3. SIN LÍMITES, NI REGLAS
Fuente: Pinterest
BERTA
Oh, bebé, venga, déjame conocerte
Solo una oportunidad para mostrarte
Que no te dejaré ni huiré
No, no te dejaré ni huiré
Porque yo podría ser la elegida
Yo podría ser la elegida
Yo podría ser la elegida
.....
La canción "Be the one" de Dua Lipa marca el ritmo de mis pasos cuando piso decidida sobre una alargada tarima bordeada de una rica variedad de flores artificiales, que adornan los bordes. Las flores son blancas y negras y entonan de maravilla con la temática del desfile de hoy, "En blanco y negro", además de combinar a la perfección con el suelo de la imperiosa tarima, la cual se asemeja a un tablero de ajedrez.
La ajustada falda lápiz y la chaqueta, al igual que el amplio sombrero que reposa sobre mi cabeza van a juego con los colores, y hasta con el maquillaje. Las sombras de mis ojos es oscura, y el pintalabios elegido para hoy es un tanto gótico, puesto que sigue la misma tonalidad del color negro, aunque con unos brillos sútiles. Quedo más que encantada con el diseño, producto final de mi inspiración en el jaque, y así queda reflejado en todos los atuendos de todos los modelos de esta noche. Todas las piezas presentadas tienen algo en común y eso es que la mitad de la prenda es de color negro, y la otra mitad de color blanco, incluido mi conjunto de falda y chaqueta.
Me aplaudo a mí misma feliz de la vida en mi interior. Mis pasos son decididos y sé que el momento más emocionante ha llegando.
—Señoras y señores... —oigo la voz potente, la cual resuena en los altavoces—, les presento a Roberta Monticelli, la creadora de esta maravillosa colección de otoño, "En blanco y negro" y que verdaderamente ha dejado en jaque mate nuestros sentidos esta noche. ¡Un gran aplauso!
Ejecuto varias poses cuando llego al final de la alargada tarima, cambiándome de un pie a otro sobre los altos stilettos y aqpretando mis manos en mis caderas, mientras que les regalo a todos los presentes una gran sonrisa. Acto seguido, muevo mi vista por la sofisticada sala con suma elegancia e intento abarcar a todos los invitados, en gran parte rostros conocidos de la prensa, protagonista del deslumbrante flash, que no cesa.
Pero en realidad, mi mirada lo busca a él. Y, aunque no lo vea, sé que está en algún lado de la sala admirándome y acechándome desde la penumbra. Mi vista corre de un lado a otro mientras el techo queda iluminado por una gran imagen de dos piezas de ajedrez, que reflejan al rey y a la reina. Una dualidad de blanco y negro perfecta, la cual ilumina la sala —hasta entonces inmersa en la oscuridad— como si de la misma luna se tratase, alumbrando la noche.
Empiezo a bajar unas pequeñas escaleras con orgullo y con una hilera de modelos siguiéndome, mientras de fondo resuena la lluvia de aplausos. Cuando bajamos de aquella tarima por un lado lateral, varias personas nos esperan con unas botellas del champán del más costoso y exquisito. Lo agitan en el aire y todos nos abrazamos y reímos desenfrenados tras el éxito del desfile. Miro orgullosa mis creaciones y sonrío, a la vez que rezo por quitarme los zapatos lo antes posible. Abro la puerta del camerino asignado a la diseñadora y le doy a la llave de la luz, pero esta no funciona.
¡Qué raro!, pienso al instante.
Acto seguido, intento llegar a una ventana para abrirla, ya que entran algunos hilos de luz a través de la persiana. Solo que, para mi sorpresa, los focos que bordean el gran espejo de mi tocador se encienden de repente.
¿Cómo es posible?
Cuando volteo la cabeza bastante extrañada, quedo de piedra. Y eso es porque al lado, aguarda él.
¡Joder!
Siento mis músculos completamente entumecidos cuando lo identifico al lado del tocador, de pie y delante de mis narices.
¿Qué... qué hace él aquí?
Nuestras miradas resbalan sobre la silueta del otro en silencio. Un silencio desconcertante y nosotros cara a cara en la penubra, únicamente iluminados por las focos del tocador. El mismo traje elegante de color gris, la misma camisa negra y el mismo peinado atrayente. Hasta su camisa es completamente oscura y combina con la temática de esta noche, al igual que su rostro pálido. Demasiado pálido, como si de un vampiro se tratase.
A continuación, veo que lleva a su boca un delgado puro y le da una calada.
