⚫Introducción⚫
La luna estaba sobre su apogeo. Los resplandecientes rayos plateados eran proyectados por las nubes de tormenta, dispersandolos hacia direcciones contrarias, como en un prisma. Las sombras curvadas de los árboles, y de la gran estatua de piedra caían con majestuosidad sobre el monasterio abandonado.
El sol empezaba a asomar en el horizonte. La madera dentro del edificio crujió. Cuatro ninjas salieron a toda prisa del monasterio, pero para uno era muy tarde. Alcanzó a salir, a penas, aunque a un costo terrible. Al menos había tenido suerte, muchos se quedaban atrapados y no habían visto la luz del sol en años.
La maldición que había caído sobre el antes conocido como Templo del airjitzu seguía presente en cada muro, en cada viga de madera, cada rincón. Había condenado a sus estudiantes a pasar el resto de la eternidad encerrados.
Lo que el ninja negro ignoraba, al igual que sus amigos, era que cuando una persona conseguía escapar, le permitía a otra hacer lo mismo. Alguien cuyo espíritu hubiese sido encerrado tiempo atrás, no tan atrás como el resto. Que hubiese sido atrapado por la misma razón por la que casi lo hace el ninja, pero no con tanta suerte como para no quedar aprisionado.
El espíritu más reciente.
El que quedaría libre si la luna llena precedía aquel día.
El que no sería más un "fantasma".
Y era libre. La habían liberado.
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La chica caminaba con discreción. Las hojas crujían bajo sus botas, con cada paso. Un manto color ocre cubría la entrada al monasterio. La chica se llevó una mano a la frente para cubrir sus ojos de los abrasadores rayos del sol. No lo recordaba así, que se sentía así.
Volvió sobre sí y contempló la que había sido su prisión por todo ése tiempo. Estaba igual a como lo recordaba, igual a cuando cometió ése grave error de entrar. Un error por el que se lamentaba aún en ése día...
Respiró profundamente, llenando sus pulmones del fresco aire otoñal, sintiéndose extasiada ante la sensación del frío. Así se sentía respirar la libertad, por primera vez. Era como verlo todo de nuevo, con nuevos ojos.
Dió un paso, un tanto insegura al principio, pero después, comenzó a recuperar confianza. Antes de notarlo, sus pies daban zancadas rápidas, mientras salía corriendo de allí, y dejaba al monasterio atrás.
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La chica pasó un brazo entre la maleza, para abrirse paso. Reconocía el camino, pero seguía un tanto insegura. ¿Qué tan diferente estarían las cosas desde qué se fue? ¿Qué más habría cambiado?
Al menos estaba segura con respecto a algo. El templo del airjitzu parecía intacto... lo que la hizo recordar... ¿Cómo era que había sido liberada? ¿Quién lo habría hecho?
Más preguntas comenzaron a formarse en su mente, conforme más avanzaba, intentando llegar a lo conocido.
Y entonces, se detuvo.
Estaba a punto de llegar a la ciudad, pero... aún habían cosas que no estaban muy claras, y que necesitaría ayuda para ponerlas en orden.
Conocía a la persona indicada.
Sabia que sólo había alguien a quien podría buscar para que la ayudase, le mostrara el camino.
Su maestro.
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La luz del pequeño farol parpadeaba por los cristales nacarados, y a medida que las sombras se alargaban, el pequeño camarote quedaba en más y más silencio. El sensei se inclinó sobre el escritorio, intentando fijar sus iris en las rayas anaranjadas.
Su boca se torció formando una mueca cuando el dolor lo arremetió. Se sintió pesado, como sus huesos fuesen de plomo. Y, de pronto, todo pareció más oscuro.
Lo habían encontrado.
El sensei sintió como si sus extremidades se hubiesen vuelto nada más que polvo, polvo capaz de desplomarse con cualquier movimiento.
Lo habían encontrado, y lo habían liberado.
El dolor se fue, pero no la ansiedad. Un nuevo temor había surgido, uno antiguo.
Si él los encontraba... si lo conseguía ésta vez...
El sensei debía impedirlo, pero bajo ningún costo debía permitir a sus alumnos enterarse. Ellos no debían saber que el maestro de las pesadillas había sido liberado.
Se puso de pie, con dificultad, apoyando su peso en el bastón bo que aguardaba recargado contra el escritorio. Tomó su sombrero de paja y se lo colocó, preparado para iniciar el viaje.
Todo aquello había sucedido a raíz de dejar para mañana lo que pudo hacer hace 35 años.
Debía destruir los últimos vestigios de las armas más poderosas sobre Ninjago.
Aunque... algo le inquietaba.
