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Remordimientos

Mi habitación era bastante pequeña. En ella cambia una pequeña cama, un escritorio y una butaca en una de sus esquinas. Cuando nos mudemos decidí quedarme con ésta por hermosas vistas y porque poseía un cuarto de baño individual.

Dejé mi sándwich y la bebida sobre el escritorio. Justo después escuché la puerta cerrarse suavemente. Giré mi cuello y pude observar a Nithael justo enfrente de mi. No me di cuenta de lo alto quera, ni de su hermoso cuerpo atleta, hasta que lo tuve encerrado entre las cuatro paredes de mi pequeño dormitorio.

Nithael estructuró la zona paseando su mirada por toda la estancia.

–Puedes sentarte – le ofrecí retirando un pequeño montón de ropa que había sobre la butaca, la cual mi madre me ordenó que guardara.

Me sentía tan incomoda que apenas sabia en que posición dejar mis brazos. Debió ser muy visible, pues enseguida Nithael rompió el silencio:

–Date una ducha, yo me quedaré vigilando tu habitación.

Seguía de pie, plantado en mitad de mi habitación.

Asentí y fui en busca de mi pijama y mi ropa interior, esta ultima la cogí en un puño y la camuflé adentrándola entre medio de mi ropa de dormir. Mis mejillas habían quedado encendidas.

Nithael observaba el espantoso papel de pared. Era antiguo, en tonos rosados, formando un mosaico de rosas. A mi tampoco me gustó, pero mamá se encapricho con él.

–No tardaré mas de cinco minutos – le informé a punto de cruzar la puerta del baño. Él hizo un gesto con la mano para que entrara de una vez.

Abrí el grifo de agua caliente y dejé que el baño se llenara de vapor. Quité mi ropa y la metí en el cesto de mimbre.

Cuando noté caer el chorro de agua caliente sobre mi espalda y cabeza noté el alivio y como mis músculos se destensaban. Cerré mis ojos mientras el agua caía sobre mi nuca y se derramaba por el centro de mi espalda y hombros.

Abrí los ojos prontamente cuando me pareció escuchar que alguien susurraba mi nombre. Miré a mi alrededor, pero todo parecía normal.

El vapor complicaba la visión, apenas podía apreciar el dibujo de la puerta.

Suspiré, quizá había sido mi propia sugestión. Negué con la cabeza y me regañé mentalmente.

De nuevo metí mi cabeza bajo el chorro de agua caliente y cerré mis parpados.

Una corriente de aire helada me hizo castañear los dientes. Gire mi cuello lentamente, un sexto sentido me decía que algo no iba bien.

Entre la borrosidad del vapor había una figura. Y yo sabia quien era.

Su pelo oscuro y húmedo caía sobre sus hombros, vestía con su camisón blanco hecho girones. Su flequillo apenas dejaba ver su mirada gris. Y sus pies descalzos estaban llenos de barro.

El temor se apodero de cada rincón de mi cuerpo y mis ojos se empañaron mientras me abrazaba a mi misma.

–Me dejaste morir – comenzó a decir. – Fue tu culpa, Dana.

–No pude salvarte – quebró mi voz. – Hice todo lo que pude – caí en un llanto desgarrador. – Intenté ayudarte – me acuné mientras recordaba cada detalle de aquella noche de Halloween.

–No – rio. – No hiciste nada. Tu querías que eso pasara... ¿verdad? Yo era mejor que tu y eso te frustraba tanto.

Negué con la cabeza. Mis lagrimas caían como cascadas sobre mis mejillas.

–Ese inepto de alas blancas que tienes allí fuera, podrá salvarte de mi pero, no de tus remordimientos, Dana – su sonrisa maléfica encogió mi corazón hasta casi destruirlo.

De un golpe en seco la puerta del baño se abrió, haciendo que el vapor se disipara, así como la figura de Ivy en mitad del baño.

Esos ojos verdes me visualizaron echa un ovillo en una esquina del plato de ducha. En solo dos ancadas llegó para abrazarme, apoyando su frente sobre la mía para susurrarme:

–Eso no es cierto.

Gemí llena de angustia con el aliento entrecortado. Había sido el golpe más bajo que había vivido hasta el momento.

Nithael estiró su mano hasta agarrar una toalla e hizo algo que me dejó asombrada. Secó mi cuerpo con una delicadeza y dedicación que jamás había experimentado. Siquiera mi madre lo había hecho con tanto cariño.

