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Veintisiete

27

—Insisto... —Me dijo mi tía, con una sonrisa en su rostro. —Eso que tienes ahí, no es una niña. —Indicó mi vientre, grande y redondo. —¿Estás segura que no son dos, o tres?

—Lo estoy. —Afirmé con una sonrisa en mi rostro. Fingida, claro estaba. Mi tía no tenía ni la menor idea del infierno que estaba viviendo al lado de Julia. —Es una y, no sé si eso sea bueno para Kate. —Me cuestioné. Mi tía frunció el ceño.

—¿Por qué lo dices?

—Estará sola. —Suspiré con pesadez. —Annie y Sebastian trabajan todos los días. Algunas veces deben viajar a otro país. —Me encogí de hombros. —La única que podría estar ahí es Lidia, pero no es lo mismo que estar con su madre o padre.

—Es decir, contigo. —Dijo la mujer y en sus labios, se comenzó a formar una sonrisa tierna. —¿Hay algo que me quieras decir, Grace? Sabes que puedes confiar en mí, querida. Vivimos años juntas, te quiero como si fueses mi hija, por lo tanto, quiero tu bienestar.

Tenía muchas cosas que contarle, pero ello no me motivó a confesar mi revolcón con el rumano y mucho menos los sentimientos que comenzaron a surgir desde que hicimos el amor por segunda vez. Mi vida, en aquel entonces, comenzó a cambiar. Estaba hecha un amasijo de pensamientos que iban y venían cada cierto minuto, independiente de la hora. No importaba si era de día o de noche. Cada vez que recreaba los besos del rumano en la piel de mi cuerpo, me daba un ligero escalofríos y mi corazón golpeteaba con fuerzas mi pecho. Kate no se quedaba atrás; ella se movía cada vez más fuerte. Mucho de sus golpes generaban cierto malestar en mi interior.

Mi tía me miró por unos largos minutos. Sonreí con ligereza. Había algo que podía confesarle, algo que, hace semanas atrás, comenzó a perturbar mi psiquis.

—No sé si quiera realmente darles a Kate. —Suspiré, abrumada. Mi tía alzó una de sus delgadas cejas y, sin emitir palabra alguna, me incentivó con su mirada, a seguir mi confesión. —Annie no la va a querer. Pasado los meses, ella se aburrirá de tenerla en su hogar. Lo más probable es que la termine aborreciendo.

—¿Pero su padre? —Cuestionó mi tía. —¿No crees tú que él si la va a querer y cuidar?

—No dudo de ello. —Sonreí. — Sebastian desea tenerla en sus brazos y ello, es lo que me consuela. Me da las esperanzas de que Kate tendrá una buena vida a su lado. Pero, aun así, no quiero entregarla. No quiero, pero tampoco pudo hacer nada.

Ciertas lágrimas comenzaron a manifestarse. Las retiré rápidamente. Mi tía se acercó y me abrazó como pudo. Mi vientre, quedó en medio de ambas y Kate se movió suave, de alguna forma, siendo partícipe del abrazo emotivo entre mi tía y yo.

No era necesario obtener palabra de consuelo por parte de mi tía. Había sido una decisión arriesgada. Nunca preví lo que iba a suceder desde el día en el que accedí a ser el vientre de alquiler. Creí que, los meses transcurrirían rápidos y sin ningún problema. Pero no sucedió como lo pensé. Los problemas llegaron, y con ello la transformación de mi cuerpo, mis pensamientos y realidad.

Mis pensamientos. Pensé. Éstos eran los que más modificaciones sufrieron. No era la misma Grace de hace años atrás. La muchacha decidida, la que no le temía a nada y la que le era fiel a su novia. Ahora, con certeza podía decir que, en vida le era relativamente fiel a Julia, pero en mente, mi fidelidad se había extinto.

Me cuestioné el hecho de seguir al lado de Julia. Después de nuestra pelea, la más grande que jamás tuvimos, me comencé a cuestionar absolutamente todo con respecto a nuestro noviazgo, llegando a la conclusión de que, como todo, pensé y, con bastante tristeza, que ello debía llegar a su fin. Más algo en mi interior me impedía dar término a nuestra vida en pareja. Supuse que era una pequeña pizca de afecto hacia mi novia y, la esperanza de que nuestras vidas retomasen su camino como debía ser. Pero, ¡que ilusa era al creen en ello! Me estaba mintiendo a mí misma al decir que, una vez entregara a Kate a sus padres, mi vida junto a Julia sería la misma cuando en realidad, nunca lo fue. Desde lo sucedido con Robert, aquella manta de amor incondicional y devoto, se había esfumado. Si era objetiva, toda mi relación con Julia desde ese entonces, no había sido más que una mera cuestión de costumbre, monotonía y nada de amor real.

Cuando sentí que mi cabeza comenzaba a doler, decidí no pensar más en lo que era ahora, mi vida. Eliminé las voces internas en mi mente, aquellas que insistían en seguir atormentándome ante cada decisión que había tomado a lo largo de mi vida.

Presté atención a lo que mi tía comentaba, temas que, por muy triviales que hayan sido, lograron despejar mi mente unas cuantas horas hasta que decidió irse.

Caminé hasta mi habitación y me recosté en la cama. La panza de ocho meses comenzaba a pesar. Me dolían las rodillas y mi columna vertical pedía a gritos que me extirparan el ser humano que se expandía en mi interior cada día más. Pero logré, a pesar de todo, sonreír. Algo me decía que Kate vendría al mundo absolutamente sana y llena de vitalidad.

—Falta poco. —Murmuré para mí y acaricié mi vientre. Mi vista se centró en el cielo raso de la habitación. —Ya falta poco, pequeña Kate.

