El enviado
El cielo nubloso y la humedad en el ambiente, hacían un día deprimente. Miré por la ventana para ver aquella imagen boscosa donde predominadaba el color verde botella. Las nubes bajas hacían que las copas de los árboles fueran poco visibles, dando poca nitidez y dejando una presentación borrosa del arbolado. Eché el aliento sobre el cristal hasta conseguir dejarlo empañado, después, con el dedo, dibujé una cara sonriente.
El olor a café empaló mis fosas nasales, suspiré y dejé caer la cortina para que esta tapara de nuevo la ventana.
–Cariño, el desayuno ya está listo - mi madre asomó la cabeza por mi habitación. – Date prisa o llegaremos tarde a la escuela – cepillaba su cabello de manera brusca mientras abrochaba los botones de su camisa.
–Bajo enseguida – le contesté acabado de preparar la mochila. Mi madre acto seguido chilló hacia la habitación de mi hermana mayor.
–¡Addie! ¡Tenemos prisa! – vociferó intentando quedar sobre la música heavy metal que sonaba desde el interior de su cuarto.
Recogí mi diario y lo guardé en el escondite secreto. El suelo era de madera, bastante viejo, había una lámina despegada donde cabía perfectamente mi diario. Antiguamente lo escondía en un cajón del armario, pero fueron varias veces que pareció sobre mi cama. Addie era una chismosa. Y una mentirosa. Mamá le recriminó su actitud, pero ella prometía y juraba que jamás había leído mi diario.
Colgué mi mochila sobre mi hombro derecho y cerré la puerta de la habitación, nada más cerrarla escuché un golpe dentro. Abrí la puerta de nuevo para comprobar que todo estuviera en orden y visualicé mi lapicero rodando por el suelo. Imaginé que fue a causa de mi portazo, lo cierto es que la puerta se cerro con más intensidad debido alguna corriente. A veces sucede. Me agaché y recogí los lápices del suelo, los metí en el lapicero y lo coloqué en su lugar. Por segunda vez colgué mi mochila sobre mi hombro y cerré de nuevo la puerta. Esta vez sin precedentes.
Bajé las escaleras de madera a toda prisa para evitar que mamá acabara riñéndome. Crucé la puerta de la cocina y visualicé mi café con leche. Mamá me había preparado el café en su taza preferida. Era su taza preferida porque en ella se podía leer: Todos los días sucede algo interesante, mantén tus ojos despiertos.
Me senté en el taburete de la isla y bebí mi café en absoluto silencio. Un relámpago iluminó la cocina, como si acaban de hacerme una foto, y seguido un gran estruendo.
–Parece que hay tormenta – dijo mi madre mirando por la pequeña ventana de la cocina.
–¡Me encanta la tormenta! – grito Addie entrando en la cocina.
Vestía con una falda de cuero negro, leggins oscuros rotos por las rosillas y una camiseta de manga corta de color roja. Su pelo negro le hacía el rostro demasiado pálido y sus ojos pintados del mismo color conseguían dar una imagen de ella bastante fría. En realidad, era fría, pero sus vestimentas conseguían multiplicarlo.
Éramos completamente distintas y no solo a la hora de vestir. Addie era mucho más sociable que yo. Al menos tenía amigos. Raros como ella, pero amigos. En parte la envidiaba, pese a su poca capacidad de sensibilidad (y su comportamiento asocial), tenía un par de amigos con los que poder interactuar a la hora del desayuno.
–Chicas, salgamos ya – palmeó mi madre mirando el reloj de cocina. – No quiero llegar tardo otra vez.
Lo de llegar tarde era algo natural en mi familia, casi diría una costumbre. Ya sea llegar a la escuela, al trabajo, a una comida familiar o para coger un avión. Nunca conseguimos llegar a tiempo. Todo en casa se hacía corriendo.
Haber cambiado la ciudad por un pequeño pueblo no me resultó muy agradable. Abandonar mi escuela, mis amigos y mi ciudad no hicieron otra cosa que convertirme en un alma en pena. No me relacionaba con ningún compañero, no conseguía, por más que lo intentara, echar raíces en este lugar.
Pero mis padres parecían felices en su nueva vida.
Al salir de a casa, en dirección al coche, vimos a nuestra vecina. Una mujer mayor, con el pelo canoso, arrugas en su rostro y unos ojos azules con un brillo escalofriante. Mamá nos dijo que no le hiciéramos caso porque había perdido el norte, y que eran cosas frecuentes que ocurrían cuando llegabas a una avanzada edad. La mujer, escondida entre los matorrales que dividían las parcelas, me observaba cual arcón a su presa. Un escalofrío me recorrió por la columna.
