartir mis aventuras internas jajaja

Espero que os guste este primer capitulo. 

¿Qué os ha parecido?


Pd: He cambiado la portada ya que había visto otras historias con la misma imagen.


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