Su recuerdo
Unas de las cosas que más me impresionaron cuando cambiamos la ciudad por un pequeño pueblo en las frías montañas, fueron, exactamente eso, sus altas y vertiginosas montañas. Para adentrarte en el bosque solo necesitabas cruzar la calle. Mamá decía que era un lugar hermoso ya que nos daba el privilegio de convivir con la naturaleza.
El instituto quedaba apartado del pueblo, dejándolo en las afueras. Toda su accesibilidad era una carretera de doble sentido, con curvas cerradas y un asfalto lamentable. Los árboles nacían justo en su arcén, haciendo que la carretera quedara en la sombra, lloviera, nevara o luciera un sol en su total resplandor.
Nithael me condujo hasta salir de aquella estrecha carretera para adentrarnos en el bosque. Dudé por un momento y sopesé la idea de salir corriendo, pero supe que no me quedaba de otra, cuando suavemente empujaba mi espalda.
Caminé en silencio aquella montaña empinada mientras me perdía en un mar de dudas. ¿Dónde quería llevarme?
Al dar el siguiente paso, resbalé y posé ambas manos en el suelo húmedo y mohoso. Nithael abrazó mi cintura y me ayudo, u obligo, a ponerme de pie y seguir caminando. Su torso rozaba mi espalda, podía sentir su respiración justo en la misma zona y mi corazón comenzó a latir de forma veloz. Mi corazón escandaloso retumbaba en mis oídos. Debió escucharlos, pues no tardó en separar su cuerpo, como si supiera que era su contacto el que estaba provocando mis taquicardias.
Su olor era tan extraño y a la misma vez tan familiar... juraría que jamás había olido esa esencia, pero, en cambio, algo me decía que sí.
Solo un minuto después pude visualizar una pequeña cabaña de madera. Aquella típica casita con pequeñas ventanas, puerta de madera natural y un pequeño porche justo en la entrada. Tenía una herradura de caballo clavada en la pared y un cubo de metal oxidado en una de las esquinas del pequeño porche.
Subí un peldaño y escuché crujir la madera, no parecía muy confortable. Nithael me adelantó y abrió la puerta. Tan pronto la puerta se abrió me invitó a pasar. Sus ojos me evitaban y no sabía por qué.
EL interior de la cabaña estaba oscuro, aquellas pequeñas ventanas no ayudaban a la claridad, y era de una sola estancia, debía medir unos treinta metros cuadrados a lo sumo. Había una cama pequeña, una mesa redonda con dos sillas y una estufa de leña en el centro.
– ¿Vives aquí? – pregunté observando lo pequeño que era aquello.
-Ese dato no es importante – pasó por delante de mi, dirigiéndose a la pequeña cama pegada a una de las paredes de la vivienda. Acto seguido se sentó en la cama, apoyando su espalda en la pared y dio un par de palmadas sobre el colchón para que yo hiciera lo mismo.
Sus ojos verdes brillaban con intensidad. Su intenso color de iris impresionaba. No eran ojos color verdes, era un color de ojos de otra dimensión, de esto ultimo estaba completamente segura.
Indecisa e insegura caminé hasta llegar al colchón, me senté en el filo de él y un nudo se creó en mi garganta.
– No puedo pedirte que no me temas porque es algo que deberías hacer por tu bien – sus palabras erizaron mi vello. – Pero debes descansar y ahora mismo soy el único que puedo ofrecerte seguridad para que cierres los ojos y duermas un rato.
Asentí y arrastré mis posaderas hasta ponerme justo a su lado, apoyando mi espalda en la madera.
– No creo que pueda dormir – me sinceré. Estar en una cabaña, en mitad de la nada, con alguien a quien no conocía, no es que fuera muy alentador.
Retiró su capucha dejando su pelo oscuro como la noche al aire libre, despeinó su cabello con la punta de sus dedos y me miró a los ojos por primera en todo el recorrido. Con una sonrisa torcida, negó con la cabeza.
– Solo apoya tu cabeza en mi hombro, lo demás viene rodado.
Sus palabras me hicieron gracia sin saber exactamente por qué. Mordí mi labio inferior para no dejar mi sonrisa visible aquella mirada felina irresistible. Movió el hombro para que posara mi cabeza justo allí y lo hice.
Estaba tensa. Mi abdomen nunca había estado tan rígido y mi corazón latía de nuevo con fuerza. Su olor me recordaba algún momento de felicidad que no recordaba, pero cada vez que lo inspiraba mi pechó se anchaba de manera inexplicable.
Y entonces su mano llegó a mi pelo y los acarició. Casi al instante mil sensaciones me invadieron. Sus dedos se enredaban en mi pelo, cosquilleando mi cuero cabelludo mientras yo perdía toda fuerza en aquella caricia. Me hacia suspirar y en cada suspiro mis pulmones se llenaban de aire fresco mezclado con ilusiones que desconocía.