Sus ojos, con brillo de dolor en ellos, me observaban mientras pasaba la toalla por mis facciones.

Nithael negó su cabeza. Enmarcó mi rostro entre sus largas y suaves manos y me obligó a mirarle.

–No tiene razón, Dana. Solo quiere debilitarte. Se aprovecha de tus remordimientos, de tus frustraciones y de tus quebrantos – enjugó, con su dedo, una lagrima que caía a toda prisa por uno de mis carrillos. – Eres un ser hermoso, tienes una luz impresionante y una posees una bondad maravillosa. Eres todo lo que un ser humano debería reflejar.

Colocó la punta de sus dedos en mi mentón y lo alzó hasta conseguir que nuestros labios apenas lo separaran un par de centímetros. Sus ojos iban y venían de mis pupilas a mi boca. Noté como mi pulso se aceleró, como aquella corriente eléctrica volvía a derramarse por todo mi interior.

Entonces Nithael suspiró, cerró sus ojos e hizo ademán de separarse. Agarré su sudadera con mis manos torpes para evitar que se alejara.

–Bésame, Nithael – le imploré. – Por favor...

Él me miraba con el rostro apandado e intuía que en su interior habitaba una lucha colosal.

Finalmente claudicó, dejando escapar el aire que contenía en sus pulmones.

Besó mis labios. Aplastó sus labios sobre mi boca y escuche un gruñido de protesta sobre los míos. Pero no frenó, su lengua se hizo camino en el interior de mi boca. Y nuestras lenguas jugaron en un baile lento, saboreando cada instante de aquel beso.

Por primera vez descubrí la sensación de levitar. En mis estomago noté las mariposa abriendo sus alas en pleno vuelo.

Enrolló la toalla sobre mi cuerpo y me cogió en brazos para llevarme hasta la cama. Una vez tumbada, me tapó con la colcha y besó de nuevo mi boca, pero esta vez su beso fue fugaz.

–Tu madre está a punto de entrar en la habitación, querrá que tomes las pastillas para dormir. – susurró flojito para evitar que le escucharan. Alzó mi barbilla para que dejara de prestar atención a sus labios carnosos y me limitara a mirarle a los ojos y así prestarle toda mi atención. – Haz ver que la tomas, pero no lo hagas.

–¿Por qué? – pregunté extrañada.

– Estas pastillas son para evitar el delirio y consiguen bloquear una parte del cerebro. Bloqueando esta parte, te expones a una posesión ya que dejas una puerta abierta para que la energía oscura pueda acomodarse en tu interior. Si eso sucede, estarías en grave peligro. Siquiera yo puedo asegurar salvarte en esas condiciones.

Tragué saliva y asentí.

Caminó hasta sentarse en la butaca de aquella esquina y cruzó sus brazos sobre el pecho. Al instante la puerta de la habitación se abrió y mamá asomó la cabeza por ella.

Sonriente, pregunto:

–¿Puedo entrar?

Asentí en silencio con una pequeña sonrisa en los labios.

Mi madre anduvo hasta llegar a mi cama y se sentó en un trocito de mi colchón. Justo a mi lado.

–Después de lo que pasó anoche, creo que sería aconsejable que tomaras tus pastillas – mamá me miro analizando mi rostro. Siempre me había mostrado esquiva al medicamento. Suspire y afirmé con la cabeza.

Me cedió el vaso de agua y la pequeña pastilla del tamaño de una lenteja. Metí la pastilla en mi boca y estratégicamente la dejé escondida bajo la lengua. Después bebí un pequeño buche de agua y le devolví el pequeño recipiente de cristal.

Incliné mi cabeza hacia delante para que mamá besara mi frente, después estiró de mi colcha para taparme mejor y recé para que no se diera cuenta que aún estaba liada en la toalla. Por suerte no se dio cuenta. Al llegar a la puerta, cerró la luz y mistó:

–Buenas noches, cariño.

–Buenas noches, mamá.

La puerta se cerró y todo quedó oscuro.

Pero los ojos de Nithael podían apreciarse en mitad de la oscuridad. Justo allí donde se quedó sentado.

–Nithael.

–¿Qué?

–¿Puedes tumbarte conmigo? – pregunté agradecida por el hecho de que no pudiera ver mi rostro acalorado.

