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Veintiocho

28


Me sumergí en mis pensamientos durante días, mucho más que cualquier otro. No podía dejar de repetir una y otra vez las palabras de Sebastian. Éstas, atacaban mi mente en cuanto tenían oportunidad que, por lo general, era siempre. Sólo cuando tenía visita sus palabras se iban, para luego volver, durante la noche, con más ímpetu e insistencia.

Sebastian, había logrado alterar todo en mi vida con solo dos palabras que parecían inofensivas, pero que, dado a la difícil circunstancia en las que nos veíamos sumidos, eran ciertamente devastadoras.

¿Qué iba a hacer ahora que él me había confesado estar enamorado de mí? Faltaba un mes para dar a luz y yo no sabía si entregar a Kate. Y ello, el no saber qué hacer, me alteraba enormemente. Ahora, mi vida se había visto fuertemente volcada ante la revelación del rumano.

Lloré, como era lógico y algo esperable; En silencio muchas veces para que Julia no me escuchara. Me cuestionaba, entre sollozos, el hecho de no haber comentado absolutamente nada de lo que me estaba sucediendo a mi tía. Tuve la oportunidad de hacerlo, pero, de todas las veces que fue a casa, nunca me atreví a decir nada y ello tenía una explicación que con los días clarifiqué.

Era miedo; miedo a comenzar a hablar de más pues, bien sabía que, si le confesaba todo lo que estaba viviendo y, lo que había vivido con Sebastian, terminaría por abrir mi corazón y revelar lo que realmente se encontraba asentado allí desde hace meses atrás: El cariño que comenzaba a surgir por el padre de quien yacía en mi interior.

Nunca creí vivir sucesos que me hicieran pensar por tanto tiempo. Nunca creí que, ofrecerme como vientre de alquiler, cambiaría mi vida tan drásticamente.

En un momento dado, pensé en Annie y en lo enamorada que estaba de Sebastian. Pese a lo odiosa que era, no pude evitar sentir lástima por ella. Por alguna razón me remonté años atrás, ante el mismo suceso que había vivido con Julia y Robert. La aventura que ambos habían llevado a cabo a escondidas mías me hizo sentir, posiblemente, como se sentía Annie en esos momentos. Confiada en que el amor de su vida y padre de su hija adoptiva, no tenía otro interés más que amarlas sólo a ellas.

Se equivocaba, claramente. Y ante ello, tras pensar en lo que Annie sentía y, en lo que no sabía, me sentí abrumada. Ahora era yo quien estaba en el puesto que ocupó Julia hace años atrás; me sentía terrible.

Si bien era cierto que comenzaba a empatizar con la rubia, lamenté que fuese de la forma en la que nuestras vidas se estaban desarrollando; a través de engaños y la destrucción de una futura familia. Le estaba arruinando la vida a Kate con respecto a la concepción de una familia feliz. Era lo único que deseaba para el pequeño ser que venía en camino y ahora todo se veía truncado por los sentimientos del rumano, los míos y las consecuencias del revolcón que tuvimos meses atrás.

Lancé un suspiro y volví a cuestionarme lo mismo: ¿qué rayos iba a hacer ahora?

—Grace... —Me llamó Julia, con un tono de voz más alto de lo normal. Alcé la vista, aturdida. Me miraba atenta, con su ceño fruncido y algo recelosa. —Te estaba hablando.

—Oh, sí. —Tosí incómoda. —Lo siento. ¿Qué me decías?

—Ya no importa. —Murmuró de mala gana. Siguió tomando de su té. Segundos después se levantó de la silla y se sentó en el diván frente a la televisión. No presté demasiada atención a su disgusto. Hacía días que su mal humor había pasado a segundo plano para mí. Y, podía decir lo mismo por ella. Nuestra relación había muerto y yo aún no sabía el porqué de mi insistencia en seguir viviendo con ella.

¿Era acaso la diminuta esperanza de que todo volviese a la realidad? ¿Acaso era el amor que aún sentía por ella? Muy leve, por cierto. Pero, lo más seguro es que la llama que nos mantuvo unidas durante años, aún estaba allí, en mi interior, pidiendo de alguna u otra forma, ser atendida para generar la potente llamarada que reviviría nuestro afecto y relación.

Suspiré, abrumada.

Miré hacia el frente, con la mirada perdida. Tomé un sorbo de mi leche y volví a suspirar; mis pensamientos eran un real amasijo de deducciones y posibles planes que me ayudarían a salir invicta del embrollo en el que me había metido. Más, unos fuertes golpeteos, repetitivos y sorpresivos en la puerta, llamó totalmente mi atención.

Eran golpes fuertes, llenos de ira e indignación; denotaban molestia e inmensas ganas de derribar la puerta a como dé lugar. Tanto Julia como yo brincamos asustadas, creyendo que era un maleante o algún desquiciado que buscaba atormentarnos. Sin embargo, el miedo fue reemplazado por la confusión y extrañeza al escuchar la característica voz de Annie pedir que le abriéramos la puerta.

