4. ¡LARGO DE AQUÍ!
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BRAM
—¿Qué café tomas? —le pregunto amable.
Aquella rubia me mira asombrada no sé por qué razón y aprieta un bolso oscuro de marca a su pecho, mientras guarda el dichoso monedero. Solamente la he invitado a tomarse un café conmigo, al ver que se ha quedado sin monedas, y no a chuparme la polla.
¡Qué tanta intriga!
—Ninguno ya —me responde esta relajada y mira detrás de ella repentinamente. Intento ver qué cojones está buscando con la mirada cuando noto que me aparta la vista así como así, e insiste sobre alguien.
—¿Ninguno? —alzo una ceja, bastante interrogativo.
—No quiero café, estoy bien.
Entonces, me quito las gafas, para poder verla mejor y analizar cada gesto suyo. Su rostro se asemeja mucho al de una muñeca Barbie y la línea de sus curvas quedan bien dibujadas debajo de aquella falda y top. Solo que hay algo en su actitud que me desconcierta, es como si me mirara por el rabillo del ojo con interés, pero a la vez me evitara.
Pongo una mueca cuando me doy cuenta de que, efectivamente, la tipa pasa de mí, aunque lo cierto es que no me puede engañar. No a un hombre como yo, el cual olfateo a las mujeres en un visto y no visto, y cuyo sexto sentido está más desarrollado que sus tetas, que no paro de mirar sin querer —o queriendo. Esa pequeña cremallera en lo alto de su top de color blanco incita descaradamente a ser domada.
—Me gusta tu cremallera —le hago un gesto con la cabeza, de modo que le vuelvo a llamar la atención.
—Pensaba que dirías que te gustan mis ojos.
—También —le suelto—pero no me gustan tanto si rechazas mi café.
El metal y el latex son mi perdición, aparte de los piercing y me pregunto si ella tiene alguno, ya que no percibo ninguno a la vista. Yo tengo uno en la punta de mi pene, y otro en uno de mis pezones. Disfruté mucho cuando me los hice, saboreé cada pequeño e intenso dolor que mi cuerpo experimentó, ya que los piercing son una de mis preferencia para sentir el extásis, como si fuera un botón que espera ser activado. Me provoca placer aquel dolor tan caracterisico, pero también el de las punzadas que me induce la maquina tatuadora, al hacerme los tatuajes. Desafortunadamente, no podré acumular más tatuajes, ya que "mi senador", como apodo al jefe de la casa en modo jocoso, no me lo permite. Un futuro abogado de éxito de Estados Unidos no puede tener tatuajes, sería una vergüenza. Bueno, lo de futuro abogado... ya se verá.
—No acepto cosas de alguien que no conozco—su voz pasiva me trae de vuelta a la realidad.
—¿Ahh no?
Me gustaría ver si opinara lo mismo si le entregara las llaves de un Porsche bien nuevo.
¡Qué chica más hipócrita!
—Bueno... —carraspeo y me empiezo a remangar la camisa en los antebrazos, luciéndo mis músculos delante de ella. Sé que es algo que nunca falla, y más cuando noto cómo me absorbe con aquella mirada hambrienta que la rubia no puede ocultar—. Creo que podías decir eso hace unos minutos, pero recuerda que te he devuelto una moneda. Ya nos conocemos un poquito, ¿verdad?
Sigo analizando su figura y observo que sus piernas muestran una musculatura perfecta, al igual que su cintura, que parece la de una avispa.
—Ahmmmm... ¿qué ocurre? —su voz suena excitante—. No estás muy acostumbrado a que te rechacen un café, ¿verdad? —la rubia se lleva una mano a la cadera y da un paso hacia mí, quedándo tan cerca que hasta puedo detallar el perfilado de sus labios y un lunar que hay por encima de su labio superior.
Es un gesto que no me esperaba, ya que lo normal sería darse la vuelta e irse. No, en realidad lo normal desde un principio hubiese sido que la tipa aceptara el café con una sonrisa en los labios, como dándome a entender que está disponible y bien abierta de piernas. Pero no esta mujer, cuya actitud me resulta un tanto misteriosa y soberbia.