—Hola... —suelta al instante un círculo de humo en el aire—. ¿Acaso pensabas celebrar sin mí?
Quedo muda y alzo una ceja, mientras tiro a un lado el sombrero, pero sin quitarle la vista.
—Ven... —me incita a avanzar hacia él y me hace un gesto peligroso con una mano, al mismo tiempo que coloca una botella de champán en el tocador.
—Esto... —murmuro, todavía boquiabierta aún dando unos pasos hacia él como si estuviera hipnotizada—Esto no es real.
Siento la garganta seca y mis sentidos estallan a raíz de su inesperada presencia.
—Tú eres la única que decide lo que es real... —le da otra calada al dichoso puro— y lo que no.
El humo queda esparcido y todo queda demasiado tétrico cuando es él el que da un paso hacia mí esta vez.
Tiemblo cundo, de repente, alza su mano y roza mi mejilla con el dorso de su mano, permitiéndome detallar más de cerca aquel tatuaje en sus nudillos, al igual que sus preciosos ojos. No entiendo nada. Es un sueño, pero parece tan jodidamente real. Su mano me quema , al igual que su respirción en mi rostro me abrasa. Es como si este hombre fuera salido de mismísimo inframundo.
—Te voy a recompensar —susurra en un tono seductor.
¿Recompensarme?
—¿Ahh sí? —pregunto mientras lo examino y clavo mis uñas en su nuca cuando está a solo unos centímetros—. ¿De qué manera?
Mi cuerpo se vuelve convulso y siento mis terminaciones nerviosas vibrar. Mi vientre empieza a latir desenfrenado. Lo tengo delante de mí en este preciso instante y, sea un jodido sueño o la jodida realidad, no puedo hacer otra cosa que dejarme llevar. Está ocurriendo lo que estoy deseando con todo mi ser desde hace un mes. Su voz y aquel aura de seducción me envuelve completamente y hace que pierda los sentidos y la cordura.
Y entonces... aquellos labios afrodisiacos se tuercen en una malévola sonrisa. Su mano resbala a mi cintura y la cuela debajo de mi blusa semitransparente. El calor me quema y el flujo se me acumula en la ropa interior, aunque llevo mojada desde aquella primera calada que le ha dado a su puro. Algo bastante inusual en un hombre de veinticuatro años, fumar puros. Pero se ve que él es así, o al menos lo es así en mi cabeza.
No espera ni perdona. Lo noto en su actitud, ya que todo en él emana erotismo y seguridad. Su mano acaricia la línea de mi espalda hasta que llega mi nuca y, sin previo aviso, clava sus dedos en mi cabello. Su rauda respiración alcanza mi cuello cuando se inclina sobre mí y roza su boca con la piel de mi oreja.
—¿Qué te parece esto? —un mordisco severo en mi cuello me da la respuesta. Doy un brinco entre sus brazos—Y esto... —noto su lengua húmeda en mi cuello, deslizándose hacia mi mentón.
Gimo desquiciadad y el tirón que le da a mi cabello me sentencia.
—Y esto... —ronronea en mi oído al mismo tiempo que la mano que tenía anclada en mis nalgas se cuela debajo de mi falda.
—¿Es solo esto de lo que eres capaz?
Otra vez aquella melodios y obscena risa.
—Cariño... eres como yo....
Su sensual voz me taladra y las llamas de la pasión nos poseen al instante. Sin seguro puesto, ni freno alguno. Solamente él y yo... en mi camerino.
—¿Y cómo eres tú?
—Sin límites... —suelta en mi oído y agarra mi culo con las dos manos de un tosco movimiento, colocándome encima del tocador— ni reglas.
¡Ohhh mierda!
Mi espalda choca con el espejo del tocador y sus dedos aprietan mis muslos mientras me separa las piernas y se lanza encima de mí como si fuera un animal hambriento. Su boca devora a la mía en una unión perfecta, mientras su pelvis choca contra mí y mis brazos rodean su cuello a la vez que siento el roce de su pantalón en la tela demasiado húmeda de mis bragas.
—¿Qué quieres? —pregunto con voz sofocada, sin distinguir entre la realidad y mi jodida imaginación —¿A mí?
¡Oh mierda! Esto no puede estar pasando...
—¿A ti? —me muerde los labios, a la vez que lleva mis piernas a sus hombros violentamente, de modo que agarra mis rodillas con las dos manos.
Se rie.
