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Delirio

Fue mi madre quien a la mañana siguiente me despertó entrando en el cuarto. Me acarició el hombro y cuando abrí lo ojos la puede observar mirándome con dulzura. Su melena rubia ondulada caía hacia adelante. Colocó una de sus cortinas de pelo detrás de su oreja y sonrío.

–Te has quedado dormida... - me comunicó intentando no alzar mucho la voz.

Adormilada miré mi reloj y pude observar que eran casi las siete y media de la mañana. Froté mis ojos e intenté poner todos mis pensamientos en orden. Si, me había dormido.

–¿Cuánto hacia que no te pasaba esto? – formuló mamá con cierta alegría en sus palabras.

Por lo general, cuando mamá entraba a mi habitación por las mañanas, yo ya estaba vestida y preparada para marcharnos.

Mi cuerpo estaba relajado y mi mente también. Había dormido las suficientes horas que necesita el ser humano para afrontar un nuevo día.

Nithael vino a mi pensamiento y me invadió la tristeza. ¿Ya no lo volvería a ver nunca más? Sentí pavor y vértigo solo pensarlo.

Mi madre tuvo que apreciarlo, pues en seguida besó mi mejilla.

–Todo está bien, Dana. – Ella sabia que no le explicaría nada, que hacia años que no abría mi corazón. – Deberías vestirte ya o no creo que lleguemos al instituto.

–Oh, no – me tapé hasta la barbilla con la sabana. – Estoy enferma.

Mi madre cosquilleó mis costillas y entre carcajadas me rendí.

–Está bien – alce mis brazos. – Ya me levanto.

–¡Cinco minutos! – me advirtió mirando su reloj de muñeca y saliendo de la habitación.

Cinco minutos más tarde estaba en la cocina dándole el ultimo trago a mi café con leche. Addie se incorporó con nosotras, aunque su cara no era la más feliz. Hoy llevaba una chaqueta de cuero repleta de chapas metálicas y un tejano roto por todas partes.

–Buenos días, cariño – le dijo mi madre sonriente.

Ésta con cara de pocos amigos, manifestó:

–Para quien los tenga.

Me hizo reír su comentario. No sabia por qué, pero me sentía con muy buen humor.

Salimos de casa y en el trayecto hasta llegar a el coche, vimos a la dichosa anciana. Esta estaba en el mismo lugar que cada mañana, agazapada entre los arbustos, observándome entre los ramas. Después de todo lo que había sucedido, ¿qué sentido tendría temer a una vieja loca?

–La acompaña – se dirigió a mamá.

Después sus ojos apuntaron a mi dirección, la sonreí y espeté:

–Dígale que le amo.

Mamá y Addie me miraron confundidas, yo encogí mis hombros y me adentré en el coche.

Cuando apenas llevábamos un par de minutos de trayecto, mi madre buscó mi mirada a través del retrovisor.

–Dana, ayer me llamaron del instituto y me citaron para una reunión urgente. ¿Ha pasado algo?

–No – negué con la cabeza. Lo cierto es que yo siempre me portaba bien en clase y nunca me metía en problemas. Después de pensar y pensar, contesté: - Ni idea, mamá.

–Esta bien – dijo ella posando su mirada en la carretera.

                                                                            

                                                                                                                          Sra. Moore

Esperé paciente en la sala de espera. Puede observar como entraban varios profesores en el despacho de la directora Alejandra Wells y rápidamente comenzó a crecer un temor en mi interior. Dana era una buena niña, había sido bien educada y mimada. Era un cielo y jamás se metía en problemas. Era tan contraria a su hermana Addie, la cual siempre me hizo padecer por sus peleas y contestaciones a sus profesoras. Pero Dana, no.

Dana era tímida, retraída, callada... ¿Qué pudo hacer para que hoy me citaran?

Le encantaba estudiar y era responsable con sus tareas.

Los minutos comenzaban a alargarse y mi impaciencia también. Mi pie se movía de forma repetitiva.

Por fin la puerta del despacho se abrió y Alejandra vino a recibirme. Me levanté de mi asiento de un salto y le extendí la mano, ella la acepto con una sonrisa y me invitó a pasar.