—Cariño... —agarro su cadera con una mano instintivamente y aferro su cintura a mi bragueta sin ninguna verguenza—. A lo que no estoy acostumbrado es a tipas tan torpes, y que van de arrogantes, como tú.
—Ahhh ya entiendo... —su aliento y susurro en mi oído me desorienta—. Eres de los que recurren a un pobre y sencillo café para ligar, ya que no tienen nada más que ofrecer. Pero no te preocupes...—su maldita voz suena mordaz y aprieta su mejilla contra la mía, mientras araña la piel de mi nuca— seguro que más de una estará encantada de aceptar tu café... "cariño".
Acto seguido, la tipa suelta mi cuello y se da la vuelta desacaradamente, dejándome con la palabra en la boca. ¡A mí! Al jodido Bram Sanders, el maldito dios de todos los dioses, ¡el que manda en todas las putas del Álympos y al que todas temen!
—¡Rebe! —abro el oído sin dejar de analizar a la misteriosos rubia con los labios apretados.
Veo que ella le hace unas señas con la mano a una gorda morena, la cual identifico al instante. Es de mi Facultad, aunque apenas intercambiamos unas palabras en los tres cursos que llevamos. Le dice algo en el oído y noto expectante que esta saca la cartera y le tiende unas monedas.
¡Genial!, suspiro y pongo los ojos en blanco.
La chica se da la vuelta, sin siquiera mirarme y se dirige hacia las máquinas como si yo no existiera en este jodido planeta. Aprieto los puños cuando siento la tensión arrastrar conmigo y haciendo que sienta pulsaciones en todo el cuerpo. Es aquella sensación de impotencia ante semejante falta de respeto hacia mí. Pero las cosas serían muy diferentes si en vez de estar en el Campus de Harvard, estuvieramos en otro lado. En el sitio en el que mejor me desenvuelvo y en el que aquella prepotente tipa recibiría ya su castigo por desobediente y altanera.
¡Diantres!
La sangre empieza a correr velozmente en cada rincón de mi cuerpo cuando tuerzo la cabeza a un lado e imagino su piel blanca como la leche y su cuerpo completamente desnudo tendido sobre mi cama. Cierro los ojos y es como si una corriente me acuchillara miles de veces desde la cabeza hasta la punta de los pies. El sonido de mi latigo en su piel, penetando sus poros poco a poco y... ¡ohhhhhh! Ese color que tanto adoro deslizándose hacia sus nalgas.
Me llevo la mano a la frente completamente descolocado, pero soy incapaz de controlarme y solamente visualizo una cosa, sin poder reprimirme. Aquellas gotas rojizas en su espalda. Aquellos gemidos y gritos de dolor. Aquellos labios alrededor de mi polla. Este deseo enfermizo se ha instalado en mí y de repente, es como si...
—¿Quién es tu amiga? —agarro el codo de la gorda cuando paso por al lado.
—¡Ehhh! —me chilla esta cuando me agacho sobre ella— ¿Qué pasa, guey?
Rebecca siempre tuvo una forma muy extraña de hablar, y a veces usa palabras mexicanas. O eso, o lo mismo tiene ascendencia mexicana. Intento hacerme amigo de ella y le sonrío, adoptando mi pose simpática, ya que la antipática la saco solo en casos de emergencía.
—¿Quién es ella, Rebe? —vuelvo a preguntarle, pero esta vez más amable, soltando su codo y vigilando a la chica, que está sacando dos cafés de la máquina.
—¡Ahhhh ya veo! —Rebecca con su típico humor y chillidos que me resultan bastante familiares de la clase—. ¿Te ha gustado mi amiga, ehh?
—Solo dime quién es —intento calmarme, pero sé que será en vano. Las ansias de saber quién es me despedazan y juraría que siento una gran intranquilidad por dentro.