Acaba de llegar de la escuela y le exigía a mi adorada madre que me hiciera la merienda. Ella me pedía calma, dando un toquecito con la punta de su dedo en mi nariz. Yo solo quería mi merienda para salir a jugar con mi amiga. Al final ella me acabaría ganando como siempre.
–Dame un segundo, tesoro.
Picaron a la puerta y resople poniendo mis ojos en blanco. ¡Otra vez me había vuelto a ganar! Me quejé mientras caminaba a la puerta de entrada. Al abrir, allí estaba ella. Su pelo castaño brillaba sedosos bajo el sol. Sus mejillas sonrojadas sus ojos avispados y su sonrisa pilla, tan adorable como la recordaba.
–¡Te gané! – Volví a retorcer los ojos y abrí del todo la puerta para invitarla a pasar.
Caminemos hasta la cocina y mamá nada mas verla la saludó.
–Hola, Ivy – le dedicó una sonrisa.
–Hola señora Moore.
–Ahora terminaba de prepararle a Dana un bizcocho para merendar, ¿quieres un poquito? – le preguntó mamá cortando un trozo de bizcocho.
Ella asintió sentándose en la mesa y yo le envié una mirada fulminante. ¡Teníamos prisa! Estábamos construyendo una cabaña en el lago y habíamos quedado en acabar unos últimos detalles. Me senté resignada a su lado cruzada de brazos y resoplando como de costumbre.
–No me pidas que diga 'no' a un bizcocho a tu madre – susurro. - ¡Son los mejores que he probado!
–Vale – me di por vencida – pero démonos prisa.
–Señora Moore, - habló Ivy con un bigote dibujado de cacao. – La noche de Halloween haré una fiesta de pijama en casa y he invitado a Dana. ¿La dejará venir?
La miré perpleja pues no me había comentado nada hasta el momento.
–Si, claro – asintió mi madre mirándome a mi. – Dile a tu madre que cuando quiera puede venir acabar de hacer los últimos retoques a su vestido.
–No se preocupe, se lo diré tan pronto llegue a casa.
Mamá se marchó y nos quedemos Ivy y yo merendando el bizcocho recién orneado de mamá.
-No me dijiste nada de la fiesta de Halloween – le recriminé una vez nos quedamos a solas.
Ella encogió sus hombros y contestó.
–No me acordé, pero di por hecho que querías venir – dijo parpadeando sus bonitos ojos color miel.
Suspiré. Claro que quería ir, ella era mi mejor amiga, mi alma gemela y mi hermana postiza. Ella era todo lo que conocía como amistad.
–Pero Ivy, nada de películas de terror – puse cara de pena pues a ella le gustaba todas esas cosas y yo era muy asustadiza.
–Eres una gallina – negó con la cabeza. – Pero si, lo prometo, nada de películas de terror.
Mis ojos estaban húmedos. Sentía un vacío muy fuerte en el pecho, justo en mi corazón. Ivy estaba tal y como la recordaba y mi pecho parecía crujir en cada recuerdo. Mis lagrimas rodaron por mis mejillas y una mano fría las secó. Al abrir los ojos pude ver a Nithael mirándome con atención.
–Ella...- mi voz se quebró.
-Shh... - me tranquilizó pasando su palma por mi cabello.
–He soñado con ella – expliqué sin poder contener las lágrimas que estas caían precipitadas.
–Lo sé – me abrazó. Yo resguardé mi rostro en su pecho y lo noté tan cálido y cómodo... Rodeé su cintura con mis brazos y sollocé dejando mis lagrimas en su jersey. Absorbí mi nariz.
– Le pedí que lo hiciera.
–¿Co- co- cómo? – me separé de su pecho para mirarle a los ojos. El me miraba desde arriba y asintió lentamente.
–No preguntes si no estas preparada para las respuestas, Dana – Dijo retirando un mechón de pelo de mi rostro. Con la punta de su dedo recorrió el perfil de mi nariz, siguió un camino recto y acarició la comisura de mi labio inferior. Sus ojos se posaron justo en ese punto. Como si deseara besarlos. Una electricidad se dispersó en mi interior en todas direcciones. Mi respiración se aceleró y estiré mi cuello con la única intención de que nuestros labios se aceraran. Quería que me besara.
Nithael tragó de manera sonora y negó con la cabeza retirándose y deshaciéndose de mi abrazo. Me sentí huérfana con los brazos vacíos y dejé escapar el aire que se había canalizado en mis pulmones.
–¿Quién eres? – pregunté de nuevo.
–Soy Nithael.
No sabría explicar qué, pero algo me decía que en sus palabras se encontraba la clave para saber quién era Nithael.
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