¿Ángel o Demonio?
Cenábamos en silencio en la mesa redonda del salón. Papá ya había llegado del trabajo, así que ya podíamos decir que estábamos todos unidos. Éramos de pocas costumbres, pero teníamos una norma infranqueable; cenar juntos.
Había perdido el apetito, así que jugué con el tenedor paseando la comida, de un lado a de otro, en el plato. Papá comentaba que últimamente su jefe estaba enfadado y que las ganancias de la empresa decaían.
Mi padre era bastante aburrido, pues vivía únicamente para su trabajo. Eso hacía que todas sus conversaciones oscilaran alrededor de la empresa, a la cual se entregaba en cuerpo y alma.
A mamá parecía que también le aburria tanto como a mi. Addie, como siempre, encerrada en su mundo.
Cinco minutos más tarde recogíamos la mesa. Coloqué los platos en el lavavajillas y presioné el botón para que arrancara. Las tareas de casa las dividíamos entre todos y esta semana me tocaba recoger la cocina.
Hice un doble nudo a la bolsa de basura y tapé el cubo con su respectiva tapadera.
–Hay que sacarla, Dana – me informó mamá mientras acaba de poner el refresco de naranja en la nevera. – Hoy pasan a recogerla.
Suspiré flojito, para que no llegara a escuchar mi pequeña protesta.
–Esta bien... - saqué la bolsa del interior del cubo. – ¿Me acompañas? – le pregunté esperanzada con la mano apoyada en la puerta trasera de la cocina.
Para mi disgusto, negó con la cabeza.
–Voy a acabar de barrer y fregar el suelo, mañana no estaré en casa casi en todo el día...
– Vale, no pasa nada.
Miré a través del cristal de la ventana y la oscuridad teñía por completo el lugar.
Solo tenía que caminar diez pasos, quince como mucho – intenté tranquilizarme. – Menos de un minuto.
–¿Dices algo, hija? – me preguntó papá, el cual me miraba con el ceño fruncido.
– Eh... eh... - tenía que inventarme algo de manera rápida. – Te preguntaba si llovía.
–No, dejó de llover hará un par de horas. – acercó su cabeza para mirar a través de la ventana. – Está muy oscuro – encendió la luz de la entrada.
Abrí la puerta. Estuve a punto de decirle que me esperara en la puerta, pero cuando me di la vuelta el ya estaba dirección al salón.
Vale, perfecto.
Bajé las escaleras del porche y me adentré en el mullido y húmedo césped. Caminé, obligándome a no desviar la mirada.
La canción Practice what you preach comenzó a sonar en la lejanía. Giré mi cuello para observar la ventana de la habitación de mi hermana Addie, donde provenía la música. Pude visualizar sus sombra.
De inmediato un sentimiento extraño me invadió. El vello de mi nuca se erizó y las puntas de mis dedos quedaron frías. Giré mi cuello lentamente y allí estaba ella. Observando en la corta distancia. La anciana, estiraba su cuello para mirarme desde los matorrales.
–Buenas noches, señora Jones – tragué saliva intentando canalizar el terror que emanaba aquella mujer en plena noche. Ver la sombra de su cabeza sobre los matorrales mientras me examinaba en el mas absoluto silencio, no es que fuera muy divertido ni lo más normal.
No me contestó. Y eso hizo que saliera corriendo, tirara la bolsa de basura, desde lejos, haciendo canasta en el container. Me di media vuelta y corrí dirección a casa.
Solo respiré tranquila una vez cerré la puerta detrás de mi. Cerré los ojos para controlar mi respiración.
–¿Estás bien, cariño? – preguntó mamá.
–Esa mujer me matará de un susto – negué con la cabeza. – Estaba allí – señalé por la ventana. – en la oscuridad, vigilándome.
Mamá miró por el cristal de la puerta y negó con la cabeza.
–Es una mujer muy mayor, debe estar aburrida – con la mano me apartó de la puerta y algo me dijo que debió verla, pues claramente me tomé ese gesto como un intento protección. – Ve a dormir, cielo. Mañana tenemos que salir un poquito antes de casa, así que te despertaré media hora antes.
– Buenas noches, mamá – me acerqué para que besara mi frente y ella la besó como de costumbre, como cada noche antes de dormir, pero su atención estaba puesta en el jardín. Algo que yo preferí no descubrir.
***
Miré mi reloj de muñeca y este marcaba la una de la madrugada. Todavía era pronto. La luz de mi mesita estaba encendida, como cada noche. Ahora debía luchar para no dormir. Ya lo había hecho la noche anterior.
Es difícil de comprender, pero si conseguía mantenerme despierta, durante los tres próximos días, todo habría pasado. Sólo tenía que mantener mi luz encendida y mis ojos abiertos. Sólo durante tres días. Y todo habría acabado.
Me moví hacia la derecha, tirando de mi colcha. Abrí los ojos instantáneamente. Pero la luz ya no me acompañaba, la pequeña lampara estaba apagada. Mi corazón comenzó a martillear en mi pecho. Y el frío se manifestó em la habitación. Me había dormido.
Maldije en mis adentros, cerrando mis parpados tan fuerte como pude.