—Es Berta —esta me sonríe y me señala con la cabeza el edificio que hay al lado de Derecho—, estudia en la Facultad de Negocios.
Berta...
—Muy bien, Rebecca. Gracias. —me obligo a sonreirle y mi voz se vuelve más ronca—. Y ahora, cuando vayas a hablarle a Berta, dile quién soy.
Empiezo a alejarme a zancadas de ella, al notar que Adam se encuentra a unos pasos.
—¿Qué jodida mosca te ha picado, Bram? —esta no desperdicia la oportunidad de gritarme detrás —. ¡A ver si bajamos un poco los humos, chaval!
Solamente me volteo y le guiño el ojo, pero esta tiene los brazos alzados y me mira como histérica.
—¡Te quiero, Rebe! —bramo con rostro angelical, esbozado a propósito y le mando un beso en el aire.
—¿Desde cuándo?
—¡Desde siempre! —le vuelvo a guiñar el ojo sumamente adulador y finalmente voy al encuentro de uno de mis mejores amigos, el cual se ha detenido a hablar con un grupo de estudiantes.
Le hago una señal con la mano mientras meto las manos en los bolsillo y sigo mirando a aquella tiparraca de reojo, llamándome la atención sus carcajadas. Parece una tipa sociable y desenvuelta, entonces... ¿por qué no ha aceptado mi café? Era un simple café, un jodido café que hubiese terminado con todo. Se lo hubiese ofrecido y punto y final.
—¡Ehhh, tío!
—¡Cabrón! —me suelta este y bufa mientras pone una mueca de preocupación—. Acabo de salir de un examen, tío. No veas, este curso tenemos un nuevo profesor de Finanzas.
—¿Quién?
—Se llama Brian Alexander Woods, parece que lleva aquí algunos años —explica este y veo que se lleva una botella de agua a la boca, el sol es tan fuerte como en agosto, aunque estemos a principios de octubre—. ¡Joder! Ese tipo es la persona más soberbia que he conocido jamás.
—¿Más que yo?
—Mil veces más, ¡macho! —me informa—. Nos ha amenazado ya, diciéndo que será nuestra mayor pesadilla como no estudiemos, ¿te puedes creer?
Nada nuevo. Brian es una pesadilla en todos los lados, no solamente en Harvard. Jamás conocí a un hombre tan terco y capullo como él. Tiene menos gracia que un trozo de pan lleno de moho.
—¿Lo conoces?
—¡Qué va, tío! —intento disimular al conocer su nombre y solamente carraspeo, sin dejar de mirar de reojo a la dichosa rubia que ha hecho que mi polla reaccione a media mañana.
Mientras le doy conversación a mi amigo, veo que ella está hablando entretenida con mi compañera Rebecca, colocándose de espaldas todo el rato, y sin ni siquiera mirarme. ¿Qué narices pretende?
—¿Me has sacado un café?
—No me ha dado tiempo —replico, aún reflexivo—. Oye... esa chica de ahí parece que también estudia en la Facultad de Negocios. ¿La conoces?
Veo que Adam dirige la vista en dirección a las máquinas de café y después alza los brazos, bastante confuso.
—No mucho, es mi primer día aquí. Pero sí, me suena de la clase —se ríe impetuosamente—. Acuérdate que me acabo de trasladar, ¡cabrón! No puedo conocer ya a todas las chicas de mi clase.
—Pues habla con ella.
—¿Por qué?
—Me interesa —voy al grano.
Detesto perder el tiempo y todo lo que hago es con un cronómetro. Seré raro, pero una de mis obsesiones es medirlo y cronometrarlo todo. De hecho, el cronómetro de mi Smartwatch es lo que más uso a lo largo del día.
—¡No me digas! —este me hinca el codo y mueve las cejas para molestarme—. Ahora dirás que te has enamorado, bro.
Bufo en su cara y giro mi cabeza cuando veo que finalmente la rubia me mira.
—¡Bobadas! —suelto, intentando convencerlo de que amo a la morena—. ¿Acaso crees que esa tipa está a la altura de Noa?
