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El recreo

Por suerte, aquel muchacho extraño, no había coincidido conmigo en las siguientes horas. Pero su nombre, como una grabación en bucle, se había repetido una y otra vez en mi cabeza. Como una especie de eco. No había podido concentrarme en nada. Y cada vez que recordaba sus ojos, un repelús se manifestaba por mi columna.

Entré en la cafetería del instituto y, al ver la enorme cola, preferí comer mi desayuno sin café. De todas formas, hoy no era el mejor día para repetir cafeína.

Me senté en la única mesa libre y saqué mi portátil de mi mochila, aprovecharía ese tiempo libre para acabar el dossier de tecnología.

Era un día lluvioso, por lo tanto, todos los estudiantes estábamos dentro de la cafetería. El gentío era molesto. Los alumnos corrían entre las mesas e incluso jugaban a pelota. Visualicé una pasar por mi narices seguida de risas inoportunas.

Comencé a sentirme extraña, un sudor frio comenzó a manifestarse en mis manos, en mi frente y espalda. Mis latidos eran tan fuertes, que podían visualizarse por encima de la ropa. ¿Qué me pasaba? Así como un miedo atroz invadiendo cada rincón de mi cuerpo. Alcé la mirada y la recorrí por la estancia. Un sexto sentido me decía que estaba en peligro. Y no sabría decir que fue lo que sentí, cuando al recorrer el lugar, observé a aquel chico mirándome desde una de las esquinas de la cafetería.

Estaba apoyado en la pared con ambas manos metidas en sus bolillos delanteros, con la capucha sobre su cabeza creando una sombra que oscurecía su rostro. Pero no sus ojos. Sus ojos brillaban con ese verde intenso. El color de sus ojos me recordaron a los mismos de Fénix, un pequeño felino que tuve de pequeña.

Aterrada cerré mi portátil, lo metí en mi mochila y salí de la cafetería. Quería huir de ese muchacho, alejarme tanto pudiera. Mi instinto me decía que quería hacerme daño.

A trompicones conseguí salir y cerré la puerta de la cafetería dejando el ruido atrás. Todavía con un nudo en la garganta paseé mi mirada por el largo pasillo, y no había ni un alma. Intentando recuperar el aliento apoyé mi cabeza en la puerta y cerré los ojos. – Solo tenia que contar hasta cinco. Uno, dos, tres – luego abriría los ojos y todo estaría bien. – Cuatro y cinco.

Abrí los ojos y todas las luces comenzaron a parpadear tan alocadamente que acabaron apagándose, dejándome en la más espeluznante lobreguez.

Cerré de nuevo los ojos y volví a contar hasta cinco. Mi médico me dijo que aquello me ayudaría. – Uno, dos, tres...

–Hola, Dana... - aquella voz. Aquella maldita voz volvía susurrarme en el oído.

Comencé a temblar, abrazada a mí misma.

–¡Cuatro y cinco! – grité. Tenia los ojos cerrados con fuerza. Esperé unos segundos y decidí abrirlos, pero... pero no debí hacerlo. Al hacerlo ella estaba allí, a solo unos centímetros de mi. Con su sonrisa temible. Sus facciones ya no eran los de aquella niña adorable, ahora reflejaban maldad y protervia.

Grité, con el deseo de que alguien me escuchara. Estaba a punto de desmayarme. Una fuerza sobrenatural me hizo caer y derrapar por el largo pasillo. Quizá fueron metros, no lo sabría decir. Hasta que al chocar con algo noté un fuerte golpe en mis costillas. Tremiendo como una hoja y sollozando abrí mis ojos. La luz había vuelto y estaba justo en los pies de Nithael. Este miraba al otro extremo del pasillo, de donde yo había sido despedida a una velocidad vertiginosa. Luego me miró, estiró su mano, a la cual me aferré sin saber por qué y conseguí ponerme de pie.

Serio, con el semblate enojado, miró en todas direcciones.

Una vez de pie, sacudí mis manos. Nithael me empujó bruscamente por la espalda y torpemente comencé a caminar.

Al instante sonó el timbre que informaba que la hora del descanso había terminado. La gente comenzó a salir de todas direcciones, dejándonos a ambos mezclados en mitad del barullo.

–La próxima vez será peor – sus palabras entraron en mis oídos y sonaron como una hoja de doble filo, amenazantes.

Una sola pregunta se reiteraba en mi cabeza.

¿Qué era Nithael?

Entre la multitud y todavía alarmada, en un susurro, pegunté:

– ¿Eres...
Entonces se acercó por la espalda, dejando sus suaves y fríos labios rozando mi oreja.

– ¿Soy qué? - su aliento cosquilleaba mi piel y mi corazón volvió a romper en un estallido. Pero ésta vez por un sentimiento distinto.

–¿E-e-eres un demonio? - tartamudeé casi en toda la oración. Tragué saliva mientras esperaba en su demora.

