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PRÓLOGO

BOOKTRAILER DE NINFA:

https://youtu.be/BnOO1YEywIw

"Aprendí que en la lujuria no hay fronteras. Que no es oro todo lo que reluce y que incluso un dios con rostro de ángel esconde secretos"

Roberta Monticelli (Berta)

—Roberta, bambina... —oigo la voz enronquecida de mi padre llamándome desde el piso de abajo.

¿Cosa vuoi, papà?

Le grito a todo pulmón mientras que permanezco sentada en el escritorio de mi habitación, con la espalda relajada en mi silla de oficina y con los pies en alto.

—¡Bambina! —su imponente voz llamándome nuevamente.

Pongo los ojos en blanco, pero no me inmuto ni con su segundo grito, todo lo contrario, pulso el botón del ratón y cambio de página en la revista online de Vogue.

Suspiro entusiasmada.

Me encanta admirar cada corte, textura y color de la nueva temporada, búscando desesperada cualquier fallo que yo pueda corregir en la multitud de diseños. Mientras escaneo las diferentes colecciones una por una, me limo las uñas y vuelvo al respaldo de la silla. Miro con fijeza las prendas diseñadas por los mejores diseñadores de la historia y esbozo en mi mente los mismo modelos que percibo a través de la pantalla, pero creados a mi manera.

¡Qué ridícula aquella moña, rompe el corte y le resta elegancia! , pienso una vez que mis ojos detectan un enorme lazo, poco estiloso, el cual queda sujeto en medio de un precioso vestido rosa.

—¡Robertaaaa!

¡Cazzo! —grito ahogada.

De momento doy un salto involuntario en la silla, al escuchar la voz de mi padre a solo unos metros, de manera que casi me veo comiéndome el jodido suelo.

—¿Pero qué haces?

Me lanzo hacia el ordenador Apple de sobremesa y cambio rápidamente de sitio web. Un documento repleto de número infinitos que tienen que ver con los mercados financieros y la facturación queda fijo en la pantalla en menos de un segundo.

—Estudiar, papá —le digo molesta y le aparto la mirada a la vez que me vuelvo a sentar en la silla y adopto la postura intelectual, y esa es: agarro las gafas del escritorio y empiezo a apuntar algo —que ni yo sé lo que es— en una pequeña agenda.

—¿Estudiar, Roberta?

No le miro, y eso hace que le hable con enojo mientras se apróxima a mi escritorio, arrastrando los pies y analizándome a la vez.

¡Fanculo! —espeta en italiano—. ¿Otra vez con la tontería de la ropa?

Me gruñe y se inclina más sobre mí.

—¡Papá! —giro mi cabeza en su dirección, intentando mantener la calma. Conozco muy bien a mi querido orangután, que es mi padre. Puede gruñír y gritar, pero en el fondo es un oso Panda—. A ver... —empiezo y me coloco las gafas sobre la punta de la nariz, mientras me cruzo de piernas—. No tiene nada de malo mirar los diseños, recuérda que estudio Administración y Finanzas.

Mi padre me mira con una mueca de consternación, posiblemente intentando averiguar qué mosca me ha picado. Acto seguido, cruza los brazos por encima de aquella enorme barriga cervecera que le sale a los varones después de los cuarenta. Y a los italianos más.

—¿De qué hablas, piccola?

—Hablo de que el mercado de la moda y alta costura es uno de los más extensos a nivel mundial, papá. Básicamente, no podemos ir por la vida desnudos, necesitamos ropa... ¿o no? —él me sigue mirando y solo mueve los ojos con incertidumbre y con cierta cara de idiota, honestamente hablando.

—¿Y qué?

—Pues que es importante conocer el mercado de la moda si estudio en Harvard, ¿vale?

Se rasca la cabeza. Mi padre no es tonto, pero tampoco es una persona cultivada, he de reconocer. Sin embargo, dentro de su torpeza y su sencillez, admiro gratamente su fortaleza y sus ganas de trabajar, al igual que las de mi madre. Mis padres llegaron a Estados Unidos poco antes de que yo naciera, dejando su país atrás y siendo inmigrantes. Mis padres son verdaderamente admirables, y mi pecho se llena de orgullo al pensarlo. Empezaron desde abajo, con una pequeña pizzeria y, veinte años después, aquí nos hallamos, los Monticelli siendo dueños de una de las cadenas mas importantes de trattorias de la costa este de Estados Unidos.

—¿Qué tiene que ver la moda con la Facultad de Negocios, piccola?

—Mucho —frunzo los labios y me vuelvo a colocar la gafas, a la vez que agito el bolígrafo en el aire—. Si quieres que sea una agente financiera de prestigio, deberás entender que debo conocer a fondo los mercados.