—Pues... de aquí se ve bien —veo la mirada lasciva de Adam—. Mmmmm... bastante bien, diría.
—Pues olvídate de ella, ¿vale? — le gruño y frunzo el entrecejo—. Al menos por ahora.
Y sí, mi otro lado obsesivo es que soy demasiado territorial y dominante. Territorial con mis hembras, a las que no les permito siquiera que me miren a la cara o revolcarse con otros sin mi permiso y dominante... ¡hummmm! Porque mi palabra es la que importa.
Tuerzo la cabeza en su dirección y, en cierto modo quedo embobado por aquellos labios que soplan en el café y después quedan fruncidos, dándole pequeños sorbos al vaso. Y como si eso fuera poco, veo que acaricia aquella cremallera metálica con la yema de su dedo, sin dirigirme ni una efímera mirada.
—Aquella tipa tiene recorrido —me inclino sobre Adam y se la indico sútilmente con la mano.
—¿La rubia de mi clase?
—Ella misma —me muerdo los labios.
—¿Por qué lo dices?
—Intuición... —muevo la cabeza pensativo—. Actua como una encantadora de serpientes, bro —agrego, sin dejar de perseguir aquel dedo que resbala sobre la cremallera de su top y sus miradas furtivas en mi dirección.
Pero no sabe que está lidiando con una cobra, y no con cualquier culebra...
—¡Estás picado con las serpientes, tío!
Oigo una carcajada por parte del capullo de mi amigo, el cual parece muy cerebral y valiente, pero luego es más idiota y cobarde que una gallina. No es mi estilo de amigo, pero llevamos juntos desde parvulitos, aunque después este haya hecho sus estudios de Bachiller en otro condado y haya vuelto a Boston recientemente.
—¿Entonces que quieres de ella? —inquiere y vuelve a darle otro sorbo de agua a la botella.
Sigo fijando con mi vista a la encantadora de serpientes y, de manera inconsciente froto uno de los tatuajes de mis nudillos con dos dedos.
Su sangre..., esa voz me habla de repente.
—Invitarla a algo —respondo deprisa y me encojo de hombros con inocencia, aún cuando mis instintos están a mil por hora.
—¡Ahhh bueno! —dice este con cara de idiota— Si es así, será fácil. Ya le invitaré a alguna de nuestras fiestas y así la conocerás.
—¡Lo más pronto posible, A! —le advierto y doy unos pasos a un lado cuando veo a mi hembra llegar.
—¡Vente el miércoles a la fiesta de los Omega! —me grita este detrás cuando alcanzo a mi chica y clavo mis dedos en su trasero, atrapando su boca.
—¡Ya le dije a Mia que iría!
—¡Pues mi hermana no me dijo nada! —lo último que veo es cómo Adam se rasca la cabeza y empieza a caminar en dirección a las máquinas, donde las dos amigas siguen hablando y saboreando su café. Café que no ha aceptado de mí. Y eso hace que tenga unas ganas tremendas de que llegue aquella maldita fiesta.
—Hola... —mi mujer muerde mi labio y yo la invado con mi lengua, cerrando los ojos y disfrutando de su sabor azucarado, señal de que se acaba de comer algún caramelo.
—¿Me has echado de menos? —pregunta.
—¿Tú qué crees, florecilla?
Mi lengua alcanza a la suya y aprieto su cabeza contra mi boca en un beso posesivo, mientras que la muevo de tal manera que tengo barra libre a la rubia. Coloco a Noa de espalda a ella y yo de frente, a la vez que abro los ojos y la fijo con mi vista en un modo descarado, mientras mi lengua alcanza todos los rincones de la boca de mi chica. Y aunque la "encantdora de serpientes" quiera parecer indiferente, atrapo una de sus disimuladas miradas, la cual deja caer sobre nuestro desliz pasional.
Clavo más mis dedos en el trasero voluptuoso y muy azotable de mi morena, toda esta escenita caliente desarrollándose ante la mirada excéntrica de la aquella chica, que esta vez nos mira sin ocultarlo siquiera, mientras saborea su café.