–Dana... yo...

–Por favor – le supliqué.

Con un resoplo de resignación acabó cediendo.

Me hice hacia un lado y dejé espacio para él.

Nithael estiró sus piernas sobre el colchón y apoyó su espalda en el cabecero. Sabía que no podía exigirle más.

Apoyé mi cara en su pecho y pasé mi brazo por su cintura.

Él acaricio mi pelo con la punta de sus dedos y comencé a experimentar como todo mi cuerpo perdía rigidez y mi interior se llenó de una paz inexplicable.

Habíamos comido un montón de chocolatinas Hersheys, todas las que conseguimos picando puerta por puerta. Mamá nos dio toda una bolsa repleta de dulces.

Comenzaba a tener el estómago pesado, así que decidí no comer ni una más. Ivy me miró alzando ambas cejas, como si le pareciera imposible mi rendición. Pero si, alcé mi bandera blanca.

–¡Te gané! – grito alzando el puño con los dientes sucios de chocolate.

No había competición donde Ivy no lograra la victoria.

Me tiré en la cama, con ambas manos sobre mi vientre, cuando un pinchazo cruzó mi tripa. No merecía ganar y si después caía enferma, pensé.

–¿Qué hacemos ahora? – formuló tumbándose a mi lado.

Ya habíamos explicado historias de terror y, la verdad, no me apetecía volver con eso. Ivy explicaba historias espeluznantes que lograban atemorizarme.

–Dormir – plantee con el deseo que me dijera que si.

Ella negó con su cabeza, moviendo su pelo lacio de un lado hacia otro.

–¡Eres muy aburrida, Dana! – arremetió tirando de mi brazo para que me incorporara.

Lo hice. Me puse de pie como ella quería. De hecho, sabia que no me quedaba de otra.

–Podríamos ir al lago...

–No – me negué al instante.

El lago quedaba justo detrás de la casa de Ivy. Era un pequeño lago que compartíamos en la comunidad.

¿Por qué no?

Era de noche y no me agradaba la idea de estar en la calle a esas altas horas de la noche.

–Porque es muy tarde. Mamá se enfadará si...

–¡Dana! – me cortó. – Tu madre no se entrará. Solo daremos un paseo, para estrenar las linternas – las alzó en su mano para mostrarlas.

Ivy siempre se salía con la suya. A desgana salí de la cama.

Bajamos las escaleras de puntillas para evitar despertar a los padres de Ivy, que, estos, dormían plácidamente en su habitación.

Cerremos la puerta trasera con delicadeza para evitar que la puerta chocara sonoramente en su marco y caminemos dirección al lago.

La noche era fría y húmeda. Todo estaba en silencio. Lo único que se escuchaba eran nuestros pasos amortiguados en la hierba.

–Ivy...

-Deja de quejarte, Dana.

Ella caminaba un par de pasos más hacia delante. Yo prefería quedar justo en su espalda. Ella era mucho más valiente que yo.

Lleguemos al borde del lago y ella apuntó con su linterna el interior de este. El agua estaba turbia.

–Y ¿ahora qué? – pregunté con el deseo de que decidiera acabar con esta aventura.

–Dicen, que en la noche de Halloween, se manifiesta un monstruo que vive en el lago...

Por inercia di dos pasos hacia atrás.

–¡Para Ivy!– le reñí. Sabia que estas cosas me daban miedo.

–Si, de verdad. Solo sale una noche al año, en la madrugada del uno de noviembre.

Miré el lago con pavor y trague saliva forzosamente.

–No me gusta esto, Ivy... – dije con la voz debilitada.

Justo en ese momento un gato salió de los matorrales y ambas dimos un salto por el susto.

Entonces, como Ivy estaba tan al borde del lago, su cuerpo cayó hacia atrás. Estiré mis brazos para sujetarla, pero apenas rocé sus dedos. Ivy cayo al agua y no sabia nadar.

Yo tampoco.

Vi como su cabeza se hundía por segundos en el agua y como luchaba con sus brazos para mantenerse a flote.

Me puse de rodillas y estiré mi brazo todo lo que pude.

–¡Ivy! ¡Agárrate a mi mano!

Caí en la desesperación de no poder llegara hasta ella y sin pensarlo, me tiré a por ella.

El agua parecía que deseaba hundirme.