—Quiero lo que tienes entre las piernas, ragazza... —lame la comisura de mis labios, provocándo que quede nula, embriagada por su olor—. Tus gemidos... —continúa y me penetra con aquellos ojos claros que tanto amo—tu alma... —aprieta mi cuello con una mano, a la vez que no me lo puedo creer y lo miro con cara desencajada.
Es tan real... , mi mente confabula escenas placenteras.
No pierde el tiempo, sus dedos apartan mis bragas en un segundo y siento sus persuasivos dedos en mis labios vaginales. La fuerza que ejerce al apartarme la ropa interior, hace que mis bragas dejen huellas en mi trasero, a raíz de su sacudida.
—¡Ohhhh! —me sale un quejido, prisionera de su violenta mano y todo su cuerpo, aniquilándome poco a poco.
—Quiero tus gritos... —prosigue—. Tu humedad y tus suspiros... Tu adoración...
Suspiro de momento.
—No me suelo enamorar... —le digo ahogada mientras el acaricia mi labio inferior con erotismo.
—¿Y quién ha hablado de amor? —aquella sacudida voz me despierta hasta la más dormida célula de mi ser cuando agarra mi camisa de botones con las dos manos y me la arranca de un solo movimiento, dejando mi sujetador a descubierto.
¡Puñetas!
Siento el ahogo y tiemblo de deseo.
—¡Berta! —una lejana voz interrumpe mi profundo sueño.
Los aplausos siguen estallando en mi mente, y es como si estuviera atrapada por la magia de aquel momento.
De mi momento...
Es una mezclaz de aplausos y de sus dedos arremando en mí, empapándose de mí con una violencia fuera de lo común. Él penetrandome y el sudor deslizándose sobre mi piel.
—¡Beeeeert!—la reiterada voz de nuevo— ¡Se te van a enfriar las tostadas!
¡Oh, cazzo!
Poco a poco vuelvo a la realidad. Es mi amiga Lyn la que me está llamando, ¡y qué buen momento para despertarme, joder! Siento la boca como si fuera la suela de un zapato y abro los ojos lentamente. Lo siguiente que hago es llevarme los nudillos a los párpados, mientrás le hablo con voz ronca.
—¿Qué?
La analizo desconcertada y con todo el cuerpo convulso, incluso juraría que mi ropa interior está para tirarla a la basura.
¡Qué maldito sueño!
Mi amiga me insiste y se inclina sobre mí, con una sonrisa de oreja a oreja. La santurrona tiene algo especial, y eso es que cuando sonríe parece que un halo de luz brillante surge de repente sobre su rostro.
—Es la hora.
Me froto los ojos, mientras ella tira de mi sábana.
—Ufffff... —Me quejo— ¡Voy ya!—articulo con voz borracha y extiendo la mano hacia el despertador que hay en la mesita, dándole un golpe torpe, de manera que casi lo derrumbo.
Murmuro algo de lo que ni siquiera yo soy consciente y mis párpados vuelven a cerrarse, aún sin mi consentimiento. No recordaba lo jodidas que son las mañanas.
—Es temprano, unos minutos más... —Suspiro.
—¿Cómo que temprano?¡Te estoy llamando por enésima vez! —la voz alterada de mi amiga chirría en mis oídos y hace que despierte de mi letargo—No creo que quieras empezar el primer día tardando.
Oigo un "joder" lejano cuando Lyn se aleja de mi cama y entonces decido levantarme. Sé el escándalo que montará si llegamos tarde aunque en el fondo sé que por más que intentemos ser puntuales, nunca lo conseguimos.
—Vale, ¡tú ganas! —digo dormida y empiezo a caminar en dirección a la cocina, bostezando.
Acto seguido, me siento en la silla con cara adormecida e intento recuperar mis sentidos, sin dejar de pensar en mi sueño.
¿Y si es una señal? ¿Y si aquel diseño es el que me traerá el gran premio en el concurso de "Vogue", celebrado en las Navidades? ¿Y qué pintaba él en mi sueño? ¿Cómo puedo ser tan obsesiva?
Pongo una mueca, todavía pensativa, sin embargo hay algo que me llama la atención.
¿Tan tarde es?
—Dios mío Lyn, ¡estás hasta vestida y todo! —Muevo la cucharilla en mi taza de café.
—¿Qué quieres, que espere el fin del mundo para vestirme? —me contesta con brusquedad y hasta bordería—. Queda nada más que media hora para que empiecen las clases —agrega, mientras yo la miro con cara de cuento.
Sin duda alguna, la santurrona necesita un polvo. Demasiada mala leche junta.