–Buenos días, señorita Jones – la saludó mamá para hacer de aquel momento algo más natural.
Esta, asomó la cabeza por lo alto de los matorrales y seguía mirando en mi dirección. Tragué saliva coTn dificultad.
–Mamá... - le susurré acercándome a ella en busca de su protección. – ¿Por qué me mira así?
–Está loca, Dana – intentó ser todo lo discreta, sin dejar de sonreír a aquella anciana terrorífica.
'Está loca, Dana' no es que fuera una de las mejores contestaciones con ánimo de tranquilizar, pensé.
Para subir en el coche, tenía que acercarme a esos matorrales, donde aquella mujer seguía persiguiéndome con la mirada.
–Tu hija, - comenzó a decirle a madre. – Hay algo que la acompaña.
'Tu hija' era yo, pues sus ojos volvieron al acecho tan pronto terminó sus palabras.
–No te preocupes, señora Jones – mi madre intentaba resultar natural, pero era complicado y se podía apreciar lo rígida que estaba. – Todo está correcto.
Mamá se subió al volante, yo tuve que rodear el coche para subir a la parte trasera.
Mamá tenia la manía de ocupar casi todo el asiento con sus herramientas de trabajo. Era modista y cargaba el coche de rollos de tela y su maletín profesional de costura. El mundo de la moda estaba comenzando a interesarse por ella y eso hizo que acabara obsesionándose por hacer el mejor vestido de la temporada de verano. Si, estábamos en otoño, pero la moda siempre iba adelanta un par de estaciones.
Llegué a la manilla de la puerta y, justo en ese momento, aquella anciana me susurró a través de los arbustos:
–Te persigue – su voz, inexplicablemente desfigurada me hicieron temblar de pavor y abrí la puerta para subirme de un salto. Una vez ya dentro me atreví mirar en su dirección y, allí, entre las hojas, me sonreía.
Los adornos de Halloween ya habían llegado al instituto. Las telarañas, las arañas, las calabazas y fantasmas flotantes colgaban del techo. Y algún alumno lerdo intentaba asustar de manera fracasada.
Con mi mochila sobre el hombro, caminaba por escandaloso pasillo. Los demás parecían no verme, nadie se molestaba en saludarme, eso hacia que fuera unas de las primeras en entrar en el aula. Abrí la puerta y anduve hasta mi pupitre, a medio camino las luces empezaron a parpadear. Cuando alcé la mirada para observarlas, estas funcionaron con normalidad, pero al bajar la mirada volvieron a parpadear de forma más brusca.
Me senté en mi asiento, observando que solo faltaban cinco minutos para que sonara el timbre y el aula se llenara de alumnos. La luz seguía parpadeando.
Abrí mi libro de matemáticas para repasar y a la misma vez concentrarme en otra cosa. Uno segundo después escuché el sonido chirriante de una tiza rascar la pizarra. Mi corazón, latiendo de manera frenética y el miedo invadiendo cada parte de mi cuerpo, cuando pude leer en la pizarra: ¿Te acuerdas de mi?
Torpemente me levanté del asiento para huir de allí, pero justo cuando logré ponerme en pie, la puerta del aula se abrió y mis compañeros de clase entraron entre gritos y risas.
El idiota de mi compañero Steven me miró y acto seguido, dijo:
–¿Qué te pasa? – me miraba con el ceño fruncido.
–Nada – contesté aun intentando controlar mi pulso acelerado.
–Tia, que rara eres – negó con la cabeza pasándome de largo.
No podían afectarme sus palabras porque yo misma me consideraba así: rara.
Un minuto más tarde, el profesor Roth entró por la puerta y el silencio se hizo de inmediato. Se había ganado el respeto de los alumnos a base de gritos, castigos y expulsiones. No existía alumno que se atreviera a ponerle de mal humor. Nadie quería eso. Si te portabas bien era un tío ameno.
Dejó su maleta de cuero marrón sobre su mesa y su chaqueta bien puesta sobre el respaldo de la silla. Sus gafas, como siempre, en la punta de la nariz y pese a que se esforzaba en disimularlo, su calvicie brillaba bajo su aclarada melena castaña. Siempre llevaba pantalones de pana y camisa de cuadros, hiciera el tiempo que hiciera.
En lo personal me parecía un buen profesor, al menos se molestaba en explicarte las cosas dos veces si no las entendías. En el instituto los profesores solían ir a su ritmo, si tu no estas al nivel era tu problema. O prestabas atención o te quedabas atrás.
La lluvia comenzó a aumentar y los truenos volvieron de nuevo. Miré por la ventana colosal que quedaba justo a mi izquierda y la luz de otro relámpago cegó mis ojos por unos instantes. Todo eran gritos ahogados de mis compañeros.