–¡Ivy! – la vi antes de que mi cabeza zambullera de nuevo. Seguía luchando por mantener su cabeza afuera.

Dios, me arrepentía tanto no haber aprendido a nadar. Tragué agua y de nuevo me hundí. Abrí los ojos y la vi, inerte, cayendo hacia abajo.

Unos brazos me garraron y me sacaron del lago.

Grité, lloré y pataleé durante días, durante años. No podía dejar de culparme por lo sucedido. Por no haber aprendido a nadar. Por no haberle dicho que 'no' cuando me propuso el plan. Por tener mis brazos más largos y lograr agarrarla. Me culpé, incluso, por haber ido aquella noche a su casa. E incluso había deseado mi muerte antes que la suya. Ella murió y yo quedé muerta en vida.

Me desperté con un nudo en mi garganta y no pude evitar romper a llorar. Sentía ese dolor en el pecho que dolían como girones. Note

Como la tristeza y la agonía invadían cada parte de mi cuerpo como aquella noche.

Entonces los brazos de Nithael, en la oscuridad, me rodearon.

–Hice todo lo pude – lloré desconsolada. – Hice todo lo pude – repetí.

–Shh...- me tranquilizó acariciando mi cabello. – Lo sé, Dana. Hiciste más de lo que pudiste. Incluso arriesgaste tu vida por salvarla. Ella te lo agradecerá siempre. Siempre.

Entonces note como de nuevo mis lagrimas caían por mis mejillas.

–Dile que la quiero y que la he echado de menos todos los días – mi llanto apenas me dejó terminar mi frase.

– Lo sabe – secó mis lagrimas con las palmas de su mano y besó la punta de mi nariz. – Ella me dijo que eras hermosa, no supe que significaba su palabra hasta que te vi.

De nuevo mi llanto se avivó.

–No llores más, Dana – me pidió con un punto de agonía. – Tu llanto es el dolor más insoportable que he experimentado en miles de años. Te lo ruego, me duele. – Llevó mi mano sobre su pecho y me besó los labios. Separó sus labios y sonrió tristemente. – Tendré que rendir cuentas el reinado, pero era incapaz de marcharme sin volver a besarte – Con la punta de su dedo dio un toque en mi nariz.

Un frío se manifestó en la habitación. Un ambiente gélido invadió toda la calidez. Mis dientes castañetearon.

Lo que fuera que me perseguía estaba allí, donde nosotros.

Nitahel suspiró y retiró mi mano de su pecho.

–Pase lo que pase, no te levantes de tu cama – me exigió.

Se incorporó poniéndose de pie y caminó hacia el centro de mi habitación. Una vez allí, habló:

–Se acabó tu juego, malvado.

Aquella risa maléfica resonó en la estancia, esta vez su voz no estaba camuflada en el tono de voz de Ivy. Esta vez era mucho más tosca, fea y horripilante.

–¡Vamos, capullo, te estoy esperando! – Gritó Nithael. – Dana sabe perfectamente que tu no eres Ivy y que hizo todo lo que pudo. Ahora es más fuerte que tú – rio para provocarlo.

La energía oscura se manifestó tras sus palabras. Tenia unos ojos rojos que parecían ser creados para aterrar y una piel rojiza. Su rostro era inexplicable.

Nithael comenzó a desprender una luz intensa. Tuve que resguardar mis ojos con mis manos, pero aun así logre verle. Era hermoso y bello. De su espalda salían dos alas blancas colosales preciosas. Seguía siendo él, pero su tez era mucho más blanca. Aun así seguía poseyendo unas facciones apolíneas.

Mi ángel de la guarda era Nithael.

Todo lo que recuerdo a partir de ahí, fue un estallido de luz. Después, de nuevo, oscuridad. 

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Muy buenas, ángeles de alas blancas!

Os prometí el final hoy miércoles, pero debido a que me resultó imposible publicar el fin de semana pasado, tengo que posponer el final para mañana. 

Lo siento, de verdad que lo siento. 

Todavía quedan tres capítulos, los cuales actualizaré entre hoy y mañana. Puede que en cualquier momento venga un aluvión de capítulos.

Con este capitulo lloré a amares... Será que estoy muy sensible. 

Atentos al desenlace que está por venir. Solo tres capítulos más. 

Me ayudan mucho vuestras opiniones, no duden en poner que les ha parecido.

Un abrazo levitado XD

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