—Pero si tardamos menos de cinco minutos, Lyn... ¡La universidad está en frente! —Fruzo el ceño mientras le doy un mordisco a una tostada que ha preparado previamente para mí. Suele ser la primera en despertarse y hacer el desayuno, aunque yo la suelo recompensar con la cena.
—¡Dáte prisa, porfis! Todavía te queda vestirte.
Y hablando de ropa..., empiezo a escanearla de arriba abajo.
—¡Vaya! Pues sí que te ves guapa —resalto con amabilidad al cabo de unos minutos—Me recuerdas a mi sueño de anoche.
Lyn lleva un ajustado vestido negro de manga corta, se ve una prenda bastante cómoda, de cuello redondo y que en realidad, parece más bien una camiseta más larga de lo normal, que un vestido.
—¿Qué sueño? —me sonríe con interés.
—Ragazza... —la miro con fijeza mientras lo recuerdo todo y le grito entusiasmada—. Creo que... ¡ya lo tengo!
—¿El qué? —pregunta embobada y le da un sorbo a su café con leche fría.
—¡El concurso de moda de Vogue! —poso mi mirada en el techo, inmersa en la ensoñación—¡Creo que ya tengo la temática de la ropa!
—¡Ohhh! —aplaude con suavidad— ¡Qué bien, cariño! Y hablando de ropa... —me mira suspicaz—. ¿Tienes ya la ropa preparada?
¡Oh mierdaaa!
— ¡Cazzo! — suelto y abro los ojos como plato, al ser consciente que de verdad se nos está haciendo tarde —No... ¡Y no sé que me voy a poner!
Ella rueda los ojos impaciente, al notar cómo me rasco la cabeza. A continuación, frunce la nariz, el típico gesto de mi amiga de cuando se está mordiendo la lengua, tiene claras ganas de mandarme al carajo, sin duda.
—¿Mierda? ¡No culpes al universo, Bert!—Me advierte enojada al mismo tiempo que se levanta y coloca su plato y taza en el fregadero—. ¡Sabías que teníamos clases!
¡Tan estricta y perfeccionista como siempre, joder!, pienso deprisa, aunque en fondo tiene razón, pero soy así de caotica por la mañana.
—Tranqui mi doña Perfecta. ¡Improviso! —se me ocurre decir con una sonrisa.
Antes de salir de la cocina, me levanto y le doy un beso apretado en la mejilla, esperando solucionar mi metedura de pata mañanera.
—¡No tardes! —me indica, ya más tranquila.
Por mi parte, empiezo a correr ya más que agitada a la habitación y saco de mi armario una falda vaquera de la marca Old Navy—¡digna de estrenar el curso!— y una camiseta de lycra blanca con una sútil cremallera de dos dedos en la parte de arriba, muy ajustada. Recojo al vuelo mi bolso y gafas de sol, mientras me hidrato los labios con un color rosa.
—¡Pareces una leona! Me encantaría tener tu melena —puntualizo ya más despierta y, acto seguido, le doy una palmada en el trasero a Lyn.
Su cabello indomable me fascina realmente, de hecho me gusta más que el mío que siempre queda liso y no hay manera de ondularlo. Soltamos una risita alegre y después salimos de la habitación, tras saludar con la mano a unos compañeros a lo lejos.
Mientras cruzamos la calle Stanford, recuerdo que a primera hora tenemos Finanzas.
—Por cierto, ¡ya me contarás qué te parece el profe Woods! —miro a mi amiga de reojo y arrimo más mi hombro al suyo, sin dejar de mirarla con picardía.
—¡Ohhh, Bert, cuando se te mete algo en la cabeza, no hay quién te frene!
—¿Qué? —me río y pongo cara de inocente—¡No seas aburrida! —la molesto con los hombros encogidos y con cara encrespada—¡No me digas que no tienes curiosidad, Santa Lyn!
—¡Bert! —chasquea la boca, pero a mí no me engaña, sí le interesa el asunto , pero se hace la dura.
Noto su sútil sonrisa y cómo me evita la mirada.
—¡Lo sabía! —aplaudo desenfrenada, pero al mismo tiempo quedo entretenida con la imagen de un chico a lo lejos, el cual está aguardando precisamente en la entrada de la Facultad.
¡Por dios!, bufo exasperada, aunque en cierto modo lo veía venir.
El maldito Tim está apretando su carpeta de cuero a su pecho y, cuando me ve a lo lejos, se baja unas gafas de sol que desentonan con su cara y encima me guiña el ojo, modo "babas ON".