El sonido de unos pasos acelerados, como si corrieran de hito a hito de la habitación, o quizá en círculos, se manifestaron en la habitación.
Una carcajada que reconocía resonó en el silencio y en la penumbra.
–¿Jugamos, Dana? – Aquella voz espeluznante me hablaba muy próxima a mi rostro. No contesté. Solo hundí mi nariz en la colcha para resguardarme. - ¿Dónde crees que estoy?
Comencé a sollozar mientras mi cuerpo temblaba. Empecé a rezar para que desapareciera de mi cuarto. También me regañé por haber sido tan débil y dormirme sin darme cuenta. No iba a entrar en su juego.
–Dana... - musitó mi nombre como en una especie de canción, impaciente por mi respuesta. Decidí seguir callando y fue entonces cuando grité, un bofetada había aterrizado en mi mejilla derecha.
Comencé a llorar como una cría pavorida.
Solo unos instantes después la luz volvió y mamá apareció por la puerta de mi habitación mientras se abrochaba su batín.
Asustada vino hacia mi y me recogió en su regazo. Hoy, una vez más había sido mi salvadora.
–¿Hija, estas temblando? – su voz tremolaba mientras me acunaba entre sus brazos. – Cariño, ¿qué te pasa?
No podía tranquilizarme y era consciente que estaba hiperventilando. Entonces enmarcó mi cara con ambas manos y horrorizada, me preguntó:
–¿Te has lesionado? – miraba consternada mi mejilla derecha.
Con el temblor en mi labio inferior negué con la cabeza.
–¿Qué hora es? – pregunté.
–Las seis de la mañana.
Solo había dormido treinta minutos. Recuerdo que la última vez que miré el reloj marcaban las cinco y media de la madrugada.
Me tranquilicé al saber que la luz de la mañana estaba a punto de manifestarse y que, una noche más, había sido superada.
-He tenido una pesadilla – aclaré con la respiración más pausada y normal.
Ella me miraba a los ojos, como si mis palabras no la acabaran de convencer pero finalmente claudicó y asintió lentamente.
-Te haré un café y una torrada – besó mi frente y secó una de mis lagrimas con su pulgar. – Te iría bien una ducha.
Asentí secando mis mejillas con la manga de mi pijama y me levanté de la cama.
Una vez en el cuarto de baño me observe en el espejo. Tenia marcada una mano en uno de mis carrillos sonrojados.
***
Mamá me aconsejó que me quedara en casa, pero no era una de las mejores opciones. Así que decidí ir al instituto. Salí del coche tirando de mi mochila, esta parecía haber multiplipado su peso. Me giré esforzándome por sonreír y despedirme de mi madre. No quería que estuviera preocupada y sabia que ya lo estaba.
Ella ahora mismo debía estar concentrada en su nuevo repertorio de vestidos y no me perdonaría nunca estropearle este magnifico momento. Mamá se preocupaba mucho por la familia, tanto que podía caer en enferma en cada ocasión que lo hiciéramos nosotras: Addie y yo éramos su todo al completo, como decía ella.
Me volví a agirar para seguir el caminito de piedra de la entrada del instituto. Nada más girame lo vi a él. A unos diez metros, me observaba agazapado en la sombra de su capucha. Escuche el coche de mamá arrancar y alejarse.
Solo dos pasos mas tarde, note una flojera inmensa en mi cuerpo y todo comenzó a quedarse de un color anaranjado. Estaba a punto de desplomarme en el suelo. De hecho, creo que es justo los que hubiera pasado si unos brazos fuertes no me hubieran cogido en mitad de la caída. Desorienta parpadeé, mirando el gris oscuro del cielo, que amenazaba con volver a llover. Pero esos ojos verdes me miraban preocupados desde arriba.
–¿Cuánto hace que no duermes? – apenas pude entender ya que comenzó a gesticular las palabras de forma muy rápida. ¿Cómo pudo llegar a mi tan rápido? Me levanto del suelo sujetándome por la cintura.
– Creo que cuarenta y siete horas y treinta minutos... - me sentía tan débil que apenas tenia fuerzas para conseguir hablar con claridad.
– No puedes hacer eso – dijo apretando los dientes.
– No me deja dormir – comencé a llorar, abatida y rendida ante la impotencia. Cerró sus ojos como si verme llorar le doliera como una catana cruzar su pecho. Entonces sus labios besaron mi coronilla y me llevó en dirección contraria del instituto.
Puso la capucha de mi sudadera sobre mi cabeza para evitar que las cámaras, que había en la entrada, vieran mi rostro salir de la escuela.
–¿Dónde me llevas?
– Tienes que descansar, Dana.
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Nunca pensé que esta historia me acabaría cautivando de la manera que lo hizo.
Por norma general me gusta mucho escribir historia de romance y humor, pero he descubierto que probar cosas diferentes, en parte, ayuda a descubrir puntos que desconocías de ti.
Puede que nos esa el mejor relato, pero es mi mejor relato y eso ya lo hace especial.
Que paséis un excelente viernes y disfrutéis mucho el fin de semana!
Y como siempre, muchísimas gracias por leer.
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