—El problema es que el único mercado que te interesa es ese... —su mirada inquisidora me atraviesa.

¡Mierda!

Me humedezco los labios y me levanto de la silla, intentando evitarlo.

—¡Nooooo, qué va! —muevo las manos y entro en el enorme vestidor, que está a solo unos pasos—. Voy uno por uno y ¡déja de meterte en mi trabajo, tú encárgate de tus pizzas!

Le regalo una sonrisa encantadora, que siempre me funciona para dejarme en paz y empiezo a coger perchas de ropa, ropa que tiro encima de la cama.

—¡Ahhh, mi niña! —respira hondo y coloca sus manos en las caderas—. Prométeme que este año estudiarás más que el curso pasado.

—¡Por supuesto! —le guiño el ojo—. El primer año siempre es de acomodación y...

—Y de fiesta —completa—. Sabes que todo lo que estamos trabajando es por ti y por nadie más. Es nuestro sueño que te gradues en Harvard...

Empiezo a empacar, apartándole la mirada e intentando pensar en mi mente cómo hacer para distraerlo.

—¿No tienes las maletas hechas todavía, Berta?

¡Oh dios, ya le han llegado refuerzos!

Mi madre me grita desde la puerta y veo su expresión de enfado, al bajar la vista a las maletas a medio hacer, que reposan sobre la cama.

—¡Hay tiempo! —le dirijo una mirada furtiva y aprieto los labios, sabiendo que con uno puedo, pero con dos será imposible.

—¿Qué tiempo? —se acerca y deposita unos cuatro pares de vaqueros recien lavados y planchados sobre la cama—. ¡Cariño, mañana empiezas las clases!

Respiro profundamente, mientras sigo doblando ropa.

—Y nos vamos en tres horas —dictamina el jefe de la casa.

Abro las manos y los miro más que tranquila.

—¿Pero qué os sucede? —sigo agitando las manos y tiro los vaqueros en la maleta, mi madre yendo detrás de mí y arreglandolos con cuidado—.¿Por qué os ponéis tan nerviosos?

Sonrío en modo zen, feliz de la vida de que mañana vuelvo al campus y volveré a recuperar mi libertad, lejos de mis padres, aunque los ame con locura.

—Mamá, papá... —comienzo—. Mañana vuelvo a Harvard, y será un año más. Sin nada especial, con lo cual... —hablo pausado ante la histérica actitud de mis progenitores—. hacedme el favor y dejádme terminar aquí.

Ellos mueven la cabeza poco convencidos y me fulminan con la mirada.

—Un curso más, ¿ok? —agrando mis ojos mientras sigo hablando y después les guiño el ojo —Ya sé por qué os ponéis así, no queréis que me vaya...

Piccolla... —mi padre suelta un suspiro.

Voy hacia ellos con los brazos abiertos y nos achuchamos entre los tres. El triángulo de amor perfecto.

Yo, y ellos.

¡Los amo!


Meses después....

Un curso más...

Un curso más...

¡Qué ingenúa!

Me sale una acerba sonrisa. Pensaba que sería un curso más.

¡Maldita sea, ragazza!

Pensabas que sería un curso más, lleno de nuevas amistades, risas, clases, sexo y fiesta.

No soy capaz de girar mi cabeza y mirar alrededor, a la vez que las gotas de sangre se deslizan en la comisura de mis labios. Es tan abundante, que hasta percibo aque sabor férreo de mi propia sangre. Pero más que el sabor, el dolor es insoportable. Rozo mi espalda con el dorso de mi mano y pongo una mueca de profundo sufrimiento, a la vez que agarro la falda blanca, pero la cual se ha vuelto rosada.

Mis pasos veloces y el ruido de los tacones sobre aquel suelo nítido y brilloso de mármol hacen que el miedo envenene mi cuerpo al completo. Un miedo más que fundado. Un miedo tenebroso e inevitable. Siento el miedo de que, debido a aquel sonido punzante que emiten mis tacones al correr —porque ya estoy corriendo—, alguien me escuchará.

Y no, no se trata de alguien cualquiera... , respiro hondo mientras agarro el antifaz dorado que cubre mi rostro, y lo lanzo a un lado. Se trata de él.

—¡Dafneeeeeeeeeeeee!

Se me hiela la poca sangre que me queda en el cuerpo. Mi pulso se acelera y mis oído vibran ante su voz.

—¡Deténte ya! —su timbre me alcanza, aún estando bastante lejos, pero me está alcanzando.

¡Oh, cazzo!

Mis pies no dan abasto y los escalones de la escalera del ala este parecen insignificantes cuando mis pies los alcanzan, presa del desespero. La falda de mi vestido queda engnchada a uno de los hierros que configuran la barandilla y queda despedazada cuando tiro con fuerza.