—¿Qué rayos le sucede a la loca? —Gruñó Julia. Dio zancadas hasta llegar a la puerta fieramente golpeada y la abrió de golpe.

—Grace... —Bramó la rubia, aún sin entrar a la casa. —¡¿Dónde está esa pequeña rompe hogares?! —Gritó. La anatomía de Julia fue expulsada por los brazos de Annie, quien rápidamente entró al interior de la casa sin perder tiempo.

Su mirada se encontró con la mía en cuanto puso un pie dentro del hogar y, fue allí que, por primera vez en mi vida, le temí.

—¡Hey! —Le gritó Julia. —¿Quién te crees que eres para entrar de esa forma a nuestra casa? —Le reclamó mi novia. Se dirigió hasta la rubia, con la intensión de echarla, pero ésta, le volvió a empujar. —¡Annie ya basta!

—Y-yo no sé de qué hablas. —Balbuceé estupefacta. Sus ojos eran oscuros y pude deducir que en ella albergaba el deseo por querer golpearme. Se volvió a acercar amenazadora hasta a mí y yo por mero acto maternal e innato, rodeé mi vientre con mis manos y me alejé de ella. Comencé a llorar, desesperada, sin saber cómo detener el escándalo.

Era evidente que Annie se había enterado de todo, por lo tanto, había llegado a casa con un propósito y ese, me figuraba que era desmantelar la verdad. Asumí que el rumano no soportó reprimir sus sentimientos y terminó por confesarle su amor por mí. Grave error; él, no predijo que su novia iba a llegar a mi casa, pidiendo explicaciones de la peor forma posible.

¡No, claro que no! él no se hacía una mínima idea de lo que estaba sucediendo en esos minutos.

—¡Rompe hogares! —Me gritó la rubia, expulsando todo el veneno que en ella se acumuló. —¡Eres lesbiana! —Me volvió a gritar. —¡Se supone que lo eres! Arruinaste mi vida, mi relación. ¡Arruinaste todo! —Y entre tanta palabra y griterío golpeando mi anatomía, no vi venir el golpe que ella, arrebatadamente, me daría. Mi mejilla recibió el golpe más fuerte que jamás recibí en mi vida; era un dolor agua y prolongado. Permaneció minutos en mi piel, ramificándose por el resto del lado derecho de mi rostro. Gemí y me tapé el área golpeada, soltando más lágrimas de las que, previamente, había soltado.

Julia lanzó un grito; enfurecida se abalanzó contra la rubia en cuanto vio que ésta osó golpearme. La tomó de los brazos y la arrastró lo que más pudo hasta la valida. Annie forcejeaba contra ella, gritando improperios dirigidos hacia a mí, denigrándome.

Me lo merezco. Pensé entre mi propio llanto desconsolado.

Realmente lo merecía.

—¡No me toques! —Le gruñó Annie a Julia. —¡Destruyó mi familia! —Chilló entre lágrimas. Julia al escuchar aquello pestañeó confundida. Tal parecía que mi novia, no había prestado atención a las palabras que Annie mencionó con tanta ira. Ello, hizo que la rubia sonriera. Una mínima sonrisa que duró menos de un segundo. Era pérfida y demostraba el regocijo de su alma al saber que ella era la que tenía el control sobre la situación.

—Basta, Annie. —Lloriqueé. —Yo no sé qué te han dicho, pero sea lo que sea...

—¿Sea lo que sea? —Cuestionó Annie, con voz potente. —Oh, Grace. ¿O debería decir, Dulce Grace? —Masculló entre dientes, haciendo notar la ira en su expresión facial. —¿No es así como te dice Sebastian, uhm?

—Y-yo no sé a qu-qué te re-refieres. —Tartamudeé, al borde del colapso. Gemí; la niña en mi interior se movió con violencia.

—¿No? ¿No lo sabes? —Cuestionó nuevamente, utilizando un tono de voz más suave, pero fingidamente inocente. —¿Quieres que te lo recuerde? —Y miró a Julia. —Estoy segura que ella, querrá saber la historia completa. —Y supe, en ese momento, que mi vida se había ido a la mierda. Completamente.

—¿Qué se supone que tengo que saber? —Inquirió Julia, observándonos a ambas. Mis lágrimas no cesaban. —¿Grace...? —Me miró suplicante. —¿No me digas que tú y él ...? —Gimoteó al ver que agaché la mirada. No la podía mirar a los ojos. No después de todo lo que había ocurrido.

—L-lo s-siento... —Gemí.

Annie lanzó una risotada.