Y sí, confieso que me gustaría estar en su cabeza para saber qué piensa. Y también en otro lado.
—¡Te amo! —mi morena me susurra, prisionera de mi dominante lengua.
—¡No vuelvas a usar las palabras prohíbidadas! —murmuro cerca de su boca y muerdo su labio inferior.
—Pero aquí no estamos en...
—Te estás volviendo muy desobediente ultimamente, florecilla —puntualizo con mirada penetrante, y mis dedos acarician su delgado cuello.
—Perdón —musita y veo cómo baja la mirada agitada—Solo que me encanta sentir tu boca, amor.
Y a mí me encantaría sentir el coño de aquella mujer que no quiere ni un café de mí.
—¡No soy tu amor! —succiono su oreja y le susurro en el oído, la vez que veo con impotencia cómo la rubia se aleja hacia la entrada de la Facultad de Negocios—. Soy tu jodido amo.
¡Ohhh, Berta!
Su nombre suena bien.
Berta...
Me gusta. Me intriga. Me enciende. Quiero follarla. La chica del monedero me incita hasta el punto de sacar aquel lado mío, muy a diferencia de Noa. Y eso es porque Noa ya es mi sumisa, y eso implica que ya ha perdido el encanto. Necesito carne fresca. Y sí, soy un salido. Pero de los buenos, de los que necesita un coño a cada minuto del día. Y si es uno diferente, mejor que mejor. Un futbolista —del que no recuerdo el nombre— una vez dijo que en cuanto más variedad de goleadas, más placer y subida de autoestima.
¿Cómo va a ser lo mismo meter un gol de una patada, o meterlo de chilena o de cabeza?
***
BERTA
Me agacho sobre mis apuntes y leo extremadamente concentrada: "¿Cómo evitar el crecimiento de la deuda de una empresa?"
¡Mierda! , hasta mi mente se enoja con semejante pregunta, mientas que mi vista queda empañada de números.
Me rasco la cabeza mientras pongo cara de boba, nivel dios. Y yo qué sé cómo evitar el crecimiento de la deuda de una empresa. Respiro hondo, a la vez que busco la respuesta como las desesperadas en el libro de Contabilidad. Hojeo multitud de páginas mientras pienso que ojalá Lyn estuviera aquí para ayudarme. Sin embargo, de momento chasqueo los dedos con decisión y vuelvo a inspirar profundamente. Les prometí a mis padres que estudiaría y sé que soy perfectamente capaz de sacar todas las asignaturas este curso, y al mismo tiempo ganar el concurso de moda de "Vogue", que me trae sumamente entusiasmada.
El sonido de un mensaje de texto me llega y voy directa al sofá mientras enciendo la televisión. Me tiro bocarriba sobre el sofá y leo mi Whatsapp con urgencia, esperando la respuesta de Pamela, a la que le he escrito en la mañana. Ella es mayor y está en la misma clase que Rebe, pero lo cierto es que no la he visto estos días por el Campus, ni el primer día, ni ayer.
"Bert, estoy bien, no te preocupes. Problemas familiares, pero ya estoy en Boston".
"¿Entonces cuento contigo para la fiesta de los Omega esta noche👏👏👏😏🙏🙏🙏? —tecleo deprisa, sabiendo que ella es mi mayor puente para hacerme amiga de la pandilla de Bram.
"Sí, pero creo que iré bastante tarde y espero que esté también Adam🥴🥴🥰🥰😁"
Yo también lo espero... porque eso significa que estará también su amigo.
"Bueno, Pam, vaya o no vaya Adam igualmente sabes que me debes unos chupitos💃"
Esta se ríe.
"Cuenta con ello, cielo😜"
—Hola —la puerta de la habitación se abre de repente y levanto mi cabeza despeinada cuando oigo la voz de Aulin, que acaba de llegar.