—¡Menudo idiota! —murmuro cerca del oído de Lyn y se lo señalo—. Estuvo detrás de mí todo el verano, y no sé por qué, pero sabía que me esperaría en la puerta.
—¿Aquel chico que te gustaba?
—Ese mismo, pero ya no me gusta.
—¿Y por qué?
—Es un pedante.
—¿Y por qué te liaste con él entonces?
—Por diversión, ragazza—empiezo a masticar mi típico chicle de fresa de por la mañana y enrosco un mechón en mi dedo—Tim ya no es mi objetivo, de hecho...
Pero no continúo, en cambio, fijo con la vista los aparcamientos. Los astros parece que se han alineado a mi favor esta mañana. Se me quita el aliento cuando de repente oigo un potente motor y entonces... lo veo. Su silueta inconfundible me llama la atención y, aunque esté de espaldas, sé que es él.
Bram Sanders.
—¿Qué decias de Tim?
—Que ya no es mi objetivo... mi objetivo es otro—termino la frase, sin dejar de recordar mi sueño húmedo.
Sin previo aviso, golpea a Lyn con mi codo para hacerla dirigir su atención a mi "nueva presa".
—¡Míralo! —le susurro mientras me arreglo la falda de manera inconsciente—. Está en cuarto en Derecho y le ha puesto los cuernos a su novia un montón de veces—vuelvo a chocar mi cabeza con la suya y habla en voz bajita—. ¿A qué está para comérselo? No me gustan tanto los morenos, más bien los rubios, pero... —pongo una mueca cuando Lyn gira la cabeza—podría servirme para que le vuelva a ponerle los cuernos.
—¡Qué dices Bert! —me mira como loca.
—¿Qué? —elevo los hombros—. La tipa seguro que me daría las gracias y lo mandaría a tomar viento.
—¡Joder! —me riñe y le sale una risa nerviosa—.Bert.. vamos a llegar tarde.
Cuando veo que aquel jodido pijo no me mira ni por un instante y va acompañado de su novia, decido pasar de él. Al menos por ahora.
—¡Ahhh! —tiro de mi amiga por el camino pavimentado del campus—. ¡El profesor! Ragazza, te quedan cinco minutos como mucho para preguntarme sobre él, es más, ¡sé que lo estás deseando!
—¿Es su primer año aquí? —mi amiga indaga curiosa cuando empezamos a subir las interminables escaleras de la entrada principal de la facultad de negocios de Harvard.
Ella con sus preguntas, y yo pasando de Tim que levanta una mano para saludarme. Elijo saludarlo por educación y después me centro en mi amiga, agilizando el paso.
—¿Qué? —le respondo sonriente—. No, lleva aquí cuatro o cinco años, tiene diez libros publicados y terminó su Doctorado en Finanzas y Administración de Empresa como alumno "Summa Cum Laude" aquí mismo —señalo el suelo con el dedo—¡en Harvard!
—¡Vaya! —exclama esta—.Es el máximo título que un alumno puede conseguir y la verdad es que este hombre tiene pinta de profesional y estricto.
—¡Y mucho! —añado frenética, mientras le agarro el brazo y muevo mi lacio cabello—. Es más, dicen que es muy serio, todos están acojonados en su clase. Muy serio, muy severo y muy soso.
—Berta, ¿el profesor es mayor? Es que tiene todo el perfil.... —queda reflexiva.
—¡Nooo! —casi pego un chillido y saludo coqueta a un grupo de chicos que hay a lo lejos—. ¿Mayor? Si creo que tiene sobre treinta o treinta y uno. Aunque sí es mayor que nosotras.
—Bastante —veo que ella vuelve a mirar el reloj, jadeando. —Ayyyyy Lyn, ojalá los mayores se parecieran a él —suspiro cuando recuerdo al profe Woods.
—¡No empieces el curso ligando! — me pega suavemente con su bolso.
¿De qué está hablando? Digamos que el profe no es precisamente mi prototipo de hombre. No tiene los ojos verdes.
—¡Como si pudiera! —le suelto rápidamente—. ¿Sabes lo que significa "inaccesible"? Es decir, ¿"fuera del alcance de los seres humanos"? —abro los brazos y hago una mueca— ¡Encima casado!
—No me sorprende entonces.
—A mí sí —replico—. Sabes igual de bien que yo que aquí hay más de un profe casado hasta las cejas y que luego se la monta con las alumnas.
Lyn es demasiado inocente...