–Es solo una tormenta – las palabras del profesor hicieron que volviera a prestarle atención. – Antes de que abran el cuaderno, me gustaría presentaros a vuestro nuevo compañero.
Todos callamos sorprendidos. Nadie nos informó que vendría un nuevo alumno. Hace un par de semanas comenzó una nueva alumna, Catarina, y nos informaron unos días antes.
–Nithael Ajax Callen, ya puede entrar – le ordenó y acto seguido la puerta se abrió. Pude fijarme en mil cosas, su ropa, su altura, su cabello, pero mis ojos solo pudieron fijarse en ese color verde de iris. Un verde intenso. Un verde indescifrable. Un verde diferente.
Sus ojos me acapararon con tanta rapidez que creí imposible, a no ser que supiera que yo me sentaba justo allí. Llevaba una sudadera negra con la capucha sobre su cabeza. Tenía una tez extremadamente blanca y sus labios demasiado rojizos. Bajo la capucha, se podía apreciar su cabello oscuro, tan negro como el color de su sudadera. Era alto, le sacaba un buen palmo al señor Roth. Llevaba puesto unos jeans azul fuerte y podía apreciarse que tenía un cuerpo atleta.
–Espero que te sientas a gusto, Nithael – habló el sr Roth enviando miradas de advertencia a los chicos sentados en un ultima fila. Steven, Ralf y Teo, era aquel típico grupo que creían ser los dueños del instituto. Pese a que ya estábamos cursando el ultimo curso de instituto ellos seguían comportándose como niños de escuela infantil.
Nithael volvió a fijar su mirada en mi y mi aliento se cortó y noté como, ligeramente, mi cuerpo tambaleaba. Me recorrió un escalofrío que no podía descifrar.
Arrastró su capucha para dejarla caer sobre su espalda, dejando su corta melena oscura como la noche al descubierto.
Solo había dos asientos disponibles: un pupitre vacío en la parte delantera o en el mío, justo a mi derecha. Eran mesas dobles.
Como si Roth hubiera leído mi mente, espetó:
–Puede sentarse aquí – señaló aquel pupitre que se mantuvo vacío desde comenzaron las clases. – O puede sentarse al lado de Dana Moore. Donde prefiera.
Él, todavía, sin haber hablado una sola vez, asintió con un gesto perezoso. Caminó por el pasillo creado por los pupitres, en absoluto silencio. Pude ver como el profesor le miraba confuso, quizá pensando que era un ser algo extraño. Tiro su mochila en el suelo, dejándola apoyada en una de las patas de la mesa y se sentó justo a mi derecha.
Aprecié como mi corazón comenzó a latir de manera alarmante. Incluso llegué a pensar que podría caer desplomada.
–Dana – me nombró el sr Roth. Con mucho esfuerzo conseguí desviar la mirada para dedicársela al profesor. – Comparta el cuaderno con su compañero, por favor.
Asentí al mismo tiempo que arrastraba el cuaderno hasta dejarlo justo en la mitad del pupitre.
No sabía como explicar que sentía teniendo a ese chico tan cerca porque la sensación era inexplicable. Inquietante, puede.
–¿Ves bien desde esta posición? – le pregunté empujada por algo que desconocía de mi. Quería escucharle la voz. Él solo asintió de una sola vez, pero no abrió su boca. Sus ojos estaban fijos en el cuaderno. Sus manos estaban cerradas en puño sobre la mesa, lo cual me decía que estaba bajo tensión.
Me esforcé por prestarle atención al profesor ya que, este, había comenzado a explicar.
Al cabo de veinte minutos sin poder concentrarme en otra cosa que no fuera en mi compañero y en el mas estricto silencio, los vellos de mi brazo derecho se irguieron como alfileres.
–Deja de mirarme – Sus palabras dejaron a mi corazón latiendo en mi garganta. Sus ojos me enfilaron y estos brillaron como diamantes. Su voz distorsionada con un deje violento no hizo otra cosa que despertar todos mis miedos. Rápidamente volví a fijar mi mirada en el cuaderno y tragué saliva forzosamente.
Me atreví mirarlo por el rabillo del ojo y me di cuenta que no fue buena idea cuando observé que este me miraba fijamente con una expresión sería y amenazante.
Tenía miedo, mucho miedo.
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Os presento mi primer relato extenso de terror, ficción y romance.
Subiré capítulos durante toda la semana, hasta publicar el final el próximo miércoles 30 de octubre.
Espero que disfrutéis la lectura.
Solo os pido un favor, si habéis llegado hasta aquí, me sería de gran ayuda saber vuestras opiniones pues es la primera vez que escribo tocando estos géneros (excepto el de romance, claro).
Un abrazo!
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