Tiro el móvil a un lado, son las tres y media de la tarde y Lyn me ha dicho que iba a ayudar al nuevo profe con unas tareas después del almuerzo y que llegaría más tarde. Ya me pica la curiosidad de saber que ha pasado estos tres días, teniendo en cuenta que el profesor Woods la ha citado en su despacho y parece que están teniendo más confianza.
—¡Cuéntame zorrilla! —salto de la cama intrigada con una risa maléfica, que no puedo reprimir.
—Nada —se ríe mientras deja su bolso caer y unas gruesas carpetas que sujeta en los brazos.
—¿Cómo que nada? —la analizo mejor y veo que lleva un vestido rojo corto y un cinturón negro, es más sus mejillas están sonrojadas y le brillan los ojos de felicidad—Ragazza... —la miro suspicaz—, parece que te has tomado al menos un litro de tequila, ¡y sin limón y sal!
A esta le sale una risa melodiosa y de repente empieza a menear aquella melena ondulada preciosa, la cual le cae muy bonito sobre los hombros. Lyn tiene una belleza exótica bastante notable y sus ojos celestes contrastan con su piel bronceada. Diferente a mí, que me pongo roja como un cangrejo cada vez que me ve el sol.
—Bueno... —me mantiene intrigada.
—¡Quiero detalles! —grito y me pongo de rodillas en el sofá.
—Bert... —empieza con aires de grandeza y levanta el mentón, mostrándo más entusiasmo del que yo muestro con el desfile—. Déjame decirte que... ¡tienes delante de ti a la nueva asistenta del Profesor Brian Alexander Woods!
—¡No me digas, tía!
Me salen unos aplausos locos, alegrándome sinceramente con los logros de mi amiga.
—Sí, en realidad me lo ha propuesto esta mañana, pero no me ha dado tiempo a decirte nada —matiza.
—Eso, me dijiste que nada más te felicitó y hablasteis del examen.
—Sí... y me ha mandado ya una tarea para mañana.
Ruedo los ojos preocupada y me pongo de pie enseguida. ¡Una maldita tarea! Con lo que le gustan a Lyn las tareas, es capaz de no acompañarme a la fiesta esta noche.
—Perfecto, pero no sé cuándo la vas a poder hacer —alzo el entrecejo y me abanico con una mano—. Esta noche tenemos una fiesta en la fraternidad "Omega", ¿no te acuerdas?
—¡Tienes razón! —exclama y mira en dirección al montículo de carpetas—. Se me había olvidado. Pero bueno,... hasta las ocho me da tiempo.
—¿Sabes qué? —me llevo un dedo a boca—. Creo que ya odio a Woods.
—¿Por qué? —me pregunta con una risa y empieza a ordenar sus carpetas sobre la mesa.
—¡Es inhumano mandarte todo eso hasta mañana!
—Bueno, tiene mucho trabajo acumulado y...
—¡Y una mala leche de cojones! —poso una mano en la cintura.
—Podré con ello, Bert —me dice tranquila mientras yo recojo mis libros y se me ocurre que mejor no le pregunto nada del ejercicio de Contabilidad, bastante liada está.
—Pero no vas a descansar...
—¡Me da igual! Estoy feliz —agarra mi antebrazo y entonces la miro.
Llevo sin ver tanta alegría en el rostro de mi amiga desde hace tiempo. Se lo merece, en el examen inicial fue una de los tres alumnos que aprobaron el examen del profe buenorro. No me sorprende que le pida ser su asistente.
—¡Qué guay! ¡La asistente de Woods! —la abrazo con calidez—. ¿Celebramos con un cappuccino, entonces?
—Si me invitas...
Nuestras carcajadas irrumpen en la pequeña habitación de la residencia, el cual representa nuestro nido de estudio, pero también de locuras.