El teléfono celular comenzó a llamar. Desinteresada cogí el aparato tecnológico. Sabía que no era Sebastian el que me llamaba. Habíamos cortado toda comunicación desde que Julia me había descubierto. Él llamó, insistente. Pero nunca le di una explicación. Nunca le contesté los llamados, hasta que finalmente, se dio por vencido.

Sin embargo, su nombre, después de tiempo sin leerlo, apareció nuevamente. Me incorporé sobre la cama y contesté de inmediato. Sonreí como una niña boba.

—Creí que no me contestarías. —Murmuró del otro lado. Reprimí la risita que quería salir de mi boca. Estaba patéticamente emocionada por sentir su voz nuevamente.

—No debería hacerlo. —Contesté con aparente seriedad.

—¿Se puede saber por qué no? —Utilizó un tono de voz inquisidor.

—Porque he tenido algunos problemas con Julia. —Confesé. El silencio entre ambos duró algunos minutos.

—¿Estás bien? —Preguntó con cautela. —¿Te puedo ayudar en algo?

—Si me dejaras de llamar, creo que eso ayudaría bastante. —Musité. Más negué para mí; su llamado después de tiempo, me había alegrado indescriptiblemente y, siendo sincera, no quería dejar de escuchar su voz. —¿Por qué me llamas ahora?

—Quería saber cómo está Kate. —Suspiró.

—Está en buenas condiciones. —Informé. El rumano soltó una risita baja en intervalos, casi con desgano.

—¿Fuiste al médico? —Preguntó. —¿Te has tomado las vitaminas? ¿Necesitas algo?

—A ti. —Murmuré, con voz inaudible.

—¿Qué? —Preguntó. —No te escuché. La señal...

—No necesito nada. —Suspiré. Me mordí la lengua y bufé por lo bajo ante el impulso de idiotez que acababa de tener.

—¿Segura? Puedo llamar a Lidia y pedirle que vaya a casa a dejártelo.

—Segura. —Afirmé nuevamente. —¿Y Annie?

—En casa, trabajado, supongo. No nos hemos comunicado mucho últimamente, ella está tan ocupada como yo. —Explicó. —¡Pero te tengo una buena noticia! —Exclamó con felicidad. —Regreso a la ciudad. Podré estar en el parto.

—¿Quieres asistir al parto? —Balbuceé.

—Es mi hija, Grace. No quiero perderme ese evento. —Rio. Apreté mis labios, incómoda ante la idea de que él estuviese allí, observando todo lo que sucedería.

—No creo que...

—Te he visto desnuda antes, si es eso lo que te incomoda, Dulce Grace. —Dijo, antes de que yo manifestara mi opinión.

—No es lo mismo, idiota. —Espeté. —Me verás vulnerable...

—También he visto esa parte de ti. —Volvió a reír. —¿Acaso no te acuerdas?

—No quiero hacerlo.

—Pero lo haces de igual forma. —Se burló. Rio por un momento hasta que permaneció en silencio. Ambos lo hicimos, generando un ambiente a distancia bastante incómodo. — Grace, sé que para ti es difícil todo esto. Tuvimos un desliz, pero por lo que tengo claro, ese día me dijiste que dudabas en arrepentirte... ¿Te arrepientes ahora? —Preguntó cauto.

Me mordí el labio y gemí despacito. Mis palabras querían salir de mi garganta a como dé lugar; estaban allí, amontonadas en el reducido espacio de mi cuello, listas para confesar todo.

Como pude, tragué saliva para de, alguna forma, reprimirlas y eliminarlas del lugar. Respiré profundo y decidí hablar lo más calmada posible.

—No lo hago. —Musité. Mi pecho comenzó a doler tras mi confesión. —Nunca lo he hecho. Y sé que está mal. No quiero dejar a Julia de lado, pese a todo, la sigo queriendo. Fue mi primer amor, mi primera vez, mi primer todo básicamente. Pero...

—Te amo, Grace. —Dijo el rumano, sorpresivamente y sin rodeo alguno. Fruncí el ceño y reí nerviosa. Más Sebastian no se rio como solía hacerlo junto a mí.

—Es broma, ¿no? —Inquirí nerviosa. Mi corazón galopaba demasiado rápido y mi cuerpo comenzó a temblar. Corrí hasta la puerta de la habitación y la cerré de golpe, evitando así, que Julia me escuchara en cuanto llegara a casa.

—No, no es broma. —Respondió. —Te amo. ¿Qué más quieres que diga?

—Que es una broma, ¿quizás? — Respondí como si ello debiese ser algo obvio. —Esto n-no es normal. No, claro que no. No es posibl...

—¿Qué no es posible, Grace? —Espeto esta vez con molestia. —Me enamoré de ti, Grace. ¿Acaso no lo puedo hacer porque eres lesbiana? Créeme que el amor no discrimina...

—¿Cómo sabes tú que es amor lo que sientes, uhm? Puede ser cualquier cosa. —Gruñí. —Lástima quizás, confusión, o una simple calentura.... Ambos sabemos que la palabra amor está muy mal utilizada...

—¿De verdad me crees un hombre así? —Cuestionó dolido. No pude evitar sentirme mal por haber utilizado aquella palabra. Cerré los ojos con fuerzas y gemí a punto de comenzar a llorar. La situación se había salido de control, y ello, significaba una sola cosa: Mas problemas.

—No sé qué pensar. —Murmuré. —Yo...

—Te amo. —Volvió a decir, en un hilo de voz. —Y deseo que algún día, tú logres sentir lo mismo que yo.

Y dicho aquello, colgó la llamada dejándome completamente desconcertada. 

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