—Berta, ahora te alcanzo —me comenta esta de repente y percibo un claro malestar en su rostro— ¡Voy al servicio!
—¿Voy contigo?
Por su parte, sale corriendo y niega con un gesto desesperado.
—No hace falta, me da tiempo —mira el reloj—. Quedan cinco minutos todavía.
Asiento con la cabeza y le hago una señal cuando veo que desaparece por la puerta del cuarto de baño. Miro el horario tranquila y noto que la clase en la que tendremos Finanzas está en la segunda jodida planta. Subo las escaleras mientras pulso el chat que tengo abierto con Pam y le escribo, responiéndo su mensaje de la noche anterior:
De acuerdo, ahí estaré, en la fiesta de los Omega.
Una vez llegando a la segunda planta, entro en la clase asignada, en la cual mis compañeros del curso pasado están hablando animados a la espera del nuevo profesor.
—¡Ehhh Bert!—me gritan todos —¿Qué tal el verano? —mi compañera Susanne se me acerca y me da un abrazo mientras examino el salón para identificar dos sitios y poder sentarnos Lyn y yo.
Odio la primera fila, es imposible copikarse ahí.
—¡Muy corto, cari! —le respondo con otro abrazo—. Pero bueno, no me puedo quejar.
—¿Viajaste?
—Sí —le respondo amable mientras coloco mis cosas sobre la mesa en la cuarta fila—. Viajé a Italia, después de cuatro año. ¿Y tú?
Susanne tiene un intento de réplica, pero al final queda con la palabra en la boca, ya que el profesor acaba de entrar en el salón de clase. Me siento despacio mientras un silencio fúnebre inunda el espacio una vez que él pisa la clase. Empiezo a analizarlo y, aunque lo recuerde del curso pasado, lo cierto es que el profesor es digno de no quitarle la vista en todo momento, es más no sé cómo puñetas podré concentrarme en estudiar Finanzas —con lo mal que se me da—.
Camina con pasos decididos en el salón, sujetando un vaso de café y deja un maletin oscuro sobre la mesa de un movimiento preciso. Lleva un traje oscuro y una camisa blanca, al igual que una corbata completamente negra. Hinco el codo en la mesa y quedo entretenida con aquel moreno que te quita el aliento, que se menea delante de apróximadamente cincuenta alumnos y le da un sorbo a su vaso de café.
Veo que en un momento dado se dirige a la puerta, activando el interruptor del gran ventilador que se encuentra colgando del techo. Sería demasiado si las clases de la universidad tuvieran aire acondicionado, pero no es así.
—Buenos días —su mirada nos atraviesa con mucha seriedad solo que no puede continuar con su presentación. Y eso es porque la loca de mi amiga acaba de entrar en el aula como si una corrida de toro la persiguiera. Lyn choca con él bruscamente y después se le queda mirando embobada.
—¡Ahhh! —a Lyn le sale un afilado grito y mira al profe buenorro con cara de asustada y preocupada.
—¿Se puede saber qué hace? —pregunta este verdaderamente furioso al ver que ella se ha quedado petrificada y enseguida mira la mancha de café que hay en el suelo.
¡Ohhh ragazza!
Me llevo las manos a la cabeza al ver el panorama.
—Ehhhhh...perdón —esta aclara su voz—. Yo... no le he visto. ¡Pero déjeme que lo limpie! —exclama demasiado avergonzada y, acto seguido, saca un pañuelo blanco de papel y se lanza literalmente en dirección a su pantalón.
Pero... ¿qué hace?, pienso con los ojos agrandados.
—Señorita... —oigo la voz del nuevo profesor.
Mi amiga empieza a hablar como un disco rayado, y sin parar de frotar la dichosa mancha.
—Perdón, de verdad no le he visto —puntualiza esta—. Venía con prisa y...
—¡Pare ya! —ordena el profe con rudeza.
Me llevo una mano a la boca para aguantar la risa.
¡Ohhhh! ¡La has liado, pollito!, sofoco una risa más que entretenida, al igual que mis compañeros.
Mi amiga se detiene enseguida y lo mira con cara desencajada. Mira la cara del profe, y después su mirada baja a su patalón, mientras sus mejillas se ruborizan. Sin duda alguna, Lyn es más transparente que el aire.
—¿Quién es usted? —oigo la voz del profe, el cual le habla asombrado mientras tensa a mandíbula.
—Soy....soy alumna. Me toca ahora aquí —balbcea y mira en mi dirección, seguramente pensando queriendo lograr el reflejo de mi rostro, confirmándole de que la está cagando.