***
Casi cinco horas más tarde, tras realizar nuestro ritual de spa y belleza, poniéndonos una amplia variedad de cremas una a la otra y emplear una amplia variedad de maquillaje, caminamos las dos arregladas y listas para un fiestón entre semana, el cual se celebra este curso en la casa de los Omega. Llevo un vestido de color verde agua, elegido con cierta intención, sin tirantes y sumamente corto, acompañado de unas altas sandalias doradas, cuyo cordón queda enroscado en mis tobillos. Es más, agito orgullosa mi pelo en el aire, Lyn me ha hecho una bonita trenza griega, aprovechando mi cabello domable.
—Presiento que me dolerán los pies —oigo los quejidos de mi amiga, que también lleva tacón, pero algo más sútil.
—Se comprende, nena—respondo deprisa—. Mientras que yo roncaba tú estabas solucionándole los problemas a aquel ogro.
—¿Qué ogro, Bert?
—¡Woods! —agito el pequeño bolso dorado, que va a juego con los tacones—. Ahora te tendrá como esclava, conozco yo a los empresarios. Te delegará todo el trabajo sucio.
—Soy su asistente.
—¿Al menos te ha dado tiempo terminar?
—¡Y me ha sobrado! —dice esta con una risa espontánea y enseguida yo le tiendo el puño para chocar.
—¡Esta es mi nena! —es lo último que le digo antes de ingresar en la casa de los Omega, que está a solo unos pasos de la residencia. La música retumba en la casa de la fraternidad,y la fiesta está en pleno apogeo. Luces de colores parpadeantes iluminan la pista de baile abarrotada de gente. Hay al menos cien estudiantes, de distintas hermandades. La fiesta de bienvenida al nuevo curso se celebra aquí este año, pero cada año tiene lugar en una hermandad diferente. Lyn y yo no pertenecemos a ninguna, pero el curso pasado participamos en actividades de voluntariado en distintas fraternidades, así que siempre nos invitan a las fiestas. Y la parte buena es que mañana empezamos las clases a las diez.
—¡Lyn! —oímos una voz lejana y, cuando nos volteamos, nos damos cuenta de que es Mary Anne la que nos hace una señal desde una pequeña mesa cargada de bebidas. Se acaba de pintar el cabello en un tono castaño y viste un atrevido vestido negro, que resalta su figura.
—Mary Anne —musita Lyn de vuelta y las dos nos abrimos paso en la multitud y nos damos un abrazo—. ¿Qué tal el verano?
—Genial, ¿y vosotras? —asentimos con la cabeza mientras nos tiende dos Budweisers, la típica cerveza que tomamos en las fiestas, para calentar motores.
Brindamos las tres y empezamos a contarnos sobre las cortas vacaciones de verano, de modo que casi ni escuchamos a Rick cuando llega.
—¡Mis divas! —grita este con mucha exuberancia en su tono de voz.
—¡Rick! —le grito de vuelta y le doy un abrazo apretado—. Por cierto, ¿has visto a Rebe?
Empiezo a girar la cabeza bastante intranquila después de tres cervezas, ya que Rebe todavía no ha llegado a la fiesta, y Pam tampoco.
¡Mierda! Todos están animados, pero el temor de que él no acuda a la fiesta de los Omegas es evidente. Posiblemente mi rostro se torne serio y no paro de darle sorbos a mi cerveza, acabándola casi de golpe. No me cuesta tanto hacerlo, no sé si por despecho, pero no paro de recordar su obsceno beso con aquella morena hoy en la Facultad.
¡Joder!
Será su novia, pero tengo la impresión de que, mientras le metía la lengua hasta las laringes a aquella tipa, me estaba mirando a mí.
—Bert, ¿estás bien?
—Sí —le respondo a Lyn.
—Yo me iré dentro de nada. Me duele mucho la cabeza.
Solo me da tiempo a aprobrla, ya que, de repente, veo a unos pasos más allá a Rebe y a Pam. Estas se detienen y hablan con un grupillo de chicos y chicas que están sentados en unos cómodos sofás, delante de una mesa redonda repleta con bebidas y otro tipo de sustancias. Sonrío complacida cuando veo que uno de aquellos chicos es ni más ni menos que aquel moreno que se llama Adam y que, de hecho, está en mi clase.