– No hagas preguntas si no estás preparada para la respuesta. - su voz aterciopelada hicieron manifestar una electricidad que recorrió todo mi cuerpo. Sus sedosos labios acariciaron la piel rizada de mi cuello y noté como mi deseo se derramaba por todo mi interior. Volví a engullir una enorme pelota de saliva espesa, la cual se había creado debido a un anhelo impropio y, hasta el momento, completamente desconocido en mi persona.

Volvió a empujar de mi espalda para que volviera a caminar. Torpemente comencé mis pasos dirección al aula de lengua.
                           

                                  ***
Sentada en la acera, apoyando mi barbilla sobre mis rodillas, esperaba a que mamá por fin apareciera en su coche. Suspiré al notar que nuevamente volvía a llover. El sol no se dejó ver en todo el día y el cielo seguía luciendo gris oscuro.

Como siempre, llegaba tarde. Sabia que primero tenía que pasar a buscar a Addie a la universidad y que después pasaría a por mi. Pero hoy había sido un día duro y agotador.

No se puede huir del pasado. Eso era una ley de vida inquebrantable, hiciera lo que hiciera mi paso vendría conmigo. Tan igual que una cicatriz, un lunar... Del pasado no se podía correr porque éste siempre estaba a la vuelta de la esquina.

Los faroles de un coche me deslumbraron y el sonido del claxon disiparon mis pensamientos. Me puse en pie y sacudí mi trasero, colocando de nuevo la mochila sobre mi hombro y anduve hasta llegar al coche de mamá.

–Lo siento, cariño – se disculpó mientras intentaba sacar todos los instrumentos de trabajo y conseguir un trocito donde cupiera mi pequeño culo.

–No pasa nada, mamá – dije perezosa. Me sentía balbada hasta para menear la lengua y conseguir una buena pronunciación.

Coloqué mi mochila en la zona de mis pies y apoyé mi cabeza sobre el cristal de la ventanilla.

–¿Te encuentras bien, Dana? – mi madre estiraba el cuello para mirarme a través del retrovisor.

Asentí con la cabeza. Lo cierto era que no, pero sabía no quería preocuparla más de lo debido.

–Hija – volvió a manifestarse. – Si te encuentras mal, házmelo saber. Si las alucinaciones vuelven, no dudes en decírmelo. El doctor dijo que era frecuente que hubieran recaídas.

–¡No, mamá! – grité disgustada. - ¡Ya te he dicho que estoy bien!

Pude ver como mamá y Addie cruzaron miradas entre ellas.

El viaje en coche duró quince minutos y se me antojaron eternos. Tan pronto mi madre puso el freno de mano, bajé de él. Arrastré mi mochila hasta entrar en casa, la tiré dejándola en la entrada, justo al lado del paragüero y subí las escaleras en dirección a mi cuarto. Abrí la puerta y ahí estaba mi diario, sobre la cama.

Lo cogí y, enfurecida, volví a bajar las escaleras, esperando encontrar la culpable.

–¡¿Quién ha sido?! – vociferé entrando en la sala, donde mamá y Addie cuchicheaban. Alcé el diario en unas de mis manos para que vieran a qué me refería.

–¿Qué sucede, Dana? – mi madre fruncía el ceño como si no entendiera nada.

–¡Alguien ha cogido mi diario otra vez! – miré a Addie y está encogió los hombros.

–Te prometo que yo no lo cogí – miró a mamá negando con la cabeza.

–¡Lo tenía escondido y ha aparecido de nuevo sobre mi cama!

Mi madre caminó en mi dirección y me acarició el rostro.

–Cariño, te vi esta mañana con él entre las manos, puede que olvidaras guardarlo y creyeras que si lo hiciste. A veces sucede. – Mi madre peinó mi pelo con sus dedos y conseguiótranquilizarme. Mis ojos se empañaron, aunque contuve las lagrimas al filo de mis parpados.

–Está como una regadera... – comenzó a decir Addie, poniendo sus ojos en blanco.

–¡Addie! – gritó mi madre en modo de advertencia, enviándole una mirada seríañ.

Mi hermana abandonó el salón y se fue directa a su habitación, dejándonos solas.

Mamá me abrazó, hundí mi rostro en su pecho y la abracé por la cintura.

–Tesoro – su voz denotaba pesadumbre. – Sé que se acerca la fecha y lo complicado que resultan estos días para ti... - dejó un tiempo en silencio, quizá esperando a que yo confesara sus peores temores, pero no lo hice. Esta vez no. – Puedo coger unos días de vacaciones y estar a tu lado.

Mis lagrimas salieron de mis ojos, pinchando en mis lagrimales.

–No, mamá – dije sin poder evitar que mi labio inferior temblara. – Estoy bien, – absorbí mi nariz, – solo necesito descansar. Hoy ha sido un día duro. 

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Gracias, de corazón, a todos los lectores que habéis decidido darle una oportunidad. 

Espero que este capitulo os guste igual que el anterior, mis ganas han sido las mismas.

Rebesos!!!

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