—¿Y por qué llega usted tarde? —cuestiona este y, de un movimiento brusco, tira el vaso a la papelera.
Se gira.
—No ha sido por gusto. Tenía una urgencia y...
La vuelve a fijar con esa dura mirada, como si de un taladro se tratase.
Yo ruedo los ojos. Mi amiga la está cagando mucho.
—¿Puede haber una urgencia mayor que su clase? —replica el profe en tono grave.
—Pues la verdad es que sí...
¿Qué?, frunzo el entrecejo y me llevo una mano a la frente. La gilipollas de mi amiga le sonríe falsamente y entonces no aguanto más y le hago una señal como cortándome el cuello,en modo: "estás acabada".
¡Carajo! ¿Es tonta o qué?
Aylin entreabre los labios, sin dejar de mirarme.
—Entonces espero que la próxima vez sepa usted elegir bien y estar segura de cuales son sus prioridades —responde este punzante con ese tono lineal y raudo.
—Por supuesto —asiente finalmente con la cabeza y agacha la mirada.
—Pase —dictamina tras unos tensos momentos y se arregla la corbata—. Y que no vuelva a ocurrir.
—Gracias —le responde esta a la vez que todos participamos en el espectáculo entretenido que Lyn acaba de dar. Esta se acerca a mí con cierto desespero y verguenza y toma asiento a mi lado.
Queda solamente el silencio solemne de la clase.
—Bueno, ya que estamos todos —carraspea el profesor— Mi nombre es Brian Alexander Woods y seré vuestro mentor en Finanzas este curso —hace una breve pausa—... o vuestra mayor pesadilla.
¿De qué está hablando este tipo?, se me ocurre un tanto ofuscada.
No me hacen ni puta gracia las amenazas y ya no me cae bien, por más buenorro que sea. En cambio, creo que mi amiga no opina lo mismo. Cuando volteo la cabeza y miro a Lyn, veo que lo absorbe con la mirada y está más que atenta a sus explicaciones.
—¡Ragazza, has sido muy cómica! —musito en su oído, sin perder la oportunidad de molestarla—. Pero esto te pasará factura, te lo advierto. Woods no deja pasar ni una.
Ella no lo conoce...
—¿Ah no?
—No, tenlo claro. Todos lo conocen aquí—le aclaro.
—Pues que me castigue —extrañadamente, me susurra de vuelta, sin dejar de mirar con cara de boba al profesor.
Ahogo una espasmosa risa y me acerco más su oído.
—¡Chica mala! A mi también me gustaría que me castigue.
En cambio, es como si la Santa Lyn no me escuchara, ya que toda su atención está totalmente centrada en las explicaciones del profesor de Finanzas.
—Después de una breve síntesis de lo que trata nuestra asignatura y como voy a enfocar los criterios de evaluación este curso, damos paso a una prueba que les tengo preparada para hoy, y en la que tendrán la oportunidad de sorprenderme —nos explica.
¡Mierda, una prueba!
Vuelvo a pensar en mi gran desfile y ya esbozo en mi mente los diferentes modelos de prenda de ropa, todas en blanco y negro. Me echo flores mentalmente, a la vez que desconecto de todo lo que está ocurriendo en el salón de clase. Solo sé que de repente, Woods me despierta de mi ensoñación, colocándome un examen de Finanzas en la mesa.
Maldigo en mi interior y me dispongo a hacer la prueba lo mejor que pueda, arrepintiéndome de no haber aprovechado el verano para el repaso. De vez en cuando, giro la cabeza en dirección a Lyn, intentando copiar algunas respuestas de su examen, pero el gruñón que está sentado en su escritorio, nos analiza por debajo de las pestañas y, por consiguiente, me impide hacer uso de mi fuente de inspiración.
Al cabo de unos minutos y de darlo todo en la prueba, le hago una señal Lyn de que la espero fuera. Sé a ciencia exacta que esta aprovechará al máximo el tiempo. La inversión en bolsas y el tema de los mercados es su punto débil, pero lo cierto es que a mí me interesa un único mercado: el de la ropa. Mientras recojo mi bolso, reflexiono sobre la realidad, y esta es que el mercado de la alta costura no me traerá un jodido aprobado.
Bajo las escaleras preocupada por el examen y lo estricto que es el nuevo profesor, a la vez pensando en que les he prometido a mis padres que estudiaré este curso.