Con el corazón en un puño caminé hacia el interior. Dentro de la sala estaban reunidos algunos de los profesores de Dana, que ya había tenido el placer de conocer con anterioridad. Le extendí mi mano, uno por uno, y me senté en la única silla libre.

–¿Cómo va todo, señora Moore? – comenzó a decir la directora del centro.

– Bien, todo en orden que ya es mucho – expliqué con una sonrisa nerviosa.

Entre ellos hubo un cruce de miradas que no me agradó en absoluto.

–Verá, hemos visto necesario hacer una entrevista con usted.

–Si, lo sé y estoy bastante preocupada por ello – me precipité por los nervios cortando su comienzo. Pero debía entenderme.

Asintió y suspiró.

–Últimamente, Dana, ha tenido un comportamiento extraño.

Noté en el pecho una sensación que no pude descifrar.

El profesor Roth se incorporó a la conversación.

–Dana lleva unos días comportándose de un modo alarmante.

–Rogaría, por favor, que me dijeran qué sucede de una vez – exigí ya que aquella incertidumbre estaba agotando mi paciencia, y mis nervios crecían de manera alarmantes.

–Todo andaba correcto, dentro de su cabida – comenzó a explicar Alejandra, - Sabíamos que Dana, tal y como nos explicaste cuando la matriculaste, tenía ciertos problemas.

Asentí.

–No vimos ningún inconveniente en aceptarla, pero desde hace un par de días, la situación no ha sido, ni de lejos, la mejor. Decidimos esperar, ya que nos explicaste que para ella estas fechas son cruciales, pero no podemos poner en riego al resto de los alumnos.

–¿Cómo? – pregunté tartamudeando.

–Verá señora Moore, no se como explicarle esto, pero su hija habla sola, como si tuviera una acompañante.

–¿Qué? – miré a ambos profesores sin saber a quién dirigir la mirada.

–En unas de mis clases, cuando comencé la clase y pedí que abrieran el cuaderno, ella coloco el suyo justo en la mitad del pupitre y no dejó de susurrar y mirar hacia su derecha. Me costó mucho tranquilizar al resto de compañeros. Incluso yo sentí algo de pavor.

Mi mano fue directa a mi boca y mis ojos se empañaron en lágrimas. No podía ser.

–Ayer no se presentó a la escuela – Ahora era la directora quien hablaba.

–Si, por supuesto que se presentó. Yo misma la dejé en la puerta y observé como se adentró por la verja del instituto. – De esto ultimo no tenia dudas, siempre esperaba a que ella entrara, por muy tarde que pudiera llegar al trabajo.

La directora abrió el ordenador y giró la pantalla en mi dirección.

–Son las cámaras de seguridad de la entrada - me explicó. – Quiero que preste atención a Dana, me señaló con un bolígrafo el lugar donde se encontraba mi pequeña. Acto seguido hizo zum a la imagen y pude verla de cerca. Tenia cara de cansada, como si estuviera agotada. Caminó arrastrando sus pies y cayó desplomada al suelo. No recuerdo verla tan mal. Aquel día parecía callada, pero no la noté tan desmejorada como en aquel vídeo. Me sentí culpable y mis lagrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Parpadeé para visualizar mejor. Luego se levantó ella sola, mientras sus compañeros la rodeaban, se sacudió las rodillas y se giró hablar, como si hubiera alguien justo a su lado. Subió su capucha, dio media vuelta y se alejó del instituto sin dejar de hablar con quien creyera que la acompañaba.

Pude ver las risas de sus compañeros. Y pude ver a mi pobre hija enferma. Lloré en silencio. Los profesores dejaron mi momento y nadie habló durante todo lo que duró mi llanto.

Mi pequeña y adorable Dana.

                                                                          

                                                                                Dana

Hoy la clase parecía ser aburridísima. No conseguía concentrarme en nada que no fuera en el recuerdo de Nithael. Giré a mi derecha al notar que alguien me observaba y puede visualizar a Harry, unos de mis compañeros.

-¿Qué? – le pregunté cansada de tener todos los ojos puestos en mí. Esté negó de manera rápida y giró su cuello al instante.