—¡Rebe, Pam! —me acerco a ellas y las abrazo, sin dejar de vigilar la entrada.
—¿Cómo está nuestra diva favorita esta noche? —chilla Rebe en mi oído.
—¡Por dios, ragazza! —me río y empiezo a regañarles—. Llevamos aquí más de una hora, pensaba que no llegaríais.
—¡Joder! —maldice Pam entre dientes y mira a Adam por el rabillo del ojo—. Jamás intentaré convencer a esta loca ponerse unos tacones.
—¿De verdad? —nuestras risas y la tercera o cuarta cerveza que me estoy terminando hace que esté con aquel puntillo de tener ganas de bailar y del tonteo.
—¡Vente, cielo! —me grita Pam en el oído tras agarrar una cerveza—. Libráme de esta rebelde aunque sea un rato corto, ¡vamos a bailar!
Me dejo arrastrar hacia la pista por Pam, tras dejar mi botellín vacio y le guiño el ojo a Lyn, que está inmersa en una tediosa conversación con Mary Anne y Rick.
—Pam... —empezamos a contonear nuestras caderas en mitad del salón de la casa de los Omega.
—¿Qué?
—Mmmm, nada — balanceo mi cabello al ritmo de la música pop, R&B y rap, sin que se me escape que su atención está centrada al cien por cien en aquel moreno, hermano de su mejor amigo.
Elijo no preguntarle nada de Bram, quedaría en ridículo y mi amiga se percataría de mi gran interés por él, de manera que seguimos moviendo las caderas y nuestros brazos en el aire más que animadas.
¡Si no ha venido a la fiesta, él se lo pierde!, se me ocurre, mientras me siento un tanto mareada por el alcohol y noto demasiado bochorno.
Un chico de nuestra facultad se acerca y me da un beso en la mejilla mientras que siento cómo rodea mi cintura con un brazo.
—Hola, preciosa... —empotra sus caderas en mi trasero y yo le sigo el rollo, dando la casualidad de que está sonando precisamente una canción de bachata de fondo.
—Hola, Jeff.
—Vaya, recuerdas mi nombre.
¡No podría no recordar un buen polvo!, pienso ya un tanto encendida por los golpes de cadera del chaval en mis nalgas.
—Eso indica que te tengo un cariñoo especial, como verás... —bromeo con una risa coqueta.
—Es bueno saberlo —me da la vuelta y me pega a él bruscamente, a la vez que dibujamos los dos un círculo con nuestras caderas ancladas.
De repente, este me inclina para atrás con suavidad y, en un instante, veo mi melena fluyendo libremente durante unos segundos y casi rozando el suelo. Después, noto el bazo de Jeff en mi cintura, ejerciendo presión y elevo mi torso con una sonrisa en los labios, volviendo a mi posición inicial y con ganas de seguir bailando.
Pero mi sonrisa se desvanece al instante cuando delante de mis morros veo el rostro serio de Jeff, y al lado aquellos maléficos ojos, mirándome desde arriba ya que le saca más de una cabeza al chico y a mí. Bram está colocado detrás de mi ligue, apretando el cañón de una pistola en la cabeza de aquel tipo.
Entreabro los labios cuando nuestras miradas se cruzan y él sonríe relajado. Trago en seco cuando mi mirada se mueve de aquel tatuaje en su mano fuerte, agarrando el arma, a la boca abierta de Jeff y las gotas de sudor que se deslizan en su frente.
—¡Largo de aquí! —murmura en su oído en voz baja, pero lo suficientemente fuerte para que yo lo escuche.
***
¡Holiiiis! Como dije, esta fiesta promete muchooooooo, muchooooo. ¡Ay dios! ¿Qué pensáis que pasará a continuación? ¿Qué opináis del giro que está dando la historia?
Y no, no la secuestrará, tranquilos 😂😂😂😂
Bram es más de jugar, y lo bueno es que ha encontrado a una buena camarada de juegos en Berta🔥🔥🔥💣🤭
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