Sigo bajando y miro temerosa hacia atrás. Siento cómo el dolor atraviesa mi tobillo cuando mi pie se tuerce en el penúltimo escalón y mis rodillas chocan el suelo, frenándome con las palmas de mis manos ensangrentadas.

—¡Maldita perra!

Cierro los ojos. Las lágrimas se me acumulan sin cesar pero no, no le daré el jodido gusto.

Su mano tira de mi cabello y mi cabeza da un brinco para atrás cuando él se arrodilla a mi lado.

—¿Adónde crees que vas? —su endemoniada voz acuchilla mi oído y siento dolor cuando sus dedos aprietan mi cabello.

Tengo un nudo en la garganta.

—A esta altura deberías haber aprendido, Dafne...

—¡Ohhhh! —solo suspiro y clavo mi codo en las telas blancas de su traje.

—Soy tu dios —su lengua obscena resbala en mi pómulo—. El único que manda en ti.

—¡No soy tu perra! —las lágrimas se deslizan en mis mejillas violentamente y no siento mis rodillas.

—¡No, mi perra no! —agarra uno de mis senos —. ¡Eres mi favorita y no toleraré tus putos caprichos y celos. Agradece de que no te he dejado inconsciente, bebé.

Su mejilla roza la mía y me entran ganas de morirme. Odio este lado suyo, ¡me repugna!

—¡Suéltameeee! —aclaro mi voz.

—¡Déjate de gilipolleces, joder!

Se pone de pie y tira otra vez de mi cabello, intentando levantarme, aún costándome la misma vida, ya que siento mi cuerpo dolido y mis rodillas tiemblan.

—¡Ahhh! —lucho con él e intento frenar su mano, pero no es necesario, ya que, de repente, él se aleja de mí, y se desploma a mi lado.

Miro consternada cómo choca el suelo, pero eso implica que yo también me desplomo y vuelvo a rozar el mármol con mis rodillas.

—¡Hermeeeeees! —resuena una potente voz ronca, de hecho, la más ronca que he escuchado jamás —. ¡Basta ya!

Aprieto mis dedos en el suelo y levanto la vista cuando percibo unas sandalias de cuero negras, ancladas a unos gruesos tobillos, al lado de mi mano. Mi mirada sube a lo largo de sus piernas, que está a solo unos centímetros y alcanzan sus robustas rodillas y después sus conturados muslos. Su piel es blanca como la leche y muestra unas sútiles marcas de heridas. La tela blanca le cubre el pelvis, pese a que el corte deja entrever la piel de su ingle, antes de cubrir su desarrollado torso.

—¡Maldito seas! ¿Qué haces aquí! —le grita el otro y se pone de pie de momento.

—¡La quiero para mí esta noche!

¿Qué?

Se me vuelve a cortar la respiración.

Intento ponerme de pie y casi me caigo, pero el misterioso individuo me agarra el brazo de repente y se inclina sobre mí. Eso hace que al instante lo vea. La tela que hay alrededor de su cintura se mueve impetuosamente a un lado, y entonces alcanzo ver un tatuaje.

¡Joder!

Aprieto los dientes con miedo. Es el triángulo invertido de los hedonistas. Respiro acelerada, pensando que podría ser Apolo, ¡no me hace ni una maldita gracia dormir esta noche con otro jodido sanguinario!

Pero no. Parpadeo acelerada cuando veo un tridente dibujado en su pelvis y una horca dorada de tres pequeñas puntas reina debajo del triángulo.

¡Es otro dios, uno que no haya visto antes!

Intento buscar en mi mente a qué dios podría representar el símbolo del tridente y enderezo mi espalda, sin que él suelte mi brazo. Percibo sus brazos inflados, los cuales explotan debajo de la tela blanca y su cabello rubio. La típica máscara de los dioses olímpicos cubre gran parte de su rostro y solamente deja visible una pronunciada mandíbula y una perilla que bordea sus labios.

—¡No juegues con fuego, Poseidón!

Poseidón... repite por dentro.

—He dicho... que quiero a tu ninfa... —el tipo salido de la nada alza el timbre de voz sin soltar mi brazo—esta noche.

Antes de que acabe la frase, aquel demonio coloca en su cuello el jodido cetro de oro que siempre sujet, el que lleva las dos serpientes enroscadas, las mismas serpientes que tiene tatuadas en sus manos.

—¡Repítelo, venga!

La voz áspera y desafiante es lo último que escucho antes de que este agarre mi cintura y me atraiga hacia él.

—Esta ninfa es mía esta noche... te guste o no.

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