En el borde de la mesa dibujé un ángel con alas grandes y sonreí al ver que me quedó genial.

Picaron a la puerta y alcé mis ojos. La profesora de química abrió la puerta y, entonces, entró mamá. Fruncí el ceño desconcertada. ¿Qué sucedía?

Entre mamá y la profesora solo hubo un cruce de miradas y se entendieron sin decir ni media palabra.

-Dana, coge tus cosas cariño – mi madre sonreía, pero no era una sonrisa franca, había una brillo de tristeza en sus ojos. Asentí preocupada y metí mi estuche y cuaderno dentro de la maleta.

La profesora se acercó, puso su mano en mi hombro y dijo:

-Todo irá bien. Eres una buena chica. Espero verte pronto.

No supe qué contestarle, siquiera que cara poner. Todo lo que pude hacer fue afirmar con la cabeza. Fue un momento extraño que no pude digerir y aceptar como si cualquier otra cosa.

Salimos de la clase y caminemos por el pasillo. No había ni un alma correteando por el lugar y lo decía de forma literal.

Mamá no abrió su boca en ningún momento, pero su rostro dejaba claro que se sentía triste.

-¿Qué sucede?

-Nada – paso su brazo por encima de mis hombros y me estrujó con delicadeza.

Al salir pude ver a papá sentado en el asiento del conductor. Eso si que me alarmo. Papá no desatendía su trabajo por chorradas. Más aturdida que nunca me adentré en el coche, en la parte trasera.

Papá no me saludó, pareciera que estuviera distante y reacio a mi persona. Mamá le miró dolorida como si ella también hubiera percibido justamente eso.

Me acomodé en mi asiento y suspiré. Suponía que, tarde o temprano, acabarían explicando que era lo que estaba pasando.

-¿Addie está bien? – pregunté creyendo que quizá mi hermana había tenido algún accidente. No sabía qué pensar.

-Si, cariño, no te preocupes por ella- contestó mamá estirando el brazo hacia atrás para acariciar mi rodilla.

Ahora que la normalidad había vuelto a mi vida, ellos decidieron estropear el día.

-Vale – dije sin más. De todas formas algo me decía que no tenían pensado explicar que sucedía.

Llevábamos casi una hora y media de camino. Ya no estaba tranquila, nerviosa me movía sobre el asiento.

-¿Cuánto falta? – preguntó mamá a papá que este acataba todas las instrucciones del GPS.

-Ya casi estamos.

-¿Alguien tendrá la amabilidad de explicarme que sucede? – no quería alterarme y evité no gritar, pero me estaba alterando y eso era irremediable.

El coche por fin estacionó y agaché un tanto la cabeza para observar el gran edificio que había ante nosotros. Era una residencia de estilo victoriana, con sus fachadas blancas y un hermoso jardín en su entrada. Todo su alrededor estaba vallado con hierro forjado.

Miré a mis padres, los cuales observan el lugar desde sus asientos. Estos salieron obligándose a no dirigirme la mirada.

Lo supe.

Supe que hacíamos aquí.

Negué con la cabeza.

No podía ser.

Ahora no.

Mis padres me abrieron la puerta y yo me negué a salir. Papá agarró de mis muñecas y tiró de mi. Mamá lloraba y me pedía que, por favor, no hiciera las cosas más dolorosas. Eso y que todo era por mi bien.

Pude leer sin dificultad: Hospital de salud mental Chembrils.

No tardaron en llegar refuerzos. En menos de medio minuto me rodearon una decena de enfermeros. Grite. Clavé mis pies en el suelo. Me agarré a mamá para que no me dejara allí. Quería volver con ella a casa. Me tomaría de nuevo las pastillas, me comportaría como una niña normal y haría amigos. Le supliqué que no me dejara allí, pero toda respuesta que obtuve fue: Solo será un tiempo. Pronto estarás recuperada y volverás a casa, cariño.

Y a medida que el personal del hospital me arrastraba, las figuras de mamá y papá se hacían más pequeñas en la lejanía. 

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Qué tal, ángeles de alas blancas?????!!!!

En cinco horas subo el siguiente capitulo.

¿Qué os a parecido esta capitulo?

Dejen sus comentarios y opinen con libertad xD

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