¡Y qué gran comienzo!, me culpo en mi interior a la vez que agito el bolso en el aire y salgo fuera de la facultad, dispuesta a sacar un capuchino de las máquinas expendedoras que hay en las zonas comunes de Harvard.
Camino despreocupada y totalmente inmersa en mis pensamientos solo que, cuando quedo justo al lado de las máquinas y saco mi monedero,oigo una voz a la lejos.
—¡Bram! —mi sangre se hiela cuando el chico que hay en la máquina esperando se da la vuelta justamente en mis morros—. ¡Uno para mí!
¡Es él!
Agrando los párpados consternada cuando veo que él mira a alguien detrás de mí y esboza una sonrisa, pasando de mí olímpicamente. Miro a todos los lados agitada y veo a aquel chico moreno que creo que se llama Adam llegando detrás, el cual capta toda su atención. Los nervios aumentan en todo mi cuerpo y no se me ocurre otra cosa que hacer que soltar el monedero al suelo.
El ruido de mi monedero, al igual que las monedas cayendo sobre el cemento le llaman la atención y siento que su mirada recae sobre mí. Y entonces no me queda otra que agacharme y ponerme de rodillas, mientras lo miro de reojo.
—¡Mierda! —me sale maldecir entre dientes cuando me doy cuenta de que gran parte de mis monedas ruedan y se caen por unas rejillas del desagüe que hay a un paso.
¡Joder! No contaba con esto.
Empiezo a rescatar las monedas restantes, permaneciendo de rodillas, solo que él también se agacha —casi al mismo tiempo—y recoge una moneda entre sus dedos.
—Con esto no tienes ni para medio café —me dice.
Levanto la vista en su dirección cuando me tiende aquella moneda con dos dedos y siento que me voy a derrumbar completamente cuando sus ojos se cruzan con los míos. Recojo la moneda sin perder el contacto visual, a la vez que arqueo más mi cintura a propósito y aprieto los labios cuando sus ojos resbalan sobre mi cuello y después quedan fijos en mi escote.
—Ahmmm.. —murmuro y suelto una risita de coqueteo, intentando retomar el control de la situación—. Parece ser que no es mi mejor día.
Muevo la cabeza resentida y guardo deprisa las pocas monedas que quedan esparcidas por el suelo en mi monedero. Le aparto la vista cuando él me tiende la mano para ayudarme a levantarme.
—No es necesario —le sonrío, aún sin mirarlo.
Siento aquella adrenalina corriendo velozmente por mis venas, y todo me confirma que no descansaré hasta conseguir mi objetivo, en este momento teniéndolo más claro que nunca.
—Como quieras —responde este y también se pone de pie.
Intento parecer muy poco interesada en su ayuda y ni siquiera le doy las gracias, en cambio, elijo contar con mi experiencia, mi fiel consejera. Sé que las mujeres demasiado educadas y dóciles tienen poco atractivo para alguien como él.
—Bueno... —chasqueo la lengua un poco incómoda, pero amable—, parece que hoy me toca atender las clases bostezando.
Me encojo de hombros y me quiero dar la vuelta para largarme de aquí lo antes posible, sin embargo él me agarra el brazo en el último momento y me sacude, obligándome a darme la vuelta.
—¿Qué te parece un café? —me mira con fijeza.
Yo parpadeo complacida, aún intentando disimular.
—No puedo pagarlo... —frunzo los labios y miro el suelo, huyendo de aquellos ojos que me quitan el aliento.
No me quedan monedas, solo tengo billetes, ¡mierda!
—¿Quién ha dicho que no?
Alza una ceja y posa su insistente mirada sobre mí. Uhmmm sí... es un juego de palabras.
—No creo que sea buena idea quedarte dormida en las clases... ¿qué dices? —continúa y su susurro acaricia mi oído cuando me suelta el brazo y se inclina sobre mí con sutileza.
¡Bingo!
***
Hola, hola.
¿Qué pensáis? ¿Aceptará Berta el café o... seguirá con su juego "inocente" de seducción?
Vamos avanzando y el próximo capítulo se volverán a ver la cara en la fiesta de los Omega.
P.D.
1- Berta... no sabés donde te estás metiendo...
2- Pido disculpas, pero hasta el jueves no podré actualizar, quiero finalizar la novela DUCHESS esta semana y dedicarme completamente a ello, con lo cual una vez que la termine, habrá actualizaciones mucho más frecuentes de NINFA, os lo prometo ;)
Gracias por vuestra paciencia, un abrazo y feliz semana.
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