—¿Lo sientes? —Rio estruendosa. —Claro, lo sientes. — Ironizó, agria. Sus ojos ennegrecieron drásticamente. —¡Claro que no! ¡No lo sentiste cuando te acostaste con Sebastian! —Gritó nuevamente. Kate brinco en mi interior. —Lo sé todo, Grace. No hace falta que lo niegues. Te acostaste con mi novio mientras yo estaba en España. Lo hiciste y no demostraste ningún remordimiento. —Atacó. Mientras más hablaba, más me hundía. —¡El idiota no tuvo problemas en confundirme contigo!

Respiré profundo y, como siempre, ante un evento de ansiedad y estrés, comencé a contar hasta diez.

Me sentía como en medio de dos gigantes; enormes bestias que me miraban y me juzgaban con su mirada y, que en cualquier momento me aplastarían. Me sentía pequeña y sola. En esos momentos, deseé a mi mamá. Deseé que entrara por la puerta y me socorriera, que me permitiera esconderme tras de ella y llorar libremente. Como cuando era pequeña y escapaba de mi padre para reprenderme ante la realización de alguna travesura. Corría a sus brazos y me agazapaba en ellos donde, sabía que el mal no llegaría a mí. Más nadie llegó. Ni Sebastian lo hizo cuando en realidad, después de un tiempo siendo atacada una y otra vez, deseé que él entrase por la puerta y me sacara de allí.

Pero mis deseos superaban mi realidad. Y mi realidad, en aquel entonces, con Julia y Annie frente a mí, apestaba totalmente.

Annie, como era de esperar, terminó por contarle la verdad a Julia.

—Nunca hubo tratamiento, Julia. —Le dijo Annie y mi novia abrió sus ojos ante la confesión. Se le llenaron de lágrima y fue allí cuando terminé por romperme completamente. Ver llorar a Julia era algo que realmente me dolía, mucho más que cualquier otra cosa. Y más aún si yo era la causante de sus lágrimas.

—Annie, por favor... —Pedí entre llanto. La rubia sonrió. —B-basta...

—Kate fue conciba de forma natural. —Siguió la rubia, sin prestar atención a mis súplicas. —Ya sabes a lo que me refiero, ¿no? —Y miró a mi novia, burlona. —¿No te lo comentó nunca? —Julia negó suavemente, con sus mejillas llenas de lágrimas. La rubia demostró cierta empatía por la muchacha; frunció su ceño y miró por unos cortos segundos el suelo. Luego alzó la mirada y prosiguió: —Bueno, ahora lo sabes, Julia. Tuvo sexo con Sebastian. Dos veces. —Aclaró. En sus ojos podía ver el deleite que sentía al haber arruinado mi relación con Julia.

Estaba satisfecha. Annie, había terminado con mi vida en pareja tal como lo hice yo con la suya.

Ante sus palabras frías y sin filtro alguno, nadie dijo nada más. Annie se retiró cuando vio que ninguna diría nada al respecto. El silencio se hizo de inmediato. Un silencio frío e incómodo donde no se sabía quién iba a hablar primero. Evidentemente yo no iba a ser. No podía. Mis palabras se habían quedado atoradas en mi garganta y aquello dolía indescriptiblemente.

Julia no dijo nada; se retiró de mi lado, caminó hasta la habitación y cerró la puerta. No quise seguirla. Asumí que quería tiempo a solas para poder decodificar todo lo que había sucedido. Y estaba en su derecho. La había engañado dos veces; Era yo quien debía disculparse y, era yo quien, desde ese momento, viviría con la culpa por haber destruido nuestra relación.

Me acerqué a la puerta minutos después. Iba a golpearla cuando ésta se abrió de golpe. Julia me miró despectivamente y pasó a mi lado sin decir palabra alguna. Fruncí el ceño cuando vi que arrastraba una maleta. Negué rápidamente y volví a llorar como una niña pequeña.

—E-espera, Julia... —Gemí. Tomé su mano. Más ella la alejó de inmediato.

—Quítate. —Gruñó entre dientes. —No me toques.

—Julia...

—¡Me mentiste! —Lloriqueó. —¡Desde el primer día! ¡Me mentiste!

—¡No era mi intención hacerlo! —Grité entre llantos. Mi garganta dolía tanto como mis ojos. —Nunca quise dañarte. Nunca quise...

—Pero lo hiciste, Grace. —Musitó. Su voz temblaba. — Desde que aceptaste ser la portadora de esa cosa...—Miró mi vientre con desdén. —Siempre supe que traería problemas. Pero nunca creí que tú ibas a ser el centro de ellos. —Masculló entre dientes.

Tomó la maleta, abrió la puerta y se detuvo bajo el marco de ésta. Mis lágrimas recorrían a mares mis mejillas. Mi pecho dolía y mis ojos ardían ante tantas lágrimas que generaron en tan poco tiempo. De toda mi vida, estaba segura que nunca había llorado tanto, ni si quiera cuando mi padre me hecho de casa, o cuando mi madre murió.

Pero, pese a todos los eventos que viví a lo largo de mi adolescencia y juventud, nunca creí llorar de aquella forma como lo hice cuando Julia abandonó la casa.

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