Sabía que ahora sólo todos los maestros elementales unidos serían capaces de destruirlos.
Pero no quedaban todos. No. Ya no.
Se dirigió al fondo de la habitación, en donde buscó en un compartimento oculto. Encontró el arma resplandeciente bañada en oro puro y la tomó entre sus manos.
Tenía frente a él a uno de los últimos legados del maestro del agua.
El hacha de las mareas.
Pero... aún faltaba algo. El viento, y el maestro había... Sólo conocía a una persona capaz de reunir a ambos elementos, excepto que...
En ése instante, el hacha en sus manos comenzó a brillar. Retrocedió un par de pasos, repitiéndose que, o era imposible... o era una increíble racha de suerte.
Ninjago aún podría ser protegido.
El destino al fin uniría a los protectores.
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No le tomó mucho llegar a la cima. Había subido aquellos escalones muchas veces antes, incluso una vez le había servido como entrenamiento.
Recorrió el deshabitado espacio con la mirada.
La maleza comenzaba a crecer entre los escombros. Las enredaderas se apañaban en escalar las vigas astilladas, como si les dieran un abrazo color esmeralda.
Ella se acercó y pasó el dedo índice por un tablón. Su piel se cubrió de un polvo color azabache. Aún le causaba nostalgia ver a su antiguo monasterio en ésas condiciones, pero no era la primera vez que contemplaba los vestigios del incendio. Se había reunido varias veces con su maestro allí, la última antes de cometer ése error...
-Algo me decía que estarías aquí.
La chica se dió la vuelta. Su cabello castaño ondeó como una cortina, con ése movimiento. Su maestro se encontraba mirándola, bajo ése sombrero de paja color arena, sujetando un bastón de bambú, uno diferente al que ella recordaba.
Se llevó una mano a la cabeza, instintivamente, recordando el entrenamiento.
La castaña se inclinó y juntó ambos puños.
-Sensei Wu.
Al hombre se le dibujó una sonrisa. No podía evitar alegrarse de ver a su alumna, justo allí, donde había comenzado todo. Incluso podría considerarla su amiga, pero bien sabía que entre alumnos y maestros debe existir el respeto, lo había aprendido de aquellos cinco ninjas. Si bromeaba con ellos como si fueran sus hijos nunca tomarían sus lecciones en serio.
-Me alegra verte de nuevo, Mei.
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-¿Cómo sabía que yo...?
-¿Habías vuelto? -completó el sensei, avanzando despacio hacia su alumna, ayudándose de su bastón. Su kimono color marfil ondeaba tras él con cada paso.
Mei inclino la cabeza, y una sombra de remordimiento atravesó sus ojos color azul.
-Sí...
-Bueno, ésto me dió una pista.
El hombre se llevó el brazo libre a su espalda. Mei quedó sorprendida al ver el arma forjada en resplandeciente oro puro.
-El hacha de las mareas...
-La quinta arma dorada -asintió el sensei Wu, extendiéndole su arma.
La chica tomó el hacha, con firmeza. El tacto frío y familiar le arrancó una sonrisa. No había empuñado muchas veces el arma, pero el cosquilleo que le producía en la punta de los dedos era incomparable.
Su sonrisa se transformó en una mueca de tristeza al recordar. El último día que había tocado el hacha de las mareas se suponía que conocería a los otro cuatro protectores. Así debía ser... Pero...
-Dígame, Sensei... ¿Encontró al ninja verde? -preguntó Mei, poniendo la frente en alto y disfrazando su tristeza por una sonrisa-. ¿Completó su entrenamiento?
El sensei Wu esbozó una sonrisa triste.
-No fue culpa tuya, Mei.
La chica inclinó la cabeza, pero su sonrisa no desapareció. No le gustaba hablar sobre ello, pero no dejaría que los demás lo supieran.
-¿Cuanto tiempo estuve... fuera?
El hombre tomó aire y se pasó una mano por sobre los cabellos blancos de su barba.
-Tres años.
Mei abrió los ojos de par en par.
-¿¡Tres años!? -exclamó, y volvió a ser ella, la misma chica de antes-. ¿Qué pasó en ése tiempo? ¿Qué pasó con Lord Garmadon? ¿Y...?
El sensei lanzó una carcajada.
-Tranquila, te contaré todo a su tiempo, pero primero... creo que la presentación de tu equipo se prolongó por bastante tiempo. Y justo ahora necesitamos tu ayuda.
-Por supuesto. Ayudaré en lo que sea... ¿Se trata de un nuevo villano?
El peso de lo ocurrido hasta el momento cayó nuevamente en la mirada del sensei, ensombreciéndola.
-Así es. Su nombre... es Morro.
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